La lista de artistas que convirtieron el Este uruguayo en una musa es bastante larga; que los atardeceres que se respiran desde el lomo de la Ballena sean objeto de fascinación no es novedad. Lo curioso es cuando esa misma magia termina cautivando a un reconocido banquero de origen griego, radicado por muchos años en Israel, que junto con su esposa, la médica francesa Martine Recanati, decidieron cambiarse de rubro y dedicar sus vidas a una obra cultural de grandes dimensiones que empezó por Uruguay.
Aunque el giro argumental suena fantástico, en realidad Don Harry Recanati —o el Don, como lo suelen llamar— siempre había estado empapado de arte. Coleccionista durante toda su vida, siempre estuvo en contacto con las grandes galerías como muchos otros de su nivel social y económico, por lo que el suyo no había sido un salto al vacío: al fondo del abismo lo esperaban, además de un colchón de ahorros, sus propias y muy valiosas colecciones. Con eso abrió un primer Museo Ralli, de un total de cinco en cuatro países, en Punta del Este, que hoy, con 35 años, sigue siendo una cita obligada dentro de la agenda cultural del balneario.
Las obras de estos museos son propiedad de la Fundación Ralli. Se trata de una serie de exposiciones, intercambiables entre todas las sedes, de artistas jóvenes que al momento de haber sido descubiertos por Recanati se les dificultaba darse a conocer. Hoy, muchos de esos artistas ya no son ni jóvenes ni desconocidos, como el caso del pintor, escultor, escenógrafo y fotógrafo ítalo-argentino Juan del Prete (1897-1987), a quien actualmente se le dedica una sala en el último nivel del Ralli de Uruguay.
En ese mismo piso, junto con la exposición de la Escuela de Amberes, se inauguraron dos nuevas muestras en celebración del 35º aniversario de este museo: una con importantes figuras del arte óptico, cinético y digital y otra de la artista mexicana Cristina Rubalcava. El primer piso lo ocupa una exposición de surrealismo sudamericano y la planta baja está dedicada al arte nacional uruguayo, además de tener una sala destinada a la vida del Don y el arte israelí.
La Sala cinemática con la exposición Movimiento y Ritmo, inaugurada por los 35 años del Museo Ralli. Los patios interiores son jardines escultóricos con obras tanto de Latinoamérica como de Europa, entre las que se destaca la exposición de estatuas de niños en tamaño real hechas por el artista inglés John Robinson (1935-2007). Son “opciones de arte”, señaló a Galería la directora y curadora del Museo Ralli Punta del Este, Virginia Serrana Prunell.
Uno de los aspectos a destacar es que el de Recanati no es otro museo que nació de una casona antigua con aires de patrimonio ni del hogar de un reconocido artista fallecido. El edificio entre las calles Los Arrayanes y Pitangas, casi llegando a Maldonado desde la península, fue el primero de Uruguay en haberse construido especialmente con el fin de albergar un museo. Diseñado y proyectado por los arquitectos Marita Casciani y Manuel Quinteiro, en una construcción de más de 6.000 metros cuadrados, se utilizaron materiales de origen uruguayo que luego fueron enviados para la construcción de las demás sedes a lo largo del mundo.
¿Por qué Punta del Este?
Si el propósito de esta fundación es promover el arte sudamericano, no tendría sentido que al menos su primera sede estuviera en otro continente. Cuando Recanati se jubiló aumentó la frecuencia de sus viajes por Latinoamérica y descubrió que si bien todos los países conocían sus propias obras, no así la de sus vecinos. Entonces, el primer reto era mostrarle a la propia América lo que pasaba con su arte. Amigos bonaerenses le recomendaron el balneario, el matrimonio Recanati descubrió Punta del Este y con ella un terreno baldío en el actual barrio Beverly Hills, en donde mientras otro inversor hubiera visto una potencial casa de veraneo, el Don vio un museo.
La gente del lugar amó ese museo y poco a poco comenzó a descubrir las piezas que forman una de las colecciones más importantes de obras latinoamericanas del mundo, que también incluye trabajos de reconocidos artistas europeos como Salvador Dalí, Amadeo Modigliani y René Magritte, entre otros.
“Estamos en Punta del Este desde la década de los 80. Si no somos el museo decano del balneario no sabría decirte cuál es, y desde que tengo memoria siempre se caracterizó por ser un lugar que los amantes del arte frecuentaban”, señaló Prunell, para nada sorprendida del aterrizaje de la familia Recanati en el Este. Desde que diferentes artistas comenzaron a radicarse en zonas como San Carlos, Punta Ballena o La Barra, se creó allí un núcleo cultural porque “el lugar invita a los artistas a crear”.
