Debutó en 1987, a los 16, en Stockolmo, y este año, a los 45, volvió al club. ¿Sentía que era un asunto pendiente?
Debutó en 1987, a los 16, en Stockolmo, y este año, a los 45, volvió al club. ¿Sentía que era un asunto pendiente?
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSiempre tuve pendiente volver. Y lo quería hacer en buen estado físico para que el aporte al equipo no fuese solo simbólico. Para que de verdad la experiencia de casi 30 años jugando básquetbol profesional en Montevideo, en el interior y en el exterior (Argentina, Ecuador y Venezuela) sirviera también adentro de la cancha. Fijate que juego contra gurises que tienen 25 años menos que yo, necesito estar a tiro.
Juega con la número 13. ¿Por qué la eligió?
Cuando empecé en Stockolmo jugaba con la 10. Pero cuando llegué a la selección mayor el número ya le pertenecía a Marcelo Capalbo y quedaban libres el 9 y el 13. La elección fue sencilla, porque, aunque no soy supersticioso y creo que la suerte se la construye uno mismo, el 13 es yeta; tenía que ser mío (risas).
¿Qué es lo más transgresor que hizo en una cancha?
Una vez, jugando en Welcome, me pegaron un codazo y me quebraron el caballete. Estaba muy mareado. Fui al vestuario, le pedí al médico que me acomodara la nariz y, aunque me prohibió volver a la cancha, volví. Me senté atrás del técnico, Héctor da Pra, y no paré de pedirle que me pusiera. Después, jugando en Salto Uruguay, tuve un accidente en el que mi auto voló y cayó en un cantero. Estaba hecho pedazos, y cuando vino el médico solo le hablaba del partido del día siguiente. Tenía cortes, hematomas por todos lados y no sé si alguna quebradura, pero jugué igual. Recuerdo que uno de los extranjeros del equipo estuvo a punto de plantear que no podía jugar por descompostura, pero parece que me escuchó y se arrepintió.
Le dicen “Bicho” por lo mañoso que es en su juego. ¿Tiene algún otro apodo?
Cuando empecé en Stockolmo me decían “Loco”, hasta que llegó al equipo el “Loco” Vieytes y, como era más loco que yo, perdí el apodo. Ahora tengo tres nombres: soy Luis, Bicho o Papá.
¿Qué es lo que más difícil y lo más disfrutable de tener una familia ensamblada?
Lo que más cuesta es, sobre todo en mi caso, en que la separación fue problemática, lograr que mis hijos del primer matrimonio se dieran cuenta de que yo los seguía queriendo como cuando vivíamos juntos y que todos mis sacrificios siempre están y estarán vinculados a ellos. Lo que más disfruto es ver, ahora que somos los tuyos, los míos y los nuestros, que todos se sienten realmente hermanos. Es un logro impresionante que emociona.
Lara, su hija más chica, tiene cinco años. ¿Es cierto que todas las noches le lee un cuento?
Sí. Ella es muy activa y la hora de dormir es complicada porque siempre quiere seguir de largo. Entonces ahí tranzamos y viene la parte del cuento. Ahora estamos leyendo “El Principito”, el original, de 27 capítulos. Es un cuento que despierta muchas preguntas, y ella me las hace todas (risas).
Se define como terco. ¿Cómo se plasma ese carácter en su cotidianidad?
No es fácil, pero he aprendido a ponerle terquedad a las cosas que importan y a no luchar batallas insignificantes. Aunque en la cancha las lucho todas, en la vida fuera del deporte es otra cosa. Ahora estoy en un emprendimiento particular con mi señora, con purificadores de agua, y quiero que todo el mundo logre escuchar la propuesta para mejorar la calidad de vida. Me entusiasmo y es ahí que me pongo muy, muy terco. Controlé ese aspecto, por ejemplo, con el tema de la familia ensamblada. Adaptar a los chicos llevó bastante más tiempo del que pensaba, y fue ahí que tuve que ceder muchos kilómetros de terquedad.
¿Qué especialidad pensaba seguir cuando estudiaba medicina?
Me gustaba mucho la parte cardiovascular. Quería ser cirujano. Estudié hasta cuarto, hasta que se hizo muy difícil y después imposible compatibilizar con el básquetbol. En alguna vida la quiero terminar y, quizás, formar parte de Médicos Sin Fronteras.
¿Sigue tocando el piano?
No, pero de vez en cuando he vuelto a “Para Elisa”. Empecé a estudiar piano y guitarra a los cinco y fui a clases durante siete años. En casa todavía guardo la carpeta del profesor de solfeo. La música clásica me sigue tirando.
¿Es cierto que es profesor de inglés?
Sí, pero nunca ejercí. Mamá siempre decía: “Todo lo que podés aprender, tenés que estudiarlo”. Y si ella lo decía, había que hacerlo. De chico no me gustaba el inglés, todavía no le veía tanta utilidad e iba a clase a regañadientes. Pero fui avanzando hasta tener el título. Hice talleres y cursos de todo lo que te podés imaginar. Hasta de cerámica.
¿Qué recuerda de cuando fue golero de fútbol?
Fue en la adolescencia, jugando en las inferiores de River. Cuando llegué, en el mediocampo había jugadores muy buenos y no quedaba lugar para mí. Entonces el técnico, que me conocía del barrio, me preguntó si quería probar en el arco. Y probé. Imaginate, yo con mi locura de ahora pero a los 14 años, me aseguré el puesto enseguida. Atajé hasta los 17, hasta que tuve que elegir y me fui para el básquetbol. Lo que más me marcó fueron las pretemporadas de fútbol, que eran terribles. Me enseñaron a tener una disciplina que, por lo menos en aquella época, en el básquetbol no existía. O al menos no abundaba.