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    Verónica Alonso: “Las mujeres creemos mucho más en el consenso que en la supremacía del ego”

    En los últimos meses, la senadora consolidó un perfil propio en la interna blanca y deja abierta la puerta para una posible candidatura; dice que algunos la identifican como “la que tiene plata” o “la chetita”, pero que su origen familiar es de clase media

    Desde que Verónica Alonso llegó a la política en 2009 está acostumbrada a lidiar con prejuicios. Es mujer, joven, convertida al judaísmo, vive en Carrasco y tiene un marido potentado. La suma de esas características alimentó una imagen que, a su modo de ver, no es real y está bastante lejos de lo políticamente correcto o bien visto en el Uruguay actual. Sin embargo, ha demostrado tener la capacidad de saltar esos muros invisibles y convertirse hoy en una de las caras nuevas más visibles de la política nacional.Pasaron ocho años desde que el nombre de Alonso apareció por primera vez en el mundo político. En aquella ocasión era una morocha que sonreía en una foto junto a Luis Alberto Lacalle Herrera y Francisco Gallinal en carteles colgados en columnas de la costa de Montevideo. En esas elecciones llegó a la Cámara de Diputados y poco a poco ganó protagonismo. Jugó fuerte y apostó a ganador con la precandidatura de Jorge Larrañaga. Pero las cosas no salieron como ella previó y la interna la ganó Luis Lacalle Pou. Sin embargo, esa misma noche de derrota, Alonso dio el batacazo al obtener la mayoría de los votos de Alianza Nacional. Eso la llevó al Senado, donde comenzó a marcar un perfil propio, en algunas ocasiones incluso alejada del líder y de otras figuras del grupo.Alonso tiene 43 años, es licenciada en Relaciones Internacionales, está casada con Marcel Gerwer y es madre de Camila, Delfina y Violeta. A pesar de que trate de eludir el tema, su nombre suena como el de una posible precandidata del Partido Nacional, algo inédito para esa colectividad y aunque dice que no es tiempo de hablar de esos asuntos, todo lo que está haciendo va en esa línea: recorre el país reuniéndose con dirigentes y participa en cuanta actividad política o social pueda.A diferencia de lo que ocurre en general con los precandidatos blancos, que inician sus campañas en el interior para luego volcarse a Montevideo y Canelones, Alonso comenzó su vida política en esos dos departamentos, donde superó con holgura a figuras de vasta trayectoria. Ahora intenta replicar la estrategia en todo el país, a pesar de los reparos que genera entre algunos de sus compañeros que objetan su perfilismo. Pero de nuevo la resistencia, según ella, surge de los prejuicios.

    Hace pocos días, cuando el Senado votó el proyecto de ley de cuota política, defendió la iniciativa y dijo que la terminaron “convenciendo” de que esa herramienta era importante. Usted no era defensora de la cuota. ¿Qué la llevó a cambiar de opinión?

    Antes de entrar al mundo político, el sistema de cuotificación o cupos me hacía ruido. Sentía que era una discriminación positiva pero discriminación al fin. Incluso yo ingresé al mundo político sin cuota. Pero una vez que entré empecé a entender la lucha de muchas y las desigualdades que hay. Los partidos están llenos de mujeres en las bases y hay mujeres que dan una lucha permanente desde cualquier lugar, incluso desde el anonimato, pero a medida que vas subiendo a los lugares de la toma de decisiones van quedando muy pocas. Entonces empecé a entender que el mecanismo de cuota era una herramienta válida para empezar a abrir determinados espacios. Y sobre todo para abrir cabezas, que es lo más complejo. Independientemente de si hay una cuota o no, tiene que ver con barreras culturales. Algunos hombres deberían cambiar su cabeza y ver por qué es bueno que haya mujeres en política.

    ¿Por qué es bueno?

    Tenemos una mirada con una sensibilidad distinta. Y tenemos maneras diferentes a la hora de negociar, de dialogar. Las mujeres creemos mucho más en el consenso que en la supremacía del ego. Me pasa muchas veces en el Parlamento. Con Constanza (Moreira), o con Mónica (Xavier), o con Daisy Tourné me llevo espectacular en el plano personal pero en lo ideológico tenemos visiones distintas. Pero cuando intentamos avanzar en un tema que nos preocupa logramos resultados. En el caso de los hombres, eso pasa por la lógica de quién propuso la idea más importante. Entonces viven como en una lucha de egos. La ley de violencia doméstica que estamos analizando no sé si tendría la misma profundidad y sensibilidad si no tuviera mirada de mujer.

