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De la misma forma en que reconoce que en la coalición conviven diferentes sensibilidades, Delgado se esfuerza por presentar la peor versión del Frente Amplio, como si este fuera monolítico
Una constatación: la generación que comenzó su militancia política en el final de la dictadura está alcanzando su cénit político en estas elecciones. Tal es el caso de Yamandú Orsi y Carolina Cosse, candidatos del Frente Amplio (FA) y también el del candidato a la presidencia por el Partido Nacional (PN), Álvaro Delgado.
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En su charla en los desayunos electorales de Búsqueda, Delgado recordó que fue en 1984, en el gremio del liceo, donde tuvo su primer contacto con la política. Un contacto que se prolongaría en la universidad, en donde, además de recibirse de veterinario, tuvo una intensa actividad en la política universitaria.
Poco después de quejarse del sillón que le toca en la charla (especialmente incómodo, según casi todos los que se han sentado en él), Delgado suelta una frase que explicará buena parte de los argumentos en los que asegura que votar al PN es mejor que votar al FA: “Nadie vota lo que ve desunido”. Puede ser verdad, pero si fuera algo tan evidente como él plantea, es difícil entender por qué dedica casi la mitad de la charla a denostar al Frente Amplio, en vez de dedicarlos a enfatizar los logros de los suyos. Eso también lo hace, claro, pero en una proporción menor que la que dedica a tirar piedras al rancho ajeno.
Es comprensible que en una democracia de mercado los candidatos intenten mostrarse como un mejor producto que la competencia, tal como una marca de detergente intenta demostrar que es mejor que las otras. Sin embargo, por lo general eso se suele hacer enfatizando las virtudes propias antes que señalando aquello que uno considera lo peor de los otros detergentes en la vuelta. Delgado, que es consciente de eso, cada vez que pasa a enumerar los desastres que él detecta en sus rivales políticos, abre el paraguas diciendo que no va a enumerar los desastres de sus rivales políticos. Contradictorio y llamativo como método para intentar capturar votos fuera de su comunidad, como si de alguna forma elíptica pidiera el voto al menos malo.
Consciente de que, además de pegarle al FA, tiene que vender un producto complejo (nueva etapa de lo mismo, mejorar pero sin demasiado cambio y todas las combinaciones que a uno se le ocurran al respecto), Delgado enfatiza que, cuando no, en Uruguay existen dos proyectos de país: uno, el suyo, que mira hacia adelante; el otro, el del FA, que mira al pasado. Y acto seguido pasa a desgranar un montón de datos que resumen logros del gobierno de la coalición. Ahora, de la misma forma en que reconoce que en la coalición conviven diferentes sensibilidades, Delgado se esfuerza por presentar la peor versión del FA, como si este fuera monolítico.
Delgado-Desayunos-Candidatos-2024.jpeg
Algo parecido había hecho Andrés Ojeda en su visita a Búsqueda, como si el FA no hubiera sido gobierno durante tres períodos y como si el gobierno actual no se hubiera apoyado, de manera razonable y deseable, en los logros de esos gobiernos previos. Es claro que la campaña electoral hace que cada comunidad política salga a capturar votos a como dé lugar, pero no es menos claro que un poco de matiz y sensatez deberían ser de recibo. No todos los votantes son fanáticos partidarios y, justamente, esos votantes fanatizados no son los que dudan qué votar en una elección. Es decir, no son aquellos que deben ser convencidos por aquello que los candidatos dicen y hacen.
La idea de los dos proyectos de país es atractiva en campaña electoral. Pero que sea atractiva no la hace ni realista ni deseable. Imaginemos por un instante que lo que dice Delgado es cierto: de un lado el PN y la coalición republicana, como depositarios del futuro de la nación; por el otro, el FA, representante de la reacción más obtusa. Imaginemos que cada cinco años gana un proyecto y otro, alternativamente. ¿Es inteligente tener dos políticas de, por ejemplo, infraestructuras que sean incompatibles? O, como ya ocurre, ¿está resultando sensato tener chisporroteos (no alcanzan a ser políticas) en una dirección o en otra en el tema educativo? Los malos resultados en la materia y su impacto en nuestra sociedad ¿no deberían alcanzar como para ponerse a pensar en algo más que esa gastada muletilla de los dos proyectos de país? ¿No deberían encenderse algunas alarmas en el sistema político-partidario respecto a cómo se vienen haciendo las cosas? Parece que no. Embebidos como están en la campaña, dirigiéndose casi en exclusiva a sus propias comunidades, no parece haber un candidato capaz de superar esa clase de antagonismo que se podría llamar banal.
¿Implica esto que no existen diferencias entre las distintas opciones políticas que hay? (Puedo ver a un montón de politólogos puteando y agarrándose la cabeza en este punto). Claro que existen y claro que no da lo mismo votar una cosa o la otra. Claro que hay diferencias importantes entre la coalición republicana y el FA. Pero lo interesante es que en Uruguay esas diferencias se dirimen en la arena republicana y no en los entretelones de los poderes fácticos. Si no somos capaces de reconocer ni siquiera esa fortaleza, no le estamos haciendo precisamente un favor al sistema. Y si no somos capaces de mirar en el mediano plazo, uno que sea capaz de brindar posibilidades a “todos nuestros futuros”, al decir de los ingleses New Model Army, difícilmente podamos presentarnos como representantes de algún posible futuro.
Hay algo en el “modo campaña electoral” de estos tiempos que apela de manera abierta a lo emocional y que busca potenciar la pertenencia casi tribal. De ahí que se insista en los dos modelos de país. No es una idea nueva en absoluto, la usó el FA en campaña hace más de treinta años. Lo interesante es que se siga insistiendo en ella cuando es evidente que no hay país que pueda ser funcional si los proyectos que encara el Estado se dejan por ahí o se tiran a la basura cada cuatro años. Más aún cuando ya han gobernado todas las opciones políticas existentes y todas y cada una de ellas se han apoyado en lo previo, en lo hecho antes. Lo de los modelos suena bien pero no es cierto. Quizá sea ese “modo” el que marca el discurso de Álvaro Delgado, que es capaz de ver dinámica en los propios y que, al mismo tiempo, solo concibe a los otros como petrificados. Es verdad que el FA está incurriendo en una serie de contradicciones políticas que lo hacen ver poco confiable. Pero ese es un problema del FA de cara a sus eventuales votantes, no del PN. Harina de otro costal es el plebiscito promovido por el PIT-CNT y algunos sectores del FA, que, por su alcance, efectivamente pone en peligro un montón de logros y estabilidades del país.
La papeleta que le toca jugar a Álvaro Delgado no es sencilla. Por un lado, debe convencer al elector de que los logros del gobierno podrán ser mejorados por su eventual administración. Por otro, que los patinazos, errores y problemas en los que ha incurrido el actual gobierno no volverán a ocurrir. Para poder vender futuros debe hacerse explícito el cómo, el cuánto, el cuándo y el con qué plata. Usar la campaña para hablar pestes del Frente Amplio no parece ir en esa dirección.