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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMi primer encuentro con Yiyo tuvo lugar en la que entonces era la biblioteca de mi casa, y fue a propósito de Charles Swan y su delectación por el arte. Ahí tuvimos una coincidencia radical: el personaje de Proust, aunque atormentado, representaba la capacidad de asombro y el sentido de lo exquisito, de lo único y salvador que hay en el arte. Pasar de Swan, de los Guermantes, de la esquiva Albertine a Borges fue inevitable: desde entonces la amistad vino por puro imperio de la fascinación común.
Recuerdo como si fuera hoy el encuentro no buscado que tuvimos en un rincón del Ateneo Grand Splendid, donde se alojaba, casi a espaldas de los visitantes, la edición del tercer tomo de los Textos recobrados que Kodama decidió dar a luz contra la voluntad de su esposo; pasamos horas hojeando y debatiendo sobre esos papeles que el pudor del poeta había vedado al público y que en ese momento teníamos con temerosa alegría entre las manos. A ninguno le gustaba la traición del mandato de Borges, pero el embrujo de la palabra pudo más…
A todo esto el diálogo seguía vivaz y provocativo, informado siempre, tanto en las clases de mi atelier como en las del Club de Golf: poseía Yiyo una vasta cultura, una curiosidad ilimitada y certera y un instinto especial para entender y transmitir la historia. Si a eso se agrega su bonhomía, su humor claramente tributario del ingenio de Shaw y su visión dinámica de la realidad, resulta que hoy tengo fuertes motivos para honrar su memoria y pedirle a Dios por el bien de su alma.
Muchos hemos perdido un gran amigo, y todos, un aporte siempre creativo y actualizado del debate cultural y político.
Rodolfo M. Fattoruso