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    Sean los orientales tan pragmáticos como resilientes

    Si tanto nos sentimos orientales, nos vendría bien aprender un poco más de los que verdaderamente lo son en el mundo: los japoneses

    Director Periodístico de Búsqueda

    Los uruguayos nos decimos orientales. Así nacimos, primero como Banda Oriental y después como la República Oriental del Uruguay. Es el mote con el que cargamos orgullosos por el resto del continente y del mundo. Nos da cierta identidad, construye cultura, aunque a veces sea un ropaje que se pueda usar de formas diametralmente opuestas. Cada cual toma la orientalidad como mejor le cabe pero nadie niega de aquellos 33 orientales que pusieron un poco de patriotismo y heroicidad a nuestra niñez.

    Pues, si tanto nos sentimos orientales, nos vendría bien aprender un poco más de los que verdaderamente lo son en el mundo: los japoneses. Hay muchas lecciones que se pueden tomar de ese país al otro lado del mundo, pero hay dos que vienen a cuento en estos tiempos electorales en donde discutimos sobre nuestro futuro y en especial sobre el presente y el pasado: la resiliencia y el pragmatismo.

    Estuve cinco días en Japón la semana pasada invitado por el gobierno de ese país. Me une una vieja relación afectiva con los japoneses. Ya visité tres veces ese archipiélago asiático que para los uruguayos queda exactamente en la otra esquina del planeta. Fui a estudiar periodismo hace dos décadas, a presentar el libro Una oveja negra al poder. Confesiones e intimidades de José Mujica hace ocho años (que fue traducido al japonés y ya lleva vendidos allí cerca de 80.000 ejemplares), y ahora a conocer cuál es su situación geopolítica, en una región muy convulsionada.

    Un capítulo aparte es el aterrizaje, después de cerca de 30 horas de vuelo, en la milenaria cultura japonesa y en su estilo de vida tan diferente al nuestro, aunque con puntos en común. La tranquilidad de que todo funcione y en hora, la importancia de los detalles, la sutileza en las relaciones interpersonales y la amabilidad como forma de vida, la tecnología como un todo cotidiano, las luces de neón, pantallas y carteles de colores que sacuden la vista por las calles y las autopistas, los millones y millones que conviven casi sin mirarse, todo eso merece un abordaje especial que realizaré en otro artículo periodístico más adelante.

    Pero lo relevante en este caso es cómo Japón, a menos de un siglo de haber sido derrotado en la Segunda Guerra Mundial, de haber sufrido el ataque de dos bombas atómicas y la invasión y ocupación de una de sus islas, de estar sometido una y otra vez a desastres naturales (terremotos, tsunamis y tifones), consigue reponerse y aprende positivamente de cada uno de esos episodios traumáticos. Cómo, sin lamentos ni victimizaciones eternas, logra mantenerse como uno de los países más poderosos y ricos del mundo.

    La resiliencia es el principal secreto. Pero no sola. Tiene que estar vestida de pragmatismo y que la mirada esté puesta hacia adelante, por más doloroso que haya sido el pasado. No quiere decir que no importe, pero sí que ya ocurrió y que lo que se construye es a partir de y no abrazado a lo que ya fue. Los oriundos de la provincia de Okinawa, que visité durante dos días, tienen un concepto para eso: nankuru naisa, que significa que “no hay problema que pueda detenernos”.

    Pues así es. La isla de Okinawa, ubicada a dos horas de avión al sur de Tokio, sufrió una de las peores batallas por tierra al final de la Segunda Guerra Mundial luego del desembarco norteamericano, el 26 de marzo de 1945, que duró hasta el 23 de junio, y luego casi tres décadas de ocupación de Estados Unidos. Murieron alrededor de 200.000 japoneses, muchos de ellos se resistían al avance norteamericano y se escondían en cuevas, que eran bombardeadas. En una de ellas hasta instalaron un hospital de guerra atendido por jóvenes estudiantes de medicina que fueron asesinadas con bombas lanzadas hacia adentro del escondite. Una verdadera tragedia que recuerdan con varios memoriales.

    La ocupación norteamericana se terminó en 1972, luego de arduas negociaciones, pero Estados Unidos todavía cuenta con dos bases militares en Okinawa, una de las cuales es la más grande de toda la región asiática. Están ahí, conviven con los lugareños. En ellas trabajan 3.200 norteamericanos y 200 japoneses. Son parte del paisaje y de la vida cotidiana. Algunos se quejan del ruido de los aviones o de episodios de mala conducta de soldados pero el pueblo local entendió que podía sacar ventaja de eso.

    El embajador del gobierno japonés en Okinawa, Miyagawa Manabu, cuenta que la isla tiene programas para mandar a estudiar a universitarios locales a Estados Unidos y que mantiene un diálogo abierto y constante con las autoridades de ese país para mejorar las condiciones de vida de sus coterráneos con respecto a las bases. Hay traslados de lugar previstos en el horizonte, hay otras colaboraciones en puerta, hay hechos y no quejas contra Estados Unidos. Manda la realidad.

    Los militares que están a cargo de la autodefensa aérea en Okinawa tienen una posición similar. Su problema no es con Estados Unidos. Lo sienten como un aliado. Lo que les preocupa es el avance militar de China y algunas incursiones recientes que ha hecho ese país a cielo aéreo japonés sin autorización.

