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    Demografía: baja de la fecundidad es “un síntoma de algo mucho más generalizado”

    Con Uruguay como uno de los casos más paradigmáticos, casi tres cuartas partes de los países de la región ya tiene una fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, según datos presentados por agencias de Naciones Unidas

    La fecundidad en la región cayó a niveles históricamente bajos. Según el Observatorio demográfico 2025, presentado la semana pasada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), el 76% de los países tiene una tasa global de fecundidad inferior a 2,1 hijos por mujer —el nivel de reemplazo generacional.

    En promedio, la región transitó “de niveles altos a por debajo del reemplazo en solo 74 años”, una velocidad de cambio importante, según los expertos.

    En ese contexto, Uruguay aparece como uno de los casos paradigmáticos de la transición demográfica avanzada. Fue de los primeros países de la región en caer por debajo del nivel de reemplazo, pero durante años coexistió con una fecundidad adolescente elevada, que configuró una estructura “bimodal”: altas tasas en edades tempranas y bajas en las tardías. En la última década, esa característica se desdibujó: la fecundidad adolescente cayó con fuerza y las mujeres postergaron la maternidad. El país se consolidó así entre los de fecundidad más baja de América Latina, con un promedio cercano a 1,4 hijos por mujer.

    El Observatorio atribuye estos cambios a políticas sostenidas de salud sexual y reproductiva, al acceso extendido a métodos anticonceptivos eficaces —incluidos los de larga duración— y a transformaciones sociales vinculadas al trabajo femenino y la educación. Advierte que la baja natalidad plantea nuevos desafíos vinculados al envejecimiento poblacional y a las condiciones materiales para formar familias en contextos de precariedad e incertidumbre.

    Durante el panel realizado en Santiago de Chile —donde tiene su sede la Cepal—, la demógrafa uruguaya Wanda Cabella, profesora titular de la Universidad de la República, destacó la relevancia del estudio y reclamó: “Hace más de 10 años que estamos viendo cambios en la fecundidad y no los estamos estudiando”. Propuso analizar los mecanismos que explican la caída: “si es postergación, si es limitación de las familias —capaz que menos, pero también aparece—, o si es que hay, digamos, el fenómeno del childlessness definitivo”. En ese sentido, preguntó si el descenso actual es temporal o estructural y estimó que podrían darse “rebotes idiosincráticos”, leves y específicos, pero no un retorno a niveles altos.

    A partir de esa lectura, señaló que el descenso responde tanto a factores estructurales —mercado de trabajo, informalidad, vivienda y cuidados— como a cambios en la formación de pareja y los roles de género. También advirtió sobre la necesidad de observar el papel de los varones y el “malestar” que atraviesa las relaciones y las decisiones de pareja, aspectos que suelen quedar fuera del análisis demográfico.

    Para la académica, el desafío no pasa por aumentar los nacimientos, sino por garantizar condiciones materiales y simbólicas para que cada persona pueda decidir libremente si tener hijos, cuándo y cuántos.

    Citó a la periodista Anne-Louise Sussman, que escribió un artículo titulado The end of babies, para advertir que “preocuparse por la caída de la fecundidad porque amenaza los sistemas de seguridad social o la futura fuerza de trabajo es no entender el problema: es un síntoma de algo mucho más generalizado”.

    En la misma línea, la asesora regional de UNFPA Sabrina Jurán subrayó que “el descenso sostenido de la fecundidad en sí mismo no es la crisis”, sino que el foco debe estar en la autonomía reproductiva y la resiliencia demográfica. “Resiliencia demográfica significa fortalecer la capacidad de comprender de dónde venimos y anticipar y adaptar nuestras sociedades ante el cambio poblacional”, explicó.

    “Crisis de fecundidad”

    Del Observatorio surge que, entre 2014 y 2024, en la región la fecundidad adolescente bajó casi 39%, aunque América Latina sigue siendo la segunda región del mundo con mayores niveles de maternidad temprana. El informe atribuye los descensos recientes a una combinación de acceso masivo a métodos anticonceptivos modernos, la expansión educativa, la menor mortalidad, el aumento de la participación femenina en el mercado laboral y el progreso hacia una mayor igualdad de género.

    El documento destaca que la caída de la fecundidad no implica necesariamente una crisis demográfica, sino la consolidación de un proceso de transición hacia patrones más tardíos y planificados de maternidad. Sin embargo, advierte que el fenómeno está estrechamente vinculado a las desigualdades estructurales y a las limitaciones en el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos.

    “Los sectores de menor ingreso suelen tener más hijos de lo que desean. Los sectores de mayor ingreso suelen tener menos hijos de lo que desean”, explicó Simone Cecchini, director del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade).

    Para la directora regional de UNFPA, Susana Sottoli, “la verdadera crisis de fecundidad no es de números, sino de autonomía reproductiva”.

    Cecchini coincidió en que “la caída de la fecundidad necesita de políticas públicas para promover la igualdad de género, ampliar la oferta y la calidad de los servicios de cuidados y eliminar la penalización de la maternidad en el ámbito laboral”.

    La oficial de Población de Cepal y autora del informe, Elena Cruz Castañeda, explicó que desde 2015 la región “alcanzó un nivel de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo” y que el cambio “ha sido mucho más rápido de lo previsto”. El estudio muestra que cuatro países —entre ellos Uruguay, Chile, Costa Rica y Argentina— presentan niveles “bajos”, y algunos de ellos ya con niveles de fecundidad “ultrabaja” de 1,3 hijos por mujer o menos.

    “La fecundidad adolescente ha disminuido de manera significativa, pero sigue con niveles elevados”, señaló esa especialista. “Se requieren políticas públicas integrales con enfoque de género que faciliten la conciliación trabajo-familia, amplíen la oferta y calidad de los servicios de cuidado y aseguren acceso universal a salud sexual y reproductiva”, planteó.