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La música es el segundo talento de estas estrellas de cine

Así como Jeff Goldblum pasa de huir de los dinosaurios al tope de la lista de jazz de la Billboard, varias estrellas de cine tienen una carrera en la música

Todas las mañanas de su vida, Jeff Goldblum cumple una rutina que necesita como un desayuno al alma: ejercicios y música. Para eso tiene un gimnasio en su casa y un piano. Sentado en él pasa varias horas. Su amor por el jazz viene de vieja data. “Toco todos los días, a primera hora de la mañana. Es parte de mi vida. Sé lo gratificante que es una rutina y poder hacer de algo un hábito”, le dijo el actor a la revista Rolling Stone en diciembre de 2018. De niño, en su Pensilvania natal, había tomado lecciones de piano, pero su inconstancia atentó contra una habilidad natural de la que se jactó más de una vez. Recién después pudo desarrollar sus talentos, cuando entendió la importancia de la rutina y la disciplina.

Goldblum, nacido Jeffrey Lynn el 22 de octubre de 1952 en el seno de una familia judía, es un actor conocido por La mosca (1986), las distintas entregas de la saga Jurassic Park (1993, 1997, 2018 y 2022) y por Día de la Independencia (1996). Es mucho más desconocida su faceta como músico. Cuando ya era una estrella, junto con su colega Peter Weller (el de Robocop), asistían a varios clubes de Los Ángeles a tocar cosas de Charlie Parker y Thelonious Monk. Casi nada. El mismísimo Woody Allen, quizá el mejor, más prestigioso y más conocido de los miembros del selecto club de gente-del-cine-que-decide-meterse-también-a-músico, les sugirió que obtuvieran una residencia en algún local de jazz, algo que por influencia deberían lograr. Weller al poco tiempo desistió, pero Goldblum siguió adelante.

Vuelta del tiempo, Jeff se convirtió en un pianista más que decente. Incluso hay quien bromea que su calidad artística es más elevada en este campo que en la actuación (es un actor que ha participado en películas muy taquilleras, sí, pero es evidente que no es Marlon Brando). Terminó conformando su propio ensamble de jazz, The Mildred Snitzer Orchestra, bautizada así en homenaje a una de las amigas de su madre, Shirley. Y cuando el actor no tiene que irse por trabajo de Los Ángeles, donde reside, despuntan el vicio en el club Rockwell.

Con su grupo lanzó en 2018 su primer disco, The Capital Studio Sessions, que llegó al número 1 de la lista de jazz de la Billboard. ¿Mérito musical o mera repercusión de su fama en el cine? Más allá de que algo de esto puede haber, no debe ser nada fácil versionar a Herbie Hancock o Charles Mingus si no se está seguro de lo que se hace. Al año siguiente lanzaron el segundo álbum: I Shouldn’t Be Telling You This. Y el sello Decca no es de los que les gusta tirar la plata. Goldblum, además, suele mostrar lo que sabe hacer en late shows televisivos, en festivales del género o hasta sorprendiendo transeúntes en pianos comunitarios. 

No es raro que un músico sea convocado a aparecer como actor en una película buscando obtener así favores de la taquilla, muchas veces con resultados francamente desalentadores (Sting en Dune o Tina Turner en Mad Max III son dos buenos ejemplos de para qué experimentar en un lado con lo que funciona bien en el otro). El camino inverso es menos frecuente. El vértigo de tocar en vivo sin contar con un director que grite “¡corten!” no es apto para todos. Sin embargo, hay varios ejemplos que sí han trascendido.

El maestro. Es el más famoso de todos, para qué negarlo. Es el primero que viene a la mente cuando se piensa en un crossover en este sentido. Y tanto ha influido la música en su vida que el nombre artístico con el que Allan Stewart Konigsberg —cambiado legalmente por Heywood Allen a los 17 años— decidió hacerse conocido es un homenaje a su ídolo: el clarinetista Woody Herman. 

Woody Allen. Foto: Torben Christensen, AFP Woody Allen. Foto: Torben Christensen, AFP

Desde hace casi cuarenta años es un clásico de Nueva York —su ciudad—, casi a la altura del Central Park o la estatua de la Libertad, ir a ver a Woody Allen y su New Orleans Jazz Band en el Carlyle de Manhattan. Su gusto por el jazz del estilo dixieland, el de la década de 1930, lo ha llevado de Benny Goodman a Artie Shaw, de Sidney Bechet, Count Basie y Eroll Garner a Glenn Miller, de Billie Holiday a Duke Ellington. Él, que ha contado que comenzó a tocar el clarinete de niño, asegura que su pasión por la música supera a la del cine. Pese a haber grabado discos y películas con él en este rol, los críticos del género lo ven más como un aficionado competente y apasionado que como un virtuoso ejecutante.  

