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    ‘Intimidades del Che’, biografía de Marcos Aguinis

    Difícil diálogo con un muerto: el escritor inventa una entrevista en la actualidad, cuando las cartas están a la vista y Cuba ha corrido una suerte bastante diferente a la que Guevara y otros revolucionarios hubieran querido

    La Guerra Fría estaba a tope. Para frenar una insurgencia generalizada en América Latina, que siguiera el ejemplo de Cuba, el presidente estadounidense John F. Kennedy adoptó dos tipos de medidas: por un lado, reforzó la capacidad militar de su país e impulsó el cuerpo de Boinas Verdes y, por otro, destinó veinte mil millones de dólares en 10 años para el desarrollo económico de sus vecinos, un paquete que recibió el nombre de Alianza para el Progreso y que tuvo su estreno público en la conferencia de la Organización de Estados Americanos en Punta del Este, en agosto de 1961, justo en los mismos días (o noches) en que se estaba construyendo el Muro de Berlín.

    Un protagonista central de la reunión que se realizó en el balneario uruguayo fue Ernesto Che Guevara, el argentino que se había sumado a los barbudos de Fidel Castro en México y sierra Maestra, que en ese momento era ministro de Industria, pero que cuatro años después abandonaría todo y partiría clandestino, primero al Congo y luego a Bolivia, para crear focos guerrilleros que encendieran una revolución y ayudaran a romper la soledad socialista de la isla.

    El argentino Pacho O’Donnell, el hispanomexicano Paco Ignacio Taibo II, el también mexicano Jorge Castañeda y muchos otros autores argentinos, cubanos, bolivianos y de otros países han investigado y publicado acerca de este ícono revolucionario mundial, que para algunos fue un aventurero cruel y para otros lo más parecido al “hombre nuevo”.

    El periodista californiano Jon Lee Anderson no solo publicó una documentada biografía en 1997, sino que luego de cinco años de investigación contribuyó a que los restos del Che, caído en combate y luego asesinado, abandonaran, pasados 30 años, una fosa común en Bolivia y llegaran a una Cuba que entonces se tambaleaba luego de la caída de la Unión Soviética.

    El libro de Anderson Che Guevara. Una vida revolucionaria, editado por Anagrama, aporta un rico retrato de la peripecia y obra del personaje y del contexto histórico en el que actuó, sin eludir los aspectos menos positivos, poco épicos y alejados del mármol.

    Este año, el veterano escritor argentino Marcos Aguinis, de 90 años, sorprendió con un nuevo libro sobre el Che tomando un camino difícil: hacer hablar a un muerto, lo que los estrategas llaman ex post.

    Aguinis tenía algunas ventajas sobre la mayoría de sus antecesores: no solo es argentino, sino que también vivió en Córdoba y es médico, igual que lo fue Guevara. Hasta ahí los puntos en común, porque su mirada es ideológicamente distante en casi todo lo demás.

    Recorriendo algunos aspectos de una vida tan singular, el autor de La gesta del marrano inventa, sobre todo al principio de forma algo ingenua, un diálogo con Guevara en la actualidad, cuando las cartas están a la vista y Cuba ha corrido una suerte bastante diferente a la que Guevara y otros revolucionarios hubieran querido.

    Intimidades del Che (Sudamericana, 2025) está construido en forma de entrevista periodística de Marcos con el Che. Ambos tienen varios encuentros ficticios en un café de Buenos Aires y al aire libre, cerca de la casa del entrevistador, “años después de su asesinato”, para establecer un diálogo y repasar la vida y la muerte.

    “La sorpresa es un ingrediente maravilloso en cualquier obra literaria”, advierte el autor en la Obertura, una especie de breve mapa para que el lector se ubique en lo que viene.

    El relato sigue más o menos un orden cronológico y empieza con una referencia al embarazo de su madre antes de la boda con su padre, el nacimiento en Rosario, y continúa en la adolescencia de Ernesto con asma, recuerdos de Alta Gracia, en Córdoba, estudio de Medicina en Buenos Aires y un primer amor con su prima Chichina, antes de tomar vuelo propio.

    Las descripciones detalladas son acerca del amor en Córdoba y de Misiones, donde vivieron un tiempo porque el padre explotó una yerbatera sin demasiado éxito. Luego los recuerdos que van aflorando pasan rápidamente del aristocrático Palacio Ferreyra cordobés a La Cabaña, el famoso castillo de La Habana donde Guevara firmó órdenes de fusilamiento con la misma convicción con la que antes había cuidado de enfermos de lepra y combatientes heridos o con los pies llagados por las botas recién estrenadas.

    Antes de llegar a La Habana, ya convertido en el Che comandante, el recorrido vital incluyó luchas estudiantiles, ajedrez desde chico y un entrenamiento físico y psicológico con base en la práctica de deportes y tiro con escopeta, pero ningún servicio militar, porque de eso lo había exonerado el asma.

    Sobre el final, Aguinis hace hablar al Che en referencia a su segunda esposa y al comandante: “Aleida, al igual que Fidel, se opuso a mi locura de perderme en Bolivia. Yo simulaba no escucharlos, pero en el fondo de mi corazón les creía. Creía que estaban en lo cierto y que les preocupaba más la supervivencia de mi proyecto foquista que mi vida. Quizás quien más aceptaba ese camino era Fidel. Ahí se manifestaba con claridad su oculto secreto de apartarme”.

    La lectura que Aguinis hace de la vida del Che y de su relación con Cuba y los hermanos Castro es más funcional a destruir al mito del guerrillero heroico y de los revolucionarios que a otra cosa.

    Allí se desliza entonces la idea —no novedosa— de que a Fidel le resultaba molesta la presencia del Che en La Habana, porque este cuestionaba a la Unión Soviética (sobre todo, luego de la crisis de los misiles) y tenía simpatías con China, en momentos en que ambas potencias estaban enfrentadas y que Cuba se había definido por Moscú.

    En varias partes del libro se indica que la vida del Che corría peligro en Cuba e incluso que una carta que había enviado a su familia desde el Congo, con palabras muy duras contra la postura cubana “siguiendo manuales soviéticos”, determinó que se “cerraba con candado” su acceso a La Habana, que son afirmaciones discutibles.

    Pero el libro se interna no solo en las diferencias entre el Che y los dirigentes cubanos, sino en sus intentos por establecer lazos con los expresidentes argentinos Juan Perón y Arturo Illia, porque el objetivo era instalar una guerrilla en el norte de su país, una tarea que había iniciado como avanzada el periodista Jorge Ricardo Masetti, conocido como comandante Segundo, y que también fracasó.

    El libro de Aguinis pone de nuevo en discusión —aunque no responde— muchas de las interrogantes que quedaron planteadas luego del fracaso de las dos últimas campañas: Congo y Bolivia. En ambas quedaron a la vista, de forma dramática, los problemas culturales que separaron al exitoso guerrillero de sierra Maestra del que se internó con coraje pero poca inteligencia táctica y estratégica en las selvas africanas y sudamericanas.