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    Técnicas conductivo-conductuales en un piloto de Pelota al Medio a la Esperanza reportaron mejoras en conducta

    Un informe del BID midió impactos positivos de una experiencia desarrollada en 2019 en escuelas de Casavalle; el Ministerio del Interior prevé retomar la experiencia en 2026

    En el año 2010, el Ministerio del Interior puso en marcha el programa Pelota al Medio a la Esperanza, que buscaba desarrollarse como una medida de prevención social temprana de la violencia, la delincuencia violenta, la deserción escolar y la violencia en el deporte. La iniciativa, dirigida a niños y adolescentes, consiste en prácticas deportivas en escuelas y sedes sociales, encuentros y campeonatos interescolares. Las actividades son guiadas por profesores y entrenadores con formación para promover la convivencia pacífica y también incluyen charlas con deportistas reconocidos.

    En el marco de un trabajo con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para fortalecer y ampliar el programa, se decidió en 2019 realizar una intervención cognitivo-conductual como experiencia piloto, que complementara las actividades deportivas y formativas regulares. Para medir el impacto de esa decisión, se había diseñado un esquema de monitoreo con mecanismos de medición antes y después de la intervención.

    Un informe publicado en setiembre pasado por el BID da cuenta de los resultados que tuvo aquella experiencia de 2019. En sus conclusiones destaca, como el “hallazgo más importante”, que hubo mediante la intervención cognitivo-conductual una “reducción” de 14,4 puntos porcentuales en la cantidad de niños con “problemas de conducta”.

    Otro “hallazgo” calificado como “relevante” es la comprobación de un “impacto positivo” en problemas internalizantes y externalizantes en los niños. Entre los problemas externalizantes, se evaluaron dimensiones, como conducta violenta y perturbadora, falta de atención e hiperactividad y problemas de rendimiento académico. En los internalizantes, en tanto, se consideraron variables de retraimiento, somatización, ansiedad, problemas de pensamiento, conductas infantiles-dependientes y depresión.

    Al mismo tiempo que destaca estos impactos positivos, el estudio del BID señala que “no se encontró efecto de la intervención en la disminución de conductas violentas”.

    La intervención cognitivo-conductual y el monitoreo

    Las actividades estándar de Pelota al Medio a la Esperanza consisten en sesiones grupales de entrenamiento deportivo de entre 90 y 120 minutos para grupos de entre 20 y 25 niños y niñas, que incluyen también charlas sobre trabajo en equipo, colaboracion, respeto por las normas, entre otros temas.

    La intervención piloto realizada en 2019 consistió en complementar la práctica deportiva con 18 sesiones de técnicas cognitivo-conductuales. Estas sesiones tuvieron una frecuencia semanal para un subgrupo seleccionado entre agosto y noviembre de ese año. Hubo “tres grandes líneas de trabajo”, explica el estudio del BID: “Estrategias para el manejo de la agresividad, utilizando herramientas, como el diálogo socrático, la identificación de cogniciones, el manejo emocional, el tiempo fuera y técnicas de relajación; habilidades socioemocionales, como la empatía, el pensamiento crítico y la resolución de conflictos; y toma de decisiones y visión y proyección de la propia vida, desde un enfoque de fortalecimiento del tránsito educativo”.

    La muestra para el estudio del BID “está conformada por 236 estudiantes de 5° y 6° nivel de educación primaria de las escuelas 326 y 350, ambas ubicadas en el barrio Casavalle, de Montevideo”, indica el documento. Con estos estudiantes se formó un grupo de tratamiento, integrado por quienes participaron de las intervenciones cognitivo-conductuales, y otro de control con niños que tuvieron las actividades deportivas y formativas habituales del programa.

