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La irreverencia puede ser un atributo o una condena. Para el fotógrafo italiano Oliviero Toscani era una combinación de ambas, una forma de entender la vida que lo consagró como el rey de todas las polémicas. Famoso en los 80 y los 90 por sus provocativas campañas para la firma Benetton, Toscani falleció el pasado 13 de enero a los 82 años en Cecina, en el corazón de la Toscana. Vivía cultivando olivos, produciendo vino y escandalizando con sus fotos hasta que, hace dos años le diagnosticaron amiloidosis, una enfermedad rara que puso fin a una vida políticamente incorrecta.
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En tiempos analógicos y sin redes sociales, Toscani fue el pionero de lo que hoy conocemos como imagen viral. Sus temáticas iban al nervio de las contradicciones de la sociedad, temas de alto impacto como el racismo, la contaminación y la homofobia, la pena de muerte, el sexo y las migraciones. Tabús que en aquella época le valieron censuras y prohibiciones, y que no sin sorpresa aún siguen vigentes con toda su potencia visual. Una mujer negra amamantando a un niño blanco (1989), un cura besando en la boca a una monja (1991), el cuerpo ensangrentado de una víctima de la mafia (1992).
Toscani desafió los límites de la publicidad asociando la marca a ideas y valores, nunca fotografió un producto Benetton, pero sus camisetas, buzos y pantalones se vendieron por millones, catalizados por imágenes que provocaban debates sociales, éticos y religiosos. Cada campaña era un escándalo global; unos lo aplaudían por su audacia para ahuyentar la indiferencia, otros lo cubrían de improperios por banalizar temas sensibles para vender camisetas. Fuera como fuera, sus fotos no solo eran por su tema sino por la conceptualización de la idea; poderosos fondos blancos y radicales primeros planos, asociaciones por contraste e inesperadas abstracciones.
Había nacido en Milán en 1942 en una familia que llevaba la fotografía en la sangre. Su padre, Fedele Toscani fue uno de los fotógrafos icónicos del Corriere della Sera y su hermana Marirosa (casi madre por la diferencia de edad) fue una de las fotógrafas que lanzó el diseño italiano al mundo. Su primera tapa en el Corriere della Sera la tuvo a los 14 años, cuando acompañó a su padre a Predappio al entierro final de Mussolini en 1957. Todos los fotógrafos se concentraron en el féretro, él en el rostro de Rachele Mussolini, su viuda. Su padre no lo dudó, la portada era para él. Lo que no dejó de ser un curioso guiño del destino, porque había sido su padre quien en 1945 había inmortalizado los cadáveres mancillados del Duce y Clara Petacchi en Piazzale Loreto.
Estudió en Suiza en los años 60 de la mano de grandes artistas, figuras vinculadas a la Bauhaus como Karl Schmid y Johannes Itten y a su regreso se inició como fotógrafo de moda en las revistas Elle, Vouge y Esquire. En los 70 trabajó para Valentino, Chanel e impuso los jeans de Elio Fiorucci; fotografió a Mick Jagger y a John Lennon, a Claudia Schiffer (cuando no era Claudia Schiffer) y a Mónica Bellucci (cuando no era la Bellucci). El éxito le sonreía, pero aún faltaba el decisivo encuentro en 1982 con Luciano Benetton, el gran cómplice de todas sus audacias. Toscani ideó para él un concepto, United Colors of Benetton y Luciano le dio total libertad. Fue así, que durante más de 25 años hicieron de la impostura una marca registrada, aunque en realidad aquello fue algo más complejo, porque terminó asociado al espíritu de una época. En 1991 crearon Colors, la primera revista sin noticias ni famosos, la que para despedir el año de 1997 publicó en su tapa de diciembre un preservativo rojo y blanco bajo el título “regalos para toda la familia”. En 1994 crearon la Fabrica, un centro artístico de investigación de la creatividad al estilo de la Factory de su amigo Andy Warhol. La ruptura con Benetton se produjo a raíz de una campaña contra la pena de muerte en el año 2000. De todos modos, indomable, continuó irritando a todos, como cuando en 2007 para la marca Nolita, fotografió el cuerpo anoréxico de la modelo Isabelle Caro. Era la misma demoledora violencia con la que en 1992 había registrado a un hombre muriendo de Sida rodeado de su familia. Se la equiparó a una Piedad y no faltaba razón, aquello era una bofetada a la iglesia que anatemizaba a los homosexuales a causa del virus.
La obra de Oliviero Toscani está en todos los museos del mundo, desde el Moma al Pompidou, pero además tuvo un programa de radio, publicó libros y hasta se candidateó a diputado. Fue un rebelde con alma de gamberro y por eso cruzó todos los límites, pero para los que fuimos jóvenes entre los 80 y los 90 sus imágenes tenían voz. Sí, es cierto, ayudaba a vender ropa de marca, pero lo hacía incomodando, obligando a ver lo que nadie quería ver.