¿Quién es Guido Manini Ríos además del político y militar con casi cincuenta años de carrera, bisnieto de Pedro Manini Ríos —líder histórico del Partido Colorado—, comandante en jefe en 2015 —destituido por cuestionar a la Justicia a raíz de las condenas a Gavazzo— y fundador de Cabildo Abierto, partido con el que fue electo senador en 2019 y gracias al cual pasó a formar parte de la actual coalición de gobierno?
Como uno de los candidatos a la presidencia, se está moviendo y mucho; si no es una convocatoria de la vicepresidenta Beatriz Argimón, es su gira por el país al teléfono. Tiene 66 años; hay que reconocerle la resistencia y el rendimiento, atributos dignos de un paracaidista —en varios sentidos— y padecidos por sus asistentes de campaña. Con algo de voluntad, detrás de las ojeras y el cansancio se pueden notar algunos rasgos que hacen recordar a los del prócer.
Entre piedras de Artigas, espejos que agigantan el ambiente, la vista hacia el Río de la Plata que se impone más que cualquier cuadro y el sonido de los caireles de una sofisticada araña, Manini, la oveja aurinegra de la familia, habla sobre su linaje —presente desde vaya a saber qué rama de su árbol genealógico en los distintos portarretratos del living—, cuenta algunas anécdotas de su infancia y de su vida militar, y reflexiona sobre la actualidad de la política y el país, algo apesadumbrado no por el paso del tiempo, sino por las condiciones en las que se presenta eso a lo que llaman futuro.
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Adrián Echeverriaga
¿Cómo festeja su cumpleaños?
Cada vez lo festejo con menos ganas. El último cayó entre semana, tenía que exponer en la Cámara de Comercio, recién después de eso salimos para Artigas. Pasé la mayor parte del día haciendo carretera, pero no siempre me voy para afuera, fue circunstancial. Normalmente mis festejos tratan de ser tranquilos; alguna cena en familia, con mis hijos, con Irene, cuando estaban los suegros, con ellos también.
¿Le pesa que pasen los años?
No, la llevo bastante bien. Me gustaría no cumplir, pero…
Es el octavo de nueve hermanos, todos de Nacional. ¿Cómo sobrevive a eso un hincha de Peñarol?
Mi abuelo Pedro Manini Ríos fue uno de los fundadores de Nacional allá por 1899. Todavía hay un cuadro suyo en la sede como presidente honorario. Toda la familia era de Nacional hasta mayo del 66, cuando con siete años vi a Peñarol salir campeón de América en una final muy heroica. Iba perdiendo 2 a 0 y terminó ganando 4 a 2. Todo el barullo ese me convenció. A partir de ahí el único de Peñarol de todos mis hermanos fui yo, pero no nos peleábamos por eso. Íbamos a la cancha cuando era más joven, iba con amigos pero también con mis hermanos, a la Olímpica. Cada uno hinchaba por su cuadro. Ahora ya no voy, o voy de vez en cuando si hay alguna invitación o un motivo especial.
¿Qué recuerdos tiene de la casa de su infancia?
Hasta los 18 años viví en Carrasco, después me mudé al Centro. Era una casa muy grande, dos casas en realidad, que se compraron por partes, con un amplio jardín al fondo. Teníamos sueltas tres águilas a las que al principio se les recortaban las alas para que no volaran, pero después se las dejábamos enteras y no se iban. Estaban ahí desde que tengo memoria. Era un águila mora, una más negra y otra rara, gris clara con el pecho blanco. Mi padre era muy bichero, le encantaban los animales y las plantas. Era muy amigo de la gente del zoológico de Minas y cuando pasaba por ahí se venía con un animal. Una vez apareció con una cría de leopardo, era un gatito precioso. Lo tuvimos un buen tiempo hasta que empezó a crecer y lo devolvimos al zoológico. Hubo animales de todo tipo: una zorra, una pecera con víboras, media docena de perros, gatos… Hasta llegamos a tener un pingüino. Era una época de mucho frío, teníamos un estanque y ahí estaba el pingüino.
¿No heredó lo bichero?
Sí, claro, a mí me encantan los animales. Pero desde que vinimos al apartamento no tenemos. Llegamos con una perrita, la tuvimos años hasta que se murió. Y por todo lo que significa tener un perro siendo que nos vamos al interior y estamos una semana sin volver, ¿qué hacemos con el bicho? Por eso no tenemos, pero si por mí fuera, me encantaría.