    Para la evaluación del piloto, se organizaron “dos rondas de levantamiento de información”: una antes de la intervención y otra posterior. Se emplearon dos “instrumentos de monitoreo”. Por un lado, se utilizó un formulario de consulta al maestro sobre “la presencia o ausencia de problemas psicosociales, familiares o de conducta” de los estudiantes. Los problemas indagados fueron: asistencia a la escuela, rendimiento escolar, comportamiento en la escuela, signos de negligencia parental, pares de riesgo, consumo de alcohol, consumo de drogas (distintas del alcohol), trabajo infantil, signos de maltrato activo y signos de explotación sexual. Para cada situación de riesgo los maestros indicaron una puntuación del 0 al 2, donde “0 puntos significa que la situación no afecta al caso, 1 punto significa que “sospecha que la situación afecta al caso” y 2 puntos significa que “tiene conocimiento de que la situación afecta al caso”.

    Por otro lado, se empleó el formulario Screening de Problemas Emocionales y de Conducta en la Infancia (Speci). En este caso se evalúan 10 ítems: retraimiento, somatización, ansiedad, infantil-dependiente, problemas de pensamiento, atención-hiperactividad, conducta perturbadora, rendimiento académico, depresión y conducta violenta.

    Para mitigar posibles sesgos y diferencias entre el grupo de tratamiento y el de control, se combinaron distintos mecanismos de “pareo”. El pareo, en investigación, es el ejercicio de emparejar elementos de una columna con sus correspondientes de otra.

    Una “prioridad” para el Ministerio del Interior

    En junio pasado, el gobierno hizo un relanzamiento del programa Pelota al Medio a la Esperanza en un evento en el Auditorio Nacional del Sodre, que contó con la presencia del presidente Yamandú Orsi. Autoridades educativas y del Ministerio del Interior destacaron la importancia de esta iniciativa que cumple 15 años de trayectoria. El ministro Carlos Negro aseguró ese día que es una prioridad de su cartera el fortalecimiento de los programas sobre prevención del delito.

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    Agustín Iparaguirre, director de Pelota al Medio a la Esperanza, dijo a Búsqueda que actualmente la iniciativa se desarrolla en 16 barrios y 30 escuelas, lo que abarca a algo más de 4.000 niños y niñas.

    La licenciada en Psicología Viviana Trillo, funcionaria del Ministerio del Interior que trabaja en el programa desde 2016, contó que la intervención piloto realizada en 2019 no se replicó en los años siguientes. Sí, dijo, se contrataron dos psicólogas que trabajaron con adolescentes en habilidades socioemocionales, pero no con el mismo esquema.

    Trillo e Iparaguirre aseguraron que en 2026 pretenden retomar la experiencia de 2019 y volver a medir. Todavía no está claro con qué alcance ni en qué centros educativos. Trillo destacó que uno de los objetivos es “ampliar la muestra” del estudio realizado por el BID, del que es una de las autoras.

    Las conclusiones del informe señalan el “tamaño de la muestra” como una “limitación” del trabajo realizado. Una muestra mayor, se explica, mejoraría el análisis de conductas con baja prevalencia, como las “conductas violentas”, que tenían baja prevalencia en la población estudiada. También permitiría hacer un análisis por subgrupos relevantes, como sexo.

    Estudiar los efectos de una intervención cognitivo-conductual en la población adolescente es otra de las sugerencias incluidas entre las conclusiones.

    En otro capítulo, el informe del BID repasa la literatura internacional sobre la violencia y la criminalidad en la infancia y la adolescencia y su vínculo con comportamientos delictivos en la adultez. Allí se señala que “la dinámica familiar, los problemas escolares o de empleo y los modelos antisociales son causas principales del comportamiento antisocial juvenil”. Como contracara, las investigaciones realizadas en las últimas décadas han abordado “la función protectora de la escolarización (...) frente a la conducta antisocial y la participación en actividades delictivas”.

    “Las escuelas son instituciones que promueven vínculos sociales positivos, ya que ofrecen referentes convencionales y promueven el apego a estos, lo cual reduciría los comportamientos antisociales debido al valor que los niños, niñas y adolescentes otorgan a estas relaciones. Además, las escuelas pueden ofrecer a los estudiantes actividades prosociales no académicas, como la práctica deportiva, que pueden incrementar el apego a pares prosociales y reducir el tiempo libre sin supervisión, que ofrece oportunidades de participar en conductas antisociales”, dice el informe.