“Mi vida como modelo” bien podría ser una de esas novelas estadounidenses de la jovencita linda y algo inocente pero con valores firmes, que se muda a la Gran Manzana buscando triunfar como modelo internacional. Hay lágrimas, hay drogas, hay enfermedades como bulimia y anorexia, hay celos y maltrato, pero también hay una historia de amor con casamiento incluido, viajes exóticos, grandes contratos y amistades que en pocos meses se vuelven muy intensas.
Pero esta historia que nos lleva de la mano por el lado B del modelaje internacional no solo es real, sino que tiene a una protagonista uruguaya, la modelo Katja Thomsen, que vivió tres años entre Nueva York, Miami y París, mientras el Uruguay transitaba la dura crisis de los inicios de los 2000. Este contexto —saber que en el país el trabajo para las modelos era más escaso y mal pago que nunca— la motivó a perseverar hasta conquistar su lugar, pero en “Mi vida como modelo” la autora se encarga de explicar cuál fue el precio y qué motivaciones la sostuvieron. Y también, qué la hizo volver al Uruguay, cuando parecía por fin estar llegando a su meta, para tener a sus cuatro hijos —Valentino (10 años), Francesco (8), Paulina (3) y Catalina (1)— y estudiar Abogacía, carrera que hoy ejerce de forma independiente.
Lo más duro eran dos cosas: la soledad y la incertidumbre. Es muy duro cuando se es tan jovencita y estás sola y lejos de casa, porque una está como patito en alta mar, timoneando su propio destino, forjando su porvenir sin más voces que escuchar que la de su propia conciencia.
Lo que me permitía ganar fuerzas un día tras otro eran varias cosas importantes. Por un lado, el amor incondicional de Santiago y de mi familia, que aunque estaban lejos me daban ánimo y una razón por la cual seguir adelante cada día. No pasó un solo día sin que hablara dos o tres veces por teléfono con mis padres. Por otro, el afán de autosuperación, de poder demostrarme a mí misma que sí era capaz de salir adelante airosa en aquel “universo paralelo”, que para una novata de Uruguay era, no miento, como una dimensión desconocida.
Una vez una booker de Nueva York la vio después de unas vacaciones y le dijo que estaba “hecha una vaca”, y en un rodaje la clienta decidió suspenderlo porque la veía con quilos de más. Y hace pocos años tuvo el blog “Una dieta a regañadientes”. ¿Cómo hizo para no caer en enfermedades, como le sucedió a una chica anoréxica con la que convivió?
Porque siempre he tenido bien claro que existe una “delgada línea roja” entre la salud y el abismo. Tuve el apoyo constante y la guía de mi familia para alertarme en dos cosas que para una modelo son fundamentales: uno, cuando estaba unos quilos por encima; y dos, sobre todo, me avisaban con preocupación si bajaba demasiado. Mi abuela materna, a la que con cariño llamamos “Chichí”, tiene, en ese sentido, un ojo crítico y es la primera en decirme “estás escuálida, Katita, ojo que tan flaca no se ve lindo y no es sano”. Las chicas con trastornos alimenticios en mi relato tenían familias, todas ellas, bastante desentendidas. Familias que elegían mirar para un costado en vez de ayudarlas, porque económicamente les convenía y les resultaba más fácil elegir no ver la realidad porque se venía, por ejemplo, la fashion week. Y... ¿a quién le importa la bulimia galopante de la hija que fue contratada para hacer todos los desfiles en la semana de la moda de París o Milán?
También convivió con una modelo que tenía una fuerte adicción a la cocaína. Habló con la agencia y ellos se escudaron en que la chica “estaba trabajando muy bien”. ¿Son algo así como intocables las modelos que generan más ingresos a las agencias?
Bien podría decirse eso, sí. De hecho, yo misma lo viví en carne propia cuando me ascienden —por haber llegado a récord de facturación en Miami— y me piden que deje Estados Unidos y me radique en París. En esas épocas yo era como sagrada para todas las agencias en las que trabajaba y me podía dar todos los berretines que quisiera sin mayores consecuencias.
Pero la primera vez que volvió a Uruguay después de unos meses en Nueva York no trajo ingresos sino deudas. ¿Cómo se generaron y qué tanto le pesaron como para decidir volver a Estados Unidos para probar suerte por segunda vez?
Esto está mejor explicado en el libro, prefiero no revelarlo para que sea una sorpresa para los lectores.
En una entrevista a galería del año 2000, en uno de nuestros primeros números, dijo que uno de sus límites son los desnudos. ¿Qué tanto le costó mantenerse firme con esta decisión durante su carrera y qué cosas perdió por defender su coherencia?
