100%, y el marketing no ayuda. Vos podés saber qué hacer, pero el contexto, el día, la vida te llevan por otros lugares. Si yo no abarco ese tema, te puedo enseñar a usar el Excel, pero la mano no te la agarra el Excel. Podés tener todo perfecto, pero después te peleaste con tu jefe, te dejó tu marido y vos enseguida te compraste eso porque te lo merecías y ya fue, no te importó nada el Excel.
Estamos en un mundo que está bombardeado, que sabe perfectamente qué decirnos en el momento exacto, y nosotros caemos todo el tiempo. Lo que hacemos es porque todo está dado para que lo hagamos de esa manera. Después, todo lo que es gasto es demasiado fácil. Así que pensé: “Si la gente compra por los ojos, entonces el libro tiene que ser rosado, hermoso”. Siento que mucha gente lo compró porque era lindo, y después lo leyó y dijo “wow”. Algo puede ser lindo, útil y barato. Quise romper con eso de que un libro de finanzas tiene que ser de determinada manera, que para ser de finanzas tiene que ser marrón y no puede tener guantes rosa.
¿Cómo surgió la idea de escribir el libro?
Lo que quiero es que mi mensaje llegue a la mayor cantidad de gente posible, entonces voy todos los jueves a la televisión a hablar de finanzas. La editora de Fin de Siglo ve el programa, no me conoce, no tiene redes sociales y dice: “Me encanta esta chica, quiero que escriba un libro”. Entonces me escribe: “Hola, te vi en la tele, ¿querés escribir un libro?”. No me veía como escritora, pero sentía que un libro era la manera de democratizar al máximo este tema, porque vos te lo llevás, lo dejás en tu casa y justo lo vio tu tía, que no se puede separar por temas económicos, o lo dejás en tu trabajo y llega la señora que limpia de noche y lo ve. Era mi oportunidad. Pensé: “Si voy a escribir un libro, que sea lo que me hubiera servido a mí en el pasado”. Ahora la gente me dice: “Caro, es como escucharte hablar”. Eso para mí fue un gran esfuerzo. La primera vez que lo escribí, era retécnico. Después pensé: “Si no llego a fin de mes o estoy endeudada y no puedo dormir, qué me importa el estudio que se hizo en Massachusetts”. Me importa que alguien me lo explique o que me dé un abrazo. Fue escrito desde ese lugar, de entender que hay gente que necesita ayuda. La recepción fue tan grande que dije: “Wow, qué bueno que lo hice con tanto amor”. Porque fue un acto de fe.
¿Cómo decidiste que estuviera dirigido a mujeres?
Cuando me puse a escribir pensé que no teníamos un libro para nosotras. Que le quería decir a una amiga que esa decisión que está tomando con respecto a su trabajo, a su carrera o a la maternidad tiene un costo alto; que lo haga, pero sabiendo el costo. Pero no tenía ningún libro para darle. Necesitaba poder hablarles a mis hijas, a gente que siento que está tomando decisiones sin saber los costos porque nadie se los cuenta, y la literatura no estaba hablando de eso. Podía vender mucho menos si no era solo para mujeres, pero al final fue al revés, porque las mujeres necesitábamos un libro así.
Te conviene saber cuánto gana el otro. Quiero saber cuánto ganan las conferencistas porque, cuando me llaman, no quiero decir la mitad, que seguramente lo haga porque no tengo ni idea. (...) Para el empleador, tener esto como secreto es no dar la opción de saber cuánto se gana en la industria. Te conviene saber cuánto gana el otro. Quiero saber cuánto ganan las conferencistas porque, cuando me llaman, no quiero decir la mitad, que seguramente lo haga porque no tengo ni idea. (...) Para el empleador, tener esto como secreto es no dar la opción de saber cuánto se gana en la industria.
Empezás contando que antes de embarcarte en el mundo de las inversiones llegaste a un momento de shock en el que perdiste el control de tu plata. ¿Te costó exponerte así?