¿En qué momento lo cautivó la política y cuándo empezó a desmarcarse de las históricas raíces coloradas de su familia?
Empezó con mi abuelo Pedro Manini Ríos, que fue una figura significativa dentro del Partido Colorado (PC), de total confianza de Batlle y Ordóñez, al punto que cuando este dejó la dirección del diario El Día —su trinchera de batalla— para asumir la presidencia de la República, se la dio a mi abuelo. En su segunda presidencia lo designó ministro del Interior. Mantenían esa relación hasta que se pelearon cuando Batlle y Ordóñez introduce el colegiado. Mi abuelo entendió que era una mala idea, como se terminó demostrando después cuando se instaló. Ahí rompen el vínculo, nace el movimiento anticolegialista y se crea una nueva fracción dentro del PC que era la del general Fructuoso Rivera. Tuvo un presidente y mi abuelo fue candidato para el siguiente período, y pierde por poco con Terra. Su desligue dentro del partido marcó un precedente. Y después estaba mi madre, nieta de uno de los principales coroneles de Aparicio Saravia, Abelardo Márquez. Era blanca como hueso de bagual, pero en aquella época cuando se casaban, la esposa pasaba a votar al partido del marido. Siendo así te imaginás que las conversaciones en casa no eran de fútbol, ni de arte ni de nada que no fuera política o historia.
¿Pero a usted le interesaban esos temas?
Mi padre nos inducía a leer sobre todo eso. No nos daban libros de cuentos, nos daban libros de historia, nos compraban atlas. Yo iba a pedirle plata para comprar figuritas y él me preguntaba: ¿quién era el ministro de Economía de Luis XIV? Si no sabía, me mandaba a averiguar y después me daba la plata. O preguntas de geografía: ¿entre qué países está Bulgaria? En aquella época era mucho de memoria. De ir, leer y decirle.
¿Alguna vez dijo: “Yo quiero ser presidente de la República”?
No, de chico no tenía esas locuras. Rumbeaba para el lado de las matemáticas, era muy bueno, tal vez hubiera sido ingeniero, algo que no tuviera nada que ver con el dibujo porque soy horrible. Pero con 13 años se me antojó ser militar.
¿Cuál fue su primer trabajo?
Mis primeros trabajos eran los que me asignaban en la escuela militar, ya con 16 años; limpiar un baño, armar una carpa, vivíamos permanentemente trabajando. Fui remunerado a partir de que salgo de oficial. No tuve empleo por fuera de la carrera.
¿Y en qué gastó su primer sueldo?
Era alférez con 20 años, me había tocado en San José, y la plata la precisaba para la nafta, ir a tomar una cerveza, al club, para ir a un baile, poca cosa más. Con aquel sueldo, que no era un buen sueldo, me sobraba. No tenía mayores obligaciones. Mi padre ya era fallecido y mi madre vivía en Montevideo. Iba a visitarla todos los fines de semana. Gastaba en regalos para los cumpleaños de ella y de la familia, y en algo de ropa.
Su padre se suicidó cuando usted tenía 12 años, ¿qué entendió en ese entonces?
Me entero cuando se muere, por crónicas que hicieron en los diarios, que era una persona muy bohemia. Siempre vestía medio desaliñado. Era un tipo muy soñador, mejor dicho, muy idealista. Confiaba en la gente. Era abogado pero nunca ejerció, tuvo un pasaje por la política dentro de un grupo de intelectuales que promovían a Benito Nardone, un líder ruralista que instituyó un concepto que casualmente yo retomo más de medio siglo después, los cabildos abiertos, convocatorias en las plazas para discutir temas. El nombre (del partido) no lo busqué yo, sino que alguien lo propuso y a mí me encantó por esta coincidencia. Pero mi padre se termina separando y crea un partido nuevo, otra similitud con lo que yo hago más de medio siglo después, que se llamó Unión Democrática Reformista, partido menor que sacó dos diputados, entre ellos, mi padre. Después se dedicó al periodismo, que retomó mi hermano no hace mucho. Son todas historias que se repiten. Mi padre fue básicamente eso, un hombre muy francófilo. Era uno solo y nosotros nueve hermanos, para mí nunca estaba disponible.