    Más allá de la ley de cuotas, en el Partido Nacional no es frecuente que las mujeres alcancen puestos destacados. ¿Cómo rompe esas barreras a nivel partidario?

    Son barreras culturales. Ese es el desafío más grande. Es un partido de 180 años de historia que nunca tuvo una mujer presidiendo su máximo órgano. Hay muchos compañeros que entienden la importancia de lo que las mujeres hacemos. Está comprobado desde el punto de vista político, económico y social el aporte que las mujeres hacen. Tiene que ver con ir rompiendo barreras culturales y también con animarse a romperlas. Hoy va quedando demostrado que las mujeres llegamos para quedarnos y hacemos política. Y no solo en los temas sociales y en los vinculados al género: también hablamos de economía y de política internacional. Integro la Comisión de Asuntos Internacionales porque me especialicé en temas internacionales y creo que puedo aportar. Y hay que animarse a competir con los compañeros, como lo hice en las elecciones. En un sistema democrático el mecanismo más legítimo son los votos y es ahí donde tenemos que hacer.

    Muchas veces, cuando se habla de mujeres como compañeras de fórmula presidenciales, algunas critican que siempre se las ponga como número dos y no como candidatas. ¿Encabezaría una fórmula presidencial?

    Si tengo el apoyo de la ciudadanía sería un honor. Siempre que venga con el apoyo popular no le escaparía nunca a esa máxima responsabilidad. Pero siempre que sea de abajo hacia arriba.

    Usted quiere ser presidenta...

    No, con el apoyo popular ocuparía el lugar que la gente me dé. Eso quiere decir que voy a estar ahí para tirar del carro, sea en el lugar décimo, en el octavo, en el segundo o en el primero. Es la gente que pone a los dirigentes políticos, no creo en la autoimposición ni en la imposición de algunos iluminados que dicen cuál debe ser la fórmula. Las fórmulas y los candidatos surgen del apoyo popular. Y para ser precandidato necesitás apoyos. Que legisladores, referentes, intendentes, alcaldes o ediles te apoyen, que son representantes de la gente. Cuando digo “apoyo popular” tiene que ver con la ciudadanía pero también con los dirigentes adentro del partido. Pero ahora los tiempos son para hacer cosas, proponer, levantar la voz frente a abusos de poder, o levantar la voz cuando las cosas están bien, porque no creo que la oposición solo tenga que criticar.

    Alonso es muy activa en su cuenta de Twitter y en ella opina sobre temas de actualidad y reproduce entrevistas que le hicieron en distintos medios. Pero, sobre todo, aprovecha esa red social para difundir lo que hace a lo largo del día. Concurre a actividades de tipo protocolar, como una presentación de datos de embarazo adolescente en el Ministerio de Salud Pública, una conferencia sobre siniestros viales de la Fundación Alejandra Forlán, una visita a la Fundación Pérez Scremini, un homenaje a Wilson Ferreira, o una sesión en el Senado. En general, explica, trata de asistir a compromisos vinculados a política internacional o asuntos sociales, los temas que más le interesan.

    Pero lo llamativo en su cuenta de Twitter pasa por otras actividades, que parecen ser más de tipo social, pero que por su alto perfil termina convirtiendo en hechos políticos. En las últimas semanas concurrió al desfile de Llamadas, a ver murgas al Velódromo, al Carnaval de Melo, a la Patria Gaucha, y bailó con una de sus hijas al ritmo de Carlos Vives en el Teatro de Verano. En general, cada cosa que hace la acompaña de una foto, por eso se la puede ver en un tablado junto a Ariel “Pinocho” Sosa; montada a caballo de sombrero y bombachas de campo; desfilando vestida de negro contra la violencia de género; o acompañando a su hija más chica en el primer día de clases en el British.

    Alonso asegura que no va a esos lugares porque quede bien hacerlo, y ensaya una rápida explicación de los motivos. Por ejemplo, dice que desde chica iba al desfile de Llamadas, e incluso bromea con que tiene que ver con su color de piel, porque muchos se refieren a ella como “La Negra”. Dice que también desde niña miraba murgas, porque su abuela que vivía en Sayago la llevaba con sus hermanos a un tablado barrial. Y asegura que cada vez que puede va a recitales, a pesar de que la acusan de ser “medio terraja” porque le gustan músicos como Carlos Vives, Chayanne­ o La Oreja de Van Gogh.

    También aclara que si bien su familia nunca tuvo campo, sí concurría a la estancia de alguna amiga cuando era adolescente y luego a la de su marido, con quien hacía recorridas de varias horas a caballo. Por eso, dice, fue a Tacuarembó a desfilar. Ese detalle no pasó inadvertido, porque a la cabalgata concurren todos los años los principales dirigentes de Alianza Nacional, encabezados por Larrañaga. Alonso comenta con una sonrisa que esa es una de las tantas barreras vinculadas al género que hay que romper en la interna partidaria.