Creo que la única forma de aprender algo es compartiendo las experiencias. Hay días en los que pienso que la rompo con esto; paso por un local, veo gente consumiendo y digo: “Pah, qué increíble que ya me di cuenta de que nada de esto me va a hacer más linda ni más feliz”. Pero otro día veo un buzo de flores y me olvidé de lo que había dicho. Me parece importante dejar claro que este no es un camino infalible, no es una dieta keto, que tampoco creo que sea infalible. Es un camino de autoconocimiento, de entender qué es lo que a vos te hace gastar sin parar, por qué te toca tanto esta publicidad y no la otra, por qué comprás tanto para el Día de la Madre. El otro día pregunté: “¿Ustedes piensan que si compran caro quieren más?”. Yo en algún momento lo pensé. ¿Cómo le voy a regalar algo de 200 pesos a mi madre que lleva y trae a mis hijas todos los días de su vida? Pero, aunque no tengas un mango, los regalos los regalás igual. ¿Por qué tenés que tener un presupuesto tan alto en regalos? Hay que parar y pensar. Hoy en día un gesto es un gasto. Se cuantifica el amor con cuánto regalaste y gastar es sinónimo de amar. Estamos en junio y todos los meses hay un motivo para que gastes tu plata. Todos. Además, la gente no sabe lo que quiere, y si no tenés dirección, vas a parar en todos los puestitos. Yo no digo que no te compres el café todos los días, solamente te digo que en un año eso es un viaje a Tailandia pero, si vos preferís el café, no tengo nada en contra del café. Ahora, si vas a estar todos los días tomándote el café, pasando mal porque ves en las redes que todos se van de viaje y vos no…
Hacés hincapié en ese concepto, que gastar en algo implica renunciar a otra cosa.
Tenemos muy claro eso en todos los aspectos de la vida. Sabemos que si no vamos al parcial, lo perdemos. Sabemos que si yo estoy hablando contigo ahora, no estoy con mis nenas en el parque. Entendemos que una decisión conlleva hacer una cosa y no la otra. No sé quién fue el genio del marketing que nos hizo olvidar ese concepto con la plata. Creemos de verdad que esto no me va a hacer ni más rico ni más pobre.
¿Creés que esa mentalidad es algo generacional? Esto de vivir el presente y enfocarse menos en el futuro.
Es que vivir en el presente no es gastar en el presente. Ahí hay un error conceptual. Si estoy viviendo el presente, por ahí estoy corriendo en la rambla o tomando aire. No estoy comprándome algo. De nuevo, el marketing influyó en nosotros al punto de que pensemos “¿y si me muero mañana?”. Pero yo te pregunto: ¿vos te comprarías unas botas el último día de tu vida? Yo me tiraría en la playa, abrazaría a mis hijas. Me imagino que no me compraría las botas para usarlas en el cajón abierto. Hoy los jóvenes la tienen mucho más difícil, porque antes vos te comparabas con tu tía, tus cuatro amigos. Hoy te comparás con todo Instagram, con todo YouTube, y compararte te hace querer lo que tiene el otro. Está bueno empezar a cambiar eso, y como somos comparativos por naturaleza, en vez de compararnos con el otro, deberíamos compararnos con nuestra otra versión. Capaz que alguien leyó mi libro y no dejó de comprar, pero piensa: “Bueno, comparada con mi versión anterior al libro, hubiese hecho esto, y ahora no lo hice”. Quizás igual compré un día que estaba apurada, enojada, pero por lo menos me recuerdo a mí misma que vivo el hoy, no gasto el hoy.
Teniendo en cuenta el bombardeo de publicidad en las redes, ¿existen estrategias para hacer un uso más sano que no nos lleve necesariamente a compararnos o consumir?
