Pero se siente extranjera en Chile también.
En Chile, cuando vengo, a la semana me doy cuenta de que no calzo porque el país ha cambiado y yo he cambiado, pero podría vivir aquí feliz. Es muy diferente ser inmigrante que ser refugiado. Cuando tú emigras es por voluntad propia, aunque emigras muchas veces por una situación de-sesperada, pero eliges el lugar donde vas. Generalmente eres joven, y vas a labrar un futuro, adaptarte y ser parte de ese país. Y esa es la gran fuerza de los Estados Unidos, de esos inmigrantes que llegaron a formar un país y a que sus hijos les fuera mejor que a ellos. Otra cosa es ser refugiado, que tú llegas a una parte, escapando de la violencia extrema, de la miseria extrema, a un país que te recibe con hostilidad, donde llegas pensando siempre en volver. Eso es distinto.
La historia de Evelyn (una de las protagonistas de Más allá del invierno, inmigrante guatemalteca en Nueva York) está inspirada en un caso real que llegó a su fundación. ¿Es por eso que conoce bien cómo es ese viaje extremo que hacen esos migrantes?
Llegan muchas de estas historias porque trabajo con refugiados. Nosotros no hacemos trabajo directo con la gente, apoyamos organizaciones que trabajan con ellos. Reciben de puerta abierta cualquier inmigrante de cualquier parte, que llega sin saber las leyes, el idioma, su estatus legal, aterrorizado de que lo deporten, sin plata. Encuentran voluntarios que los ayudan en todas las áreas: salud, la legalidad, la policía. En cuanto a Evelyn, yo ya conocía el caso, pero toda la trayectoria para venirse desde Guatemala, cruzar México, no fue exactamente lo que le pasó a ella, lo investigué más. Mi fundación también apoya a varios personajes que aparecen en el libro. Por ejemplo, Olga Sánchez, la que tiene la fábrica de tortillas, donde recibe a los amputados, eso existe y se llama El Hogar del Buen Pastor. O sea que no tengo que inventar nada, está todo ahí, es cuestión de agarrarlo.
¿Y es un tema que necesitaba abordar en su siguiente novela?
Los temas están en el aire y me caen encima. Yo decido escribir un libro el 8 de enero, ¿y qué es lo que tengo? Tengo una casa de ladrillo café en Brooklyn que habíamos alquilado, con un sótano que era un apartamento, tengo personajes como Lucía (otra protagonista), porque tengo amigas periodistas chilenas de esa generación, tengo un personaje que es una mezcla entre mi hermano y un amigo que me sirve para Richard (el tercer protagonista), y tengo una tormenta de nieve. ¿Qué los une? ¿Qué pasa? Y ahí entra Evelyn, porque está en el aire, y porque en ese momento estaba mi fundación tratando el caso de ella. El universo conspira para que a una le lleguen los temas.
Con la política de Trump sobre los inmigrantes y los atentados terroristas en Europa, ¿cree que los países se cierran cada vez más por miedo?
Sí, yo creo que está pasando, pero ha pasado antes. He vivido lo suficiente para ver la ley del péndulo, que las cosas van y vienen. Y hay situaciones que uno cree que son insalvables. En este momento hay una crisis pavorosa en Venezuela. Esto no va a ser eterno, estas cosas terminan, y los países quedan, los pueblos quedan, y las características de los pueblos permanecen. El mundo ha pasado por muchas cosas, por momentos malos, por momentos mejores, pero la tendencia es a evolucionar, no vamos para atrás, y este es un mal momento que vamos a superar.
Se especula sobre si Donald Trump va a terminar su mandato. ¿Usted qué cree?
