Cartas al Director
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl próximo diciembre cumpliré 20 años en Búsqueda y unos 18 en la posición de editor de la sección de Economía. Podría escribir en primera persona de Claudio Paolillo —el mejor periodista de su generación que he conocido— y sobre cuánto aprendí trabajando con él, más allá de que no siempre coincidí con sus decisiones en la etapa de director o con sus opiniones como columnista. Pero siempre supe que actuaba con honestidad consigo mismo y con buenas intenciones.
Sin embargo, no quiero aquí reseñar lo que me dejó sino lo que nos debería dejar a cada uno que escuchó o leyó su voz potente. O eso quisiera, para que su legado —o lo yo que interpreto como tal— no se desvanezca.
A todos los periodistas la figura de Claudio nos debería dejar la enseñanza de que la profesión se tiene que asumir con compromiso, porque (aunque parece haberse banalizado en estos tiempos) la información es esencial si se cree en la democracia como sistema de organización social. También que, aunque muchas veces nos gane la rutina, la demanda por noticias-entretenimiento y el desestímulo ante una paga mediocre, el periodismo debe ser ejercido con pasión, o mejor no ejercerlo. Pero que con eso solo no alcanza: hay que escuchar, leer, preparar cada entrevista (y no simplemente “poner el chupete” para que el entrevistado diga sin nosotros siquiera prestar atención), ser rigurosos, tratar de entender de qué estamos hablando o escribiendo, pedir que nos expliquen si no entendimos (aunque parezcamos estúpidos), repreguntar sin miedo.
Para los dueños de los medios el legado debería ser que la independencia es esencial para que exista periodismo con todas las letras; cualquier cosa distinta es servilismo a intereses económicos, políticos o particulares. No siempre es fácil, pero es un principio que tendría que ser irrenunciable y él lo entendía así.
Quizás marcado por la mordaza que imponía la dictadura cuando se inició en el oficio, Claudio fue un defensor de la libertad de expresión y de las libertades en sentido amplio (si bien en lo económico, no se confundan, no creía en un “vale todo” sino en un mercado actuando con intervención eficiente del Estado para proteger a los más débiles), y de la democracia republicana. En eso seguramente hay un legado para todos los ciudadanos, pues son valores que merecen la pena seguir siendo reivindicados.
Otros valores más cotidianos han ido cambiando. A Claudio le dolía verlo y algunas veces lo oí decirlo. Saludar, escuchar al otro, agradecer, ceder el asiento (a una mujer o, digo yo, a otro hombre si lo necesita más que uno) parece que perdió significado, y no solo entre los más jóvenes. En definitiva, son gestos que nos humanizan y en los que él creía.
Los políticos, los líderes sindicales y otros referentes sociales también deberían sacar algunas lecciones. Las columnas de Claudio se reiteraron en señalar problemas evidentes —la educación es el más acuciante, porque de eso depende en gran medida que la grieta social se achique o siga creciendo— que tendrían que ser encarados dejando de lado mezquindades y colores partidarios. Su último artículo de opinión se tituló precisamente Politiquita y fue un grito, ya con la batalla por la vida casi perdida, contra los pequeños chantajes de aquellos que ansían poder por el poder mismo, no para mejorarle la vida a la gente.
Finalmente, Claudio le deja a su familia el enorme legado de haber sido un buen padre y esposo, además del orgullo de saber que vivió intensamente y fue generoso con un país al que quiso hacer mejor.
Ismael Grau