Pero para los miles de personas que sobrevivieron a la tragedia, el 30 de diciembre de 2004 fue ayer. Aquel concierto de la banda argentina de rock Callejeros al que asistieron con amigos, en pareja, en familia o hasta solos dejó una huella. Una huella física o una huella en el alma. O probablemente ambas, en la mayoría de los casos.
La serie cuenta la historia de un grupo de amigos integrado por Malena (Nuss), Lucas (Giménez Zapiola), Nicolás (Rovito) y otros. Son jóvenes, viven en un barrio humilde, hacen música, tienen una banda y les gusta el rock. Ante la noticia de que la banda Callejeros cierra el año con tres fechas en Cromañón, todos se esfuerzan por conseguir su entrada. Algunos la obtienen como regalo de Navidad, otros la compran, otros se la ganan. Y allí van, con la esperanza de pasar la mejor noche de sus vidas y sin la mínima sospecha de que podría ser la peor.
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Jeannie Margalef
El capítulo cinco es en el que todo sucede. Es la tercera y última fecha de Callejeros en Cromañón y, antes de entrar, Lucas cuelga sus brazos de las espaldas de sus amigos y le dice a su hermana, fotógrafa contratada para el concierto, que les saque una foto que los “inmortalice”. Inmortalizar, una palabra que no parece una elección aleatoria de guion.
Antes de los capítulos cinco y seis, que reflejan el incendio y sus terribles consecuencias, hay lugar para el amor, para el sexo, para las drogas. Para la amistad, sobre todo eso. El sentimiento de grupo, de unión, de equipo. “Para mí el mensaje crucial de la serie es que uno no se puede salvar solo”, dijo Nuss en una entrevista con el portal argentino Filo News.
En determinado momento del quinto capítulo, el trompetista de Callejeros señala al techo y grita: “¡Fuego!”. Y es allí cuando el cielo se convierte en infierno. Empujones, gritos, manotazos y bocas abiertas en un intento de tragar algo de oxígeno. El camino hacia la puerta de salida se volvía infinito y, cuando parecía que por fin podían escapar, esa puerta no daba paso. La golpeaban cientos de puños desesperados por sobrevivir. Pero muchos de los que salieron y lograron sobrevivir por unos instantes, volvieron a entrar. Porque adentro estaban sus amigos, o su novia, o algún familiar. Y quizás no tenía sentido sobrevivir sin ellos.
Hasta la cámara se marea. Acompaña el sentimiento de los personajes con planos difusos, borrosos, fuera de foco. Paneos temblorosos y rápidos registran los cuerpos que ya yacen en el piso, los que los acompañan con gritos de auxilio, el trabajo de los bomberos, de los médicos, de la policía.
Dejarse la piel
La mayor parte de la serie se filmó en Uruguay y tuvo a Guillermo Rocamora como director de segunda unidad. Él se encargó de dirigir a todos los extras contratados para las escenas del interior y exterior del lugar del incendio, que se filmaron en Montevideo. En entrevista con Galería, contó que antes de comenzar el rodaje se pasó dos semanas mirando videos de la tragedia en YouTube, tomando capturas de pantalla sobre cómo eran los grupos de jóvenes, los camiones de bomberos. Prestó atención a todos los detalles. “Fue desgarrador, pero desde un principio me lo tomé con el compromiso de que quedara bien. No por mí, no por Amazon. Por los pibes que se murieron ahí. Entendí muy rápidamente que mi compromiso y mi lealtad estaban ahí, con esos pibes”, dijo.
Rara vez en las producciones audiovisuales se hacen ensayos con los extras. Esta fue una de esas raras veces. Rocamora se comprometió tanto con su rol que envió un texto a absolutamente todos los que tenían posibilidad de aparecer en cámara para concientizarlos y explicar el compromiso que esperaba de ellos.
Realizó un intenso trabajo de coacheo actoral de un niño que aparece en una escena del capítulo cinco, que grita y llora porque no encuentra a sus padres. Coacheó también a todos los que tienen alguna línea de diálogo. Y se encargó de la preparación física de los actores principales. En entrevista con Filo News, Nuss contó que las escenas del exterior de Cromañón se filmaron antes que las del interior. Eso les implicó el desafío de “generar el estado de asfixia de adentro de la nada”.
“Guille (por Rocamora) nos agarraba y nos hacía saltar. Nos decía: ‘Sacá todo el aire, sacá todo el aire’. Nos hacía entrar en un agotamiento físico muy fuerte. Nosotros estábamos con los ojos cerrados y él nos hablaba, nos hacía saltar y nos tiraba en una escena y ¡acción!”, contó Rovito.