Creo que va a cumplir los cuatro años, porque es muy difícil sacar a un presidente de Estados Unidos, tienen que probarle una felonía, un crimen con intención, lo que es muy difícil, y tiene que haber consenso para sacarlo. El tipo es tan incapaz, tan ignorante y tan irracional que ya tiene harto a todo el mundo, hasta a sus propios partidarios. Los únicos que lo apoyan y a los que él trata de agradar es su base, y su base es una minoría blanca, generalmente del Sur, de gente poco educada que se ha sentido marginada por la globalización, por la tecnología y porque siente que el gobierno favorece a las elites, no a ellos. Trump produce una tremenda resistencia y activismo contra él, de manera que esto no ha sido totalmente negativo porque ha despertado a todo un grupo de gente que estaba dormida. El partido de los demócratas perdió la elección por pelotudos, porque no se fijaron cuál era la realidad del país, no la vieron. Trump la vio. Ahora, las barrabasadas que puede cometer en ese tiempo son increíbles. Pero la democracia americana es bastante sólida, y ha podido hasta ahora pararle todas las iniciativas, no ha pasado una sola ley. Ahora, si sacaran a Trump nos queda Pence, que es la misma ideología pero no es tonto, y es un político, casi más peligroso. Pero el peligro terrible de Trump es que no piensa las cosas y puede poner el dedo en una bomba nuclear. Ahora, hay todo un aparato militar en Estados Unidos que lo puede detener, esperamos.
Usted, como feminista, muchas veces ha hablado de la importancia de la independencia económica de la mujer. Sin embargo, la ambición en la mujer sigue siendo mal vista, especialmente en América Latina. ¿Está de acuerdo?
Claro, porque vivimos en un patriarcado. Tiene que haber un número crítico de mujeres en el poder para que eso cambie. Y está cambiando. Cuando yo empecé a trabajar, no te puedes imaginar la oposición y lo difícil que era todo, y sigue siendo muy difícil. Las mujeres jóvenes no se dan cuenta porque todavía no han llegado al tope, y no se dan cuenta de que van a llegar hasta ahí y no van a subir más. Y no se dan cuenta todavía de la agresión que van a recibir cuando traten de cumplir sus ambiciones, pero eso está cambiando.
Mientras que para los latinos el dinero es un tema tabú, los estadounidenses no tienen problema en hablarlo y preguntar a otro cuánto gana. En esta área, ¿sigue siendo latina o se adaptó?
Depende. Yo vengo de una familia muy sobria, de origen vasco, donde el dinero no se mencionaba jamás. En ninguna forma, ni mucho, ni poco, nunca. Más bien poco, o sea, si tu tenías plata había que esconderla, que no se notara. Yo vengo de esa tradición y no me gusta hablar de dinero. Pero mi fundación trabaja con tres temas fundamentales: los derechos reproductivos, la violencia contra la mujer y explotación en todas sus formas, y el empoderamiento económico, porque sin esas tres cosas no hay feminismo que valga, de manera que estoy obligada a vivir pendiente de cuánto gana la gente y si pueden vivir con eso. Yo vivo en una situación excepcional porque gracias a que tengo éxito con mis libros tengo recursos, no solo para mantener a mis padres (su madre de 96 años y el esposo de ella de 102) como príncipes, y haber educado a todos mis hijos y a mis nietos, sino que para tener una fundación (que se mantiene exclusivamente con los ingresos de Allende). Pero tengo también el tabú del dinero porque nunca veo un contrato, los ve mi hijo, no sé cuánto tengo en la cuenta, le pregunto a él cada tres meses: “¿Está entrando más plata de la que sale o no? Porque cuando estemos gastando más de lo que entra me tienes que avisar porque no quiero vivir a deudas”. Y él me contesta: “No te preocupes, vieja, que te voy a avisar”. Eso es lo único que me interesa porque ahora lo tengo, porque cuando fui pobre de solemnidad tampoco hablaba de dinero, me las arreglaba como podía. Es un tabú estúpido, completamente estúpido, ¿por qué se puede hablar de sexo y se puede hablar de todo y no se puede hablar de dinero?
¿Pobre de solemnidad?
¿Tú crees que yo he tenido plata toda la vida? ¿Estás loca? En otras épocas fui pobre, pobre, pues, imagínate. Yo salí de Chile sin un peso, a tratar de sobrevivir en Venezuela. He pasado meses y años también en que no sabía si alcanzaba a terminar el mes, si podía pagar el colegio de los niños, de ir a rogarles a los jesuitas que por favor no me cobrasen el mes.
¿Qué les dice a sus nietas sobre el dinero?
