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Chile: cuatro paseos por el día, partiendo de Santiago, para ver playa, montaña y bosque

Un chileno que ha recorrido su país de norte a sur Chile recomienda cuatro recorridos cercanos a la capital con paradas para probar la gastronomía local

Chile ha tenido en los últimos meses una afluencia de uruguayos inusual. Las circunstancias económicas de Argentina­ movieron la mira de los viajeros, que ahora eligen Santiago para una escapada breve, o no tanto.

La frecuencia diaria de los vuelos directos (algunos días hay hasta tres vuelos Montevideo-Santiago) y los precios (que, dependiendo del día y la hora, pueden partir de 80 dólares) acercan este destino y diluyen la frontera escarpada de la cordillera de los Andes. Dos horas y 15 minutos después de abordar el avión, el viajero aterriza en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez y comienza el verdadero viaje.

Todas las escapadas de compras conducen inevitablemente al Costanera Center (el centro comercial más grande de Sudamérica). Los que quieren moverse dentro de los confines de lo más céntrico de Santiago, posiblemente recalan en el Palacio de la Moneda; la Biblioteca Nacional; el Centro Cultural Gabriela Mistral; el Barrio París-Londres, con sus calles que evocan las antiguas vías europeas; el Paseo Ahumada, la calle peatonal más concurrida de Santiago; la plaza de Armas, eje del centro histórico de la capital y kilómetro cero de Chile; el museo La Chascona, una de las casas de Pablo Neruda y donde funciona su fundación, en el bohemio barrio Bellavista, en Providencia, y el turístico barrio Lastarria, epicentro cultural y gastronómico, perfecto para visitar en la noche.

Pero esto, que probablemente figura en cualquier guía de Santiago, es apenas una muestra de lo que los alrededores de la ciudad tienen para ofrecer. Basta con alejarse unos kilómetros para ver playa y montaña: casi no hay paisaje fuera del menú.

Dicen que para conocer verdaderamente un lugar hay que recorrerlo con un local. Para tener esa visión, Galería le preguntó a Jorge Villavicencio, un chileno trotamundos, oriundo de Santiago y aficionado a la fotografía, que ha recorrido los caminos de su país de norte a sur, de la cordillera al Pacifico, y que comparte aquí sus rincones favoritos.

Las propuestas son cuatro, todas parten de Santiago y pueden hacerse en un día.

Vientos de Quintay

Quintay, que en voz mapuche significa “embarcación entregada al viento”, es una pequeña caleta de pescadores ubicada en las cercanías de Valparaíso y a 122 km de Santiago. Para acceder se debe cruzar la antigua cordillera de la costa a través de un camino en perfectas condiciones, rodeado de bosques con olor a pino y eucalipto, hasta llegar a la cumbre de estos cerros. Desde allí se puede apreciar una vista maravillosa del océano Pacífico golpeando los acantilados.

A partir de ese punto, podemos bajar por un camino que termina en la misma caleta de Quintay. Es imposible no quedar impactado con el contraste de la apacible y pequeña playa de arenas blancas y la estructura de hormigón de la exballenera, que trabajó hasta 1967 y hoy es un museo de la memoria que recuerda los tiempos­ tumultuosos de Chile.

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La pequeña playa de la Caleta de Quintay está rodeada de lugares para comer, principalmente productos del mar. Si el tiempo está frío, quizás un caldillo de congrio, plato al que Pablo Neruda le dedica un poema por su sabor y temple para los días de invierno; o un congrio al arriero, plato propio del lugar pensado para traer a la vida a los pescadores cuando regresan del trabajo en el mar. El sonido rítmico y tranquilizador del mar, que de vez en cuando es atravesado por el canto de una gaviota, y los colores del horizonte del Pacífico hacen de la experiencia una que vale la pena disfrutar.

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Pero eso no es lo único que ofrece esta localidad. A solo 10 minutos caminando a través de un bosque de pinos, que cuando se cruza en silencio se puede escuchar el viento, se accede a La Puntilla, un sector de rocas y pozas de agua muy pintoresco. Y a solo cinco minutos en auto, cruzando los sectores poblados, llegamos a la playa Grande de Quintay, de arena fina y amarillenta, que invita a caminar descalzo sus dos kilómetros de longitud.

La localidad está llena de hospedajes para distintos gustos: desde casas para familias grandes y departamentos frente al mar, hasta un antiguo vagón de tren para disfrutar de noches estrelladas en el bosque.

Valparaíso de mi amor

En los pequeños locales que abundan por los recovecos de sus callejuelas llenas de colores es imposible no toparse con una guitarra y una garganta lijada por el aire salado de mar, que por unos pesos acompaña una tarde con un repertorio­ de melodías. La más famosa es La joya del Pacífico, la reina de las canciones locales. Si tenemos la suerte de estar rodeados de lugareños, los escucharemos cantar a garganta limpia sus palabras llenas de sentido; algunos riendo con los ojos cerrados, las parejas mirándose de manera cómplice, otros moviendo con la mano en alto un vaso con pipeño (vino dulce) helado, y los más viejos con lágrimas en los ojos por el recuerdo de tiempos mejores: eso es, en resumen, Valparaíso.

