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    Rodrigo Capó Ortega: “La situación del rugby cambió: se están haciendo las cosas bien”

    El rugbista profesional que es estrella en Francia, se recupera de una operación y quiere llegar a integrarse a Los Teros, que se preparan para el Mundial de Japón en setiembre

    El nombre de Rodrigo Capó Ortega forma un juego de palabras. Es inevitable pensar que el apellido de este rugbista -estrella en Francia- lo describe casi a la perfección. “Es un capo”, se escuchó aquella tarde en la que levantó por segunda vez el trofeo de campeón de Francia con el equipo Castres Olympique. Ganar dos veces el campeonato nacional más exigente de Europa (en 2013 y 2018) y su trayectoria hacen de Capó el uruguayo más exitoso a nivel internacional en la historia del rugby uruguayo.

    El mismo adjetivo se escuchó cuando anunció su regreso a Los Teros en el partido contra Canadá por las Eliminatorias del Mundial de Japón 2019. Después de una ausencia de más de tres años, este jugador de 1,95 metros y 120 kilos se puso la camiseta en un partido que terminó en victoria. Aunque quizás no es tan conocido como futbolistas que triunfan en Europa, como Edinson Cavani o Luis Suárez, su cara es sinónimo de éxito fuera de fronteras. Su carrera muestra que no es para menos. Antes de él, en Europa hubo algunos uruguayos profesionales, por ejemplo, Pablo Lemoine, Nicolás Brignoni y Juan Carlos Bado.

    A los 38 años, Capó tiene un largo historial como jugador. En noviembre de 2000 debutó con Uruguay en un partido contra Chile y participó en cuatro encuentros durante el Mundial de Australia en 2003. También estuvo frente a Rusia por la clasificación para esta copa hace cinco años, pero las victorias que lo consagraron como una leyenda fueron en otro rincón del mundo. Así, Capó se posicionó como capitán en Castres, un equipo que lo adoptó como su líder indiscutido. Ahora, y tras 17 años en Francia, mencionar su nombre es hablar de dedicación, fidelidad y respeto. “Es gratificante, todos te reconocen el esfuerzo”, dijo a galería desde Castres. Por esa razón, entre otras, no se quiere retirar.

    Hace unos meses tuvo que someterse a una operación que lo mantiene fuera de la cancha, pero los médicos pronostican que este mes podrá hacerlo. “Voy a empezar de nuevo de cero y tengo pensado seguir por lo menos un año más”, asegura optimista. Mientras tanto, el jugador mira desde cerca el desempeño de sus compatriotas, que se preparan para disputar un nuevo mundial en setiembr en Japón. Pero no sabe si llegará: “Me lo pregunta mucha gente pero vamos a tener que ver llegado el momento”, dice.

    El rugby es un deporte de contacto. Es común que los jugadores se lesionen, pero hasta ahora los golpes no habían condicionado su carrera. ¿Cuánto lo afectó tener que dejar los entrenamientos para someterse a una operación?

    La verdad es que afecta, pero antes que el rugby en mi vida está mi salud y mi familia. Para muchos primero está el deporte, en mi caso no es así. Es cierto que fue un bajón porque me tuve que operar cuando estaba al final de la temporada. Pero me lo tomé muy bien, y si me pasó, tiene que haber sido por algo. Ahora voy a partir de nuevo de cero y voy a tener la espalda impecable. Pienso que voy a poder jugar como mínimo un año más. Y eso es lo que quiero. No quiero parar. Además, no se me va a trancar más la espalda, algo que me pasaba desde hace cinco años. Me afectaba entre dos o tres veces por temporada hasta que el año pasado, en un partido que se jugó el 1 de diciembre, me bloquee feo la espalda a nivel articular. Me hicieron una infiltración que no dio resultado y después una termocoagulación, que consiste en inyectar una aguja para llegar a la zona afectada y, una vez adentro, meterte una más larga para tocarte el nervio. Se supone que eso te saca la sensibilidad por dos o tres años. Lo hicimos y parecía que había salido impecable, pero cuando empecé a correr de nuevo me levanté y estaba todo contracturado. Después me di cuenta que la motricidad de mi pierna derecha no era buena: no tenía fuerza, había muchas cosas que no podía hacer. Me dijeron que tenía la vértebra partida en dos y una hernia discal –que ya tenía– dejó de estar contenida. Se me partió y me tocaba el nervio ciático. Me hicieron un tratamiento con cortisona durante unos días pero como no hubo evolución me tuvieron que operar.

    ¿Cree que va a estar preparado para jugar en el Mundial de Japón en setiembre?

    La verdad es que no lo sé. Mucha gente me lo pregunta y no sabría qué responderte con exactitud, sobre todo por lo que me pasó en la espalda. Y eso vamos a tener que verlo cuando llegue el momento. No sé cómo estará la recuperación.

