La dupla de Cherro y Trenchi volvió decidida a probar el método en Uruguay, consiguió la autorización y en el transcurso de 2015 realizó la experiencia piloto en un jardín de infantes público y en otro privado de Ciudad Vieja. El proceso y los resultados reafirmaron su esperanza en el método.
La empatía. Esa capacidad que el saber popular define como “ponerse en los zapatos del otro”, y que Cherro resume como “no le hago al otro lo que no quiero que me hagan a mí”, hace al ser humano y a la sociedad. Lograr identificarse con el otro y compartir sus sentimientos es, según los expertos, un componente fundamental del desarrollo socioemocional, por lo que afecta el comportamiento y la calidad de los vínculos.
“Es un dique de contención frente al impulso violento y un motivador potencial para ayudar a quien sufre”, expusieron Miguel Cherro y Natalia Trenchi en la presentación del programa Babywatching, realizada en el salón de actos del Edificio Artigas y organizada por la Sociedad Uruguaya de Psiquiatría de la Infancia y la Adolescencia (Supia).
Se nace con una cuota natural de empatía que puede potenciarse o inhibirse y hasta suprimirse. “Fundamentalmente es en el encuentro con el entorno, un entorno empático, que la empatía se desarrolla”, explicó Cherro. En los niveles más elevados coincide con el desarrollo cognitivo, es decir que, si bien su base es biológica —porque es una cuestión heredada, constitucional—, se desarrolla en el encuentro con los cuidadores que están en el entorno. En la medida que esos cuidadores proponen un vinculo de naturaleza empática, el niño va percibiendo esa calidad de vínculo, la va incorporando y asumiendo como propia, y se va comportando con los demás seres humanos como un ser humano”.
La empatía no es solo entender al otro, sino procurar que el otro esté bien, cuidarlo. Los bebés demuestran muy tempranamente tener actitudes empáticas. “Eso de preocuparse por el otro y tratar de aliviarlo en caso de sufrimiento se ve en bebés de 15 meses, que al ver llorar a otro bebé tratan de consolarlo, o le ofrecen algo que a ellos en su momento los calmó”, dijo Cherro.
La pregunta entonces es qué pasó después. O como lo pone Trenchi: “qué les hicimos o qué no hicimos para alimentar esa potencialidad que tenemos”.
De acuerdo con el libro “The Science of Evil. On Empathy and The Origins of Cruelty” (“La ciencia de la maldad. Sobre la empatía y los orígenes de la crueldad”), de Simon Baron-Cohen, que los psiquiatras citaron en su presentación, “la erosión de la empatía se encuentra en todas las culturas y en todos los medios socioeconómicos y culturales”.
Esta deshumanización tiene manifestaciones que son dolorosamente visibles no solo en los actos violentos que se ven a diario en los (cada vez más difundidos) videos de las cámaras de seguridad de quienes han sufrido una rapiña, sino en las pequeñas agresividades cotidianas que, sin llegar a ese límite, también se asientan en territorio violento. “Lo único que importa soy yo: lo que siento, lo que pienso, lo que necesito. Salir de ese estado y poder considerar al otro como un ser valioso es un recurso natural que podemos fortalecer y que nos solucionaría muchos problemas”, aseguró Trenchi.
Entonces, la falta de empatía tiene vuelta atrás. Ese aprendizaje negativo puede neutralizarse con ejemplos positivos. Un estudio presentado por los psiquiatras mostró que, mejorando la calidad de los cuidados en la crianza de niños de 12 años con una historia de “deprivación severa”, se “mitigaba el desarrollo de rasgos de insensibilidad y falta de empatía” en estos chicos. Es decir que no solo no está todo perdido, sino que hay mucho por hacer.
Un mayor grado de empatía genera en la persona una serie de atributos positivos que van mucho más allá de prevenir la violencia: los chicos empáticos “son más colaboradores, más emprendedores, tienen más aptitudes prosociales y metas de futuro más importantes”, detalló Cherro.