Primero hay que identificar qué cuentas y personas te hacen sentir que necesitás lo que ellos tienen. A mí me pasa. Identifico que las chicas que se hacen tres horas de skincare por día me generan la sensación de que soy una fracasada, porque a duras penas le puedo lavar los dientes a la nena. Y me digo: “¡Estas chicas tienen tres horas para hacerse skincare!”. Entonces las borro. Si sigo influencers que todos los días vienen con ropa divina, que me encanta todo lo que se ponen, pero en el fondo sé que se lo regalan y que me están influenciando, los borro. Me pasa con mi hermana, que me manda promociones. Le digo: “No me mandes más, no tengo ganas de a las tres de la tarde ver estas promociones”. La gente saludable me genera lo mismo. Pienso: “¿Cómo hizo?, ¿cómo el nene llevó esta comida a la escuela? ”. No entiendo. Imaginate que las redes son una puerta. Si les dejás la puerta abierta, entran. Si la cerrás, no entran.
Muchos temas están dejando de ser tabú, pero preguntarle a alguien cuánto gana sigue causando incomodidad. ¿Deberíamos hablar más sobre nuestros salarios?
Te conviene saber cuánto gana el otro. Quiero saber cuánto ganan las conferencistas porque, cuando me llaman, no quiero decir la mitad, que seguramente lo haga porque no tengo ni idea. Es importante saber cuánto gana el de al lado. Para el empleador, tener esto como secreto es no dar la opción de saber cuánto se gana en la industria. Y si yo sé que en otra empresa ganan más, no significa que me vaya a ir, porque a mí me pueden gustar otras cosas: la gente, la flexibilidad. Si me entero de que en otro lado ganan el doble pero tienen cosas que no me copan, no me voy. Veo muchísimos casos de gente que no sabe cuánto gana o cuánto debe su pareja. Si lo hablás, podés generar un plan. Si no, no aprendés lo que hizo el otro, cómo salió de una deuda. A alguien le convenía que esto fuera un tabú, porque no tiene sentido.
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Mauricio Rodríguez
Uno no entiende exactamente cómo funciona un avión y de todas formas se sube. ¿Hay que entender sobre inversiones para empezar a invertir?
Pasar de ser gastadora a inversora es pasar de gastar a ganar. Me causa gracia porque muchas de nosotras nos hemos subido en pedo a un taxi que no sabemos del tipo que nos está llevando a nuestras casas. Ni te digo la gente como yo que ha hecho dedo durante años de su vida. Pero la gente dice “invertir tiene riesgo”. Riesgo tiene respirar, vivir. El riesgo está desde el momento en que te levantás de tu cama. No me gusta que se le ponga a la inversión tanta presión. Se piensa: “Yo no entiendo nada de esto”. No entendés nada de millones de cosas y las hacés igual. Hay que probar, como el primer día que manejaste, que seguramente no lo hiciste del todo bien. El libro es importante en el sentido de que a las mujeres nos cuesta mucho hablar de algo que no tenemos ni idea, entonces, con un libro al menos sabés lo que es tasa de interés, interés compuesto. Y cuando entendiste, así como con la libreta, hay que salir a manejar, porque invertir es la manera de llegar más rápido a tener más plata. No te tengo que decir yo cuál es el riesgo de manejar en la ruta, cuánta gente muere todos los días. ¿Vas a dejar de manejar por eso? Podés no invertir, vas a demorar más tiempo en llegar al mismo lugar y vas a perder plata en lugar de ganar. Hay una frase que me encanta: si te hacés rutina de skincare para envejecer con dignidad, hacé lo mismo con la plata. La realidad es que con el skincare estás previniendo no sé qué, porque que no tengas canas o arrugas a los 90 no sería lindo, sería raro. Pero vas a estar bien y queda lindo si llegás a los 90 con plata. Es muy distinta la vejez con (plata) que sin plata. Las arrugas las vas a tener igual.
Casos como los de Conexión Ganadera parecen aumentar esa aversión al riesgo.