    Es una leyenda del rugby en Uruguay. ¿Se siente presionado por tener que jugar con Los Teros?

    No. Yo no siento ningún tipo de presión. Me parece que la presión la tiene el obrero que se tiene que levantar a las seis de la mañana para ir a trabajar y darle de comer a su familia. Lo que hago es mi trabajo pero también es lo que me gusta. Cada vez que decidí ir a jugar con Uruguay fue porque tenía ganas. Nunca fui obligado. Voy porque lo siento y quiero aportar. Si no tengo ganas y sé que no voy a poder aportar algo, no voy a ir.

    Los Teros están pasando por un gran momento. En los últimos meses hicieron historia al ganarle a Estados Unidos y a Rumania, además del agónico triunfo ante Canadá en el estadio Charrúa. ¿Cómo ve el desarrollo del rugby en el escenario local?

    En Uruguay se están haciendo las cosas muy bien. Y la prueba está en que se clasificó para el mundial de forma directa. Hay varios jugadores que se fueron a Estados Unidos y también están los que son semiprofesionales por la Unión de Rugby del Uruguay. Eso permite que entrenen y estén muy bien. La verdad es que estoy contento. La situación cambió: se están haciendo las cosas bien. Se están mostrando los frutos.

    Desde que empezó su carrera, Rodrigo Capó Ortega mantuvo una larga historia de encuentros y desencuentros con Los Teros. Mientras se consolidaba como una figura en Castres –en un equipo con el ganó el campeonato nacional más exigente de Europa en 2013 y 2018–, estuvo en la clasificación del tercer mundial de la Selección Uruguaya, pero no fue al campeonato en Inglaterra por motivos personales. Y después de jugar un partido contra Rusia, en 2015, anunció su retiro de la escena internacional para concentrarse en el Top 14 y su familia. Entrevistado por El País de Madrid, aseguró que solo se imaginaba que podría ayudar a Uruguay en Japón como técnico. “Uno nunca sabe las vueltas que da la vida, pero la única manera que veo que puedo ayudar es como entrenador. Ese es el siguiente paso en mi carrera. Quiero entrenar y ya me estoy preparando y haciendo cursos para cuando pase al banquillo”, contó. Pero hace unos meses la historia cambió.

    Tras una larga ausencia, solicitó volver a Los Teros y tanto el equipo técnico como los jugadores estuvieron de acuerdo. Entonces, la directiva de la Unión de Rugby del Uruguay realizó las gestiones con el club francés para conseguir el permiso de su llegada. Así, apareció en el partido contra Canadá, en Vancouver, con la camiseta celeste del país en el que empezó su carrera hace más de veinte años.

    Antes de convertirse en una leyenda en Castres, Capó Ortega pasó varias temporadas con el equipo de Carrasco Polo. Y siempre tuvo el sueño – que por entonces parecía imposible– de convertir su pasión en una forma de vida. “Fueron épocas divinas que recuerdo con cariño. El rugby en Uruguay ha evolucionado muchísimo y sigue ese camino”, dice el jugador que ganó tres títulos en el campeonato uruguayo entre 1999 y 2001.

    Cuando llegó a Europa, hace 17 años, estuvo en un equipo de tercera división por menos de tres meses y al poco tiempo lo contrataron de Castres. ¿Mantiene un vínculo especial con este equipo francés?

    Claro. Jugar al rugby siempre fue mi objetivo, algo así como el sueño del pibe. Sabía muy bien que era complicado porque Uruguay es un país muy chico y el rugby no lo practicaba mucha gente. Pero me arriesgué. Le di de punta para tratar de tener una oportunidad y llegué a Francia. Antes de estar en Castres, estuve tres meses en un equipo de tercera división como hooker. Fue increíble, pero también fueron meses duros. Me acuerdo que hubo dos o tres oportunidades en las que pensé qué estaba haciendo solo, lejos de mi familia y mis amigos. Pero todos me apoyaron, me dieron buenos consejos y fue lo mejor que pude haber hecho. Y cuando llegué a Castres mi sueño se empezó a hacer realidad. Me pusieron como forward, una posición en la que nunca había estado. Pero me adapté enseguida. Con este equipo mantengo un romance desde que llegué.

    También mantiene un estrecho vínculo con los fanáticos del club. Fue capitán y es una de las figuras más emblemáticas. ¿Cómo se vive el rugby en Francia?

    Acá se vive de una forma más intensa. Todo el mundo me conoce. En Castres es impresionante, y en el resto de Francia también. En los lugares en los que se practica el rugby les decís mi nombre y te van a decir que me conocen. Esa es una de las cosas que te gratifica cuando vivís acá. Y también te hace ver que estás en el lugar correcto.