¿Pero cómo se trató o se trata el tema en la familia?
Uno tiende al principio a no hablar de eso, a tratar de no meter el dedo en la llaga porque siempre vienen las culpas. ¿Por qué no habré visto la señal? ¿Por qué no estuve con él el día anterior? Y todas esas cosas que surgen naturalmente. Yo creo que es algo muy lamentable, en definitiva, fruto de una enfermedad, una depresión, que también está entre las enfermedades que se llevan la vida de la gente y se han ido agravando en el país. En la vida militar, cuando había un suicidio, a las pocas horas o días había otro y después otro. Es como contagioso, aunque parezca poco científico decirlo. Entonces se trata de aislarlo para evitar una secuencia así. Hoy entendemos que eso no es funcional, yo creo que hay que hablar, sí, pero incluso hoy la mitad de la gente no habla de sus problemas con nadie.
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Adrián Echevrriaga
¿Hace terapia?
No. Si entendiera que la necesito no tendría problemas, pero yo siempre entiendo que no la necesito, aunque todos los que están al lado mío capaz entienden que sí.
¿A su mamá cómo la recuerda?
Mi madre era una maestra que se dedicó a criar a sus hijos, murió hace poco, con 99 años. La recuerdo con mucho cariño, siempre preocupada por mí. Nunca dejé de ser Guidito para ella, ni siendo comandante del Ejército. Su último gesto antes de morir, me acuerdo cuando la meten en la sala de operaciones, fue hacerme el saludo militar. Con la mano izquierda me lo hace.
¿Siempre quiso ser padre?
Me hubiera gustado una familia numerosa, con muchos hijos. Pero mi señora es hija única y a ella le gustaba tener un hijo, máximo dos. Logré el máximo, dos. Una nena y un varón. Siempre tratamos de que sean buenas personas, insistiendo en que la vida no es tener, sino ser, porque el día que uno se agarra mala fama por lo que sea después no se la saca más. Tratamos de tenerlos siempre lo más cerca posible, que nos cuenten sus problemas. Reconozco que en lo personal he estado muchas veces ausente. Un año entero en Mozambique, seis meses en Irán, que no vi nacer a mi hija, y estando acá en Uruguay también, muchas maniobras en todo el país… No fue una vida familiar normal.
¿Y ahora cómo recupera el “tiempo perdido”?
No tengo más tiempo ahora que cuando estaba en actividad. Sé que tampoco lo estoy haciendo, pero me encantaría hacerlo, por supuesto. Y cuando tengo oportunidad, algunos días libres en verano, trato de que estemos lo más juntos posible, pero no es fácil. Todos tenemos actividades y ahora más grandes ellos también están en la de ellos.
Hablando de mala fama, ¿le parece que le construyeron un personaje?
Pienso que sí, mi imagen está muy distorsionada. A veces por prejuicios teñidos de lo ideológico, a veces por falsas creencias o informaciones erróneas. Yo fui militar 46 años, me enorgullezco de haberlo sido y me voy a morir siendo militar, aunque esté retirado. Eso ya cae mal. Hay un mundo visceralmente antimilitar, que le tiene cierta fobia a todo lo que yo represento y ya me ponen como símbolo de todo lo que ellos odian. Veo la virulencia, el envenenamiento del comentario en las redes, con informaciones equivocadas, como que yo vestía el uniforme cuando tal cosa… Me ponen donde jamás estuve y me hacen hacer lo que nunca hice, todo por tratar de dar manija, para generar un personaje poco querible en la sociedad y de esa forma pegarle políticamente también a lo que está detrás de mí. Soy el referente principal de un partido con características muy especiales, y desacreditándome a mí, le pegan al partido entero. Hay muchos que tienen especial interés en debilitar a este partido.
¿Y en algún punto le sirve el personaje?
En los tiempos que corren la figura militar, para una buena porción de la gente, no va en contra, al contrario, va a favor. Representa autoridad, un poco de orden cuando lo que prima es el caos, la ley de la selva, que los más débiles están cada vez más desprotegidos. Hay un público para el cual soy satanás y otro para el que soy aceptable, porque represento lo que ellos entienden que hoy hace falta.
¿Qué le gustaría que dijera la gente?