Cuando ingresa una nueva modelo en una agencia, además del contrato se llenan un montón de papeles. Entre ellos, hay uno muy pero muy importante en el que se deja asentado qué cosas hace y cuáles no hace la referida persona. Es decir, te preguntan si estarías dispuesta a ser modelo de manos y/o pies solamente, a ser doble de cuerpo de celebridades, a desfilar transparencias, a hacer desnudos artísticos en fotos, etcétera. Cada sí y cada no que das ese día se anota de manera indeleble en la agencia y es con esos parámetros que se mueve tu agente luego, a la hora de mandarte a conocer clientes en castings. Es una forma de ahorrarse malas sorpresas, porque imaginate qué trabajo le darías a la agencia si te logran conseguir un trabajo buenísimo y justo vos tenés objeciones morales en torno a lo que se te pide que hagas. Mantenerme firme no parecía difícil hasta que tuve que enfrentarme a los fotógrafos más conocidos del mundo, que por supuesto llevan el arte un paso más allá. Así es que Patrick Demarchelier me conoció en París y no pudimos hacer nada, y así es también cómo discrepé en un importante trabajo con uno de los más grandes fotógrafos de nuestro tiempo, el genio Bruce Weber. Él quería que yo hiciera algo que narro en el libro y le expliqué los mil y un motivos por los que no lo haría nunca. Cuando salió el archifamoso libro “The teen Vogue handbook - An insider’s guide to careers in fashion”, él dio como consejo a las nuevas caras que sean flexibles, que siempre estén dispuestas a cambiar sus planes a último momento. Será mi imaginación, pero creo que ese comentario es “un palo para mi rancho” (se ríe).
Tuvo episodios en los que debió tomar decisiones drásticas, como elegir entre la familia y el futuro profesional. ¿Qué tanto le costó hacerlo, en un momento en el que, luego de mucho sacrificio, había logrado ganarse su lugar?
Cuando tenés 20 o 21 años de edad, por más experiencia profesional que tengas, las decisiones más duras siguen costando lo mismo que a cualquier joven de esa edad, porque lo que no se tiene es la experiencia de vida. Siendo responsable por mí misma como lo era, sabía que una vez elegido un determinado camino en la vida, no habría vuelta atrás. Y de hecho no la hubo. Entonces, definir mi línea de acción me costaba mucho. Estaba creciendo a los golpes y me apoyaba mucho en mi esposo, pero él también era muy joven y tenía dudas como las mías. Fueron mis instintos, mis corazonadas sobre lo que está bien y lo que está mal las que me ayudaron a decidir junto a él, qué era mejor para los dos, en esa ocasión y siempre a lo largo de mi vida. Y aunque el camino del bien cueste más a veces, hacer lo correcto te garantiza una paz interior a largo plazo que vale más la pena que cualquier recompensa inmediata atractiva.
Por momentos “Mi vida como modelo” parece una de esas novelas americanas protagonizadas por una joven inocente que llega a Manhattan buscando el éxito profesional. ¿Se inspiró en algún libro o escritor?
No, para nada. Un buen día, por allá por el año 2006, me surgieron las ganas de plasmar en el papel, de inmortalizar mis vivencias de manera que desde mi abuela hasta mis hijos pudieran leerlas sin aburrirse. Me parece que es por eso que me están llegando las críticas tan positivas hacia el texto del libro. En general, todos los comentarios coinciden en que la lectura es entretenida, liviana y atrapante. ¡Imaginate lo que es eso para una persona que recién sacó su primer libro!
Son conocidos los prejuicios que despiertan las modelos, pero usted al regresar a Uruguay estudió Abogacía. ¿Se enfrentó a nuevos prejuicios, por ser modelo y además era mayor que el promedio de compañeros?
Para nada. Tengo una excelente relación con mis compañeros de la facultad, pese a que sí, eran más jóvenes que mi hermanito menor, que para mí toda la vida será “mini”. Lejos de sufrir por prejuicios, me sentía admirada y muy respetada. Y en algunos casos, muy querida. Fijate que tengo amigas que se están casando ahora, que yo ya tuve mis cuatro hijos, y aún me recuerdan y me invitan a los casamientos. Otros, con todo lo que tienen que hacer, se hicieron un tiempito para acompañarme en el lanzamiento de mi libro. Otros son mis socios y trabajamos de manera muy amena, codo a codo todo el tiempo. Siento muchísimo cariño por mis amigas y amigos de esa etapa de mi vida.
Cerca del final le pronostican que su verdadero auge como modelo, dado su estilo físico y su rostro, va a llegar después de los 30. ¿Es así ahora?
Cuando tenía 30 tuve a mi tercera hija y a los 32 a mi cuarta. Ahora que la beba más chica tiene casi un año y medio y se encuentra bien, voy a tener que ponerme las pilas para volver a trabajar afuera y medir el acierto o desacierto de las palabras de mi manager. Sin dudas que ya arranqué otra vez con el modelaje a full, y en gran medida esa vuelta al ruedo se la debo al libro “Mi vida como modelo”, y a todo el trabajo de marketing detrás de él. También se la debo a marcas top que han decidido adoptarme como imagen en los últimos meses, ya no como modelo cuyas medidas son las de pasarela, sino como referente, como la madre de cuatro criaturas que soy, la mujer real que tanto ha vivido pero tanto tiene por recorrer aún porque recién llegó a sus treintas. Me refiero a marcas líderes como Mercedes-Benz, Pasqualini, Gladys T., Angela de María Spa, y otras. Lo que vende mi imagen hoy es una marca que lleva mi nombre y apellido, es un estilo de vida determinado, una mujer de carne y hueso que usa ciertos productos y no otros.