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    Dos mujeres y un escenario complejo

    En momentos en que crece la presencia femenina en el Poder Judicial, Beatriz Larrieu y María Helena Mainard están al frente de los dos juzgados de crimen organizado; es la primera vez que dos mujeres están en forma simultánea en esos puestos

    Beatriz Larrieu y María Helena Mainard tienen mucho en común. Rondan los 50 años, son profesionales destacadas y tienen dos hijos cada una. En las últimas dos décadas tuvieron una vida bastante nómade por razones laborales; y por eso, en más de una ocasión, armaron las valijas y se trasladaron de un punto a otro del país, acompañadas de sus familias. Fue entre tanto viaje y tantos cambios que las dos se separaron de sus respectivos maridos.

    A fines de los 80 se graduaron como abogadas en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República y ninguna imaginó que terminaría siendo jueza. Pero por distintas razones terminaron cumpliendo esa función y hoy, casi 30 años después, ambas están en dos puestos muy destacados del Poder Judicial: los dos Juzgados Letrados Especializados en Crimen Organizado.

    Creados por la ley 18.362, esos dos Juzgados que funcionan desde el 1º de enero de 2009 se ocupan de casos vinculados al narcotráfico, lavado de activo, trata de personas, delitos tributarios, corrupción, tráfico de armas y explotación sexual de personas, entre otros, cuando involucran a una organización criminal. Esta es la primera vez que tienen al frente a dos mujeres, porque desde su creación siempre había sido un hombre y una mujer: los primeros fueron Jorge Díaz y Graciela Gatti, y luego estuvieron Néstor Valetti y Adriana de los Santos.Desde mediados de este año, Larrieu y Mainard se mueven en un mundo complejo que involucra a narcos, pornografía, el escándalo de la Conmebol, y los casos de Pluna y Ancap, entre otros. Para acceder a esos lugares tuvieron que ir subiendo poco a poco en el escalafón judicial, vivieron en distintas ciudades, se arreglaron como pudieron para criar a sus hijos, y se acostumbraron a turnos eternos en los que les avisaban de homicidios u otros problemas en cualquier momento del día.

    Hoy están instaladas en Montevideo. El ritmo de trabajo es otro y buena parte de su jornada laboral transcurre en el segundo piso del edificio del Poder Judicial, ubicado en Bartolomé Mitre y Buenos Aires. En ese lugar —al que se accede después de pasar por una revisación de bolsos y un detector de metales— también funcionan Juzgados Penales, de Menores, y de Faltas. Todos los días en la puerta se concentran personas que aguardan a familiares y amigos que declaran como testigos o indagados. Ahí, en el segundo piso, después de cruzar un hall colmado de personas donde hay un policía sentado, están los despachos de estas dos mujeres que se ocupan de algunos de los casos más sonados de los últimos tiempos.

    Una tarde de noviembre, Larrieu y Mainard recibieron a galería en el despacho de la primera. Entre paredes descascaradas, viejos muebles de madera, un retrato de José Artigas y un soporte sobre el escritorio con la bandera uruguaya, la de Artigas y la de los Treinta y Tres, hablaron de sus orígenes y de cómo observan la feminización que se evidencia en los últimos tiempos en el Poder Judicial.

    DE TALA A MONTEVIDEO. Mainard es verborrágica. Gesticula mientras habla, y por debajo de la manga izquierda de su chaqueta asoma un tatuaje de golondrinas que se hizo en su antebrazo. Si bien asegura que no está acostumbrada a dar este tipo de entrevistas, responde con rapidez y de manera fluida. Tiene 54 años y está separada. Es madre de Victoria, una escribana de 28 años, y de Juan Manuel, de 15.

    En 1989, cuando estaba embarazada de su primera hija, y ya recibida como abogada, vio en el diario un llamado a concurso para actuarios. No tenía muy claro de qué se trataba, pero se presentó. Quedó seleccionada y ahí comenzó formalmente su carrera. El primer destino fue Tala, y viajaba todos los días desde Montevideo. “Ser actuario era terrible, al menos en esa época. Estaba en un Juzgado de Familia, era una locura. Ahí se me presentó al oportunidad de ingresar a la judicatura y acepté”, recordó Mainard.