    El intendente de Cerro Largo, Sergio Botana, dijo a Búsqueda que había líderes del Partido Nacional a los que les faltaba fútbol, carnaval y ser populares, porque si no, se corría el riesgo de volverse “pituco”. ¿Su presencia en esas actividades va por ahí?

    No lo hago para ver si tenemos más boliche, carnaval o mediotanque. En nuestro país muchas veces que hay encasillamientos y determinados prejuicios que está bueno romper. Prejuicios de que los blancos no van a esas actividades... Pero también hay que vivirlo de manera natural. Si uno hace algo obligado se va a notar y no va a quedar bien.

    En su partido algunos la acusan de perfilismo y de tomar decisiones inconsultas. Por ejemplo, en el proyecto de ley que regula la venta y consumo de alcohol, por el que se reunió varias veces con el presidente Tabaré Vázquez.

    Son algunos compañeros, no todos me lo dicen directamente. Hay compañeros que tienen una manera distinta de entender la política, que están obsesionados con la estrategia electoral y con ver qué lugar van a ocupar por la sobrevivencia. Solamente pensando en el carguito, en su beneficio personal. La gran mayoría del partido no piensa de esa manera, pero algunos sí y pretenden adjudicarme a mí una forma diferente de actuar. Sí tengo una forma diferente de hacer política porque entiendo que ser oposición no me obliga a oponerme a todo. Otros tienen la teoría de que cuanto peor, mejor. Y de que hay que destrozar al que está del otro lado porque es la única posibilidad de ganar. Por supuesto que quiero ganar, creo que podemos hacer las cosas mejor. Pero no quiero ganar solamente pegándoles o poniendo el palo en la rueda a los otros. Por más que los otros lo hayan hecho.

    “A todos los que me preguntaron —escribió Alonso en Twitter—: Frente a las declaraciones de J. Márquez quiero expresar q no tengo nada que ver y no las comparto en absoluto”. Fue en febrero, pocas horas después de que el pastor Jorge Márquez cuestionara el peso del lobby gay y señalara que en “la ideología de género ningún tipo de acto sexual es malo en sí mismo y esto incluye relaciones sexuales con mayores, con menores, relaciones con animales”.

    La senadora tuvo que hacer esas aclaraciones porque el religioso argentino que lidera la Iglesia Misión Vida es uno de sus aliados electorales. Previo a las internas de 2014, Alonso hizo acuerdos en Montevideo y Canelones con distintos pastores con los que abrió listas. Álvaro Dastugue —pastor evangélico y yerno de Márquez— asumió como diputado en Montevideo en el lugar de Alonso.

    El vínculo que Alonso mantiene con los pastores ha generado comentarios críticos en distintos sectores políticos, incluso en filas del Partido Nacional. Búsqueda publicó que el diputado Jorge Gandini —quien lideraba cómodamente la interna de Alianza Nacional en Montevideo hasta que fue superado por Alonso— pretendía un pronunciamiento de su sector sobre los dichos de Márquez, porque consideraba que esa visión podía perjudicar a los blancos. “Tengo que responderle a mi gente que se queja porque en el Partido Nacional o rondando al Partido Nacional haya posiciones de esa naturaleza”, dijo en esa oportunidad Gandini. Hace tres años, el diputado ya había expresado reparos por la presencia de ese grupo religioso en la interna partidaria.

    No fue la primera vez que Alonso tuvo que hacer aclaraciones sobre su vínculo con Márquez. En 2016 el programa “Santo y seña” denunció violencia física y psicológica en los hogares Beracca, fundados por el pastor. Ahí dijo que desconocía las denuncias pero que estaría a la espera de lo que resolviera la Justicia.

    Cuando se le pregunta por su relación con Márquez y el resto de los pastores, Alonso destaca la sintonía que existe con ellos en temas específicos como la vida y la familia. Y otra vez atribuye las críticas a prejuicios, sin cuestionar el fondo de un fenómeno por lo menos controvertido.

    Entiende que los preconceptos negativos alrededor de Márquez también los vive ella por su condición de judía, una religión a la que se convirtió hace casi dos décadas. Si bien su marido es judío, ella dice que no fue él quien la llevó a tomar esa decisión, sino que fue por voluntad propia. Alonso proviene de una familia católica y durante dos años estudió la religión y sus ritos hasta convertirse en judía.

    ¿Cómo surgió su relación con los pastores?

