—Se crió en un campo de su familia en Young, fue a la escuela rural, y se volvió cuando su hermano empezó el liceo. ¿Qué añora de esos tiempos?
—Se crió en un campo de su familia en Young, fue a la escuela rural, y se volvió cuando su hermano empezó el liceo. ¿Qué añora de esos tiempos?
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá—Crecí arriba de un árbol, en una época en la que lo único que teníamos era un minitelevisor y veíamos la Red en blanco y negro cuando podíamos agarrar la señal. Vivía entre caballos, era una vida muy natural, sencilla y para mí fue la experiencia más maravillosa. De ahí añoro todo. Lo único que me trae equilibrio es el campo, hacerme un mate en la mañana temprano y con la cerrazón caminar y sentir el aire, y mirar para todos lados y escuchar los pájaros. Pienso en esa forma de vida todos los días.
—Sus dos hijos, Justino y Nina, se llevan más de ocho años. ¿Qué cosas sucedieron en el medio?
—Después de tener al gordo me quedé dos años en casa siguiendo su desarrollo, su crecimiento. Después empecé a trabajar de nuevo, agarré una época de muchos viajes y después, en el momento que quise quedar, no quedé. La gente me decía: “tú no comentes que te hacés la in vitro”. Es como un tabú, pero ¿tabú de qué? Hoy que las mujeres cada vez tenemos hijos más grandes, me parece que está bueno decir que uno se hace un tratamiento de fertilización asistida. Yo lo contaba todo el tiempo. Además, pasás por 80 idas a consulta, ecografías, sacadas de sangre. Las personas que lo quieren esconder no sé cómo hacen.
—¿Por qué eligieron llamar a esa niña Nina?
—No quería un nombre que se lo cortaran con un sobrenombre, quería buscar uno corto que se lo dijeran entero, y ademas pensé “esta niña, que nace en este año, ¿dónde va a vivir?”. Entonces me dio por buscar un nombre que se pudiera pronunciar en cualquier lado. A todos nos gustó Nina y quedó. Ahora le decimos Turbotrueno. Justi es manso, cariñoso, aplicado, emocional, sensible, y esta gorda anda a los gritos, tira todo, es desobediente.
—Vive hace años en su casa actual, pero todavía tiene las bombitas de luz colgando del techo. ¿Es así?
—Más o menos. Vivíamos en un apartamento frente al Golf, alucinante, pero cuando nació Justino no entrábamos porque era de un cuarto solo y nos mudamos a Carrasco. Quería venirme al lado de mamá, de mi abuela y de mis tías, y además quería un jardín. Quería darme el lujo de tener un árbol, usar una manguera, y encontramos una casa divina con palmeras y una magnolia, a tres cuadras de la playa, que en verano a veces vienen esos olores a mar; nos mudamos hace once años. Desde ese momento nunca más toqué nada de la casa. Debería entusiasmarme más, pero no soy de esas mujeres que cada cinco años están cambiando las cortinas. Tengo la casa limpia, prolija, vidrios lavados, todo aspirado. No hay bombitas exactamente, pero sí unas lámparas que eran provisorias y quedaron definitivas.
—¿Siempre fue callada o se volvió más callada con el tiempo?
—Justi, cuando era chico, me decía “mamá, hablá”. Lo que pasa es que estoy muy atomizada, hablo mucho por teléfono por temas de trabajo, y además soy callada. Llego a casa y Cali (Ameglio, su marido) habla mucho y Justi habla mucho, y entre los dos se pelean en la cena para ver cuál de los dos me habla. “Ahora, papá, me toca a mí”, y me hace un cuento. “Ahora, Justino, yo le quiero contar esto a mamá”. Y yo no encuentro lugar para conversar, pero escucho y me gusta.
—Hay épocas en que con su marido miran una película cada noche. ¿Quién la elige?
—Entre los dos. Al estar en contacto con festivales y mercados sabés cuáles son las películas que van a Cannes, a Toronto, San Sebastián, Venecia, seguís la carrera de algunos directores y actores. Vemos muchas películas también por referencia, películas clásicas, otras superviejas, cosas raras, de género. Por gusto y por necesidad siempre tenemos que estar viendo películas, y ahora se suma Justi, que también ve mucha cosa con nosotros. Por suerte viene formándose con un buen abanico de cine. Cali más que nada le hace un support con cosas que le parece que tiene que ver y le encanta; es impresionante la memoria que tiene para las películas y las escenas. La última que vimos juntos es “Ixcanul”, la guatemalteca que está entre las cinco seleccionadas para los Premios Platino.
—¿Hay que tener un temple especial para ser productora?
—Es un lugar en el que uno lidia con los egos de mucha gente y eso no es fácil. El otro día un productor me dijo: “Yo te miro a vos y veo lo que me gustaría ser”, y yo de mi lado siento que recibo ocho cachetazos y hay un premio. Creo que la vida del productor es muy dura. Públicamente se ve lo que uno saca adelante, pero no se ve todo lo que te costó, y todos los no y las puertas que se te cerraron, y todos los contactos que no quisieron atenderte. Por momentos es muy angustiante. Me pregunto todo el tiempo qué hago acá, porque estás siempre lidiando con problemas que son muy difíciles de resolver en un país como Uruguay; en cualquier lado tenés más apoyo. Pero igual me parece interesante. Considero que no tengo ningún tipo de talento, entonces, cuando me pregunto por qué hago todo esto —además de porque me encantan los números y especular con cómo le va a ir a un proyecto—, siempre llego a la conclusión de que es una manera de estar cerca de tanta gente talentosa y del arte.