    Las amenazas son otras, son nuevas. Por más que hayan sido norteamericanos los que arrasaron con todo en su ingreso terrestre a Okinawa al final de la Segunda Guerra. Por más que también hayan sido ellos los que meses después apretaron el botón rojo para que cayeran dos bombas atómicas, una en Hiroshima y otra en Nagasaki. Es el presente de cara al futuro lo que importa a los japoneses. Un presente además en el que no pueden tener Fuerzas Armadas como consecuencia de los acuerdos de paz firmados luego de su derrota en la última guerra mundial, aunque sí fuerzas de autodefensa y aliados en los que apoyarse. Primero, la resiliencia, y después, el pragmatismo más descarnado.

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    Japón y Estados Unidos mantienen una alianza estratégica muy abarcativa en una región convulsionada y con varios peligros latentes

    Japón y Estados Unidos mantienen una alianza estratégica muy abarcativa en una región convulsionada y con varios peligros latentes

    Tienen disputas territoriales, por un conjunto de islas, con tres países en este momento. Hasta cuentan con un museo en el centro de Tokio, financiado por el gobierno, en donde explican a estudiantes y visitantes extranjeros todos esos conflictos que se arrastran por muchas décadas pero que se acentuaron después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Al norte es con Rusia, al este con Corea del Sur y al sur, el más importante, con China (islas Senkaku). Negocian y negocian con los gobiernos de esos países pero también recurren, en algún caso, a la Corte Internacional de La Haya. Posición firme y perseverancia, sin lamentos.

    El principal temor del que todos hablan off the record es la posibilidad de que China intente apoderarse de su vecina isla de Taiwán en algún momento no muy lejano. Para ponerlo en contexto, recuerdan lo que ocurrió con Rusia y Ucrania y la alianza política y militar que tienen los rusos con los chinos y con Corea del Norte.

    Para varios jerarcas japoneses tanto del Ministerio de Defensa como de la Cancillería que acceden a hablar, aunque cuidando sus palabras y sin hacerlo públicamente, Japón vive uno de los momentos de mayor tensión desde el final de la última guerra mundial. La región parece ser un volcán que está dando sus primeras señales de una posible erupción.

    China y Rusia se muestran haciendo ejercicios militares juntos, algún avión chino sobrepasa los espacios aéreos de otros países por unos minutos generando alarma y Corea del Norte sigue haciendo pruebas nucleares y aumentando su arsenal y lo enseña como un tigre que muestra sus dientes. El aire está viciado del aroma que suele anteceder a la tormenta. Así lo sienten los gobernantes, los especialistas y también una parte importante de la población.

    Por eso Estados Unidos. Japón tiene con Estados Unidos su mayor, más profunda y extensiva alianza estratégica en el mundo. No hay otro país con el que sea tan socio y amigo desde el punto de vista de la política internacional. Mantienen intercambios y ayudas mutuas académicas, económicas, comerciales, pero sobre todo militares. Ese último punto es central y se ha ido profundizando desde 1960, cuando ambos países firmaron la primera alianza, con Okinawa todavía ocupada por los norteamericanos.

    Las visitas de las principales autoridades japonesas a Washington y de las norteamericanas a Tokio son al menos una vez al año y, en los mandos medios, moneda corriente. Es como si se hubiera creado un puente aéreo estratégico entre las dos grandes potencias que supera a los gobiernos de turno, como buena política de Estado.

    ¿Cambia algo si en las elecciones norteamericanas de noviembre las gana Donald Trump o Kamala Harris? Para todos los jerarcas del gobierno japonés consultados, no, porque la alianza es tan sólida y necesaria que trasciende a cualquier cuestión ideológica. Se trata de una estrategia de defensa de supervivencia más allá de los vaivenes políticos.

    Así también lo entiende el profesor Teguso Kotani, del Instituto Japonés de Relaciones Internacionales. Lo único que podría cambiar es que Trump podría aumentar un poco más el presupuesto militar en la zona asiática, pero es un detalle menor, porque la oficialista Kamala Harris representa a un gobierno que ya ha concentrado sus fuerzas en la defensa de Japón ante las cada vez más preocupantes amenazas regionales.

    La alianza entre Estados Unidos y Japón llegó para quedarse y seguir creciendo, vaticina Kotani. No hay recuerdo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial que pueda debilitarla. Es más, ahora casi el 90% de los japoneses siente a Estados Unidos como un amigo y no como el verdugo de su pasado. Ya está. Se recuperaron, como de los terremotos, de los tsunamis, de los atentados. Otra vez, se trata de mirar para adelante con pragmatismo.

    Es una relación de ganar ganar, opina Kotani. Estados Unidos necesita tener bases militares fuertes en la región donde se concentran varios de sus principales enemigos y Japón precisa de la fuerza militar de su socio y también de sus armas atómicas disuasivas, ya que ellos no las tienen, pero Corea del Norte, China y Rusia sí.

    ¿Cuál es el secreto? Importa el pasado pero para no repetirlo. Lo hecho hecho está, por más doloroso que sea, y el objetivo es levantarse y seguir caminando, aunque sea de la mano del que antes fue enemigo. De Uruguay los japoneses saben que es un país serio, con reglas claras y que se mantiene estable en una región difícil. Hasta tiene similitudes en ese sentido. Pero sienten que sigue envuelto en discusiones eternas y que no logra sacarse el ancla de lo que hace décadas le hizo daño desde adentro y desde afuera.

    El próximo 17 de junio Uruguay será el homenajeado en la Feria de Osaka, en Japón. Seguramente viajen algunos ministros y quizás hasta el futuro presidente de la República. Sería una buena oportunidad como para que retornaran de ese viaje al menos un poco más empapados de la lección japonesa. Con resiliencia y pragmatismo, solo un futuro mejor es el que nos espera.