“Uruguay es el país de América del Sur en el que más estuve”, cuenta al otro lado de
la línea Martinho José Ferreira, quien responde mejor al nombre de Martinho da
Vila. Eso es mucho decir en este hombre que es una de las mayores leyendas
vivas del samba. Y tiene más fuerza si se considera que ha pasado 56 de sus 85
años cantando, girando y grabando.
“Me gusta
mucho Uruguay porque la gente es muy agradable. Siempre que tengo una
oportunidad, vuelvo. La primera vez que fui fue impresionante porque yo no
imaginaba que el público conociera tanto mi música. Llegué con la idea de
prepararles un show para que me conocieran, ¡y resulta que ya conocían
casi todas mis canciones! ¡Fue muy bueno!”, se explaya, siempre entre risas.
No recuerda cuándo fue esa primera vez. “Ah, fue hace mucho tiempo”, se
disculpa. No es extraño que se conociera. Todo público que gusta del samba
conoce temas como Canta Canta, Minha gente, Camarão que
dorme a onda leva, sonho meu, mulheres, devagar devagarinho o casa
de bamba. Vino las veces suficientes como para justificar su nombramiento
como Visitante Ilustre de Montevideo. También cantó en Punta del Este, en
Artigas y en Rivera.
En esta
última ciudad fue su última actuación en Uruguay, en 2019. “Me acuerdo que
estaba un poco… No estaba muy animado ese día, ¿sabés? Era uno de esos días en
que estás un poco… devagar (lento).
Pero cuando subí al escenario, el público me recibió de una manera tan
fuerte que me llené de energía. Agarré toda esa energía y pudimos hacer el
concierto, ¡muy bueno!”. Martinho da Vila también es Visitante Ilustre de Rivera.
Salto a la fama. Prolífico cantautor, tiene unos 70
discos grabados. Los últimos años no han sido de jubilado: en la última década
presentó siete álbumes, siendo el último Mistura Homogenea, de 2022. Y
asegura que va a haber más. “Cuando lo terminé dije que no iba a hacer otro
disco más. Porque hoy en día, además, se graba una canción o dos y se sube a
Internet, con un videoclip. Es eso, ¿no? Pero mi sello, Sony Music, me dijo:
‘No, Martinho, grabá un disco entero’. Y ahí vamos poniendo alguna canción más
de vez en cuando, ya estoy preparando otro disco, siempre estoy grabando”.
Se traduce de
sus propias palabras. Hombre de la vieja guardia de la Música Popular Brasileña
(MPB) —tanto que su primer disco, Martinho da Vila, es de 1969—, gusta
de los viejos formatos físicos. “Vos agarrabas un LP o un CD y tenías
información, la lista de canciones, podías ver qué músico había participado o
quién había tenido destaque. Mirábamos (el booklet) y ahí estaba todo.
Ahora no, se pone una canción y ya está. Todo se puede hacer por el teléfono.
La gente no se entera cómo se hicieron las cosas”.
Su faceta
artística la dio a conocer a los 29 años. Martinho nació el 12 de febrero de
1938 en Duas Barras, una pequeña ciudad del interior del estado de Río de
Janeiro, de la cual es el ciudadano más ilustre. De hecho, ni bien conoció la
fama compró la casa donde nació. Hijo de agricultores, fue ayudante de químico
luego de un curso en la Senai (algo así como la UTU brasileña), fue oficinista,
empleado de contaduría y hasta sargento en el Ejército Brasileño, abocado a
tareas administrativas. Martinho se ríe cuando se dice que sorprende ese pasado
en alguien tan vinculado al arte, así como a la militancia afro y a la
izquierda, sobre todo al Partido Comunista Brasileño (PCB).
“Sí, yo era
militar, sargento del Ejército. Y participé en un festival de música en el ‘67
(el III Festival da Record). Ahí tuve éxito con una canción (Menina moça)
y un sello de la época, RCA Victor, me contrató para hacer un disco”. La
canción que lo catapultó a la fama en ese disco debut fue Casa de bamba,
que Martinho comienza a tararear con todo el jeito gostoso. No fue la
única, en un álbum considerado revolucionario para el samba. “Tuve mucho éxito
y me fui del Ejército”.
No
todo es samba. Hay un
prejuicio sobre el samba, que solo involucra a quienes no les gusta, y es la
idea de que se trata de una música solo festiva y pasatista. El ritmo
frenético, el color y la sensualidad han jugado con eso. Cualquiera que haya
prestado atención (y no necesariamente se haya sumergido en los blocos da
rua) sabe que no es así. Y así lo ha transmitido este músico, incluso
genéticamente: una de sus hijas, que tiene como nombre artístico Mart’nália, de
57 años, también es una destacada artista del género (y estuvo en febrero en el
Festival Medio y Medio de Punta Ballena), volando con sus propias alas luego de
ser parte de la banda de su padre. Otra hija suya, Maira Freitas, acompaña a
Martinho en la agrupación actual.
