—De los dos embriones quedó uno solo. ¿Qué quieren hacer? —les preguntó.
Patricia y Gustavo se tomaron unos instantes para decidir.
—Me la juego a transferir ese embrión que quedó —le respondió Patricia.
Pasaron 14 días. Patricia volvió a hacerse el examen de sangre. El resultado fue, una vez más, negativo.
Son los últimos días de abril. Patricia está sentada en un sillón blanco. Toma café. Su cuerpo parece cansado. Habla sin quebrarse, pero, de tanto en tanto, deja caer los párpados como si le pesaran.
—No me siento muy cansada. No. Bueno, un poco sí. Obviamente hubiera querido evitar todo esto, porque te desgasta.
El 24 de mayo Patricia cumple 40. Los años, la edad, el tiempo, el reloj. Allí está su único problema: una reserva de óvulos de una mujer a punto de cumplir 40 años. Pero Patricia no duda.
—Tener un hijo es el mayor deseo que tenemos hoy. No me puedo dar el lujo de dudar. Sé que se va a dar.
Patricia —como lo hicieron en el último año casi 600 mujeres uruguayas— presentó su solicitud para que el Fondo Nacional de Recursos (FNR) le diera una ayuda económica para hacerse una FIV. El 22 de noviembre de 2013 el Poder Legislativo aprobó la ley 19.167, una norma que, según varios expertos, es ejemplar a nivel latinoamericano.
La Ley de Técnicas de Reproducción Humana Asistida fue reglamentada a fines de 2015. A grandes rasgos, esta nueva legislación permite que todos los uruguayos puedan acceder a métodos de fertilización con una ayuda total o parcial. Logra además, que quien lo hace de manera privada o quien necesita hacerlo a través de la ley tienen acceso a las mismas clínicas, los mismos especialistas, los mismos laboratorios. Los que ganan 10.000 dólares por mes, los que no llegan a los 1.000 dólares por mes, pueden usar idénticos servicios. Lo único que cambia es el tiempo de espera.
La ley distingue dos tipos de reproducción asistida: de baja y de alta complejidad. Por baja complejidad se entiende “aquellos procedimientos en función de los cuales la unión entre el óvulo y el espermatozoide se realiza dentro del aparato genital femenino”. Estas técnicas son financiadas por las entidades públicas y privadas que forman parte del Sistema Nacional de Salud. Las de alta complejidad “son aquellas en virtud de las cuales la unión entre óvulo y espermatozoide tiene lugar fuera del aparato genital femenino, transfiriéndose a este los embriones resultantes”. Este tipo de procedimiento —que cuesta en el entorno de 8.000 dólares— son parcial o totalmente subsidiados a través del FNR (ver recuadro), según los ingresos de la pareja o de la mujer.
Por medio de esta ley todas aquellas parejas que no puedan concebir biológicamente o aquellas mujeres que no tengan pareja tienen la posibilidad de solicitar, desde abril de 2015, ese subsidio. La ley define como infertilidad “la incapacidad de haber logrado un embarazo por vía natural después de doce meses o más de relaciones sexuales”. Según la norma, “en el caso de los procedimientos terapéuticos de alta complejidad, el profesional médico responsable del equipo actuante deberá dejar constancia escrita en la historia clínica correspondiente de los estudios, tratamientos y resultados seguidos por su paciente que justifiquen su realización”. Las tres clínicas que están habilitadas para realizar estos procedimientos de alta complejidad son el Centro Esterilidad de Montevideo (CEM), Cerhin (con sede en Montevideo y Salto) y la Clínica Suizo Americana. Las pacientes pueden elegir la clínica donde llevarán adelante las técnicas de reproducción.
La ley da la posibilidad de que la mujer se haga tres estimulaciones ováricas. Cada una de estas estimulaciones admite tres transferencias de embriones. Los especialistas aseguran que nueve transferencias es un número importante y que hay veces que no se cuenta con la cantidad necesaria de embriones para lograrlo. Lo habitual es que se transfieran dos embriones cada vez. Pero a veces la mujer quiere transferirse un solo embrión y de ese modo se puede llegar a los tres procedimientos por ciclo.
Hasta febrero de 2017, la ley no limitará la edad de la mujer que solicite la ayuda. Pero a partir de esa fecha, las mayores de 40 ya no podrán acceder.