    Había un grupo de pastores evangélicos que querían incursionar en la vida política y plantearon apoyarme. A mí me pareció positivo. ¿Por qué tengo que tener una visión desde el prejuicio? No está negado que puedan ingresar a la vida política. Trabajaron y sacaron sus listas. En Montevideo tuve 70 listas y cerca de 60 en Canelones. Dentro de ellas había gente vinculada a la Iglesia evangélica, a la Iglesia católica, gente atea, gente vinculada a la colectividad judía, la Unión Cívica, y distintos grupos que me apoyaron. Ahí vuelvo a lo que te decía vinculado a los prejuicios. Ellos me apoyaron porque compartíamos determinados valores, como el valor de la familia y de la vida, ¿por qué no podrían apoyarme? Trabajamos muy bien durante la campaña y Álvaro Dastugue es diputado y hace un buen trabajo como legislador.

    ¿Ser judía no le generó ningún cortocircuito con ellos?

    Con ellos no, para nada. Pero cuando muchas veces defiendo algunas cuestiones, por ejemplo la existencia del Estado de Israel —no quiere decir que comparta muchas de las posturas que tiene el gobierno israelí—, o cuando he defendido causas judías, varios me han dicho “no, eso no lo digas, porque no es políticamente correcto estar a favor de los judíos”. Pero estoy convencida de lo que defiendo, por mis principios y convicciones, no tengo nada que ocultar. Así lo hice siempre y se lo transmito a mis hijas.

    El lobby judío es fuerte y se hace notar.

    También te digo que hay muchas veces prejuicios enormes y muchas veces hay mala información. Me pasó cuando era diputada con (el ataque israelí a) la flotilla (humanitaria) en aguas internacionales. En el Parlamento se emitió una declaración condenando al Estado israelí por ese tema. Nadie se tomó el trabajo de investigar. Fui de las pocas, si no casi la única en el Partido Nacional, que votaron en contra de esa declaración. Y esa declaración estuvo teñida de prejuicios. Porque cuando alguien dice “Israel”, siempre es más fácil estar en contra. De hecho estaba mal, pero después nadie se toma el tiempo con la misma rapidez para desdecir o reconocer que estaba mal.

    No es muy común ver legisladores blancos judíos.

    En el Partido Nacional no hay, que yo conozca. Andrés Abt, el alcalde del Municipio CH, es judío y con él hemos conversado estos temas. Con la objetividad necesaria, sin ponerse en esas cuestiones que tienen que ver con fanatismos y radicalismos, que son malos y no le hacen bien a nadie. Creo que en el Parlamento en muchos casos hay prejuicios, no voy a decir de antisemitismo, y en algunos casos de falta de información.

    ¿En qué zonas tiene su mayor peso electoral?

    El trabajo que hicimos estuvo centrado de Avenida Italia al norte. El mayor apoyo, cuando uno mira los votos, estuvo en esa zona. Ahí tenemos dirigentes que trabajan con nosotros. Vamos a los barrios, abrimos un determinado local que no está identificado con una bandera partidaria, y trabajamos con adictos, llevamos nutricionistas, psicólogos, damos charlas para padres de temas como alimentación, primera infancia, embarazo. Son lugares donde el Estado está ausente. Uno piensa que el Mides llega a todos lados, pero no es así. Lo que hicimos antes de la campaña fue ir hasta ahí y hablar con alguien que conociera el lugar. Por ejemplo, en Cerro Norte, en La Chancha, Santo Domingo de Guzmán, lugares bien complejos. Lo que hacíamos era eso: entender cómo funcionaba la zona, tratar de reunir a las madres y embarazadas, darles charlas, escucharlas, atenderlas y contenerlas. Otra de las cosas que hablábamos cuando se planteó el tema del asentamiento cero fue que escuchando a la gente, nos decían “ustedes nos van a sacar de acá”. La gente en los asentamientos tiene su vida ahí, porque ahí vivieron sus abuelos y padres. Nosotros planteábamos transformar esos asentamientos en barrios. Eso es lo que estoy haciendo ahora, fortaleciendo una estructura en todo el país.

    En julio de 2016 robaron en la casa de Alonso cuando ella y su familia estaban de viaje. Los ladrones cargaron objetos de todo tipo en el Mini Morris azul de la senadora y se lo llevaron. El episodio la enfrentó al ministro del Interior, Eduardo Bonomi, porque el jerarca comentó que la casa había quedado con una ventana abierta y que eso permitió el ingreso de los delincuentes. Meses después, Alonso y su familia se mudaron a una casa ubicada en el predio vecino a aquella vivienda. Ahí también intentaron entrar, y la imagen del ladrón quedó registrada en una de las cámaras de seguridad que se conectan con monitores que hay en la espaciosa cocina que se encuentra en la planta baja de la residencia.