Antes de llamarse Valparaíso, nombre dado por los españoles conquistadores que la bautizaron así en recuerdo a una ciudad de su tierra, los indígenas la denominaban Alimapu, “tierra quemada”, quizás por los constantes incendios, o tal vez por su tierra color rojo, no se sabe.

Visitar Valparaíso es recorrer, asombrarse y seguir caminando. Llegar desde Santiago no es difícil, existe locomoción que sale cada una hora de distintas terminales. Dedicarle un día a este puerto es un lindo y divertido plan. El corazón de este puerto es la plaza Soto Mayor, rodeada de edificios antiguos. Desde allí se puede caminar hacia el mirador del puerto para recorrer su feria, tomar un café con sopaipillas (especie de torta frita hecho con calabaza) o animarse a dar un paseo en lancha desde el Muelle Prat para tener una panorámica distinta del puerto, desde el mar y al ritmo del oleaje. Si nos detenemos a mirar los barcos y buques atracados, es probable que un pescador local, con la picardía que los caracteriza, nos cuente historias y anécdotas de su querido puerto. Este es un buen inicio del día.

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Para almorzar, existe una variedad inmensa de restaurantes. En las caletas se sirven platos de sabores frescos preparados con productos locales. La más famosa es caleta Portales, que además de su variada gastronomía nos permite tener acceso a una pequeña playa de arenas blancas y olas impetuosas para contemplar en la sobremesa desde un restaurante. No menos llamativa es la caleta El Membrillo, que ofrece una vista panorámica del puerto desde los pequeños­ locales que la rodean.

Para los que busquen un lugar más popular y a la vez tradicional de Valparaíso, alrededor de su calle principal, por un callejón que termina a los pies del cerro, podemos encontrar el Club Social J. Cruz, un lugar lleno de historia. En sus muros escritos, los clientes dejan mensajes y sus estantes están atiborrados de colecciones de cachivaches. De su cocina solo salen chorrillanas, un plato que dicen haber inventado (con papas fritas, huevo frito y carne) y para beber sirven un trago hecho a partir de pipeño y helado de piña que hace honor a su nombre: Terremoto.

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No nos podemos ir de Valparaíso sin subir o bajar por uno de sus 16 ascensores antiguos, que llevan y traen a los porteños a sus casas. Subir por El Reina Victoria y bajar por el ascensor El Peral, con más de 120 años de historia, es de los paseos más lindos de Valparaíso. Una vez arriba, el recorrido une a cada uno de los cerros del puerto y es un descubrir, a pie, de rincones, escaleras y murales de colores, heladerías, restaurantes y cafés, y locales de chucherías y de arte, todo esto al ritmo de la música callejera.

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Es desde aquí, y en la tarde, donde se tienen las panorámicas más bellas de la ciudad. Quizás sentarse a esperar el atardecer con un café en la mano, cobijado en la terraza de un restaurante o en la banca de un mirador es la mejor recomendación. Y desde allí ver cómo el cielo y los cerros cambian de color a medida que se esconde el sol, sentir el viento fresco, escuchar a lo lejos a los carros circular por la ciudad y, si tenemos suerte, el sonido de la bocina de un barco avisando que se va. Cuando comienzan a encenderse las luces de la ciudad, al caer la noche, Valparaíso nos mostrará la última sorpresa: la de miles de perlas tintineando sobre el mar.

Imponente Cajón del Maipo

Las altas cumbres que gobiernan los amaneceres de Santiago, que en invierno están pintadas de blanco, ofrecen tonos azulados y frescos, a veces amarillos, naranjas y rojos intensos; grises cuando va a nevar. Deben ser los mismos paisajes que tuvieron los primeros indígenas que transitaron sus cumbres rindiendo ofrendas a estos titanes que emergieron de la tierra.

La momia de un niño inca encontrada a mayor altitud (hoy se puede ver una réplica en el Museo de Historia Natural de Santiago) miraba desde lo alto del cerro El Plomo las transformaciones a través del tiempo del valle de Santiago. Incas, mapuches y españoles pasaron frente a sus ojos dormidos seguramente con la creencia de que en esas alturas —uno de los puntos más altos de las montañas que dan al valle— los dioses alcanzarían a escuchar los susurros del niño deseándoles buenaventura para su pueblo.