Grandes ventajas. Recién llegados del entrenamiento en Edimburgo, con todo el entusiasmo en la valija y en el espíritu, Cherro y Trenchi se propusieron reproducir la experiencia en Uruguay. La sencillez del método y lo económico de su implementación, que no requiere contratar técnicos sino entrenar a los maestros para que sean ellos quienes sostengan el grupo, sumado a los resultados vinculados a su objetivo principal (promover el desarrollo de la capacidad empática en los niños, y como consecuencia mejorar su capacidad de comportarse prosocialmente y debilitar respuestas violentas), fue lo que los impulsó a hacer esta prueba.
“Desde hace años tenemos la idea de que es un desperdicio tener a todos los niños del país escolarizados, estando muchas horas en la escuela, y no aprovecharlo para fortalecer, por ejemplo, este tipo de capacidad tan importante para la salud social de todos nosotros”, comentó Trenchi.
El método y su puesta en marcha. Dos instituciones aceptaron ser parte de la experiencia de reproducir el Babywatching en sus aulas, mostrando excelente disposición desde el principio: el Jardín 218 del CEIP (público) y el Colegio Ciudad Vieja (privado).
Los grupos que formaron parte de la experiencia eran de unos 20 alumnos de cuatro años, pero el método puede aplicarse a cualquier edad, incluso en adolescentes y adultos. La única diferencia fue que, al tratarse de niños tan chiquitos, debieron acortar la duración de cada sesión de 30 minutos a 15 para mantener su atención.
El método en sí mismo es tan simple que parece increíble que pueda dar tales resultados. Una mamá y su bebé asisten al aula una vez por semana en un horario pautado durante el año escolar. Lo ideal es que el bebé tenga alrededor de un mes para que la experiencia termine antes de que el bebé empiece a caminar. La consigna para la madre es que actué como si estuviera sola, en su casa, con su hijo. Para los participantes, en este caso los niños de cuatro años, la consigna era observar lo que sucedía, sin tocar al niño. “No sabés lo difícil que es conseguir eso, y lo útil que puede llegar a ser para nuestros niños de hoy, hiperestimulados, hiperacostumbrados a tener todo al instante, y a tocar; esto de tener que estar sentados solos mirando a otro ser humano en interacción, a una mamá con su bebé, solo pensando sobre lo que está pasando ahí, ya eso es un ejercicio de salud mental muy importante”, dijo Trenchi. Pero el método va un paso más allá, llevando a los participantes a otros niveles de observación con preguntas como ¿qué hace el bebé?, ¿por qué hace eso?, ¿cómo se está sintiendo?, ¿qué harían ustedes si estuvieran en el lugar de la mamá?, ¿y si fueran el bebé?, ¿cómo se sentirían en esa situación?
Así se los va guiando para entender los pensamientos y los sentimientos del otro por la simple observación, y empieza el intercambio. “Por eso nos gusta llamar a esto observación vivencial, porque el hecho de observar en una cultura como la actual, en la que hay una imperiosa necesidad de pasar al acto, de hacer, y no de observar, es muy importante”, dijo Cherro. “La observación genera, o uno espera que genere, reflexión, y es lo que en este momento sentimos que a nuestra sociedad le está faltando, porque hay un pasaje a la acción impulsivo, sin reflexión”, agregó.
Los resultados. Para contrastar los resultados con la situación inicial del grupo, los psiquiatras entregaron cuestionarios a los padres y maestros para rellenar previo a la experiencia (en abril), y una vez finalizado el año (diciembre).En ellos se preguntaba a los padres, entre otras cosas, si sus hijos eran inquietos, si compartían con otros niños, si tenían rabietas, si eran solitarios, si ofrecían ayuda; si eran de pelear, distraídos, nerviosos y si pensaban antes de actuar. Al mismo tiempo se les pidió a las maestras rellenar una serie de preguntas que contemplaban si el niño se mostraba temeroso frente a cosas nuevas, si tenía problemas para concentrarse; si era inquieto, apático, cruel con animales u otros niños; si era desafiante, si sentía culpa después de portarse mal, si experimentaba cambios de humor, problemas para comer o si mentía con frecuencia.