Músico y doctor. Si bien ha tenido una prolífica carrera en el cine, participando en no pocos éxitos (101 dálmatas, El hombre de la máscara de hierro y la saga de Stuart Little), el británico Hugh Laurie es y será el irónico y genial Dr. House, al que personificó durante ocho temporadas y le dio fama y fortuna. Pero además de todo eso es músico. Y de los buenos. Y de los versátiles. De niño estudió piano y hoy toca, además de piano, guitarra, bajo, armónica, saxofón y batería; un hombre orquesta, porque también canta.

Hugh Laurie. Foto: Jeff Pachoud, AFP Hugh Laurie. Foto: Jeff Pachoud, AFP

Los dos mundos han sabido mezclarse. En el episodio 14 de la sexta temporada de Dr. House, él efectivamente toca la introducción del clásico de Procol Harum A Whiter Shade of Pale en un órgano Hammond. En esa serie también mostró sus destrezas en el piano y la guitarra, tanto en el jazz como en el blues.

Grabó dos discos: Let Them Talk (2011), de blues clásico, y Didn’t It Rain (2013), que también bucea en otros géneros. Ambos fueron éxitos comerciales en su país y fueron acogidos también con mucho respeto por la crítica. Su música lo llevó de gira por todo el mundo, incluyendo Buenos Aires, adonde se presentó en 2012 (Luna Park) y 2014 (Gran Rex). 

También ha sido parte de Band From TV, un grupo de rock compuesto por actores de series de televisión, que con una periodicidad irregular se juntan para ofrecer recitales cuyas ganancias son donadas a obras benéficas. Aparte de Laurie, integran la banda Teri Hatcher y Greg Grunberg, entre otros. 

Harry el músico. Nadie que lo haya visto como el Hombre sin Nombre de la Trilogía del dólar de Sergio Leone o siendo el poco elocuente Harry Callahan en Harry el Sucio, podía pensar en un hombre que buscara la belleza estética en la música. Con el tiempo, Clint Eastwood alcanzó la estatura de leyenda tanto como actor y —sobre todo— director. Pero pocos saben que es músico, compositor, amante del jazz al estilo be-bop, buen pianista y responsable de buena parte de las bandas sonoras de sus propias películas.

Clint Eastwood junto al icónico músico Ray Charles, influyente del género soul que mezcla blues y góspel. Foto: AFP Clint Eastwood junto al icónico músico Ray Charles, influyente del género soul que mezcla blues y góspel. Foto: AFP

Clint grabó un disco, Cowboy Favorites, en 1962, dirigió y produjo una monumental biopic sobre Charlie Parker, Bird, en 1988 y creó su propio sello musical, Malpaso Records, en 1995. El primer lanzamiento de este proyecto fue la banda sonora de Los puentes de Madison, cuyo tema principal, Doe Eyes, lo tuvo como uno de sus compositores. 

También fue el responsable de los soundtracks de Mystic River, Million Dollar Baby o Flags of Your Fathers, de los temas principales en piano de El gran Torino y En la línea de fuego, así como canciones a las que la gran Diana Krall le ha puesto voz (Why Should I Care). 

Sus críticos, que los tiene y ha tenido, cuestionan su minimalismo musical. Sus composiciones son generalmente para un solo instrumento y sus bandas sonoras no saben de grandes variantes; más bien son versiones de la misma secuencia de acordes. Estamos hablando del mismo actor que llegó al Olimpo con personajes de muy pocas palabras y mucha acción. ¿Por qué con la música sería diferente? 

Antes y después del éxito. Estamos de acuerdo en que lo mejor de Dudley Moore, comediante británico fallecido en 2002, fue breve y concentrado en pocos años. La chica 10 (con Bo Derek) es de 1979 y Arthur, el millonario seductor (con Liza Minelli) es de 1981. Alguien con espíritu generoso puede sumarle Infielmente tuya o Micki y Maude (ambas de 1984) o la segunda parte de Arthur (1988). Pero básicamente su carrera se sustentó en el gran éxito de esos dos primeros títulos.

Duddley Moore. Foto: AFP Duddley Moore. Foto: AFP

Ese éxito tan grande y tan fugaz no solo sepultó los buenos antecedentes de Moore como cultor del humor inglés, que lo llevó a Broadway primero y a Hollywood después, sino su increíble pericia como músico. Siendo niño comenzó a estudiar el piano y se recibió, con título y todo, de pianista de jazz en 1958 en Oxford. También era un excelente organista y violinista. Mucho antes de que se volviera idiota por la belleza de Derek, giró por todo el mundo y grabó en la banda de Vic Lewis, un nombre pesado del jazz británico. Luego llegó al estrellato en el cine y cuando este se acabó volvió a su primer y más fiel amor.

Al country. Actor y pico, hijo y hermano de destacados colegas, varias veces nominado, una vez oscarizado y eterno Dude gracias a El gran Lebowski (1998), Jeff Bridges siguió una carrera paralela en la música country.

