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    Un adelanto de ‘Al volver la vista atrás’, recuerdos del economista Enrique Iglesias

    El libro publicado por Banda Oriental se presenta el martes 11 a las 18 horas en el salón Azul de la Intendencia de Montevideo, con la participación de Mario Bergara, Leo Harari y Emiliano Cotelo, quien entrevistará al autor

    “No se trata de mis memorias”, afirma Enrique Iglesias al definir Al volver la vista atrás (Banda Oriental, 2025). “Tampoco es una autobiografía en sentido estricto, porque considero que lo que puede interesar al desocupado lector es lo que ha quedado de mi trayectoria como economista, diplomático y funcionario de organismos internacionales en contextos históricos determinados”, agrega. Así planteado, el libro atraviesa la vida de Iglesias sin una intención de totalidad, sino que va tejiendo en un relato en primera persona los momentos que fueron más significativos en su trayectoria vital y profesional.

    En el prólogo, Leo Harari —una de las personas que colaboraron con Iglesias en la edición, junto con Mario Mazzeo y Valentín Trujillo— señala que es un libro que “responde a pedidos y alientos de muchas personas”. Es que la intensa actividad de Iglesias, los aportes que hizo al país y a la región, sumado a su memoria privilegiada, que le permite detenerse en detalles, anécdotas y datos precisos, pedían un libro.

    “Me interesa escribir sobre esas experiencias, sobre las puertas que me abrió la vida, sobre las oportunidades aprovechadas. Mis padres fueron inmigrantes, yo mismo nací en Asturias y llegué al país con tres años, pero siempre me he considerado un hijo del Uruguay, de sus ideas, de su idiosincrasia. Mi formación intelectual, acicateada por mi padre, y la espiritual, inculcada por mi madre, marcaron el sentido de mi vida”, recuerda el autor.

    Nacido en Arancedo, Asturias, el 29 de julio de 1931, su formación y su carrera profesional fueron vertiginosas. En 1953 se graduó en Economía y Administración en la Universidad de la República. Siendo veinteañero, fue director de la Unión de Bancos del Uruguay, después docente de la universidad y director del Instituto de Economía. Entre 1966 y 1968, presidió el Banco Central, que recién se había creado. Continuó en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y organizó la primera Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente, fue secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) entre 1972 y 1985.

    “Ese año, a la salida del período dictatorial que vivió mi país, me sentí obligado a aceptar el Ministerio de Relaciones Exteriores, a pedido de los dos dirigentes máximos de los partidos tradicionales”, señala el autor. “Obviando otras estaciones de mi recorrido, que seguro encontrarán en la solapa del libro, anoto que estuve diecisiete años como presidente del BID, y otros nueve como Secretario General Iberoamericano. Este párrafo no es una exposición de méritos, apenas quiere ser un bosquejo de mis actividades”.

    Infancia austera y actor frustrado

    Pero antes de todo ese bosquejo está el origen, que se remonta a la España profunda y pobre de sus abuelos, a tíos jóvenes que se lanzaron a cruzar el Atlántico y llegaron a Cuba. Uno de ellos se mudó después a Montevideo, donde instaló un comercio, y después llegó el padre de Iglesias, que instaló su propio almacén en el barrio Reducto. “A los tres años de la partida recién pudo llamar a mi madre para que nos uniéramos a él en Montevideo”, recuerda el autor.

    De aquella vida austera quedan un montón de anécdotas y una fotografía que abre el libro. Es de los seis años de Iglesias, él está detrás del mostrador del almacén de Reducto junto a su padre y su madre. En el fondo, las estanterías repletas. “Pasaron más de ochenta años, y la última vez que estuve en la Embajada de la Unión Europea en Montevideo vi esa foto en una pared del hall”, dice ahora, a los 94 años.

