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El mundo es una catástrofe. El crimen organizado va cooptando las instituciones, de a una, pacientemente, y reseteando la conciencia y la memoria de la humanidad. Nos hacen creer que ha sido nuestra elección y nosotros hacemos de cuenta que es así, pero en realidad es un juego absurdo, porque a esta altura ya ni legitimación necesitan. Nos inyectaron aplicaciones, metaversos y sobredosis de entretenimiento, hasta hacernos desentender de la vida, distraídos y apabullados.
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Finalmente, con tres décadas de atraso, parece que llegamos a una nueva versión del fin de la historia, en la que cada ser viviente es fungible, y el tiempo fue esterilizado hasta volverlo irrelevante. Sin tiempo, no hay memoria, el crimen pierde espesor, la culpa carece de sentido, y la piedad, sin crimen y sin culpa, es insignificante. “Dios no juega a los dados”, sentenciaba erróneamente Albert Einstein, al referirse a la no previsibilidad de la mecánica cuántica, cuyas bases él mismo había intuido y sentado, pero que, de tanto que lo perturbaba, intentó sin éxito desarticular. La verdad, así como la belleza, no necesita explicación, y en la gran mayoría de los casos simplemente se da, como probabilidad estadística, como en un juego de azar. Claro que Dios jugaba a los dados, por eso era Dios, la contingencia necesaria que se justifica a sí misma. Los hombres, las naciones, las ideologías, las religiones exigen una explicación. Pero todo lo importante en la vida, como el amor, la belleza, la pasión por un equipo de fútbol, solo puede existir sin lógica, sin necesidad.
Hoy Dios es un jubilado. Lo jubilaron las tecnologías de la información y su prima hermana, la inteligencia artificial. No tuvo una fiesta de despedida, pero de alguna manera le reconocieron los servicios prestados, que fueron muchos, y le regalaron una PlayStation, para que se entretenga y pase sus días, que, al ser Dios, son eternos. Mientras tanto una depredación consentida se está llevando a cabo. Ya no hace falta que sea en nombre de Dios ni en nombre de nada. Es solo un juego en un universo en el que la realidad carnal y la virtual se funden y se confunden en una danza macabra.
Ahora las muertes no sangran, suman likes o puntos. El crimen organizado es esta nueva legalidad institucional bendecida y autentificada por la adhesión voluntaria de cada persona que por placer o impotencia entrega su única y última versión de la libertad: su intimidad. Y en esta nueva versión institucional, las sutilezas y las barbaridades de aquel viejo juego de poder llamado geopolítica han dejado paso a una versión degradada que se dedica a lotear al hombre tanto en la Tierra como en el metaverso, en una variación actualizada del orden mundial, que se asemeja cada vez más a un desarrollo inmobiliario. Dios no juega a los dados porque está muy entretenido con la Play y no sabe que también él fue loteado.
En nombre de Dios, de la patria, de las ideologías, de las religiones, la Tierra se regó de sangre y de dolor desde que la humanidad la ocupó. Simplemente cambiaron los ejes de coordenadas de ese lenguaje con el que se justificaba una forma de existir. Conocíamos sus códigos y reconocíamos el peligro que escondían. Pero todo aquello se extinguió, salvo el peligro, que continúa aumentando. Extenuamos cada recurso que teníamos a disposición hasta descompensarnos y logramos que la vida ya no dependa de alguien, sino de algo, que rige azarosamente el destino de los hombres y de los metaversos conocidos y por venir.
“No podés confiar en la libertad cuando no está en tus manos, cuando todos están peleando por la tierra prometida. No necesito tu guerra civil, que alimenta a los ricos y entierra a los pobres. Estás alimentando el hambre, vendiendo soldados en una rotisería”. Así gritaba el estribillo de Civil War de los Guns & Roses en 1991, cuando Fukuyama creía que la historia se había acabado con la caída de la URSS. En esa época Dios todavía trabajaba y jugaba a los dados. Por ahí le podemos mandar un whatsapp, y deja su retiro. Por lo menos con él sabíamos de qué se trataba el juego.