En el número 985 de la Avenida 18 de Julio está la Galería Cristal. En el tercer piso, después de dejar atrás los locales que se detuvieron en algún tiempo del siglo XX, están las oficinas del FNR. Hay poca luz solar, no hay grandes detalles decorativos, todo es más bien austero, impersonal. Hay algún cuadro colgado, unas pocas plantas, cientos y cientos de biblioratos. Se percibe cierta calidez. La recepcionista sonríe, la secretaria también.
Rosana Gambogi es médica internista, especialista en gestión de servicios de salud y co-encargada de la División Técnica del FNR. Trabaja allí hace muchos años. En su oficina no hay fotos. El único elemento decorativo es una lámina del cuadro “Las Meninas” de Diego Velázquez colgada sobre una pared. Después hay decenas de cajas de cartón y un escritorio lleno de papeles, algunos con sus propias anotaciones, otros en inglés. Gambogi está involucrada en este proyecto desde que se le atribuyó al Fondo la responsabilidad del financiamiento de los tratamientos de alta complejidad.
Al lado de su oficina, un especialista en reproducción asistida, un médico del FNR y un apoyo administrativo analizan, en el marco de un ateneo, las solicitudes que llegan al organismo. Allí es donde se evalúa si corresponde la cobertura económica o no.
Gambogi explica que lo primero que hay que establecer es si se necesita un tratamiento de baja o de alta complejidad. En el caso de que sea de alta complejidad, el ginecólogo tratante debe llenar el formulario del FNR y explicarle a la pareja o a la mujer la posibilidad de elegir una de las tres clínicas donde se puede hacer el procedimiento. Cuando se seleccione la clínica, se manda el formulario para que el especialista de allí evalúe si la solicitud es adecuada y, finalmente, envíe toda la información al FNR.
Cuando la carpeta llega al Fondo, el ateneo —que se reúne dos veces a la semana— toma la decisión. Las respuestas a los solicitantes pueden ser: sí, no o que se deben hacer correcciones por falta de información. Si la solicitud es aprobada, la documentación vuelve a la clínica de reproducción y la paciente deberá completar otros formularios que serán enviados nuevamente al FNR para que, al fin, se inicie el tratamiento.
Gambogi asegura que si la información se envía de forma completa en las dos instancias, la respuesta final del FNR estará en un mes. Los especialistas que trabajan en las clínicas y varios de los pacientes hablan de dos meses de espera para iniciar el tratamiento. Pero cada uno de los casos es muy particular.
En la pequeña localidad de Miguelete, ubicada a 23 km de Colonia del Sacramento, hay 999 habitantes, según el Censo de 2011. Es probable que esa cifra se haya modificado en los últimos años. Tal vez ahora sean 999 habitantes más dos mellizas llamadas Catalina y Paulina.
Las hijas de Florencia son famosas. Todo el pueblo supo de la historia cuando un canal local llegó para hacerle una entrevista a la madre. Sus hijas son las primera mellizas nacidas gracias a la Ley de Técnicas de Reproducción Asistida Humana.
Florencia —35 años, docente— dice que junto a su marido deben haber sido de los primeros en entregar su carpeta al FNR. Su FIV funcionó la primera vez. Dos embriones. Dos bebas.
“Tenía que ir a hacerme el examen de sangre el viernes y no me aguanté, así que me hice un test de embarazo el jueves. Me dio positivo. Al día siguiente nos fuimos a Montevideo, y cuando nos mandaron los valores ya supusimos que eran dos porque eran muy altos”, contó Florencia.
En 2010, ella inició su primer tratamiento. Lo hizo en Buenos Aires. Habían intentado durante un año y el resultado positivo no aparecía jamás. Le dijeron que ella tenía baja reserva ovárica y él pocos espermatozoides. Se hizo la primera FIV en marzo. No funcionó. En octubre, cuando ya habían dejado de pensar en ser padres, quedó embarazada de Gonzalo. “Fue un milagro”, dijo.Pensaron que tal vez el milagro podía ocurrir una vez más. Pasaron tres años y medio intentando. Nada. Hasta que se reglamentó la ley. Florencia y su marido tuvieron que pagar solo 25% del tratamiento de alta complejidad.