    Iglesias repasa sus años en el Colegio del Sagrado Corazón (“mi gran encuentro con la fe durante la infancia”), donde era un niño aplicado, al que le gustaba llamar la atención. Entonces ya se perfilaba el adulto que sería: “Me gustaba mucho ser el centro, que me escucharan y me halagaran, pero no desde una postura arrogante, porque era conciliador y mediador. (…) Tres años seguidos gané la medalla de oro en concursos de religión, que consistían en la memorización literal del catecismo, unas doscientas cincuenta preguntas y respuestas”.

    En el barrio conoció a otros inmigrantes que procedían de otras tierras, como la familia Sfeir Neffa, que provenía de El Líbano, y a sus hijas. Una de ellas era Dahd Sfeir, quien se convertiría en una de las actrices más reconocidas del teatro uruguayo.

    Una sorpresa del libro es que Iglesias quiso estudiar teatro desde que estaba en el liceo, pero en su casa “no caía muy bien”. Muchos años después, con sus amigos teatreros fundó en 1949 el Club de Teatro, del que fue miembro muchos años, junto con figuras como China Zorrilla, Roberto Fontana o Nelly Goitiño.

    El legado de la Udelar

    Como estudiante universitario, Iglesias estaba convencido de que había que defender la autonomía y el cogobierno. En ese momento el semanario Marcha (“nuestra Biblia“) guiaba el sentir de los universitarios y especialmente en él una “actitud negativa hacia lo estatal”. “Me pesaba mucho una visión del Estado como algo lejano y un tanto ominoso, por lo que acercarse a él era corromperse. Era una impresión típica del intelectualismo en el que me formé, con influencia de cuño francés y vocación de profundizar en aspectos de los derechos humanos y las libertades clásicas”.

    Iglesias dice que tiene mucho que agradecerle a la Udelar. “En ella fui pasando, casi sin tomar conciencia, de la categoría de estudiante a la de docente e investigador, asumiendo luego el rol de experto cuando partidos y gobiernos acudían a los técnicos para intentar salir de la crisis que alteraba los equilibrios económicos, políticos y sociales. Gracias a gente que conocía de mis actividades en la Universidad tuve las primeras oportunidades laborales, sobre todo mi trabajo como contador en la banca privada, que duró desde 1954 hasta 1966”.

    De todas formas, recuerda que la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración era “muy cerrada a nivel conceptual, muy centrada en los sucesivos estudios de la economía clásica”, y que los estudiantes valoraban su “apertura académica al mundo”. En los años 50, el bar Gran Sportman era una extensión de las clases, adonde acudía con estudiantes y representantes gremiales.

    La yerba, los políticos y la economía

    En 1956 Iglesias acompañó a Luis Faroppa y a Israel Wonsewer a una reunión con el entonces presidente Luis Batlle para asesorarlo sobre el precio del dólar. “No era fácil convencer a los gobernantes, en esa época los políticos creían ser los dueños del país, una especie de patriciado. En el fondo, muchos de ellos pensaban como patrones de estancia”, dice el autor.

    “Faroppa, que fue quien tomó la palabra por nuestra parte, le explicaba al presidente la idea de crear dos mercados distintos para el dólar: un mercado protegido con un tipo de cambio oficial de $ 1,519 por el cual se pagaba la deuda pública, el petróleo y el papel de diario, esto último para dejar contenta a la prensa, y otro sector de mercado con el dólar a $ 4,11. En determinado momento Luis Batlle, entre duro y desconfiado, lo interrumpe: ‘Pero dígame una cosa, Faroppa, le voy a hacer una pregunta ¿La yerba en qué dólar va?’. La respuesta fue explicativa: ‘Bueno, nosotros habíamos pensado que como es un consumo no fundamental estaría en el rango de $ 4,11’. La cara de Luis Batlle se alteró: ‘¿4,11? ¡Es un incendio, Faroppa! ¡Un incendio!’”.

