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    Entrevista: Sofía Rodríguez

    Cuando tenías cuatro años te enojaste con un perro y le mordiste una oreja. ¿Qué dice esta anécdota de tu personalidad? Cuenta mucho de mí. Me acuerdo por partes porque era bastante chica.  Pasó en la casa familiar de San Rafael, en la que veraneábamos.  Al lado de casa había un perro que me hizo enojar. Yo estaba caminando por el jardín, apareció de la nada y me sacó un sandwich. Me calenté y le mordí la oreja, pero no me hizo nada. Se convirtió en el chiste familiar y siempre que pueden lo cuentan. Sigo siendo como era de niña, a mí me atacás y yo respondo. No soy una tipa miedosa y no vivo así. Las cosas a las que tengo miedo son diferentes. 

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    ¿A qué le tenés miedo? Me aterra, el dolor y el sufrimiento. Me encantaría morirme durmiendo. También les tengo pánico a los médicos. Cada vez que entro a un hospital las manos me empiezan a transpirar.

    ¿Tuviste una experiencia traumática con los médicos? Sí, nací con una malformación congénita en el oído. Hasta los siete años no descubrían qué era lo que tenía y me supuraba el oído todas las semanas. Por suerte dimos con un médico que me dijo que la piel de mi tímpano no estaba o estaba deteriorada. Enseguida me tuvieron que hacer una reconstrucción y, aunque no sentí tanto dolor en la recuperación, fue un evento traumático. Me acuerdo que tenía toda la cabeza vendada y me tuvieron que cortar el pelo.

    También les tenés miedo a los aviones. Mucho. Cuando se estrelló el avión Austral en Fray Bentos yo estaba viajando a Buenos Aires. Los puentes aéreos son mortales y ese avión se movió demasiado. Fue una experiencia espantosa. Iba con mis padres, mi hermana y su novio del momento. No dejaba de moverse. Mi hermana rezaba y yo pensaba que nos íbamos a caer. Sentía que el corazón me iba a mil, pero llegamos. El problema fue que cuando prendimos la televisión en el hotel vimos la placa de Crónica que decía que había desaparecido un avión. Después pasó un tiempo y me olvidé pero este año me volví a asustar. Fui a Río con mi marido y cuando volvíamos el avión no paraba de moverse. Llegó un punto en el que la gente empezó a gritar y no sabía qué hacer. Me había tomado una pastilla para estar tranquila, pero no podía aguantarlo. Le pedí a mi esposo que me pasara el bolso en el que guardaba el paquete y me tomé otra. Fue un susto enorme y estuve tres días desencajada.

    Tu marido, Leandro Gómez, también es periodista pero tiene un perfil diferente. ¿Qué rol tiene en tus decisiones laborales? Le consulto de todo. Somos dos y transitamos la vida juntos, entonces me importa lo que opine. Además, nos complementamos. Yo soy bastante lanzada con las cosas. Y a veces soy muy ansiosa. Quiero todo ya y necesito ejecutar. Leandro es más tranquilo. Es estratégico y medita más las cosas. Me sirve para no tomar las decisiones demasiado rápido. Muchas veces estamos de acuerdo y en otras tantas no, pero estoy conforme con las decisiones que tomé.  Siempre tuve claro que me embolaba encasillarme en un tipo de periodismo. Necesito cambiar y me gusta cumplir ciclos. Nunca me imaginé que iba a ser periodista de espectáculos, pero la vida me fue llevando para ahí. Hoy, si todo sale bien, me va a sacar también. Tengo un proyecto para el año que viene que es totalmente diferente.

    ¿De qué se trata? Es un proyecto de televisión sobre actualidad y entretenimiento para Monte Carlo. No quiero decir que es un magazine pero es un programa en la tarde que va a tratar temas actuales de una forma más liviana. La gente que está mirando necesita tomar las cosas más digeridas. Me siento capacitada para hacerlo y soy muy camaleónica; puedo conducir Algo Contigo, Maybelline, Buen día Uruguay o un programa en la noche. 

    ¿Qué lugar ocupan las redes sociales en tu vida? Hace un tiempo todo el mundo hablaba de que está bueno estar a la moda pero no convertirte en un fashion victim. Con las redes es lo mismo. No me quiero convertir en una víctima de las redes. Para mí son un vehículo de comunicación increíble y es innegable que es la era que nos tocó vivir, pero no me quiero convertir en una esclava y menos que mi vida entera pase por ahí. Hay muchas cosas que me guardo también porque a veces en este país es difícil decir lo que pensás y más si no viene con la opinión dominante. Me cuido y también las utilizo.

    Entonces para vos son una herramienta laboral… Obvio, las redes son una fuente de trabajo. Por más que todo el mundo diga que le encanta mostrar todo lo que sucede en la vida, muchas veces esas publicaciones tienen un fin comercial. 

    Y, ¿cómo manejás la publicidad? Me asocio con productos que me gustan, consumo o por los que me siento representada.Trabajo con marcas con las que me siento cómoda. Hay cosas que no concibo y si no tengo un vínculo no lo hago. Ahora empecé a trabajar con una chica de marketing que me ayuda a orientarme para saber hacia dónde podemos ir con mi perfil y me indica cómo relacionarme con las marcas. 

    ¿Eso es compatible con tu profesión? Sí, pero tiene un límite. Trabajo con productos que me representen y cuido mi credibilidad. Me gustaría trabajar solo como periodista, pero en Uruguay existe el multiempleo y la publicidad es una fuente y herramienta laboral.

    ¿La exposición te condiciona en la cotidianidad? Sería tonto decir que no me condiciona, pero intento que no me limite tanto. En mi barrio se matan de risa porque soy una rea. Tengo un trabajo que implica salir en televisión, estar bien vestida, flaca y linda. Es una exigencia. Socialmente se dice que hay que cortar con los estereotipos, pero en la práctica no ocurre. Si estás gorda consideran que no podés estar en la televisión, si sos flaca parecés anoréxica, si tenés el pelo largo te dicen que tendría que estar corto. Pero si lo tenés demasiado corto, ojo, parecés un varón. Es complicado y requiere ciertos cuidados. Igual no puedo sostener un personaje todo el tiempo. Siempre me muestro como soy.