Queda mal que yo lo diga, pero me gustaría que reconocieran mi permanente preocupación por el más débil. Preocupación que no nace con la política; yo tenía veintipocos, estaba en la escuela de formación de soldados y ayudaba al que tenía que viajar a Treinta y Tres y no le daba para el pasaje. Siempre me preocupé por que los más embromados estuvieran lo mejor posible, me gustaría que algún día alguien lo reconociera, pero honestamente no lo estoy pidiendo. No corresponde que uno pida nada, la gente que me conoce lo sabe bien. El tema de las deudas, de las adicciones, que no deforesten las mejores tierras del país… El problema es que la inmensa mayoría no me conoce y se queda con la caricatura que hacen de mí, que políticamente le sirve a muchos.
Y la caricatura, ¿hasta dónde se la puede tomar con humor?
Lo que he aprendido en esta vida es a engrosar la piel. Las agresiones a veces me causan risa, demuestran que estoy molestando. Yo siempre le digo a Irene que esta es una carrera en la que lo primero es llegar vivo. Si uno se entrara a amargar por todas las sandeces, las hostilidades, no aguanta. Con nosotros son particularmente duros; si mirás mis redes sociales, yo nunca agredo a nadie, mientras hay legisladores que tienen estilos muy agresivos. Que busquen a lo largo de toda mi carrera, de mi vida, jamás hablé mal de nadie. Soy lo más educado que hay y, sin embargo, conmigo hay una hostilidad inusitada.
Durante su educación militar era bastante indisciplinado...
Sí, en los cuatro años de la escuela militar casi nunca salí. Vivía preso, me perdía las vacaciones. Fui de los más presos de todos. Y después, a lo largo de mi vida tuve varios incidentes con superiores que me generaron arrestos de 20, 15 días, que había que cumplir a rajatabla y no podía volver a mi casa. La más pública fueron los 30 días que me puso Tabaré Vázquez, fue la última sanción de mi carrera. Eso te forja, y es parte de mi personalidad, eso de no callarme la boca si entendía que había que protestar por algo.
También sufrió varios accidentes a lo largo de su carrera.
Tuve un accidente dando clase con una granada que me costó un dedo y me destrozó las manos. Yo había separado el cuerpo de la espoleta y lo que me reventó entre los dedos fue la espoleta. Tengo la palma de la mano llena de puntos negros, es pólvora. Nunca me la pudieron sacar. Fue la clase más real que pudieron haber recibido. Después, cuando era comandante del Ejército, durante una práctica de paracaidismo un oficial murió y la Justicia estaba a punto de decretar suspender los saltos. Podía ser fatídico para el batallón de paracaidistas, entonces mi decisión fue saltar todos al día siguiente y yo saltaba primero. Se filmó, fue a la prensa y al final el juez no dictó la prohibición. Después, accidentes personales menores. Un día quedé colgado de un eucalipto enredado con el paracaídas, caí de cuatro metros. Si hubiera quedado en la punta, allá arriba, me mataba.
Y todo lo puede superar/gestionar sin terapia.
A mí lo que más me amarga la vida es cuando los cercanos a mí, los que fueron amigos míos durante muchos años, por un tema de ambición personal traicionan la confianza. Eso lo veo repetidamente, sobre todo en este mundo de la política donde uno por buscar su camino es capaz de matar a la madre. A este tipo de cosas todavía no me adapto. Es lo que más me duele. Pero toda la vida uno tiene que ir soportando golpes. Yo perdí cinco hermanos.
¿Cómo se imagina un Uruguay dentro de 20 años?
Con el panorama actual, si no se hacen cambios drásticos, me imagino un Uruguay muy malo, con serios problemas de difícil solución. Por ejemplo, están naciendo menos uruguayos de los que mueren; un problema demográfico que si no lo atendemos, el Uruguay directamente no va a ser viable en pocos años más. Una juventud que está cada vez más perdida, adicción a las drogas, una familia cada vez más destruida, una enseñanza cada vez de menor nivel que no te prepara para las exigencias del mundo laboral actual… Un deterioro del tejido social donde la palabra ya no vale nada. Un encerramiento de la gente en sí misma; el mundo es el celular y cada vez a la gente le importa menos lo que pase alrededor. El mundo está cada vez peor, y si no generamos los cambios necesarios, el futuro será mucho peor que el presente, que ya es bastante malo. Con este mensaje de optimismo, termino.