    ¿Cuál es su principal virtud dentro del campo de juego?

    Siempre dejo todo. Cuando entro a la cancha me gusta ganar y, como dicen los franceses, mojo la camiseta. Es algo bien de uruguayo. Me parece que antes de recibir hay que dar, y dar es para el equipo. Es importante la manera en que jugás, en que entrenás y cómo te comportás.

    Pero le costó varios años aprender a perder.

    Sí, me costó. El rugby no tiene nada que ver con el fútbol, por ejemplo. Es muy disciplinario, cada vez es más duro y las exigencias son mayores. Pero después del partido, cuando te ves con los jugadores, está todo bien. Te tomás una cerveza y las cosas quedan en la cancha. Pero no se me hizo tan fácil asimilarlo. Antes cuando perdía terminaba el partido, entraba corriendo al vestuario, me bañaba, me vestía y ni iba a la tercera recepción (o tercer tiempo). Me iba a casa por calentura. Ahora aprendí que tengo que tomarlo de otra forma. Perder no es el fin del mundo. O se gana o se aprende, así me gusta tomármelo.

    En una entrevista con un medio francés contó que cuando era joven no le gustaban los entrenamientos. ¿Cómo se prepara para los partidos en Castres?

    (Risas). Los entrenamientos son intensos y de recuperación porque los partidos generan mucho desgaste y hay que estar preparados. Una semana típica empieza después de que jugamos el sábado. El domingo tenemos libre. El lunes los titulares y los que jugaron más de 60 minutos tienen que estar temprano si es que no van a los kinesiólogos antes. Ahí hacés pesas, la parte de piernas y después te vas para tu casa. De tarde también se hace un rugby controlado, se corre, y se transpira un poco. Los martes desayunamos con el equipo y después de ahí los forwards tenemos que ver videos —para ver nuestro desempeño— y hacemos entrenamientos separados. Al mediodía almorzamos juntos y de tarde tenemos el entrenamiento más duro de la semana. Trabajamos en volumen, hay un poco de contacto y es muy intenso. Eso es lo que permite llegar a los partidos bien. Los miércoles tenemos libre y los jueves y viernes también entrenamos. Estamos un tiempo para ver qué es lo que se va a hacer en los partidos. Y solemos comer juntos. La alimentación es clave.

    Dice que todavía quiere jugar por lo menos un año más. ¿Le gustaría practicar otro deporte después de retirarse?

    Cuando deje el rugby me gustaría hacer yudo. Es un deporte de combate que me gusta mucho y tiene puntos en común con lo que hago. También me interesa el fútbol como deporte colectivo y el boxeo. Pero por la parte de gimnasia. No me subiría al ring ni me agarraría a las piñas: golpes ya tengo bastantes.

    Dentro del mejor equipo

    Los reconocimientos de Rodrigo Capó como jugador de Castres no terminaron con su consagración como campeón en dos temporadas. Al igual que en 2013, este jugador de segunda línea fue elegido como capitán del mejor equipo del Top 14 de Francia, que es uno de los torneos más prestigiosos de Europa. Y la historia se repitió el año pasado, cuando fue escogido por la revista L’Equipe para integrar el XV ideal del torneo francés.

    Entre el rugby y la religión

    La vida de Rodrigo Capó Ortega está marcada por la fe. Este jugador de rugby lleva tatuado el nombre de Teresa de Los Andes, nunca se olvida de su medalla y le puso Julia María Teresa a su hija en honor a la santa. “Tengo un vínculo especial con ella porque es la que me guía por el buen camino, me protege y me ha sido de buen consejo. Si bien tengo problemas, como todo el mundo, Dios aprieta pero no ahorca”, dice. Esa frase es uno de sus lemas.

    Esta fuerte devoción por Teresa de Los Andes empezó por un accidente que tuvo a los dos años mientras vivía en Santiago de Chile, por la carrera diplomática de su madre. “Un día llegó de visita mi abuela, que vivía en Montevideo, y antes de irse le dijo a mi madre: “Alejandra, te voy a dejar una estampita de esta virgen –Teresa de Los Andes– porque hace muchos milagros”. Pero mamá en esa época estaba alejada de la fe y le dijo que se la quedara. A los pocos días fuimos al club con mis padres y mi hermano Federico, que era recién nacido. Estábamos en la parte baja de la piscina pero en un momento se me resbalaron las manos y me hundí”, cuenta. Y cuando lo sacaron la situación era grave. “Fue horrible. Cuando me estaban haciendo boca a boca, mi mamá se acordó de Teresa de Los Andes y le pidió que no me llevara”, recuerda. Después de recuperarse, su familia iba todos los meses al santuario a rezarle y agradecerle por “salvarlo”. “Por eso le debo mi vida”, asegura.

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    2019-05-02T00:00:00