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    El vuelo del Cardenal

    Javier Domínguez canta tangos.

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    También guitarrista y arreglador, suele huir de los estereotipos e incursionar —feliz, con su registro atenadorado, su impecable afinación, su expresividad y su fraseo suave— en el vals, la milonga, la vidalita, clásicos tangueros a los que incorpora aires andaluces y hasta con grupos de rock.

    Nació en 1969, en Villa del Parque, y después de quince años de ruido y apuro asentado en la esquina de Sarmiento y Montevideo, pleno centro porteño, se casó, tuvo un hijo y se fue a vivir al campo, a las afueras de Marcos Paz, al oeste de Buenos Aires y a casi 50 kilómetros de la capital federal:

    —Cuando vivís más en contacto con la naturaleza te das cuenta de que la ciudad te impone algo que, en realidad, no necesitás. Se te acentúa el gusto por lo sencillo. Yo creo mucho en el aporte de lo criollo a un tango que nació entre los inmigrantes. Por eso Gardel es el mejor, porque nunca dejó de ser un cantor nacional. Esa parte se perdió en la década de 1940, cuando el bandoneón se hizo rey y el piano desplazó a la guitarra. El tango urbano se volvió más quejoso y lo criollo siguió siendo… ¿cómo te voy a decir?… más anarquista.

    Con 47 años y ya una trayectoria larga y ecléctica, hoy se lo ve como uno de los mejores de la actual generación. Eso sí: todo el mundo lo conoce por el apodo El Cardenal, herencia del Secundario, cuando usaba peinado pop y arito en una oreja, y un compañero le dijo: “Parecés uno de los cardenales del patio de mi casa”.

    —Llegó un momento en que me anunciaban como Javier Domínguez. Los amigos: “¿Por qué no tocaste?”. Y yo: sí, boludos, salió en todos lados. Y ellos: “Pero si no ponen ‘Cardenal’, nadie te conoce”. A mí me molestaba; me sonaba a César “Banana” Pueyrredón o hasta religioso… como los curas truchos.

    Con esa mezcla rara de folclorista y roquero, terminó haciéndose un nombre en el tango arrancando, chiquilín todavía, en el under:

    —Iba con mi guitarra a los boliches fuleros y le daba a las canciones de Pescado Rabioso, un grupo punk de locos, junto a Tu vieja ventana, un vals que mi viejo le cantaba a mamá en serenatas.

    Nadie entendía nada, aunque su voz, que recordaba a Ángel Vargas, atraía.

    Hasta que fue ajustando el repertorio, se metió en la movida subterránea, de aroma off, de Parakultural y cantó con Tangata, Tape y El Arranque —antes que Ardit—, algo así como la nouvelle vague del tango, y más tarde con grupos u orquestas reconocidas, caso del Sexteto Mayor, Sans Souci, Los Reyes del Tango y la Orquesta de la Ciudad de Buenos Aires, hasta formar Trío, en el que lo acompañan sus amigos, y excepcionales guitarristas, Hernán Reinaudo y Ariel Argañaraz.

    Hoy, su repertorio sigue la idea de la mezcla, pero el tango y sus parientes cercanos se hicieron lugar de privilegio: Olvido, Marioneta, Soledad, Trenzas, Los cosos de al lao, Malena, Cristal, Moneda de cobre, Alma de loca, Pompas o De puro guapo, Milonga triste —de Manzi y Piana—, La milonga del alucinado, el vals Tu pálida voz y la chamarrita de su autoría En tu cara (“¡me salió muy Zitarrosa!”).

    Y ya no se detiene: se siente maduro, feliz y con ganas: acaba de sacar un disco con varios de los temas mencionados, con arreglos extremadamente audaces, junto al pianista Juan Pablo Gallardo, el guitarrista Argañaraz, el bandoneonista Gustavo Paglia, el pianista Roger Helou y una bailaora flamenca.

    Viajó por América Latina, Japón y varios países europeos. Grabó decenas de discos y hoy se desdobla del modo que el periodista Andrés Casak definió muy bien: “Se podría decir que le pasa lo mismo que a Luis Almirante Brown, aquella entrañable criatura de Capusotto que se debatía en una vida artística dual. Todas las noches, Cardenal sale maquillado, engominado, chaqué, capa y bastón al escenario de una casa para turistas, frente a quienes caracteriza a Gardel; más tarde, en cualquier tanguería, canta como uno de los más genuinos fenómenos del tango actual”:

    —Es como una descarga. En la tanguería me siento a cantar rodeado de amigos, cierro los ojos y me olvido de todo.

    Y sigue fiel a viejos amores: no ha dejado de ser la voz invitada con frecuencia de Acorazado Potem­kin, un grupo roquero que tocó en Montevideo y con el que grabó Reconstrucción.

    —Estoy en el tango, pero sigo variando, buscando y, sobre todo, estudiando. Ese es mi aporte. Como me dijo Charly García: “No entiendo a los músicos que no leen música de todo tipo. Eso no te va a matar el ángel”.