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    Aprendizajes sobre salud mental en Uruguay

    En un estudio, aproximadamente el 21% de las embarazadas presentó un “caso sospechoso” de depresión, un fenómeno con diferencias socioeconómicas marcadas

    Columnista de Búsqueda

    El año pasado implementamos, junto con varios prestadores de salud, una intervención dirigida a acompañar a la mujer embarazada. Uno de los ejes centrales fue contribuir al bienestar y a la salud mental durante el proceso. Nuestra propuesta buscaba detectar riesgos altos de depresión al comienzo del embarazo, derivar a las mujeres de riesgo al sistema de salud y acompañar a todas (incluidas aquellas de bajo riesgo) a través de un chatbot de WhatsApp con mensajes informativos y promotores de hábitos saludables.

    De esta experiencia aprendimos varias cosas sobre la salud mental en Uruguay que hoy comparto a través de esta columna.

    ¿Por qué detenernos particularmente en este grupo de mujeres? Primero, porque es una muestra de la situación de salud mental que se observa en el país. Segundo, porque la salud mental materna tiene repercusiones decisivas en el capital humano, el bienestar y la productividad nacional. La evidencia muestra que la depresión y la ansiedad durante el embarazo aumentan el riesgo de problemas neurológicos y de desarrollo cognitivo en el niño y se asocian con mayor probabilidad de prematurez y bajo peso al nacer. Después del nacimiento, la depresión y la ansiedad pueden afectar el apego materno-infantil y las capacidades del niño para autorregularse y empatizar, con consecuencias de largo plazo sobre su salud física y mental.

    ¿Cuántas embarazadas tienen riesgo de depresión en el país? En nuestra muestra, aproximadamente el 21% de las mujeres presentó un “caso sospechoso” de depresión, según la escala de Edimburgo, un instrumento de tamizaje que capta síntomas como miedo, culpa, tristeza persistente, insomnio y pérdida de disfrute. De ellas, la mitad (11% del total) supera el valor de 13, lo que indica un “caso altamente probable” de depresión, que requiere atención prioritaria. Si bien nuestra muestra no es representativa del país, abarcó a 1.190 mujeres de la zona metropolitana (un 4% de los embarazos anuales), en contextos socioeconómicos diversos, lo que permite pensar que los datos no se alejan demasiado de la realidad nacional.

    Las diferencias socioeconómicas son marcadas. Entre las mujeres atendidas en ASSE (Administración de los Servicios de Salud del Estado), los casos sospechosos alcanzan el 30% y los altamente probables son el 18%. En cambio, en los prestadores privados con los que trabajamos, la prevalencia fue de 15% y 7%, respectivamente.

    ¿Qué tan persistente es la depresión detectada al inicio del embarazo? Encontramos que, de las mujeres con riesgo inicial de depresión, alrededor de la mitad termina el embarazo con un cuadro depresivo. Esto coincide con revisiones internacionales que estiman que entre el 40% y el 60% de las mujeres con depresión al comienzo logran una remisión parcial o total (ausencia de depresión) hacia el final de la gestación, incluso sin intervención clínica. Factores como el soporte social, una relación de pareja saludable, una situación económica estable o la ausencia de comorbilidades psiquiátricas aumentan la probabilidad de recuperarse. En cambio, el estrés crónico, antecedentes depresivos, violencia, ansiedad y falta de tratamiento favorecen la persistencia del cuadro.

    Nuestros datos confirman estas tendencias y muestran claras brechas sociales. Entre las mujeres que se atienden en ASSE con alto riesgo de depresión al inicio, solo un tercio termina el embarazo sin depresión. En los prestadores privados, la remisión es más alta: se da en dos de cada tres casos. Estas diferencias no se explican solo por el acceso a tratamiento, sino también por el entorno: la población de ASSE presenta una prevalencia de violencia de género del 22%, inseguridad alimentaria severa del 14% y tres de cada cuatro experimentaron un shock negativo reciente. Además, casi todas viven en hogares con ingresos menores a $ 50.000, el umbral de pobreza para un hogar de tres personas.

    Otro hallazgo clave es la brecha entre necesidad y percepción. Solo la mitad de las mujeres con depresión altamente probable sintió la necesidad de consultar durante el embarazo. Incluso entre aquellas que mantuvieron un cuadro depresivo hasta el final la proporción fue la misma. Esto revela las dificultades para reconocer el problema, la falta de legitimación cultural del sufrimiento psicológico y la percepción de que la tristeza en el embarazo es algo natural y sin solución.

    El acceso efectivo al tratamiento también es bajo: apenas el 27% de las mujeres con alto riesgo accedió a una consulta. Durante la intervención nos enfrentamos en muchas ocasiones a cuellos de botella por falta de horas disponibles de psicólogos y psiquiatras, lo que nos llevó a implementar alternativas como el teletratamiento. Sin embargo, muchas mujeres cancelaban o no lograban sostener la continuidad, reflejando así barreras de confianza, de tiempo, de expectativas o por estigma.

    La buena noticia es que, pese a estas dificultades, nuestra intervención de tamizaje y mensajería redujo los síntomas de depresión en las mujeres de alto riesgo inicial. Atribuimos este efecto, en parte, a las sugerencias de autocuidado, disfrute de actividades y búsqueda de apoyo comunitario que transmitimos a través de los mensajes. Esto confirma que las acciones para enfrentar los problemas de salud mental no deben limitarse a lo clínico: también se puede hacer mucho desde lo comunitario y lo psicosocial. El desafío está en ampliar el acceso a apoyos comunitarios y clínicos, así como reconocer que la salud mental materna es un tema central de política pública.