“El samba es música de resistencia. Es algo participativo y
representativo de Brasil. Es alegre pero… casi todos los sambas, incluso los
románticos, tienen en sus entrelíneas un mensaje, una nota o una información.
No es algo ‘aleatorio’, solo para divertirse. También emociona y eso es
fundamental. Lo que más me gusta al terminar el concierto es que se acerquen
personas a visitarme al camerino, a charlar un poco, a sacarse una foto y a
decir cosas como ‘vibré mucho, canté, fue una maravilla’ o ‘lloré de alegría’.
Y llorar de alegría es muy bueno”, dice.
Por supuesto,
al carnaval de Río lo lleva en el corazón, así como a la escola Unidos da Vila
Isabel, con la que comenzó a vincularse en 1965 y a la que le compuso varios
samba-enredos que fueron premiados. Alcanza con ver su nombre para ver la
ligazón. “Vila Isabel y yo nos confundimos”, explica. “Es como si fuera una
niña a la que conocí muy joven, la ayudé a crecer y heredé de ella el nombre
artístico. Vila Isabel es una familia, una escola familiar. Para esa comunidad
(Vila Isabel es un barrio al norte de Río de Janeiro) es todo: en la ‘cancha’
donde ensayan se celebran bautismos, casamientos, cumpleaños, misas. Vila
Isabel cumple años el 4 de abril y se celebra una misa (N. de R.: El contacto telefónico con Martinho se hizo antes de
Semana de Turismo). Eso es bueno, ¿eh? Samba y religión todo mezclado”.
Martinho da
Vila es, entre muchas cosas, el autor de unos 20 libros de ficción, poesía y
divulgación académica. Su primer texto, Vamos Brincar de política?
(¿Jugamos a la política?), de 1986, estaba pensado para el público infantil y
juvenil. “Me quedó más juvenil que infantil”, dice riendo, una constante en la
charla. Recientemente reescribió un libro suyo de 2002, Memórias póstumas de
Teresa de Jesus. “Es mi madre”, aclara.
También es embajador cultural de Angola, país al que visitó por primera
vez en la década de 1970. Ha estado ahí varias veces, como en Mozambique, Cabo
Verde o Kenia. Conoce y gusta de África. Es un interés cultural y es activismo,
como integrante del movimiento negro en su país, primero para denunciar la
segregación racial y luego para defender la cultura heredada. “África ha
influido mucho en Brasil, es un pueblo que vino a la fuerza y colaboró en nuestra
cultura, nuestra música, nuestra gastronomía y nuestra forma de ser. Incluso en
nuestro idioma, porque no hablamos el portugués que se habla en Portugal. Mucho
de mi trabajo también va por ahí”.
En una visita anterior en 2018, en el Teatro de Verano, preguntó con una
sonrisa irónica si “en dos semanas” no tendría que mudarse a Uruguay. Se venían
las elecciones en su país y todo hacía pensar que Jair Bolsonaro iba a ser
electo presidente, lo que finalmente sucedió. “A mí no me gusta la política
partidaria, pero solamente vivir ya es algo político, ya requiere que se haga
algo políticamente”. La angustia por la victoria de Bolsonaro se le cambió por
la alegría por el regreso de Luiz Inácio Lula da Silva.
“Este es un momento muy bueno. Lula es un brasilero típico de verdad,
¿sabés? Él también es alegre, casual, divertido y accesible. Y es muy culto
también, porque lee mucho. Tiene poca cultura académica, pero tiene mucha de
lectura. Eso es lo importante. Entonces, ahora con su elección se espera que
las cosas vayan a resolverse, que todo va a ser mejor. Hay buenos presagios. La
esperanza es muy grande. Todo el mundo está feliz con la victoria de Lula”,
afirma.
Hay quien dice que Mistura…
es su último disco, que Sons… es su última gira y que esta es su última
visita a Uruguay. No es lo que él dice. “Yo ya he pensado varias veces en no
hacer nada más. Nací en Duas Barras, una ciudad que me gusta mucho. Y a veces
digo de irme al campo, a criar gallinas”. Ese pensamiento avícola le dura poco.
“Después invento otra cosa y tengo la necesidad de hacerlo. Digo que voy a
parar pero no paro. Si me surge una idea para algo, la pongo en práctica. Si me
parece bueno, será bueno también para otras personas. Entonces siempre estoy
haciendo cosas nuevas”.