Quiero hacer un estudio de ese tema. De vuelta, nadie te dice “no me voy a ir a Rocha por el accidente de tránsito del otro día, que se murieron cuatro personas”. Y es mucho peor morirse que perder plata. ¿Por qué cada vez que se habla de inversiones la gente lo asocia con algo malo? Mi misión en algún punto es esa: que pensemos por qué asociamos las inversiones con algo negativo cuando es la única ruta que te lleva a un lugar positivo, y no nos pasa con otras cosas que también tienen riesgo y que las vemos todo el tiempo.
¿Recomendarías invertir en criptomonedas?
Las cripto es un instrumento en el que, para mí, no podés tener más del 3% de tu patrimonio. No estoy especializada en cripto, pero creo que no está mal aprender y tener una parte chiquita en eso, porque es verdad que tienen la posibilidad de subir bastante. Es un mundo que vino para quedarse y, como cualquier instrumento, está bueno aprenderlo, pero entendiendo que tiene extrema volatilidad, que obviamente no es para tu fondo de emergencia, pero como algo de largo plazo no me parece una mala opción.
Abundan los consejos sobre cómo dividir las finanzas en pareja. ¿Qué aconsejarías?
Primero, hay que hablar. Es más importante el historial crediticio que el historial amoroso de tu pareja. Está bueno sentar las bases y los no negociables de cada uno, y que cada uno se sienta cómodo con cómo está la partición. Está bien ahorrar en pareja, pero también tener plata para hacer lo que quiera, porque uno no deja de ser individuo. Aunque mucha gente me diga “nosotros tenemos todo junto y cada uno hace lo que quiere”, no es lo mismo un fondo personal que un fondo familiar. También ver cuánto gana cada uno y cuáles son los gastos. Conozco parejas donde la mujer piensa: “Yo no aporto nada, él pone el alquiler, los colegios y yo pongo el súper”, pero al final se suma y esa persona puso el 100% de lo que ganaba en papel higiénico, la comida, mientras que capaz la otra persona puso el 50%. Y no tenés mínima maniobra para nada. No hay que desvalorizar el “pongo todos los días un poquito, pero no estoy pagando los gastos grandes”. Hay que ver cuánto pone cada uno y cuánto repercute eso en su sueldo y lo que tiene.
Sos de usar remeras floreadas, un estilo que uno no asocia a expertos que hablan de economía. ¿Cómo construiste esa imagen y qué buscas proyectar?
Se puede hablar de esto vestida de flores, de championes o con el jean roto. No tengo que vestirme para hablar. Para mí fue recontradifícil unir los dos mundos, el financiero con mi personalidad, simpática, de encontrar ejemplos divertidos para hablar de economía. No podía unir esos mundos porque seguía con la idea de que no iba a parecer profesional. A pesar de esos miedos, hice @Holasoycaro tímidamente, como un hobby. En esa red me mostré como realmente soy. De a poco empecé a meter a esa Caro en mi trabajo; a vestirme como me visto, a hablar como hablo. Me di cuenta de que la gente necesitaba hablar con gente normal, que tenía al economista en un lugar que me hacía pensar que yo no debería ser economista, porque ese prototipo no tenía nada que ver conmigo. Me encanta ser economista, entonces, ¿por qué no podía unir los dos mundos? Hoy le saqué la carga a la vestimenta, me demandaba demasiado tiempo y plata. Tengo la ropa de flores que me compré hace tres años y es la ropa que va. Yo no quiero perder. El otro día fui a dar una charla sin maquillaje, con el pelo mojado, vestida como siempre, y sigo pensando en lo más profundo que por ahí estoy faltando el respeto por estar así. Pero juro que si tenía que venir bien peinada, maquillada y vestida no solo me iba a salir caro, sino que iba a tener que dejar de trabajar temprano. ¿Por qué un tipo sale de bañarse y va a dar la charla y yo tengo que generar tres horas de tiempo y 3.500 pesos? No me sale tan natural, sigo pensando que a ciertos lugares tengo que ir con cierto estilo, pero también pienso que eso me sale muy caro. Es una forma de hacer lo que pienso y digo.
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De gastadora a inversora, de Carolina Sur, editorial Fin de Siglo, 144 páginas, 590 pesos.