    Esa oportunidad era en Carmelo y hasta allí viajó la familia, para que Mainard asumiera como jueza departamental. Años más tarde llegó un nuevo destino: Young. En esa ciudad nació Juan Manuel, al que define como “el hijo de la vejez”. El hecho de vivir en una ciudad chica le permitió compatibilizar la maternidad con su trabajo. “Todo estaba cerca, pero andaba corriendo. Entonces, amamantaba y volvía (al Juzgado) con una angustia espantosa. Pero no podía manejarme de otra manera. Mi hija tenía 13 años, si bien se manejaba sola todavía era adolescente. Era difícil congeniar todo”, recuerda 15 años después.

    Luego vino Melo. Allí, si bien su hija pasó con alegría parte de su adolescencia, a ella le costó más adaptarse, porque estaba muy lejos de su familia y amigos en Montevideo. La siguiente parada fue Paysandú y poco después, la familia volvió a hacer las valijas hacia el este del país. Ahí comenzó una exposición mediática, pues por su trabajo como jueza penal en San Carlos empezó a aparecer en televisión. Eso le sirvió de experiencia para la tarea que inició en agosto de este año en Crimen Organizado.

    Su hija se puso feliz con el cambio. Sabía que se trataba de un reconocimiento para su madre. Su hijo, en cambio, al principio se angustió. “Le tuve que explicar que no me iban a agarrar a balazos, que no era como en otros países”, dijo.

    Ahora Mainard trabaja en el segundo piso del Juzgado, en un despacho muy impersonal, donde los únicos toques propios son dos plantas y un pequeño adorno navideño. Ahí concentra su trabajo en asuntos que en los últimos meses acapararon la atención: el caso de la Conmebol que terminó con el procesamiento de Eugenio Figueredo, las denuncias Pluna y los negocios con Venezuela que involucran a la empresa Aire Fresco.

    INICIOS SALTEÑOS. Larrieu tiene 53 años y un hablar pausado. Dice que no está acostumbrada a contar detalles de su vida personal, y se nota en cierta incomodidad al hablar de los inicios de su carrera. No elude preguntas ni responde de mala manera, pero elige con cuidado las palabras, como tratando de evitar cualquier comentario inapropiado. Está separada y es madre de Belén, de 22 años, y de Rafael, de 19 años.

    En 1989 vivía en Salto, porque su exmarido es oriundo de allí. Quería ser defensora pública y postularse para un cargo en la Fiscalía. Pero entonces entró en vigencia el Código General del Proceso y se necesitaban más jueces. Le ofrecieron un cargo en esa ciudad y lo aceptó, dando inicio de esa manera a su carrera en el Poder Judicial.

    Poco después surgió la posibilidad de trasladarse a Bella Unión. Lo pensó y decidió rechazarlo, pues sus hijos eran chicos y quería permanecer un tiempo más en Salto. Años más tarde apareció de nuevo Bella Unión, y entonces aceptó. Viajó con sus hijos, pero su marido quedó en Salto, porque la distancia era relativamente corta.

    En la localidad artiguense vivía con los chicos en un apartamento arriba del Juzgado. Ella recuerda con cariño esa etapa, en la que sus hijos se movían solos por “porque todo estaba en la vuelta”. Tenía una empleada que la ayudaba con la casa y flexibilidad para salir del Juzgado si su familia necesitaba algo. El mayor problema era cuando llovía, porque en esos casos las maestras que viajaban a diario desde Artigas no podían cruzar los cursos de agua y los chicos quedaban sin clases.

    Estuvo menos de un año y volvió al Juzgado de Salto por otros dos años. Ahí surgió la posibilidad de ir a Colonia. Era 2009 y ya estaba separada, así que viajó con sus dos hijos. “Fue como una especie de alivio porque hacía mucho tiempo que estaba en Salto, tenía muchos vínculos y amigos. Nunca tuve problemas con nadie, pero ibas al supermercado y estaba la madre del que habías procesado o de la víctima del que no habías procesado”, recordó.

    A su hijo menor le costó dejar Salto, pero enseguida se adaptó a la rutina coloniense. Sin embargo, él sí sufrió cuando a su madre la trasladaron a Montevideo en 2013. Por eso está deseando volver a Salto, donde aún vive su padre.

