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Pasó otra cumbre de mandatarios del Mercosur en la que el presidente Luis Lacalle Pou insistió en el reclamo de darle a Uruguay la posibilidad de poder negociar tratados en busca de mayores oportunidades comerciales en solitario, si es que sus socios deciden no acompañarlo. Sin embargo, el mensaje del mandatario uruguayo en Asunción corrió la misma suerte que en los anteriores cónclaves presidenciales, porque desde hace demasiados años que esas instancias del bloque regional se transformaron en un diálogo de sordos para los intereses de nuestro país. Es cierto que en esta oportunidad el gobierno argentino estuvo más afín a la postura uruguaya, pero el hecho de que el presidente de ese país, Javier Milei, haya decidido ausentarse de la cumbre no ayudó a fortalecer la posición uruguaya.
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En la insistencia y firmeza en su postura no hay nada que reprocharle a Lacalle Pou. Si su administración fracasó en lograr avances significativos en materia de inserción externa, no puede decirse que fue por falta de interés o por haber adoptado una actitud pasiva. Es que aquello de que el Mercosur es un corset está más vigente que nunca y nada hace pensar que tal realidad vaya a cambiar a corto o mediano plazo. Incluso, la incorporación de Bolivia como miembro pleno podría llevar a politizar aún más los foros mercosurianos y a ahondar ciertos sesgos contrarios a la integración con el mundo.
Por esto, es oportuno preguntarse si rever el actual estatus que tiene Uruguay en el bloque, pasando de socio pleno a Estado asociado, puede ser válido como alternativa frente a la actual parálisis.
Ese fue durante mucho tiempo un planteo casi en solitario del director del Instituto de Negocios Internacionales de la Universidad Católica del Uruguay, Ignacio Bartesaghi, y que ahora, en la actual campaña electoral, recogió Laura Raffo cuando se postuló como precandidata blanca al proponer sincerar la situación interna del Mercosur y enfocarse en hacer que la zona de libre comercio funcione de manera efectiva. También se ha manifestado a favor de esa posibilidad el dirigente colorado Pedro Bordaberry. Eso supondría dejar de utilizar el arancel externo común del bloque —que es elevado en algunos rubros sensibles para Uruguay— y volver a tener independencia al gravar las mercaderías importadas desde fuera de la región.
Es un planteo audaz, como afirmaba Raffo refiriéndose a su programa de gobierno, y no sería adecuado tomarlo a la ligera ni tampoco descartarlo de plano. Habría que evaluar en profundidad los eventuales costos y beneficios, porque, evidentemente, desarmar al menos de forma parcial lo que se instauró con el Mercosur en estas más de tres décadas de integración también puede implicar algunos dolores. Por cierto, si Uruguay diera un paso de ese tipo, tendría como mínimo que sopesar todas las ventajas arancelarias que hoy le ofrece el Mercosur. Son cuestiones técnicas y políticas muy sensibles que habría que estudiar con detenimiento y poner en la balanza. En ese sentido, de cara al próximo período de gobierno, sin importar su color político, sería sensato someter a un análisis profundo la situación de Uruguay en el Mercosur, sin dogmatismos ni posturas ideologizadas.
Con un enfoque pragmático, mucha base analítica y dándoles participación a todos los actores sociales involucrados —a los empresarios grandes y chicos de diversos sectores, así como a los trabajadores—, el nuevo gobierno debería definir una estrategia de inserción internacional para el país con mirada para los próximos 20 o 30 años, ya sea manteniéndose como socio pleno del Mercosur u optando por el estatus de país asociado si eso efectivamente abre puertas en terceros mercados. Es una reflexión imprescindible como país. Además, es justamente en este tipo de temáticas donde se deben establecer políticas de Estado que trasciendan a los gobiernos, como hizo Chile. Lo acordado debería sobrevivir a los cambios de orientación política que se sucedan en el Poder Ejecutivo durante las próximas décadas.
Está claro que Uruguay no puede aislarse ni mucho menos enemistarse con sus vecinos, pero tampoco debería quedarse de espaldas al mundo. Es hora de discutirlo en serio y de concretar de una vez por todas.