    Antes había reflexionado sobre la relación entre mercado y Estado:

    “Yo diría que llevo nueve décadas de aprendizaje. Entendí que en la histórica lucha entre el mercado y el Estado no se puede dejar el poder absoluto a ninguno de los dos, porque es la sociedad quien lo sufre. Comprendí que para sostener la vida humana sobre el planeta necesitamos una mirada que nos trascienda como individuos, más generosa, que modere las ambiciones. Y observé que la paz solo se mantiene cuando en la sociedad nos aproximamos a la justicia”.

    La mejor y la peor experiencia

    Para el autor, haber estado en la dirección técnica de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE) fue la mejor experiencia profesional y personal de su vida. “Aún recuerdo aquellos agitados días en que buscábamos formar un equipo para encarar una tarea sin antecedentes en el país, y luego el transitar por esos nuevos caminos, apremiados además por la aceleración de la crisis y los tiempos de la política, que constantemente golpeaba las puertas de la CIDE”.

    Por el contrario, su presidencia en el Banco Central (BCU) en el gobierno de Oscar Gestido la evalúa a la distancia, como una experiencia “casi imposible”. “Estábamos en las arenas movedizas, la conformación del equipo económico era un tanto confusa, con dos ópticas enfrentadísimas, la de Faroppa y la de Végh Garzón, un estatista total y un liberal a ultranza. Y por si esto fuera poco, el Banco, que debía ser el santuario de la confidencialidad, tenía en el Directorio un periodista que todos los viernes publicaba lo que se hablaba en esas reuniones, por lo que debíamos cuidarnos de lo que discutíamos”.

    Todo empeoró con la llegada de Jorge Pacheco Areco a la Presidencia, la devaluación y la famosa “infidencia” que se coló en la prensa y por la que se culpó a Jorge Batlle, incluso al propio Pacheco Areco. En ese contexto, Iglesias renunció a la presidencia del BCU.

    Política exterior y educación

    Como secretario general de la Cepal en Chile, se relacionó con Salvador Allende y vivió el golpe de Estado que sufrió en 1973. En ese momento buscó garantías para los funcionarios de la oficina, sus familias y las personas que fueron allí a refugiarse.

    En 1984, durante la dictadura uruguaya, fomentó el encuentro entre Wilson Ferreira Aldunate y Julio María Sanguinetti para que tuvieran un acercamiento hacia la transición democrática. “El país resolvió a la uruguaya, y eso me pareció muy bien. La otra opción hubiera sido una cosa terrible, produciendo muchas divisiones y desfibrando el país. Uruguay, en el fondo, como estructura y como sociedad organizada, es un país débil y debe vivir sobre la base de grandes consensos. Por ejemplo, el núcleo duro del movimiento tupamaro fue absorbido por el proceso democrático y llegaron a ser gobierno”.

    Sobre la política exterior, dice: “Cada gobierno le dará su propia impronta y presencia, pero eso no debe significar que tengamos que hacer borrón y cuenta nueva cada quinquenio. En un mundo dividido, como este que nos toca vivir hoy, si nos dejamos llevar por las turbulencias de un lado y del otro pagamos costos y no obtenemos ventajas para el país. Hay que hacer concesiones de un lado y de otro, tratando en lo posible de mantener un equilibrio que nos permita ser respetados. Esa es la clave para un país como el nuestro”.

    En cuanto a la educación, piensa que Germán Rama “propició la única reforma educativa integral que se hizo en el país, de la cual se tomaron muchos aspectos que promovieron un gran cambio en el sistema educativo uruguayo”.

    Iglesias habla de la corrida bancaria de 2022, de la relación con China, de sus conversaciones con Hugo Chávez y con Evo Morales, de la economía sustentable y de los peligros del presente.

    “Y por sobre todas las cosas, ojalá hayamos entendido que el mero crecimiento económico no asegura la equidad social, que si no se vincula a las preocupaciones básicas de la gente, la macroeconomía está destinada a su fracaso político, porque los temas sociales y el crecimiento económico se fortalecen mutuamente. Y la educación; ¿qué lugar le damos en estos procesos? ¿Y la cultura?”.