    En la capital, Mainard estuvo como jueza suplente y luego asumió al frente del Juzgado Penal de Séptimo Turno. Ahí estuvo hasta mediados de este año, cuando accedió a uno de los puestos en Crimen Organizado. Hoy tiene a su cargo el caso de las denuncias que presentó la oposición sobre Ancap luego de la investigadora parlamentaria; la causa del lavado de activos que terminó con el procesamiento del líder de Los Cuinis, y los procesamientos en la Armada, entre otros.

    ASCENSO FEMENINO. Ni Larrieu ni Mainard pensaron en ser juezas cuando egresaron de la Facultad de Derecho, pero por distintas circunstancias terminaron cumpliendo ese rol. En los casi 20 años que llevan en el Poder Judicial, las dos vieron cómo las mujeres empezaron a ganar terreno en los distintos escalafones. Mientras en sus inicios la presencia femenina se veía fundamentalmente en Juzgados Civiles, y sobre todo en asuntos de familia, poco a poco se fueron expandiendo y hoy es frecuente encontrarlas, por ejemplo, en materia penal.

    Mainard aclara que no se considera una feminista, pero sostiene que las mujeres son mejores como jueces que los hombres. “No quiero decir que ser hombre y juez sea incompatible, pero las mujeres generamos menos compromisos”, aclaró. “En el interior, sobre todo, el hombre enseguida se integra (a la comunidad), el asado, los amigos, el fútbol. Las mujeres no, estamos en la nuestra y en el trabajo”, dijo.

    De todas maneras, considera que los hombres tienen más posibilidad de dedicarse a la carrera judicial que las mujeres. “Nosotros tenemos la carrera más cortada porque cumplimos muchos roles al mismo tiempo. Hay que hacer de madre, de dueña de casa y, por ser mujeres solas, también jefas de hogar. Muy pocos hombres están con sus hijos solos; ellos tienen más tiempo para dedicarse a su carrera y al estudio”, dijo Mainard. No obstante, las dos aseguran que nunca sufrieron discriminación. Ni por parte de colegas, fiscales o abogados.

    CON RITMO PROPIO. Larrieu y Mainard trabajan en casos que son complejos, que involucran a figuras de peso político y empresarial, y también organizaciones criminales. Las dos tienen custodia mientras están en el Juzgado, aunque aclaran que nunca tuvieron inconvenientes. Cada tanto aparecen en los medios, pero ninguna de ellas es una de esas figuras públicas que son fácilmente reconocibles cuando caminan por la calle.

    Si bien se ocupan de asuntos que demandan muchas horas de trabajo, ambas coinciden en que es una actividad que insume una intensidad diferente a la que que experimentaba en sus épocas de juezas penales. “El ritmo de trabajo en un turno penal común es una locura. Pasás el día atendiendo el teléfono, llaman por el perro del vecino que molesta y por un homicidio. Trabajás corriendo y no da para pensar mucho las cosas. Acá es otro ritmo; es más complejo, pero es otra cosa”, explicó Larrieu.

    No obstante, el trabajo es duro y las horas pasan entre expedientes y testimonios en esas oficinas con vista al Teatro Solís, y también en sus casas. Por eso las dos están demoradas en la lectura de libros ajenos a temas judiciales. Mainard está leyendo “Paris”, de Edward Rutherfurd, un libro que le regaló un compañero de trabajo para su cumpleaños en enero, y que aún no pudo terminar. Larrieu está en la misma situación. Hace tiempo que está leyendo “La chica del tren”, la novela de Paula Hawkins que fue llevada al cine, pero aún le quedan unas cuantas páginas.

    En los Juzgados de Crimen Organizado el trabajo es compartido con otras oficinas estatales. Es tan amplia la variedad de temas que ellas están en permanente contacto con otros organismos públicos que proporcionan información, como por ejemplo el Banco Central, la Dirección General Impositiva o el Banco de Previsión Social. Ahora las cosas son distintas. En vez de estar 24 horas pendientes del llamado de un polícia o del fiscal de turno, los días de estas dos mujeres transcurren alrededor de casos engorrosos y polémicos, que a veces escandalizan a la opinión pública y en otras ocasiones forman parte del debate político.

    · María de los Ángeles Camiño, fiscal de crimen organizado.

