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Curiosidad, no quedar fuera de la conversación; un poquito de morbo también. Admito que fueron más bien estos tres los motivos que me llevaron a ver La sustancia. La vi en la pantalla de mi televisor (chica para estos tiempos, 32 pulgadas), y por momentos me tapé los ojos. Igual que cuando era chica y aparecía Freddy Krueger.
Por si esquivaste el tema, o directamente no te interesó, te resumo de qué se trata. Una estrella de la televisión que pisa los 60 (Demi Moore), símbolo de belleza en su juventud, todavía hermosa, sin duda, es descartada por la cadena de televisión en la que tiene un programa de entrenamiento aeróbico, muy a lo Jane Fonda en los 80. El despido es el golpe de gracia para su autoestima, que ya venía en picada, y termina de convencerla de que todo lo que la hacía valiosa (su belleza exterior) caducó. Elizabeth Sparkle (irónicamente “chispa”, en inglés) está obsoleta, ha perdido el brillo.
Pero entonces aparece la sustancia, una simple —pero irreversible— inyección que le ofrece a Elizabeth una segunda oportunidad. Será joven de nuevo, será hermosa, pero será otra. Vivirá siete días en su cuerpo, el de 60, y siete días en el nuevo (el de Margaret Qualley), de unos 20. Por algún motivo la aterradora propuesta se vuelve una opción para Elizabeth, que decide en un momento de debilidad retirar el kit, y en otro directamente inyectarse la sustancia. Entonces empieza esa doble vida que, como era evidente, no termina nada bien.
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No te voy a contar el desenlace, ni el segundo acto. Te dejo abierta la posibilidad de que la veas (está en Mubi), si juntás el coraje y todavía no la viste. Tampoco es necesario conocer el final a los efectos de esta newsletter.
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Abrazarlo o llorarlo
No es fácil para nadie el paso del tiempo. El cuerpo humano es un bien de uso. Nos lleva de un lugar a otro, está expuesto a las temperaturas altas y a las bajas; a caídas, a golpes; es vehículo de placer y de dolor. Es nuestra herramienta para transitar la vida tangible, la única que tenemos. Y en lugar de abrazar ese cuerpo, que va deteriorándose por la acumulación de experiencias (las mismas que nos hacen crecer tanto), lo lloramos.
Si no es fácil para mí, una persona completamente anónima, puedo suponer lo que será para una figura pública, con un registro audiovisual de su envejecimiento. Cuando pienso en esto empiezo a entender a todas las Nicole Kidman y Meg Ryan de la industria.
Hace un tiempo vi un documental de Jane Fonda (se llama Jane Fonda en cinco actos, podés verlo en MAX, te lo recomiendo) y un pasaje de una de sus entrevistas me quedó grabado por lo contradictorio y por la honestidad que guarda. En ese momento la actriz y activista, esta mujer inteligente y definitivamente audaz para su tiempo, tenía 80 años, y dijo:
“Me alegro de verme bien para mi edad. Pero me he hecho cirugías plásticas, no voy a mentir. En parte odio haber tenido que alterar mi físico para sentirme mejor. Ojalá no hubiese sido así. Me encantan las caras maduras. Las caras que han vivido. Me encanta la cara de Vanessa Redgrave. Ojalá fuera más valiente. Pero soy lo que soy”.
En ella el aceptarse no es aceptar su cuerpo, sino aceptar que no puede aceptar su cuerpo. Y eligió librar esa batalla agotadora (y de antemano perdida) contra el tiempo y aferrarse a una juventud cada vez más esquiva.
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La sabiduría no está de moda
El documental tiene sieteaños, y no se puede decir que en ese tiempo el movimiento por la imagen corporal positiva haya hecho avances verdaderos en lo que refiere a los cuerpos viejos. Tal vez sea porque el problema es más profundo, y venga de una devaluación de la experiencia.
A fines de 2023 entrevisté a Verónica Massonnier, psicóloga y experta en tendencias, a propósito de un libro que había publicado, Claves para el tiempo que viene. Ella me hablaba de que hasta hace no tanto tiempo la juventud no era tan protagonista. “Hoy existe un mundo adolescente que es modelo de identificación de generaciones más grandes. Por ejemplo, toda la moda adulta se aproxima a la moda adolescente y joven. Ya no existe una frontera y, si miramos el escenario comercial, casi no existen propuestas para gente grande, sino que existe moda joven, y la moda joven abarca todo”, me decía. Me explicaba que hoy un joven tiene mucho poder y que en ese escenario, en el que se lo “idealiza”, “está siendo difícil ser mayor”.