Además de este factor químico entre la bohemia y los departamentos de Maldonado y Rocha, Punta del Este tiene un público que “no está en ningún otro lado” y es, casi por defecto, “afín a la obra artística”. Al balneario siempre llegaron argentinos, brasileños y hasta europeos, pero todavía no era suficiente alcance para Recanati, por lo que también fundó en 1992 otro Museo Ralli en Santiago de Chile, una ciudad con un gran público local y comunicada con otros países de América a través del océano Pacífico. Fue una gran estrategia, pero era inconcebible que Recanati no pensara en abrir uno de sus museos en el país que supo ser su casa durante tantos años, por lo que no construyó uno, sino dos museos en Israel (1993 y 2007, tres años antes de fallecer) y uno más en Marbella, España, sobre los años 2000. Su esposa era francesa y no quería descuidar Europa, y a él le gustaban los lugares abiertos cerca del mar. La Fundación Ralli fue la primera en el mundo en tener sedes a lo largo de varios países, política que siguieron algunos de los museos más importantes a nivel internacional.
Pero sus museos no se agotan en la temporada de verano o con la visita de los turistas, sino que, como en el caso de Punta del Este, trabajan muy bien con las personas que viven en el lugar todo el año. “Los museos grandes tienen la contrapartida de que hay mucho para ver y tenés que recorrerlo todo porque pagaste una entrada. Pero el nuestro, al ser de entrada libre y gratuita, te da la posibilidad de ver distintas secciones en diferentes días, quedarte admirando una obra y cuando terminaste tal vez no tengas ganas de seguir mirando y podés volver otro día”.
La directora y curadora del Museo Ralli en Punta del Este, Virginia Serrana Prunell. Valores de otro siglo. Siendo un creador de arte sin ser artista, Don Recanati no abandonó su propia “utopía” de construir un museo “que todo el mundo pudiera visitar” hasta lograrlo, explicó Prunell. Sabía, además de su vocación por que las obras y artistas sudamericanos se conozcan, que en aquel balneario pasaría algo con el arte. Era todo un personaje, “muy diferente a como uno se imagina a un filántropo”, contó la directora, quien lo recuerda levantándose a las 5 de la mañana, trabajando todo el día, caminando hasta el supermercado para hacer los mandados y manejando su Chevrolet Monza por la Península. Pero a pesar de su perfil despreocupado, este banquero jubilado no perdió la oportunidad de sentar las estrictas bases de sus museos, que hasta el día de hoy todavía funcionan con sus capitales.
Ninguna sede de Ralli cobra entrada, acepta donaciones o subsidios ni cuenta con actividad comercial, lo que explica que no haya venta de souvenirs ni cafetería, restaurante o bar. Tampoco se hacen visitas guiadas: “Si yo te traigo y te señalo un cuadro que es importante porque el artista es importante, te estoy guiando en lo que sentís por ese cuadro por sobre lo que sentís por el cuadro de al lado. Pero vos tenés que resolver cuál te gusta más”, explicó Prunell. En las salas del Ralli perfectamente se puede encontrar un cuadro famoso junto a otro completamente desconocido, y las obras no se separan por país. Recanati entendió enseguida, a través del arte, que Latinoamérica es una sola; es “un continente único con muchos valores en común”, pero “esta idea no existía en ese momento acá, la tuvo que venir a ver gente de afuera como nos pasa siempre”, apuntó Prunell.
El Museo Ralli busca honrar a América Central y el Caribe en una muestra de realismo mágico y el surrealismo figurativo sudamericano. En sus museos tampoco están prohibidos los flashes para que cada visitante pueda usar la cámara a su antojo. Decisiones como estas, que aparecen escritas formalmente en un estatuto que Recanatti dejó en cada museo, son la evidencia de que se trataba de un hombre que creía que la actividad artística es libre y su producto existe para ser interpretado por cada uno a su manera.
Pero el disfrute, el placer —que es el propósito del arte para el famoso pintor francés Nicolás Poussin, y para Recanati también— tienen su costo y no es precisamente el de una entrada. Por eso el Don no aceptó nunca donaciones; el trabajo del artista tiene un valor: “Si una obra es lo suficientemente valiosa para estar expuesta, él tenía que pagarle a ese artista por su capacidad. Ellos tienen la intención de vivir de su trabajo, que es lo que deberían poder hacer: crear, vender y seguir creando. Y Punta del Este es un buen lugar para eso”, concluye la directora.
Fotos: Adrián Echeverriaga