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    Saqueando el tiempo y el amor en un estreno excepcional del cine europeo: ‘La quimera’

    El actor inglés Josh O’Connor se sumerge en el mundo subterráneo de la directora italiana Alice Rohrwacher

    La cineasta italiana Alice Rohrwacher vive en otro tiempo y lo mismo sucede con su arte. Sus películas flotan en un espacio en el que el presente y el pasado se entrelazan de forma natural, unidos por un material al que ella accede para narrar. Sus historias están hechas de tiempo, quizás lo único que el cine busca dominar, y en su nueva película, La quimera, ha encontrado la forma, nuevamente, de doblegarlo a su merced.

    La quimera se hizo esperar demasiado tiempo. Participó del 42º Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay de Cinemateca, en marzo, dentro de la Competencia de largometrajes internacionales, en la que se vieron algunas de las mejores películas estrenadas en Uruguay este año, como El mal no existe e Inside the Yellow Cocoon Shell.

    En las últimas semanas, la película de Rohrwacher ha tenido una distribución limitada, se proyecta en algunas funciones en Life 21 y Cinemateca, compitiendo con una agenda cultural saturada. Por su calidad y originalidad, debería ser disfrutada por la mayor audiencia posible.

    En un gesto inicial profundamente cinematográfico, Rohrwacher comienza su último relato desde la oscuridad, ese lugar donde nace toda creación. Al igual que un arqueólogo que se desvive por la búsqueda de los tesoros más ocultos, la directora nos introduce, de arranque, en el interior del protagonista, Arthur, revelando una tierra fértil que será el terreno principal por el que se moverá La quimera.

    Arthur, el exrecluso inglés encarnado por Josh O‘Connor, en su segundo papel protagónico de alto perfil de este año tras Desafiantes, está dentro de la cabina de un tren sumergido en un profundo sueño. En esa penumbra, un amor perdido emerge como un fantasma y como si una mano suave tomase la pantalla, desplazará una piedra muy pesada que hará que la oscuridad se desvanezca, revelando el rostro de Beniamina. “Así que sos vos”, susurra Arthur. “Mi último rostro de una mujer".

    La quimera surge de la fascinación personal de la directora por la historia y el paisaje de Etruria, la región en la que creció. El lugar, muy rico en tumbas y artilugios antiguos, fue objeto de un gran número de excavaciones en las décadas de 1980 y 1990, una época de cambios radicales para Italia impulsados por un capitalismo cada vez más global y rampante. Fue esa época del pasado, sumado a las reflexiones sobre la muerte que la atravesaron durante el confinamiento por la pandemia, que llevaron a Rohrwacher a concebir la película.

    En entrevistas, la directora responsable de Lazzaro feliz y Las maravillas ha contado que siempre sintió una fuerte conexión con la arqueología y hasta reconoce las similitudes entre esta ciencia y el cine, en el sentido en que se basan en la reconstrucción de historias a partir de fragmentos del pasado. Rohrwacher ve una película como una herramienta para “excavar" y descubrir lo que está oculto, proceso que, en sus palabras, asimila al trabajo de los saqueadores de tumbas.

    Arthur es un arqueólogo convertido en un tombarolo, un saqueador de tumbas. Atormentado por sus sueños con Beniamina, quien ha desaparecido, lo encontramos durmiendo en la cabina del tren, rodeado de mujeres locales que lo miran con curiosidad, luego de haber cumplido una condena por sus crímenes. Misterioso, inquieto y parco, al despertar, Arthur se prende un cigarrillo, provoca una pelea con un vendedor ambulante y no ve la maldita hora de llegar a su cuchitril, que llama hogar, en las cumbres de la campiña italiana.

    Embed - LA QUIMERA - TRAILER OFICIAL HD

    Y allí llegará con su traje de lino blanco, que se va ensuciando a medida que avanza la película, y simboliza su descenso al mundo de lo subterráneo y de una creciente oscuridad que parece vivir dentro de él. Es que Arthur posee un don excepcional para localizar tumbas. Un talento casi divino que lo convirtió en el amuleto de la suerte de sus amigos, una banda de saqueadores, Los Tombaroli. De él dependen para hallar los tesoros ocultos bajo tierra y, con ello, cumplir su gran sueño: dejar de trabajar de una vez por todas.

    Pero en su regreso al pueblo, la búsqueda de Arthur no se limitará solo a las riquezas materiales, sino que también estará impulsada por el deseo de reencontrarse con su amada Beniamina. El anhelo por esa mujer perdida y su capacidad para toparse con los tesoros más antiguos se combinan y convierten en una búsqueda existencial por algo que está más allá del alcance de lo que Arthur pueda sostener en sus propias y sucias manos.

    En La quimera no todo se trata de las artesanías que el tiempo olvidó y de aquellos que buscan desenterrarlas. Arthur también se va a ver rodeado de mujeres que lo confrontan con su dolor, con la muerte y, también, con la idea de que puede aparecer un poco de esperanza incluso bajo tierra.

    El primer refugio que busca al regresar es el de Flora, interpretada por Isabella Rossellini, la madre de Beniamina. Ambos, sumidos en el duelo, comparten un dolor profundo, solo que Flora se niega a aceptar que su hija no volverá. En su hogar también vive su asistente, Italia, encarnada por Carol Duarte, una joven estudiante de música y madre soltera, cuya frescura contrasta con la del protagonista. Convertida en ama de llaves de Flora, su presencia ilumina un caserón en declive, reflejo de la propia nación, en el que también aparecen las hermanas de Beniamina. Son todas esas mujeres las que parecen darle un sentido de pertenencia a Arthur, a quien tanto le parece faltarle.

    Cuanto más profundizamos en la historia de Arthur, más lo hace la película, con los saqueadores en plena acción y con Rohrwacher subrayando esa relación intrínseca entre la arqueología y el cine. Para visibilizar ese vínculo que une al cineasta con la labor del arqueólogo, se emplean diversos formatos cinematográficos (35 mm, super-16 mm y 16 mm) que evocan la materialidad del cine y representan distintas etapas en su evolución

    Sobre los objetos, Rohrwacher lamenta la pérdida de lo que ella denomina una “capa invisible”, un aura de misterio y sacralidad que antes los envolvía. Para ella, las tumbas etruscas son un claro ejemplo de cómo el afán mercantilista al que se vio sometido Italia despojó a muchos tesoros encontrados en ellas de esa capa. Antes veneradas como lugares sagrados, ahora son vistas como un botín por los saqueadores, ansiosos por lucrar con el pasado.

    Arthur, en su búsqueda de Beniamina, anhela conectar con lo intangible, con la esencia de ese amor perdido. Los tesoros que desentierra, aunque valiosos en el mercado negro, no pueden llenar el vacío que yace en su corazón. Así, su búsqueda se transforma en un eco profundo que resuena entre las sombras de la historia, donde se mueve como un fantasma. Reliquias vacías, símbolos de un amor y una era que ya no existen es todo lo que encuentra. Heridas que ni el oro puede sanar. Mientras excava en la tierra, intenta hallar aquello que no se puede tocar, lo que no se puede vender ni poseer. En su excelencia cinematográfica, La quimera refleja esta lucha contra el paso del tiempo y la mercantilización del pasado, donde Rohrwacher, con su cámara, busca capturar lo incapturable.