Que sean independientes, que se ganen la vida como sea, que no dependan económicamente de nadie. Mira, yo creo que todo esto me viene del abandono de mi padre. Cuando yo tenía tres años mi padre se fue y puso como condición para darle la nulidad matrimonial a mi mamá, porque no había divorcio en Chile, no volver a ver a los hijos nunca más. Entonces mi mamá, con 24 años y tres guaguas de pañales, se fue a vivir a la casa de su papá. Me crié con mi abuelo, y mi mamá era una víctima de las circunstancias, había sido criada para señorita, para casarse y que la mantuviera su marido. Se le fue al diablo eso, y se quedó colgada, víctima de una situación que ella no podía controlar. Yo era demasiado chica para darme cuenta de que mi mamá era una víctima, pero comprendía, veía ya de muy chica lo mal que lo pasaba. Mi mamá vivía enferma porque psicosomatizaba todo. Y los que tenían poder, dinero e independencia eran los tíos, el abuelo, eran los hombres que me rodeaban. Las mujeres eran las empleadas humildes de la casa. Entonces no quise nunca ser eso, y desde muy chica no querían que me compraran zapatos, ni que me compraran ropa, ni que me llevaran a un restaurante, no quería que nadie pagara nada por mí. El tío Ramón, mi padrastro, dice que cuando íbamos a un restaurante yo abría el menú y veía qué era lo más barato, (risas) para no tener que depender.
Orgullo...
Orgullo satánico. Pero también miedo a la dependencia. Y desde los 17 años, en que gané mi primer sueldo, de secretaria en la FAO, me he mantenido sola y no he querido que nadie me compre nada. Nada.
¿Qué hizo con su primer dinero grande, cuando recibió las ganancias de su primer libro?
Ahí tuve que pagar deudas de mi primer marido, que había quebrado su firma. Los primeros años fue pagar deudas que ni siquiera eran mías, educar a los hijos. Y no dejé mi trabajo de día, seguí mientras escribía a la noche, porque no estaba segura de que se pudiera vivir de la escritura. Yo he tenido mucha suerte. Muy poca gente vive de la escritura. Y mis libros, como se traducen a muchos idiomas y se siguen publicando, me dan para vivir. Con el cuarto libro ya dejé mi trabajo y empecé a vivir de la literatura. ¿Y qué empecé a hacer cuando tuve plata? Lo primero fue que le compré un departamento a la Paulita, otro a Nicolás, y después compré una casa para nosotros. Cuando nos fuimos de Venezuela nos deshicimos de todo. Pero no soy una persona extravagante. Tengo un autito chico, tengo una casa chica. Tal vez por el pasado de la sobriedad vasca me carga la ostentación, me revienta.
En la presentación dijo que está a favor del aborto. (N de R: ese día se había aprobado en Chile una ley que flexibiliza el aborto en ciertos casos).
Chile es de los países más atrasados del mundo en ese sentido porque estaba penalizado en todas sus formas. Mi fundación trabaja con derechos reproductivos, porque una mujer que no tiene control sobre su fecundidad y sobre su cuerpo no tiene control sobre nada. Y tú tienes que tener la opción. Si por razones religiosas o morales o de cualquier otra índole no quieres optar por el aborto no tienes que hacerlo. Pero una persona que está desesperada, en vez de hacerlo con un colgador de ropa en su casa y morirse desangrada, tiene que tener la opción legal de poder hacerlo.
Además, los casos de adolescentes embarazadas en este país, ¡por incesto!, por violación, son tremendos. ¿Qué hacen esas niñas? Ahora, existe la píldora del día siguiente. Esa debería estar disponible en todas partes, debería haber anticonceptivos gratis en la escuela, debería haber educación sexual desde la infancia si quieren evitar el aborto. Pero no, además quieren prohibir todo eso. Quieren que la única forma sea la abstinencia. ¿Dónde tienen la cabeza?
Volviendo a su libro, uno de los temas son las segundas y terceras oportunidades en la vida. ¿Eso le pasó con Roger Cukras (abogado neoyorquino de 75 años), su nuevo amor?
Además de la muy buena suerte, querida (risas). Te voy a decir que a mi oficina a veces llegan stalkers, esa gente que te acosa. Este podría haber sido uno, y resultó que no. La buena suerte fue que oyera ese programa de radio, que se fijara en mí, que tuviera la constancia de escribirme todos los días. Tuve mucha suerte.
A él no le gustó algo de lo que usted dijo en aquella entrevista en la radio y por eso le escribió. ¿Qué fue lo que dijo?
