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    1% de posibilidades

    Tenemos que debatir con urgencia sobre la desigualdad y la concentración de riqueza porque de otra forma no vamos a solucionar el espanto de la pobreza en un país diminuto como el nuestro

    Columnista de Búsqueda

    Antes de empezar debemos asumir que tenemos un drama. Un drama gigante que me cuesta creer que no nos reviente el pecho de dolor. ¿Tenés hijos? Bueno, cerrá los ojos e imaginate a tu hijo acostándose con la panza haciendo ruido, en una cama sin abrigo que probablemente comparte con alguien más, muerto de frío de mañana cuando va a la escuela con apenas más ropa que la túnica, viviendo en una casa de chapa y piso de tierra. Sin baño, sin agua caliente para darse una ducha, en un barrio en el que asomar la nariz ya es señal de peligro. Pensalo bien. Ponele a ese niño la cara del tuyo. O de tu nieto. O tu sobrino.

    Si ya se la pusiste y no se te revolvió el estómago, estamos en problemas, porque uno de cada tres niños vive en la pobreza en Uruguay y no podemos seguir anteponiendo urgencias mucho menos urgentes que esta.

    Todos los partidos sin excepción lo repitieron hasta el cansancio en la campaña electoral. La prioridad es la pobreza infantil. Pero la campaña ya terminó. Y mientras se buscan alternativas para atender la situación, otorgar más partidas de dinero, intentar que lleguen inversiones para tener más recaudación y redistribuir, llegó otra propuesta. La planteó el PIT-CNT en el acto del 1º de mayo, pero ya la venían manejando algunos economistas desde antes. Aplicar un impuesto del 1% al 1% más rico del Uruguay lograría recaudar un monto cercano al 1% del PIB, unos US$ 800 millones, el número con el que se considera que se podría hacer una política pública de shock para atender este problema.

    Claro, la propuesta arranca con unos cuantos problemas. El primero, la palabra. Nadie quiere escuchar la palabra impuesto, aunque jamás vaya a tener que pagarlo, como la enorme mayoría de la población en este caso. Ese 1% que pagaría el tributo, de acuerdo con las investigaciones de los economistas y docentes Mauricio de Rosa y Joan Vilá, son aproximadamente unas 25.000 personas. Que además concentran entre el 35% y el 40% de la riqueza del país, confirmando la enorme desigualdad con la que convivimos.

    Pero no solo es la palabra. Es la promesa. El presidente Yamandú Orsi se comprometió durante el debate con el entonces candidato nacionalista Álvaro Delgado a no poner más impuestos si llegaba al gobierno. Ahora, preso de sus palabras, asegura que el tema “no está en la agenda”. Antes había sido más cauto. “Nadie hace campaña diciendo si sube o baja impuestos. Es un error, lo dicen los analistas”, dijo en entrevista con Telemundo, y agregó ante la repregunta: “Ni descarto ni afirmo. Pero es lo que no deseo. Tiene que ser la última de las medidas”. El hoy ministro de Economía iba en esa misma línea cuando dijo que “no es bueno” en campaña electoral hacer anuncios en materia impositiva, en particular, “prometer que no se van a aumentar impuestos”.

    Sin embargo, las bases programáticas del Frente Amplio establecen que, con el objetivo de avanzar en la reducción de la desigualdad, se estudiarán “las formas para incrementar el aporte fiscal por concepto de dividendos y utilidades, así como los patrimonios y las transferencias patrimoniales de muy alto porte y los depósitos en el exterior. Las modificaciones en la política tributaria tendrán como concepto que paguen más los que tienen más riqueza y más ingresos, aliviando la carga tributaria sobre los que menos tienen”. Parece claro el concepto, ¿verdad?

    Actualmente, hay solo cuatro senadores del Frente Amplio que respaldan esta idea. Otros no quieren ni siquiera dar la discusión. Ni en el gobierno ni en la oposición. Y hay quienes plantean alternativas, como el contador, docente y especialista en administración tributaria Gustavo Viñales, que señala la posibilidad de implementar un “impuesto de emergencia” que podría ser aplicable durante un período de vigencia extraordinario y transitorio, por ejemplo, por un lapso de cinco años. Plantea también la idea de un acuerdo político interpartidario para la creación de un “fondo contra la pobreza infantil” con los recursos del “impuesto de emergencia” que estarían dirigidos, exclusivamente, para esos fines. Es una opción similar, con el mismo espíritu, pero no permanente.

    Esta columna no busca apoyar ni desestimar la creación de este impuesto. Pero sí saluda el debate, que además no es exclusivo de Uruguay. El impuesto a los ricos está presente en el debate en distintas partes del mundo, con distintos resultados. ¿Es esta la forma de cambiar la vida de miles de niños que están creciendo mal alimentados, sin posibilidades reales de aprender y, como consecuencia, más adelante tener un buen trabajo y no perpetuarse en la pobreza y la marginalidad? No lo sé. Hay otras visiones, como la del ministro Gabriel Oddone, que plantea que el país debe crecer para atender este problema. Comparto, hay que crecer. Pero mientras tanto vamos dejando por el camino a miles y miles desde hace décadas. Porque, además, cuando hemos crecido no supimos (¿o no quisimos?) dar prioridad a lo que en campaña electoral, al menos en la última, era prioridad absoluta.

    No puedo ni debo discutir con economistas, no tengo ninguna credencial para hacerlo. Entiendo que este tipo de tributos, o de aumento de un tributo ya existente como el Impuesto al Patrimonio, podrían desestimular el pago de otros impuestos o la evasión. Que algún gran empresario no querrá invertir y que perderemos esa posibilidad. Lo entiendo perfecto. Pero tenemos que debatir sobre la desigualdad y la concentración de riqueza porque de otra forma no vamos a solucionar el espanto de la pobreza en un país diminuto como el nuestro. Es imperativa la discusión si realmente queremos cambiarlo.

    La creación de este impuesto está destinada al fracaso, al menos en este período. Es impensable que con la negativa de las máximas autoridades y un altísimo porcentaje del Parlamento esto se cristalice. Pero, si no es esto, es urgente plantear otras ideas aplicables ya. No paliativos. Acciones de impacto que cambien la vida y el futuro de los que dentro de un tiempo serán los adultos de este país. No hay excusas válidas. De otra forma, esos niños tienen el 1% de posibilidades de vivir con dignidad.

    Y otra cosa. No sé si este es el camino, quizás haya otros y mucho mejores. Pero si los 25.000 uruguayos más ricos no están dispuestos a repartir un poquitito de lo suyo para que uno de cada tres niños deje de ser pobre, me disculpan, pero qué tristeza.