Un concienzudo análisis de las respuestas les permitió a los psiquiatras evaluar el estrés general de los niños antes y después de la experiencia. Los resultados demostraron que al final, el estrés general del grupo había bajado. “Además, la sensación subjetiva es que el grupo estaba más interesado en la actividad y más comprometido” conforme iban pasando los meses, apuntó Cherro. En unas fotos tomadas al principio, se veía a los niños aburridos, dispersos y prestando poca atención. Cerca del final de la experiencia, en cambio, se los podía ver en ronda alrededor de la mamá y el bebé, compenetrados con lo que estaba pasando, interviniendo, opinando.
Además, algunos padres les contaron a una de las maestras que los niños llevaban a la casa la “dramatización” de lo que hacían en el aula. “Algunas madres no me preguntaban nada, y cuando me acercaba a hablar con ellas y les contaba (sobre la experiencia), me decían: no te preocupes, sé todo lo que pasa con Guadalupe (la beba) porque mi hija llega a casa, agarra una muñeca, la pone en el centro y hace como que tiene alumnos”, contó Leticia, la maestra del Colegio Ciudad Vieja.
En esta especie de programa piloto, los psiquiatras condujeron los encuentros hasta julio, y de ese mes en adelante continuó el trabajo la maestra, ya empapada de la dinámica del método. Sin embargo, la idea es que sean los maestros quienes repliquen el método, contó Cherro: “Inicialmente pensamos que en los equipos de formación pudiera haber estudiantes de los últimos años de magisterio”.
El método, a su vez, se adapta y se nutre de la impronta que le da cada maestra. De hecho, los psiquiatras encontraron diferencias en el desarrollo del programa en las dos escuelas de prueba, pese a que estaban en la misma zona. “Era absolutamente distinto lo que pasaba en un lugar y en el otro”, contó Trenchi. “Un día llegamos y encontramos un cartel en la escuela pública que decía ‘Normas de convivencia: ¿qué cosas maravillosas podemos hacer en el salón? Conversar en voz baja, aprender, atender, y ver a Gastón’ (el bebé). Cuando vimos ese cartel dijimos: se están apropiando de la tarea, esto ya forma parte, y ahí estaba el compromiso de la maestra”, que en el caso de la escuela pública se llamaba Teresa.
Leticia, la maestra del colegio privado, en tanto, comentó lo difícil que le había resultado dejarse llevar por lo que iba surgiendo e improvisar: “los maestros estamos muy acostumbrados a planificar todo, y esta actividad requería de la escucha del maestro, de analizar lo que surgía en el momento, y calmar las ansiedades de querer preparar todo. (…) Eso me sirvió para enriquecerme y para ver que a veces es necesario esperar y ver qué sucede”. Teresa, del jardín público, encontró también que en el proceso había aprendido “a trabajar este aspecto del ser humano que es la empatía y que muchas veces lamentablemente hoy en día no se ve”, con herramientas adecuadas para la edad de los niños de su aula.
“Esta actividad no cambia solo a los niños; es beneficiosa para todos. Mejora la empatía de los adultos, y esto es una prueba de eso. No soy el director de orquesta, tengo que entregarme, ver qué pasa, ir tomando lo que pasa. Nos cambió a nosotros”, asegura Trenchi.
A partir de la presentación de Babywatching, un grupo de estudiantes de Magisterio, entusiasmado con el programa, contagió a las autoridades con su interés y logró gestionar una nueva presentación del programa en el Consejo de Formación en Educación el próximo lunes 9. “Veremos qué pasa”, dijo Trenchi, a la espera de las posibilidades que allí puedan surgir. Lo que ella junto a Miguel Cherro están haciendo es proporcionar una alternativa, una herramienta viable para, como explicó la psiquiatra, “criar uruguayos menos violentos y más empáticos”. Por eso, su gran aspiración es que se contemple la integración del Babywatching a la preparación de los maestros y, posteriormente, a la currícula de los niños.
“No creemos que solo con esto alcance, ni que sea el único camino, pero el costo-beneficio es muy alto”, concluyó Cherro.