Según Massonnier, cuando la persona ya no puede mantenerse actualizada “en lo tecnológico, en su propio cuerpo, en su agilidad”, para muchos ya no es tan claro su valor. “La sabiduría o lo que puede aportar una persona mayor no es percibido igual por todos”.
Esto tiene un nombre, se llama edadismo, y por algo hasta las Naciones Unidas lo ponen sobre la mesa como un problema mundial. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, “se produce cuando la edad se utiliza para categorizar y dividir a las personas provocando daños, desventajas e injusticias. Puede adoptar muchas formas, como prejuicios, discriminación y políticas y prácticas institucionales que perpetúan creencias estereotipadas”.
Entonces, no son tan infundados los miedos.
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La ilusión de detener el tiempo
Rejuvenecer el afuera parece ser el recurso más efectivo para detener el reloj. Aunque en el fondo solo sea un espejismo.
Sin duda las mujeres son las más presionadas por mantenerse jóvenes a la vista. En agosto del año pasado, María Inés Fiordelmondo, periodista y editora de Galería, escribió sobre el dinero que las mujeres gastan en su aspecto. En Estados Unidos se estima que una mujer destina en promedio unos ocho dólares por día a su apariencia, lo que equivale a unos 250 dólares por mes, a 2.800 al año.
A su vez, un informe de Uruguay concluyó que los “objetivos” de belleza son cada vez más y más difíciles de cumplir, y que “cuanto más crece una mujer, más baja es su autoestima”.
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Hace dos años se estrenó Buena suerte Leo Grande (Netflix), una película en la que Emma Thompson interpreta a una maestra que después de enviudar contrata a un trabajador sexual para ver si consigue tener, por fin, su primer orgasmo. La actriz británica (nominada al Bafta por el papel) se animó a desnudarse por completo frente a cámaras. A los 63 y con un cuerpo real. Si será tabú el envejecimiento físico que lo que más dio que hablar de la película no fue que su personaje hubiera vivido décadas de matrimonio sin placer sexual (como les ha pasado a muchas mujeres), lo que más le preguntaron en conferencias y entrevistas fue por su “valentía” para mostrarse sin ropa.
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¿Cuán vieja te sientes, Patti?
Lo peor de envejecer es que el cuerpo empieza a interponerse en medio de todo. Como si estuviera determinado a no dejarnos hacer lo que queremos. Como un recordatorio indeseado del año en que nacimos.
Mientras tanto, para engañarnos, seguimos gastando lo que podemos en disimular arrugas, levantar párpados, tensar pómulos.
Para sumar presiones, apareció hace unos años el concepto de successful aging (envejecimiento exitoso). Un término que pareció llegar para exigir éxito también en esto y que habla de “resiliencia”, “optimismo” y “actitud”. Como si la clave para ser un viejo pleno o feliz fuera un tema de voluntad, y el que no lo logra es porque no lo desea lo suficiente.
El año pasado, Julia Louis Dreyfus (la Elaine de Seinfeld) invitó a Patti Smith a su podcast, Wiser Than Me (Más sabia que yo). Después de preguntarle su edad “real”, le hizo la pregunta que les hace a casi todas sus entrevistadas: “¿Cuán vieja te sientes, Patti?”. Y ella respondió:
“Siempre he sido de alguna manera juvenil, pero a medida que envejecemos tenemos más desafíos, obviamente; algunos de ellos son físicos. Todo tipo de desafíos. Así que sí me siento en sintonía con mi edad, pero la otra parte de mí tiene siempre nueve, 10, 11 años: con mi perro, en mi bicicleta, en mi cabeza”.
Patti, con su melena gris y su cara de siempre, solo que con las marcas de la vida, es “un poco sedentaria”: “Me gusta sentarme y escribir y leer y soñar despierta, así que me obligo a tomar paseos. Pero mi práctica diaria es que escribo todas las mañanas, hago un poco de estiramiento y ejercicios, y me mantengo en contacto con mi vida interior, tanto como con mi vida de adulta mayor”.
Si me preguntan, me gustaría llegar a los 60 como Patti Smith (que en realidad tiene 78). Así de valiente para envejecer.