Que yo estaba muy bien viviendo sola, que me sentía libre y estaba feliz, que vivía en mi casa chiquita con mi perra, y que no quería líos. Y él, que estaba viudo desde hacía tres años y se sentía muy solo, pensó que eso no era verdad, que era mucho mejor tener amor y compañía. Entonces mandó un mensaje a la oficina que lo contestó Shandra, mi secretaria. Al día siguiente mandó un segundo mensaje, y al tercer día mandó un ramo de flores y otro mensaje, y ahí empecé yo a contestarle, y le di mi e-mail privado, que no se lo doy a nadie. Entonces todas las mañanas abría mi teléfono y había una frase de buenos días, una foto de su capuccino, de las flores de su jardín o de los primeros higos de su higuera. Y todas las noches, “buenas noches” y la luna o cualquier otra cosa.
¿Cuándo se cruzó por primera vez con la cita de Albert Camus que abre la novela?
Había empezado el libro y como que no iba para ninguna parte, la historia no se me cuajaba por ningún lado, y en eso pasaron dos cosas sensacionales: pasó la peor tormenta de nieve en esa parte de Estados Unidos, una cosa sensacional para una novela, y me topé con la frase, que es la gran metáfora. Tres personajes traumatizados, en un invierno de sus vidas, que van a encontrar la salida al verano. Ahí la frase cayó. El universo conspira, querida.
¿Estaba leyendo a Camus?
No. Estaba en un conferencia con Eckhart Tolle, y él dijo la frase, y yo la anoté.
Ha dicho que los últimos dos años han sido difíciles por su separación (de Willie Gordon, con quien estuvo casada 27 años). Pero a lo largo de su vida ha tenido muchos momentos muy duros. ¿Cuál es su forma de llevarlos?
Hay gente a la que el dolor la destruye, pero la mayor parte de la gente se hace más fuerte. En el caso mío, a mí ya lo peor me pasó, y la mayor parte de los miedos que la gente tiene yo no los tengo, el miedo a que me vaya mal con Roger, que me traicionen, que me engañen, sufrir, tener pena, que se me mueran los padres. Todo eso me parece que es parte de la vida, un sufrimiento asumido y totalmente normal. No le tengo miedo a eso, para nada. Ni lo evito. No evito al sufrimiento. Gracias a Dios soy sana, pero si me duele algo, no salgo corriendo a tomar una pastilla para quitarme el dolor. Me siento y lo siento, vamos a ver qué me está diciendo este dolor. Son claves que te da el cuerpo para enseñarte algo. Y ese es el sufrimiento físico, pero también el sufrimiento moral te enseña mucho.
Asegura que a los 75 años se ve muy bien, pero que le sale muy caro. ¿Le preocupa su imagen física?
Sí. Me preocupa, primero, porque tengo una gran vanidad. Y después, porque tengo vida pública. A mí me encanta esa ceremonia de la mañana de la ducha, de echarme crema, de maquillarme, del pelo, de qué me voy a poner. Ese ritual es fundamental, es mi armadura, con eso me presento ante el mundo, y esto está en el libro, se lo puse a Lucía. En mi relación con Roger, me encanta la intimidad con él, pero no quiero compartir el baño, no quiero estar pintándome los ojos delante de él. Quiero tener mi espacio, ese es mi tiempo para mí. Y tampoco ando de chancletas y pijama. Me visto como si fuera a salir para encerrarme en una pieza a escribir 10 horas. Es que cuesta el mismo esfuerzo ponerte las chancletas que un zapato.
¿Cómo se lleva con su ego? ¿Hace terapia?
La he hecho en los momentos críticos. Cuando murió Paula (su hija mayor, en 1992). Bueno, la tendría que haber hecho en Venezuela pero no tenía plata para pagarlo. Ahí era realmente necesario pero no pude. En momentos críticos con Willy, él tenía tres hijos drogadictos. No te puedes imaginar lo que era la convivencia, la droga, la delincuencia, la policía, el robo. Ahí, terapia. Cuando me separé de Willy ahora, también hice terapia. Cuando lo he necesitado me ha ayudado muchísimo. No tengo un ego muy fuerte. Vivo tanto en las historias de los otros que no tengo tiempo de mirarme el ombligo mucho.