Si bien los centros de esquí son un paseo tradicional de invierno, otra ruta nos permite adentrarnos en las montañas por uno de los valles más hermosos de la zona central: el Cajón del Maipo. La ruta (para este itinerario conviene alquilar un auto) comienza a menos de una hora del centro de Santiago, ruta antigua de arrieros que todos los veranos suben a sus animales a estas altas cumbres a pastar los brotes que deja la nieve al retroceder. El valle ofrece, desde que empieza hasta que termina, una variedad de lugares para comer, tomar once (té) y probar algunas de las comidas tradicionales del país: “cazuela”, “carbonada”, “pastel de choclo”, “empanadas de carne”, “pan con chicharrones”, “tortilla de rescoldo”, se lee en los carteles que abundan en la ruta para tentar a los viajeros.

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En el camino al Cajón del Maipo nos topamos con el único pueblito importante del valle, San José de Maipo (a 1.010 msnm), antiguo caserío de montaña revitalizado por la gente que viene a disfrutar de estos aires transparentes a tan solo dos horas de la capital. Pintoresco, con locales añosos y coloridos, detenerse en la plaza principal da una pincelada de la tranquilidad con que se vive a estas alturas. Desde este punto, todo el trayecto se realiza bordeando el río Maipo; entre curvas, subidas y bajadas, ofrece paisajes siempre gobernados por montañas altas, de cortes abruptos y colores terrosos.

Una parada recomendada para almorzar es Casa Bosque, un restaurante emblema de la zona con una arquitectura inconfundible. La estructura en madera y un aura mística propician una atmósfera en la que los comensales pueden ordenar desde carnes preparadas a la leña, pescados, mariscos y pastas, hasta platos vegetarianos y veganos.

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Siguiendo la ruta, el viajero se encuentra con el embalse El Yeso (2.500 msnm), una reserva artificial de agua que en contraste con los picos de la cordillera forma un paisaje de verdadera belleza. Conviene tener en cuenta que en invierno no puede accederse al destino final del paseo, pero sí se alcanza a disfrutar del paisaje completo.

El final perfecto para la expedición es el Centro­ Termal Baños Morales (a 1.800 msnm). Con piscinas de barro y la posibilidad de ver los picos nevados de la cordillera en invierno, es un punto muy visitado por el turismo interno y atractivo para viajeros que quieran vivir la experiencia local.

Ya emprendiendo la vuelta, si el frío acecha, podemos parar por un chocolate caliente para calentar las manos y el cuerpo en alguno de los puestos que lo sirven de paso.

Siguiendo la ruta de regreso por esos caminos sinuosos se llega a San Alfonso (1.115 msnm), un pueblo rodeado de montañas que cuenta con una oferta variada de restaurantes y cabañas para hospedarse —que pueden arrendarse por Airbnb— para el viajero cansado. Si se llega más temprano, se puede visitar el centro de Ecoturismo y Santuario de la Naturaleza Cascada de las Ánimas, un espacio con más de 3.600 hectáreas, con una diversidad de paisajes que va de cordillera y valles a vertientes y cascadas.

Santiago en familia

Centro Interactivo de los Conocimientos

También llamado Museo Interactivo Mirador (MIM), reúne en un espacio de 16 hectáreas obras y experiencias lúdicas que combinan artes, ciencias, tecnología y medio ambiente en más de 350 módulos interactivos. Además del Museo Interactivo de la Astronomía y el Bosque Adriana Hoffmann, en el MIM puede visitarse un laboratorio de alimentos, una plaza solar, un jardín musical y otro de juegos, esculturas exteriores y un invernadero, entre otras atracciones. Para un refrigerio, cuenta también con una zona de alimentación con una propuesta que contempla opciones saludables.

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Abierto: martes de 9.30 a 13.30 h, de miércoles a viernes de 9.30 a 17.30 h, y sábados y domingos de 10 a 18 h. Las entradas pueden adquirirse en la web.

Templo Bahá’í

El único templo que la fe Bahá’í tiene en Sudamérica (hay uno en cada continente) está situado a los pies de la cordillera, en la comuna de Peñalolén­, en Santiago. Entendido como un lugar de oración, en el que no se ofician ceremonias ni ritos ni se exhiben figuras alusivas a la fe (solo nueve extractos de los escritos de Bahá’u’lláh, fundador del bahaísmo, en las paredes interiores), invita al visitante de cualquier credo a recorrer esta edificación circular en forma de flor.

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Abierto de martes a viernes de 9 a 12 h y de 14.30 a 18 h (el último ingreso es a las 17.10 h), y sábados, domingos y feriados en horario continuado.

Parque Mahuida

Dentro del parque funcionan varios centros de entretenimiento bien distintos. Uno de ellos es Granjaventura, que invita a conectar con la naturaleza a través de animales de granja y flora nativa. Otro es el Vértigo Park, en el que se pueden practicar actividades extremas, como swing (un arnés tipo ala delta que se columpia a más de 30 metros de altura), paintball, canopy­ (tirolesas) y trekking.

Conviene comprar entradas con anticipación en la web.