    Ubicada a pocas cuadras de la rambla, la casa es grande, confortable, y está decorada con muy buen gusto. En el living hay obras de Gastón Izaguirre y un par de esculturas en madera de ciprés de Andrés Santangelo, que, al igual que el resto de los muebles y objetos, fueron escogidas por Alonso.

    Sin embargo, asegura que su vida actual es muy distinta de la que llevaba cuando vivía con sus padres, porque la suya no era una familia pudiente sino de clase media. Es la segunda de cinco hermanos, y apenas nació sus padres se instalaron por un tiempo en Sauce, Canelones. Después vivió en la Colonia Berro, porque su padre, Jorge, era director de la institución. No convivía con menores infractores, sino en una casa ubicada dentro del predio asignada al director. Su madre, Ana María, era empleada y trabajó en tiendas, en una casa cuna en el Cerro y luego en una en el Prado.

    Después, la familia se mudó al Prado, a la vuelta de la cancha de Estocolmo, y luego a Avenida Libertador y Valparaíso. Ahí estaba cerca de la Sagrada Familia, institución en la que cursó la mayoría de los estudios. Los últimos años de Secundaria los hizo en el liceo 28 de Bulevar España, porque, según explicó, sus padres no podían seguir pagando instituciones privadas para todos.

    A los 16 años empezó a trabajar en un estudio en la calle Zabala, prensando libros contables. Después entró en la Facultad de Derecho e ingresó a un estudio de abogados. Su siguiente empleo fue controlando puestos de venta de una empresa de telefonía celular y después empezó a trabajar en proyectos forestales. Una vez que se recibió se vinculó “desde el lado técnico” con el Partido Nacional, trabajando temas vinculados a Relaciones Exteriores.

    La tradición blanca venía por el lado de su padre. Su tatarabuelo, Manuel Rufino Alonso, integró el Directorio del Partido Nacional y fue senador.

    En la llegada de Alonso a la política fue fundamental el respaldo económico de su marido, un empresario vinculado a la construcción que tiene un bajo perfil pero que la acompaña a las giras por el interior. Cuando llegan a algún departamento, él va a descansar al hotel y ella hace recorridas y entrevistas con medios. Es él quien conduce y de esa manera aprovechan para pasar unas horas juntos, un tiempo que no siempre tienen en la semana. A algunas de esas recorridas también van sus dos hijas mayores y en un tiempo Alonso espera sumar a la menor.

    ¿Le molesta que se diga que llegó al Senado porque su marido tiene plata?

    Tengo un origen muy diferente al imaginario que tal vez tenga la gente. Me casé con alguien que tiene plata, pero eso no es un pecado. Tampoco es un viejo con plata, como se dijo muchas veces. Hice mi campaña sin pedirle un peso a nadie para que el día de mañana, cuando tuviera que levantar mi voz frente a lo que creía, no tuviera que devolverle el favor a nadie. Una de las cosas que están pasando hoy en el país tiene que ver con que hay empresas o gente que financia campañas. Cuando alguien te financia una campaña no sé si después no se siente con el derecho de golpearte a la puerta y decirte “esto no lo podés votar, esto sí”. Yo siento la absoluta libertad de hacerlo en función de mis propias convicciones y mis ideas.

    ¿Ahí también incide el hecho de ser mujer? Porque en general no se dice “Fulano llegó a tal lugar porque tiene plata”.

    Tiene que ver con prejuicios, donde también el tema del género está, por supuesto. Pero todo esto se cae si los votos te respaldan. La plata no te garantiza los votos; lo que hace que uno permanezca en la vida política es el apoyo de la gente. Gané la interna aun habiendo apuestas del otro lado de que me iban a duplicar o triplicar. Y los votos me llevaron al Senado.

    Tiene plata, vive en Carrasco en una casa divina con su marido y sus hijas. Además es linda y joven. Esas cosas a veces están mal vistas en política.

    No lo noto en la gente.

    ¿Pero sí en sus pares?

    En algunos, no te diría en todos. Tiene que ver con esos prejuicios de los que hablamos. En Uruguay se castiga el éxito y siempre está esa cuestión de “algo habrán hecho”.

    ¿Pero en qué lo notó?

    En Uruguay te encasillan. Te identifican como la que tiene plata, o la chetita, que es lejos de mi origen y de lo que siento, predico y transmito a mis hijas. Pero la gente sabe cuando alguien es honesto, cuando alguien hace las cosas bien. Por más que algunos en el sistema político puedan querer menospreciar.