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El hombre recibe un paquete en su oficina. Se lo entrega la secretaria, quien a su vez lo ha recibido de un empleado del correo. Los dos intercambian comentarios banales sobre el trabajo y el comienzo de la jornada, y luego el hombre se lleva el paquete al escritorio. Toma un abrecartas, corta la cinta que sella el paquete de cartón y entonces todo estalla. La oficina queda arrasada y el hombre muere a consecuencia de la explosión. Comienza Manhunt: Unabomber.
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Para cualquiera que conozca la historia de Ted Kaczynski, más conocido como Unabomber, era claro que en algún momento la ficción se iba a interesar por él. Kaczynski, un genio de las matemáticas que, tras convertirse en el profesor asistente más joven de la Universidad de California en Berkeley en 1967, renunció a su cátedra sin dar explicaciones en 1969 para luego desaparecer del mapa. El genio, el profesor cerebral y comprometido con su profesión, resultó responsable de 16 atentados con bomba, realizados entre 1978 y 1995. Estos dejaron como resultado 23 personas heridas y tres muertas. Y a un señor diagnosticado con esquizofrenia (algo que él mismo rechazó), cumpliendo prisión perpetua en una cárcel de alta seguridad de los EE.UU.
La miniserie, producida por Discovery Cha-nnel y estrenada hace unos meses en Netflix, resume en ocho capítulos el proceso de detección y captura del terrorista que durante casi dos décadas logró permanecer fuera del radar del FBI. Siempre según la serie, fue gracias a la intervención de Jim Fitz Fitzgerald y sus entonces novedosos métodos de análisis de texto que se logró detener al peligroso criminal. El dato es real: efectivamente, la investigación del FBI incluyó las técnicas desarrolladas por Fitzgerald (y que desde entonces serían incluidas como parte del análisis de conducta que la agencia federal de EE.UU. realiza en sus casos), pero no es exacta su dimensión, realzada en la ficción. Varios investigadores del FBI han señalado que es absurdo creer que las técnicas más o menos experimentales de un solo agente pueden ser el motor único de una investigación que duró años e involucró a cientos de policías federales. Todo sea por el bien del drama, parece haber sido la apuesta de Discovery, que coloca al Fitz protagonizado por un excelente Sam Worthington en el centro de la resolución y hasta se atreve a agregarle algunos desvíos de carácter de los que carece el agente real.
Pero esto es una serie, no un documental. Y por más basada en hechos reales que sea, la ficción tiene unas dinámicas dramáticas, propias del lenguaje, que deben cumplirse si se quiere atraer la atención del espectador. Y lo cierto es que Manhunt: Unabomber cumple perfectamente en ese rubro: la acción es siempre impulsada desde los diálogos. No hay en la pantalla más tensión que la de los descubrimientos, metódicos e imaginativos a la vez, que va dejando la investigación con su avance. Es interesante además la forma en que son cruzados los tiempos en la serie. Al tratarse de una historia con final conocido, los ocho capítulos no responden a una obvia secuencia cronológica sino que se desvían hacia explicaciones en clave de flashback, que terminan alimentando el proceso de investigación, aclarando alcances y motivos de quienes en ella aparecen.
Manhunt: Unabomber también funciona como un análisis más bien despiadado de las dinámicas internas del FBI, mostrando cómo las jerarquías suelen pesar más que los datos. O que la política siempre se termina cruzando en el camino de las técnicas policiales, especialmente en casos que son sensibles para la seguridad nacional.
Una de las claves que permitieron la aprehensión del Unabomber (nombre usado por la prensa a partir del nombre empleado por el FBI para el caso, UNiversity and Airline BOMber) fue la publicación del manifiesto del terrorista, La sociedad industrial y su futuro, considerado por Kaczynski el resumen de sus mejores ideas. Recluido en una cabaña de Montana desde comienzos de los 70, el matemático, estupendamente interpretado en la serie por el actor británico Paul Bettany, había construido una visión filosófica, a la vez realista y delirante, que consideraba la revolución tecnológica e industrial como fuente de todos los males humanos, la amenaza por excelencia a la supervivencia de la especie.
Quizá por eso la lógica de sus ataques resultó poco clara para los investigadores, quienes durante años batallaron para encontrar un común denominador entre los atentados. Y si bien lograron conectar el tipo de bomba y el modus operandi en distintos casos, fallaban a la hora de encontrar un motivo que conectara a un ejecutivo de marketing, un vendedor de software y un capitán de la Fuerza Aérea, entre otros, todos ellos víctimas de los atentados. De hecho, en 1979, el Unabomber intentó hacer estallar uno de sus artefactos dentro del vuelo 444 de American Airlines. La bomba, que viajaba en el compartimento de carga del Boeing 727, no llegó a estallar pero sí provocó un aterrizaje de emergencia, sin víctimas pero con daños materiales.
El método desarrollado por el agente Fitzgerald consistía en analizar los modismos regionales y los arcaísmos contenidos en las cartas que regularmente enviaba el terrorista a la prensa. El manifiesto del Unabomber fue la pieza lingüística central que permitió capturarlo, luego de que su hermano, David Kaczynski, encontrara conceptos, frases y giros muy similares a los que Ted, que residía en la casi completa soledad en Montana desde hacía unos años, le escribiera en sus cartas. Intentando evitar que este fuera tiroteado a la hora de su arresto y aun confiando en que finalmente no fuera el Unabomber, David hizo llegar sus conclusiones al FBI a través de un abogado.
Ahí donde la realidad fue más bien austera y resultado de un trabajo metódico, la serie propone giros psicológicos, como que el agente Fitzgerald termine de alguna manera fascinado por Kaczynski. O que este lo manipule en una serie de entrevistas que en realidad jamás ocurrieron. En cualquier caso, nada de esto atenta contra la solidez con que todo el asunto es presentado en la ficción. Al contrario, desde la perspectiva del espectador, se aprecian esos desvíos que apuntalan la tensión del programa.
Manhunt: Unabomber es un excelente ejemplo de cómo un policial puede ser realista, basarse en hechos ocurridos y que nada de eso vaya en desmedro de su intensidad dramática. Ayuda y mucho un elenco supercompetente en donde, además de los protagonistas, se destacan Chris Noth, Jeremy Bobb, Lynn Collins y la neozelandesa Keisha Castle-Hughes.