A los extras, Rocamora les explicó la importancia de la historia que estaban contando. Les dijo que era fundamental que si en un primer plano aparecía una protagonista llorando porque su novio se había muerto, detrás no podía haber otras personas fumando, riéndose. “Es como una escena de guerra, acá nadie puede fallar”, les dijo. A todos ellos también los hacía correr, saltar, agitarse y gritar antes de filmar sus escenas. A muchos se les daba un líquido negro que les provocaba el vómito. “Se dejaron la piel”, afirmó Rocamora.
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La mayor parte de la serie se filmó en Uruguay y tuvo a Guillermo Rocamora como director de segunda unidad
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Los dilemas éticos y la corrupción
Como ocurre casi cada vez que se estrena una ficción audiovisual sobre un hecho trágico de la vida real, surgen dilemas éticos. Surge, directamente, la pregunta de si está bien que una productora, una plataforma de streaming, una distribuidora, un equipo, o lo que aplique a cada caso, se lleve un rédito económico por contar una historia que se llevó vidas y que dejó huellas.
Ante la noticia de que se estrenaría la serie en Prime Video, una organización de sobrevivientes llamada No Nos Cuenten Cromañón (NNCC) publicó un comunicado en su cuenta de Instagram en el que reconoció el aspecto positivo de que se hable de la tragedia y se haga llegar la historia a quienes no la conocen. Sin embargo, expresaron su repudio ante el hecho de que “se genere un rédito económico” a partir de algo que todavía les “duele a todos”. “No creemos en que haya que generar memoria a cualquier costo. Nuestra vida no es una película. Es la vida real. Estamos acá para decir una vez más ‘No nos cuenten Cromañón’”, agregaron.
En entrevista con Galería, Rocamora habló sobre los dilemas éticos que plantea hacer una ficción sobre una masacre. Expresó su respeto al dolor de los sobrevivientes, de los familiares y amigos de los fallecidos y de todos los que lo vivieron de cerca. Pero además consideró que existe un “beneficio” (y lo dijo entre comillas) para quienes estuvieron allí ese 30 de diciembre de 2004. “Es una manera de no olvidar esa tragedia, de que un país tenga memoria, y de no olvidar las responsabilidades que hay detrás”, dijo.
Así como la organización NNCC no quedó contenta con que se hiciera una serie sobre la tragedia que vivieron, muchos otros sobrevivientes se acercaron, de forma virtual o presencial, para agradecerle a Rocamora su trabajo y compromiso. Celeste, una de las sobrevivientes, acompañó a los actores y a todo el equipo de dirección y producción durante gran parte del rodaje. Colaboró en la investigación y en empapar a todos sobre cómo se vivió la masacre.
En una de las eternas jornadas nocturnas de rodaje, Rocamora se había tomado una pausa para cenar cuando Celeste se le acercó. “Quiero hablar contigo”, le dijo, y él pensó: “¡La cagué!”. Se paró para hablar con ella y la mujer le agradeció. Le dijo que la serie había logrado captar de una forma muy fiel lo que ella había vivido y que, al verla, sintió ganas de llamar a su madre. Las mismas ganas que sintió en la noche del 30 de diciembre de 2004. “Ahí sentí un enorme alivio”, dijo Rocamora, a quien todavía le pesaba la responsabilidad de contar una historia que sucedió y que dejó un saldo de cientos de muertos y otros tantos heridos.
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Instagram Prime Video
El caso Cromañón envuelve, además, toda una red o una cadena de responsabilidades y culpas. Porque alguien tuvo la culpa de que se permitiera entrar al lugar una cantidad de personas que era igual al doble, triple o más de su capacidad. Alguien tuvo la culpa de que el lugar no tuviera ventilación. Alguien tuvo la culpa de que en los baños se hubiese cortado el agua. Alguien tuvo la culpa de que a Cromañón ingresaran bengalas y de que el techo tuviera materiales muy inflamables. Alguien tuvo la culpa de que la puerta de salida estuviera cerrada.
“Para mí, lo más doloroso de Cromañón es que es una manera de corrupción a pie de hombre. No es una organización corrupta, no es Al Capone con sus mafiosos, no son los narcos de Rosario. Es la corrupción con nombre y apellido, es la corrupción que erosionó al individuo. Porque es un cúmulo de individuos corruptos el que hace que pase esto. Ni siquiera es política. No hay una mafia a la cual cortarle la cabeza, es corrupción humana. Y eso es lo más doloroso. Eso es lo que hay que hablar sobre Cromañón y transformar”, opinó Rocamora.
Lo comparó con el taxista que, con tal de cobrarle al turista 150 pesos más, lo entretiene con una charla del clima, de fútbol o de lo que sea y le da dos vueltitas más antes de dejarlo en el hotel. O con la persona que estaciona su auto justo donde hay una rampa para que pase una silla de ruedas. “La corrupción a pie de hombre, el que caga al de al lado”, reiteró.