Sandra Rodríguez es psicóloga y una de las fundadoras de la Fundación Dar a Luz, que trabaja ayudando a las parejas y a las mujeres que transitan el camino de la fertilización asistida. Sandra se hizo diez inseminaciones artificiales, una de las técnicas de baja complejidad. Todas sin éxito. Luego intentó con la FIV. Su hijo, de 14 años, nació después de la tercera fecundación in vitro. Sandra y su marido habían decidido que si no funcionaba iban a adoptar. El proceso les llevó cinco años. Para ella, que descubrió que su verdadera vocación era acompañar a mujeres que están en ese proceso, esta ley es una de las más lindas que se hayan aprobado en los últimos años. Cuenta que desde su reglamentación un año atrás, muchas mujeres y parejas se han acercado para buscar apoyo.
“A la Fundación llega gente que ni soñaba con hacerse una in vitro porque no podía, ni aunque vendiera todo iba a poder. Y que alguien se quede sin tener hijos por un tema económico es muy injusto. Hay que entender que cuando surge el deseo de querer ser madre no lo apagás más. La gente no entiende que te hayas pasado cinco años de tu vida en esto, pero es mucho más fuerte el deseo que la lógica, que la razón, que lo que opinen los demás”, señaló Sandra.
Sobre algunas de las quejas respecto al funcionamiento del FNR, Sandra responde sin dudarlo que la receptividad, la agilidad, las ganas de colaborar por parte del organismo son notorias. Y que es muy común que la gente tenga el preconcepto equivocado por ser una oficina pública. “El espíritu del Fondo es aprobar, no te vas a encontrar con el enemigo que está buscando la letra chica para bocharte, está funcionando muy bien todo”, aseguró.
Según datos del FNR, al 31 de marzo, solo se rechazaron 33 tratamientos de las 751 solicitudes presentadas. Las tres mujeres consultadas para este artículo destacaron la buena disposición de los empleados del Fondo a la hora de despejar dudas, decir en qué fecha se evaluaría su caso y responder rápidamente las llamadas.
No es ninguna novedad. Las mujeres de determinado nivel sociocultural postergaron su maternidad. Se enfocaron más en sus carreras, se preocuparon por crecer en sus trabajos, decidieron viajar, ser independientes y, después, bastante después, eligieron ser madres. A veces junto a sus parejas. Otras solas. Muchas concibieron sin inconvenientes. Sin que sus 30 años fueran un problema. A otras se les hizo más difícil.
Médicos, psicólogos, pacientes que están inmersos en el mundo de la fertilidad lo repiten una y otra vez: hay un quiebre en la reserva ovárica a los 35, y a los 40 ese quiebre es todavía más profundo.Lucía Abulafia es médica ginecóloga, especialista en medicina reproductiva y trabaja en el equipo de Marisa Dellepiane, ginecóloga, especialista en reproducción asistida e integrante del Centro de Esterilidad de Montevideo (CEM).
Es la última hora de la tarde del viernes. Lucía ya está en su casa. Dana, su hija que nació hace casi tres años después de una FIV, toma té sentada en su falda. Lucía logra hablar de fertilidad, infertilidad, de fecundaciones in vitro, de óvulos, embriones y espermatozoides con calidez y ternura.
“Si hay óvulos, hay espermatozoides y las trompas están permeables, las chances siempre están. No somos Dios para decirle a nadie: 'No te vas a embarazar'. Hay que tener cuidado con el médico que dice eso. Por eso está bien siempre dar una oportunidad. Hay veces que te llegan pacientes con una reserva ovárica bajísima, los espermatozoides no tienen fuerza, y se terminan embarazando. Hay que respetar muchísimo el deseo de la pareja y la tranquilidad que quieran tener de agotar todas las opciones”, destacó.
Lucía cuenta que el promedio de edad de las mujeres que consultan en Gestar (la clínica de Dellepiane que forma parte del grupo CEM) es de 39 años. Y que cada dos meses reciben el caso de una mujer soltera que quiere ser madre. También relata que la ventana que dio la ley de reproducción para mujeres mayores de 40 hace que tengan muchas pacientes mayores. Según la especialista, es muy probable que los primeros resultados de casos exitosos que se conozcan van a estar alterados por ese hecho, pues las mujeres de 40 tienen menos probabilidades de quedar embarazadas.
“Las mujeres se sienten jóvenes en muchos sentidos, y de hecho lo son. Pero en temas de reproducción hay fecha límite. Podés estar espléndida, súper joven a los cuarenta y tantos, pero tus ovarios tienen tu edad y te pasan la cuenta. Es el momento en que la naturaleza te pone en la cara cómo son las cosas”, dice Lucía. “Hay un momento en que hay que poner un freno y evaluar si en nuestro proyecto de vida está ser madre y decidir hasta cuándo vamos a esperar para serlo. Es una decisión dura. Si estás dispuesta a aceptar óvulos de otra o a adoptar, no hay ningún apuro. Pero si querés usar tus óvulos hay una fecha límite”, aseguró.
