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    A imagen y semejanza

    ¿Tienen o deben tener una moral los robots? ¿Pueden ser considerados responsables de sus acciones? ¿Nos reemplazarán en el trabajo? ¿Los seres humanos les debemos algo por el trabajo que realizan? No pretendo ser exhaustiva, estas serían solo algunas preguntas a las que tendremos que enfrentarnos

    Columnista de Búsqueda

    Miami, una ciudad en la que nada me asombra, esta vez me dejó de boca abierta. Asombroso ver la cantidad de robots que circulan por sus calles. A simple vista se ve una flota enorme de aparatos autónomos consagrados a la entrega de alimentos. Lo primero es la sorpresa, decía, y un sentimiento inquietante al verlos circular a tu lado, mirar a esos pequeños semihumanoides que se detienen en las esquinas, esperan la luz verde del semáforo y cruzan por la cebra como buenos ciudadanos.

    Se trata de una idea en colaboración entre Serve Robotics y Uber Eats, y se la presentó como una “solución sostenible para la distribución de comida en áreas urbanas congestionadas”, un proyecto que disminuiría la dependencia de vehículos y el impacto ambiental. No sé, no estoy tan segura de que la proliferación de estos muñequitos tenga más que ver con las preocupaciones ecológicas que con las restrictivas políticas migratorias de Trump,

    La circulación de los autómatas por la ciudad me hizo pensar en mis propias y escasas referencias frente a nuestro (aparentemente) cercano futuro robótico: Los supersónicos (The Jetsons), una fantasía creada por William Hanna y Joseph Barbera en... 1962. Un poco desactualizada. Aún así, mi generación y otras que le siguieron crecieron viendo a la simpática familia Sónico asistida por Robotina, la ayudante doméstica que, munida de la cofia y el delantal que marcaban su función dentro del elenco de personajes, cocinaba, sacudía y limpiaba la casa. Uno miraba Los supersónicos e imaginaba un futuro de autos voladores, de ciudades que orbitan, correas transportadoras y hologramas. Un futuro que, así planteado, nunca llegó a plasmarse, tal vez porque la ficción no tuvo más aspiraciones que las de ser una fantasía trivial hija de los convulsos años 60, un afán por imaginar un destino más amable que la Guerra Fría y la carrera armamentística en las que se vivía.

    Lo que los seguidores de Los supersónicos nunca imaginamos es que íbamos a conocer la versión real de Robotina o, por qué no soñar, que podríamos llegar a tener un humanoide como ella para ayudarnos en las tareas de la casa.

    La robótica es una ciencia que utiliza varias disciplinas y ramas tecnológicas para crear máquinas que realicen tareas automáticas y, en algunos casos, que simulen las capacidades, habilidades y aspecto de los seres humanos. Los robots empezaron diseñándose para trabajar en la industria, como Figure 02, un humanoide (aunque recuerda demasiado a Terminator) desarrollado por la empresa Figure con sede en California, que se emplea en plantas de ensamblaje de automóviles BMW, entre otras utilidades. Mide 1.67 metros y pesa alrededor de 20 kilos, y la última versión es capaz de manipular hasta 70 kilos. Su cuerpo tiene dos brazos, dos piernas y una voz que le permite comunicarse e interactuar con los humanos utilizando modelos de inteligencia artificial desarrollados por OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT. Como Figure 02, la mayoría de los robots que se producen en el mundo están destinados a cubrir puestos de trabajo en almacenes y plantas industriales. Una excepción es Neo Beta, creado por la startup noruega 1X, que también tiene aspecto humanoide y viene equipado con sistemas de movimiento avanzados, una inteligencia artificial sofisticada y un nivel de destreza y autonomía sin precedentes. Y este sí que me gusta: fue concebido para ayudar en las tareas de la casa, un mayordomo a tu servicio las 24 horas, sin días libres y sin sueldo. Neo limpia y aspira, cocina y ordena, llena y vacía el lavaplatos, riega las plantas, y quién sabe qué más hace. El sueño del pibe se podrá hacer realidad en breve por la módica suma de US$ 30.000. Por ahora, creo que seguiré yo misma haciendo las labores.

    Pero no hablemos solo de la industria y del hogar. Hoy los autómatas empiezan a invadir áreas diversas, como la restauración, por ejemplo, y donde vivo en España ya se ven máquinas que llevan y traen la comida desde la cocina a la mesa.

    Los humanoides de antes hacían movimientos torpes y, como Robotina, tenían un aspecto salido de película futurista de los años 60. Habían sido pensados para trabajar en las empresas, para cumplir funciones específicas de carga, por ejemplo, y nadie se molestó en dotarlos de una cara que pareciera una cara o de manos que parecieran manos.

    Hasta ahora.

    Porque mientras escribo miro un video que muestra otra cosa. Otra generación, otra tecnología, máquinas que están a nada de ser perfectas. ¿Perfectas, dije? Mejor sería decir que ya son casi iguales a nosotros. Se mueven con naturalidad, y su pelo, su piel, los ojos tienen aspecto humano. Es espeluznante verlos mezclarse con la multitud y que nadie lo advierta. Pueden verlos en un video de la Conferencia Mundial de Robots de 2024 de Pekín, presentados por la fábrica Ex-Robots de Dalian, China, una empresa que desafía los límites con humanoides que parecen personas reales.

    ¿Les parece escalofriante? Esperen que hay más. Leo por acá y por allá la noticia de que China se prepara para fabricar un ejército de más de un millón de androides dotados de inteligencia artificial. ¿Es real? No pude verificarlo, nadie cita una fuente confiable. Aún si ese proyecto es solo un rumor, se intuye que estamos en los albores de un cambio radical que nos obliga a revisar nuestra visión del futuro. Nos espera un mañana como el de Miami, poblado de autómatas que interactuarán en todos los niveles de lo social, lo familiar, lo laboral, en hospitales, tiendas, logística y, cómo no, en el Estado. Un futuro que amenaza con llegar ya mismo, y habrá que enfrentarlo, pensarlo, tomar decisiones. Hacerse preguntas que involucren a la informática, la neurociencia, la política, la filosofía.

    ¿Tienen o deben tener una moral los robots? ¿Pueden ser considerados responsables de sus acciones? ¿Nos reemplazarán en el trabajo? ¿Los seres humanos les debemos algo por el trabajo que realizan? No pretendo ser exhaustiva, estas serían solo algunas preguntas a las que tendremos que enfrentarnos. En la medida que las máquinas aprendan sobre la cultura y la sociedad, surgirá la obligación de pensar de qué moral dotarlas. Google, por ejemplo, dice estar integrando la ética a su IA.

    Les recomiendo leer Círculo vicioso (Runaround, en inglés), un cuento de Isaac Asimov, la historia en la que el autor planteó sus famosas tres leyes de la robótica. Este relato no es solamente una aventura de ciencia ficción, es una reflexión sobre la ética en la programación, un texto que invita a sacar conclusiones respecto de la obediencia, de las prioridades y de las consecuencias imprevistas que pueden surgir al aplicar una moral humana a un ser artificial.