    VISIÓN DE GÉNERO EN LA FISCALÍA

    En febrero de este año María de los Ángeles Camiño fue designada para ocupar una de las dos Fiscalías Penales Especializadas en Crimen Organizado. La fiscal ya conocía a las juezas Beatriz Larrieu y María Helena Mainard, pues con la primera había trabajado en Salto y con la otra en Carmelo.

    Camiño tiene a su cargo varios de los asuntos que generaron amplia repercusión pública en el último tiempo, como Pluna, Ancap, Conmebol, el caso de narcotráfico relacionado con Los Cuinis, asuntos vinculados a la posible conexión uruguaya de “la ruta del dinero K” y el “Lava Jato”, entre otros. Ella está en el segundo turno; Carlos Negro, en la de primer turno.Tiene 60 años e ingresó en la Fiscalía en abril de 1999, luego de haber trabajado como abogada de Antel, y después como jueza. Como magistrada estuvo en Nueva Palmira y Rosario, hasta que a finales de los 90 decidió ingresar al Ministerio Público. Hubo una razón fundamental para ese cambio: le resultaba muy difícil emitir un fallo y por eso resolvió dar un giro en su carrera.

    Su primer destino como fiscal fue Carmelo. Después el periplo continuó por Colonia, Salto y Pando. En 2012 llegó a la Fiscalía de Segundo Turno de Derechos Humanos, sustituyendo a Mirtha Guianze.

    Primero como jueza y luego como fiscal, en más de una ocasión Camiño tuvo que armar valijas y mudarse a otra ciudad sin tiempo para pensarlo. “El tema de los traslados es que con una llamada telefónica en cinco días tenés que mover a una familia”, contó. “Como todos, nos fuimos casados y volvimos divorciados”, agregó la fiscal, que es madre de dos hijos. En más de una ocasión, cuando eran chicos, Camiño tenía que salir con ellos en mitad de la noche porque recibía una llamada de la Policía por un nuevo caso.

    La Fiscalía de Crimen Organizado está instalada en un edificio en 18 de Julio, a metros de la plaza Independencia. En el marco de la puerta hay una mezuzá (pergamino judío), porque el apartamento es alquilado a un propietario judío, y allí quedó. Por dentro es muy simple: son cuatro o cinco despachos con muebles sencillos y expedientes por todos lados. Allí, Camiño comparte despacho con cuatro personas. En el resto del espacio la mayoría son mujeres, algo que está acorde con lo que sucede en el resto de la Fiscalía. Al igual que en el Poder Judicial, también en la Fiscalía General de la Nación la cantidad de mujeres aumentó en los últimos años. Según datos proporcionados por ese organismo a galería, de los 502 cargos ocupados al 30 de junio de este año, 370 corresponden a mujeres (73,7% del total).

    El fiscal de Corte Jorge Díaz explicó que el aumento en la cantidad de mujeres se empezó a notar a partir de 2014, dos años después de que comenzaran los ingresos y ascensos por concursos de oposición y méritos. “En el primer llamado se presentaron 726 abogados, se seleccionaron 300, ingresaron 81 y ahí solo había diez hombres”, dijo Díaz a galería. Según el jerarca, la mayoría de las mujeres que ingresaron están “muy capacitadas”, y tienen alrededor de 28 años.

    Para Díaz, esa mayor presencia femenina contribuye a que se construya una visión de género a nivel de la Fiscalía. “En los últimos cinco años hay una diferencia de enfoques de género y violencia. El ingreso de mujeres jóvenes ayudó mucho”, explicó. Para Díaz, sin embargo, es necesario “avanzar” para corregir algunos estereotipos que aún persisten, incluso entre mujeres que tienen “poca visión de género”.

    Camiño también cree que en la Fiscalía hay una visión de género propia de las mujeres y que eso se nota, por ejemplo, en casos vinculados a delitos sexuales, o que involucran a menores. “No podemos desprendernos de las cuestiones inherentes a la personalidad de cada uno. Las mujeres y hombres somos diferentes. Ni mejores ni peores, somos diferentes y tenemos una visión distinta. Pero en general, por ejemplo, en el caso de las víctimas y de los abusos creo que hay una visión inherente al género”, dijo Camiño, quien destacó que “desde el punto de vista institucional”, la Fiscalía de Corte “está intentando sensibilizar” en esos asuntos.