¿Qué esperamos reunidos en la plaza?
Me pregunto cómo se construye el concepto de bárbaro; intuyo que se trata de un “otro” que nos resulta lejano y ajeno en términos de hábitos o de pensamiento; un enemigo abstracto, a veces indefinible; una excusa para encerrarnos tras las rejas, para construir muros, delimitar fronteras
¿Qué esperamos reunidos en la plaza?
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs por los bárbaros que llegan hoy.
Constantino Cavafis
En el video de YouTube se ven las góndolas con artículos que sugieren el pasillo de un supermercado. Más adelante sabremos que estamos en Goodwill, en el estado de Georgia. Una mujer increpa a otra: “Estamos en América, hablamos inglés” (lo dice en inglés, claro). Después marcará un número, presuntamente el del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, se identificará como Betty Jones y denunciará que allí hay dos indocumentados. Le dirá a la otra mujer: “Te deportarán”. El caso fue denunciado como un acto de discriminación contra Marina Fisher, una norteamericana de cuarta generación de origen mexicano. Por hablar español en una tienda en Estados Unidos.
¿Qué nos hace actuar de esa forma? ¿Qué convierte a una exmaestra afrodescendiente en auxiliar voluntaria de la cuestionada política migratoria de Trump? ¿Qué hace que miremos con desconfianza al otro?
Seguramente haya algo de miedo, ese temor de que el mundo esté yendo barranca abajo. La intuición de que todo lo que está por venir será peor que lo que tenemos. Quizá nos domina la nostalgia por un pasado que siempre recordamos o imaginamos glorioso. Nos domina la incertidumbre. Y eso nos sumerge en una ira irracional contra... ¿Contra qué?
Leo en las redes opiniones de compatriotas, de todos los partidos políticos, criticando las opiniones de migrantes cubanos y venezolanos que viven en nuestro país. ¿No les gusta el pasaporte? Que se vuelvan a Venezuela. ¿No votan lo que yo creo que deberían? Que se vuelvan a Cuba. Desagradecidos.
Betty Jones, los uruguayos xenófobos y tantos otros en el mundo creen que ellos amenazan con destruir nuestras costumbres y valores, nuestra fe e ilusiones. Quienesquiera que sean “ellos”. La sensación es de vértigo ante lo desconocido, de resistencia al cambio. La consecuencia, desconfianza y prejuicios. Son ellos, los otros. Pueden ser inmigrantes, una mujer con facciones mexicanas hablando español en Georgia, un cubano escuchando música al mango en el ómnibus uruguayo. Pero el “otro”, ese que viene a destruir nuestro mundo, también puede tomar la forma de un contrincante político, del que defiende una causa que no compartimos, del que sostiene un pensamiento que no es el nuestro. Ellos, los diferentes, son los bárbaros que nos convierten en Betty Jones.
La palabra bárbaros tiene hoy un sentido peyorativo que no tenía en su origen. Los griegos la usaban para describir onomatopéyicamente (bar-bar) el sonido de lenguas que no entendían. Bárbaro era aquel que hablaba una lengua que no se comprendía. Después, la palabra referirá a etnias ajenas a la cultura grecorromana, al conjunto de pueblos invasores. Y actualmente se le dice bárbaro a un pueblo o a una persona que viene de una civilización considerada primitiva o carente de las cualidades normativas que valoramos.
Me pregunto cómo se construye el concepto de bárbaro. Intuyo que se trata de un “otro” que nos resulta lejano y ajeno en términos de hábitos o de pensamiento. Un enemigo abstracto, a veces indefinible. Una excusa para encerrarnos tras las rejas, para construir muros, delimitar fronteras. Para el europeo blanco, los latinos somos los bárbaros; para los hutus imagino que serían los tutsis; para la derecha, la izquierda, y viceversa; demócratas y republicanos. Los ejemplos arrasan en este mundo polarizado.
El bárbaro puede venir de las periferias, ser pobre, negro, cubano o venezolano, pero alcanza con que tenga un pensamiento distinto, otros valores o ideología, ser el del partido opuesto, aunque se nos parezca. El que no lee, el que escucha reguetón o ve programas de televisión que despreciamos. Seguramente, es el que está al otro lado de la grieta.
Civilización y barbarie.
E invariablemente los bárbaros son los otros.
Llevado al extremo, es la mentalidad de la fortaleza asediada, y estar en contra es traición. Las opiniones disidentes pueden provocar acusaciones de simpatizar o hasta de colaborar con el enemigo, cualquiera que sea ese enemigo. Si es que existe. No es novedoso, la idea de la llegada de los bárbaros es utilizada para justificar la opresión y la represión desde siempre. El temor es una herramienta perfecta para controlar y, como estrategia retórica, resulta útil blandir los miedos a la hora de dividir. Los Putin y los Trump lo tienen claro, aprovechan la amenaza de los bárbaros para atacar o subvertir los valores de la democracia. Hay que frenarlos en las fronteras, atacar a sus periodistas, callar al que piensa diferente. Y los que disientan serán tratados como traidores. Ellos, los otros, son símbolo y amenaza, pero también son la solución a los problemas, una forma de reafirmar la autoridad y la identidad. Solo hay que aplicar la máxima: para tener una causa hay que buscar un enemigo.
El poema de Constantino Cavafis, Esperando a los bárbaros, describe a un imperio romano civilizado y decadente que espera la llegada de una invasión con inquieta impaciencia. Pero cae la noche y no llega, algunos vuelven de las fronteras y afirman que no existe la amenaza. Una nueva inquietud los gana: “¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin los bárbaros?”. El texto, de 1904, muestra cómo la sociedad utiliza la presunta presencia de un enemigo común para justificar la violencia y la opresión, para afirmar la identidad y reafirmar la autoridad. Y así, de ese miedo al otro, nacen todas las Betty Jones del mundo. Y al final resulta que a veces el temor y la paranoia eran más peligrosos que la propia amenaza.