Jeff Bridges. Foto: Frazer Harrison, AFP Jeff Bridges. Foto: Frazer Harrison, AFP

Como muchos otros, aprendió sus primeras nociones de piano siendo niño. Pero recién se hizo tiempo para despuntar el vicio con un poco más de seriedad cuando ya tuvo su carrera hecha. Debutó discográficamente en 2011, dos años después de ganar el Oscar por Crazy Heart, donde personificaba a una estrella de country venida a menos. No le fue tan bien, pero cumplió las expectativas. Su siguiente incursión fonográfica, Sleeping Tapes de 2015, fue de poesía acompañada con música ambiental.  

Mundo pop. Prácticamente todo el mundo conoció a esta actriz cuando Sé lo que hicieron el verano pasado se transformó en un éxito internacional en 1997. Pero siendo niña, Jennifer Love Hewitt protagonizó varios comerciales e incluso fue parte de la factoría Disney y —ya adolescente— de Fox, en donde protagonizó Party of Five a partir de 1994.

Jennifer Love Hewitt. Foto: AFP Jennifer Love Hewitt. Foto: AFP

Su éxito en la pantalla (chica primero, grande después) la llevó a grabar tres discos en formato pop, ayudada también por una imagen sexy, entre 1995 y 2002. BareNaked, el último, fue el que llegó más alto, alcanzando el puesto 37 en el Top 40 de la Billboard. Cuando esto pasó, se reflotó que en 1992, siendo apenas una niña, se editó únicamente en Japón un disco suyo titulado Love Songs que consistía en versionar temas muy exitosos, como Dancing Queen de Abba. Vaya a saberse por qué, en esa isla asiática tiene más éxito que en ninguna otra parte.

Discreto y raro. Es un caso raro. De acuerdo, en sí todo el tipo es raro, empezando con que es un canadiense nacido en Líbano y de ascendencia hawaiana, lo que explica su nombre y sus rasgos. Keanu Reeves es un raro caso de actor considerado por buena parte del mundo como “limitado”, que, sin embargo, tiene sobre sus espaldas el éxito que muchos considerados los nuevos Lawrence Olivier ya quisieran tener. Fue Ted en la saga Billy & Ted, Neo en la de Matrix, y John Wick en la homónima. Además de eso fue John Constantine en Constantine, Jonhathan Harker en el Drácula de Francis Ford Coppola, Kevin Lomax en El abogado del diablo y Jack Traven en Máxima velocidad. 

Keanu Reaves. Foto: AFP Keanu Reaves. Foto: AFP

Y como todo en él (carácter, manías, una generosidad de la que no quiere hablar) es raro, el tipo se decidió a ser parte de Dogstar, una banda de grunge, cuando ya era una estrella ascendente, en 1991. Eso no llamaría la atención: apelar a una cara famosa y atractiva (por ese entonces Keanu era un galancito) para encabezar un grupo del género que en ese entonces estaba de moda. El tema es que su rol principal ahí fue el de bajista, el instrumento menos esplendoroso (aunque fundamental) del rock. Grabaron dos discos, hicieron bastantes giras (básicamente gracias a él) y se disolvieron en 2002. 

Talento a descubrir. La quisieron Woody Allen, Sofía Coppola y Luc Besson. Solo por Match Point, Perdidos en Tokio o Historia de un matrimonio merece su lugar en la historia del cine. Pero además de todo eso, Scarlett Johansson canta. Y también debería ser conocida por eso.

En 2008, cuando ya era una primera figura, además de ser considerada una de las mujeres más sexies de la industria, Johansson editó su disco debut, Anywhere I Lay My Head. Evidentemente no quiso el camino fácil, porque ese trabajo consiste casi completamente en versiones de canciones de Tom Waits, que puede ser tan genial como indescifrable. Al año siguiente salió al mercado Break Up, en colaboración con Peter Yorn, inspirado en lo que en Francia y en los 60 habían hecho juntos Serge Gainsbourg con Brigitte Bardot. No fueron un éxito, pero dejaron claro que en este mundo la rubia tampoco era solo una cara bonita.

Mucho retro. ¿Tienen presente a David Hasselhoff? Es el actor protagonista de las series El auto fantástico en los 80 y Baywatch en los 90. Entre una serie y otra, cuyas incursiones paralelas en el cine generan más risa que otra cosa en contraste a la gloria alcanzada en la televisión, inició su carrera musical en el mundo del rock, pero en ese rock bastante terrajón (si se permite el criollismo) que tanto furor generaba en esa época. Escucharlo —hoy con Spotify o YouTube todo es posible— solo entra dentro de la categoría de consumo irónico.

David Hasselhoff. Foto: Jorge Carstensen, AFP David Hasselhoff. Foto: Jorge Carstensen, AFP

Como esas cosas que nadie explica del todo, Hasselhoff (arquetipo del galán ochentoso) tuvo mucho éxito en la Alemania que se estaba reunificando. De hecho, cantó su versión de Looking For Freedom ante 500.000 personas en Berlín, en un escenario montado sobre el muro recién derribado. Totalmente desconocida esta faceta por aquí, quien ha sido mucho más notorio como Michael Night o Mitch Buchannon tiene 14 discos de estudio editados. The Beatles, por caso, solo grabaron 13.