La ley también incluye la donación de óvulos para aquellas mujeres que ya no puedan utilizar los suyos.
El FNR todavía no tiene las cifras de los casos de éxito de las clínicas que trabajan en procedimientos de alta complejidad en el marco de la ley. La idea es que cuando se cumpla un año de la ejecución de los tratamientos se publiquen los datos de efectividad de cada uno de los centros médicos. Según Gambogi, del FNR, la gente tiene derecho a conocer esta información para poder elegir con mayor propiedad.
Sandra Rodríguez, fundadora de la Fundación Dar a Luz, afirma con contundencia que el papel del ginecólogo es fundamental para que los tratamientos funcionen y que hay que encontrar un ginecólogo que se embandere con la causa de cada mujer o cada pareja, pues pueden ser muchos años de trabajo en conjunto.
Más allá de los resultados de los tratamientos, los que están contentos con las clínicas elegidas destacan la empatía, la calidad humana, la contención y la disposición para ayudar a llenar los formularios y responder preguntas cualquier día de la semana. La ley admite cambiar en caso de que un paciente no esté conforme con la clínica.
Es probable que la norma sea perfectible, que haya algunos mecanismos para mejorar, tiempos para acelerar. Sin embargo, basta con detenerse a pensar la cantidad de mujeres y parejas que jamás podrían haber accedido a una FIV para darse cuenta de que es un paso que merece ser celebrado.
EL PAPEL DEL ESTRÉS
Los especialistas que trabajan en tratamientos de fertilización suelen repetir un concepto: “no hay que esterilizar la vida”. Se sabe que muchas de las mujeres que se enfrentan a estos procedimientos viven momentos de mucho estrés, angustia, ansiedad, instancias de depresión profundas, llantos constantes y que solo pueden pensar en ese embarazo tan deseado. La cabeza puede jugar en contra. Sandra Rodríguez, psicóloga especialista en estos temas y fundadora de la Fundación Dar a Luz, lo explica de la siguiente manera: “Esto es un círculo vicioso del que no podés escapar. Como no te embarazás te genera estrés, el estrés influye en los tratamientos, entonces los tratamientos fallan, no te embarazás y volvés a generar estrés. El estrés se vuelve crónico. Nosotros estamos durante muchos años en una situación de estrés, no hay duda de que influye”.
Para Lucía Abulafia, médica especialista en medicina reproductiva, el estrés altera hormonalmente todo. “Tenés que despejar la cabeza, no podés estar mirándote la panza todo el día. Hay que darle espacio a este momento, pero no puede ser lo único que pasa en tu vida. No obstante, el equilibrio es muy difícil en todo esto. Más cuando estás poniendo el cuerpo. Y por más que el hombre esté súper comprometido con esto, la que se hace la ecografía transvaginal, la que se da los pinchazos, la que se saca sangre y se siente hinchada, es la mujer. Por lo tanto no hay que estresar más al cuerpo. Hay que estar dispuesto y abierto a que suceda, pero no puede ser el único foco de atención, porque eso no es saludable. Hay que prever que puede darse, o no”, afirma Lucía.
El caso de Federica —otro de los embarazos exitosos dentro del marco de la ley— podría ser un ejemplo de que hay situaciones que ayudan. Federica y su marido ya eran padres, pero la baja reserva espermática de él hacía que la probabilidad de volver a tener un niño fuera muy compleja. Sin embargo, cuando ya habían hecho el duelo y habían decidido aceptar que iban a ser una familia de tres, se toparon con un médico que les dio el optimismo suficiente para intentarlo a través de una FIV. Hoy, Federica está embarazada de cinco meses. “No soy nada mística ni espiritual, pero juro que después de la transferencia sabía que había funcionado. Fui bastante optimista durante todo el proceso y no tuve mucho espacio para hacer un reposo absoluto porque tengo un niño chico. Creo que tener otro hijo hace que estés en otra cosa durante el día. Le prestás atención al hecho de que estás en un proceso para quedar embarazada, pero no ponés todo el foco ahí porque sabés que, más allá de que quieras tener otro hijo, ya tenés uno. Y eso hace que no estés tan estresada”.