También a los ocho o nueve años empecé clases particulares de piano,
hasta los 11 o 12 años, y después me enfoqué mucho más en el deporte. Siempre
seguí tocando un poco de piano, pero a los 14 o 15 agarré el bajo y descubrí
una pasión.
¿Por qué lo eligió?
Por dos cosas. Primero, me atrajo mucho el sonido, la forma y que era un
instrumento que no veía tocar a muchas mujeres. Segundo, porque era muy fanática
de los Red Hot Chili Peppers. Cuando agarré el bajo, lo primero que aprendí
fueron todos sus discos, toda su línea de bajo. Esa pasión me movilizó mucho en
los primeros meses y después expandí mis horizontes musicales.
¿Quién le enseñó a tocar el bajo?
Estudié un tiempo corto con un profe que estaba cerca de casa y después
en seguida contacté con Nacho (Ignacio) Echeverría, que fue mi gran mentor. Él
ahora tiene su proyecto, El Hombre Avispa, y toca con los Buenos Muchachos. Con
él fundamos la banda Croupier Funk en 2008 o 2009. Después pasé a estudiar con
Federico Righi, y eso fue como saltar a otro nivel. Es tremendo bajista,
tremendo musicazo, tremendo oído. No faltaba a ninguna clase, iba siempre,
todas las semanas, y reponía si faltaba a alguna.
¿Cuándo comenzó a estudiar música a nivel más profesional y formativo?
Cuando terminé el liceo empecé a estudiar Diseño Industrial, y en el
segundo año me di cuenta de que no quería estudiar eso sino música, pero apreté
los dientes y seguí hasta el final. Cuando egresé me fui a Brasil con el bajo a
estudiar y también a tocar puertas, a tocar en la calle, a estudiar con profes.
¿Sentía que en Uruguay las posibilidades de dedicarse a la música eran
más acotadas?
No, toda la vida tuve y tengo como un delirio brasilero. No sé por qué la
cultura y la música me hablan de forma directa. Y me fui persiguiendo eso.
Durante dos o tres años iba y venía de Brasil. Eso fue superimportante para mí,
porque me animé a declararme a mí misma música y bajista y a perseguir mi sueño.
En Brasil me sentí muy bendecida y supe que el camino estaba todo ahí para mí.
Pero con Uruguay estoy muy agradecida. Estoy contenta con la carrera que hice y
cómo se fueron dando las cosas y nunca me fui pensando que en mi país no se
podía hacer nada y que tenía que ir a otro lado. Fue siempre muy natural.
Pienso que los uruguayos somos apreciados en el mundo por cómo somos y hay un
valor artístico y humano muy grande. Eso hace que en el mundo seamos
extraordinarios, mágicos. Siempre voy a Uruguay para cargar la mochila de amor,
de amigos, energía, y seguir viaje. Realmente pasa que cuando estás lejos del
país, de los amigos, la familia y los afectos, redimensionás, revalorás todo lo
que sos. Cargar con eso y presentarse así en el mundo me parece algo alucinante.
En Uruguay hay mucho valor, tremendo nivel artístico. Un ambiente que, a
priori, parecería ser limitado, como es el del arte, hace que los creativos
tengamos que arreglárnosla con poco, entonces destrabamos una creatividad que a
veces en otros países con más recursos no se encuentra.
¿Cómo siguió su carrera tras esos años en Brasil?
Al tiempo pasaron dos cosas que fueron muy importantes. Una fue que entré
a la Escuela Universitaria de Música (EUM) de Montevideo. Hice dos años de
composición que fueron vitales también, porque mi formación musical hasta este
momento había sido muy entre autodidacta y a cargo de profesores. Tuve la
suerte de tener buenísimos profes y mentores, pero también hay algo que tiene
que salir del alumno, que es la curiosidad. En el segundo año de la EUM me
presenté a las becas Fefca (Fondo de Estímulo a la Formación y Creación
Artística) del Ministerio de Educación y Cultura para ir a hacer una residencia
de verano a Nashville con un bajista que siempre admiré mucho: Victor Wooten.
Gané la beca y con ese dinero me fui tres semanas, al medio de un bosque, a
estudiar con Wooten y otros músicos. Estaba Dave Wells, Anthony Wellington.
También había bateristas alucinantes como Derico Watson. Fue increíble. Esa fue
la primera vez que contacté con Estados Unidos, a mis 26 años. Además, en ese
campamento conocí a Steve Bailey, otro bajista, que es el director de la
Cátedra de Bajo en Berklee College of Music de Boston. Un día, durante el
desayuno, él me soltó la idea de audicionar para conseguir una beca para entrar
a Berklee. Yo no sabía ni dónde era Berklee, tampoco dónde era Boston. Al año
hice la audición y entré, gané una buena beca y me fui para Estados Unidos.
Estudié una especialización que se llama Jazz Composition and Performance hasta
2021.
¿En qué momento empezó a pisar escenarios o a tocar frente a un público?
Como todo bajista, al poquito tiempo de estar tocando, porque siempre
hacemos falta. Uno de los primeros escenarios fue el del Festival de la Canción
Marista (del colegio Maristas de Montevideo). Teníamos una banda con mi hermana
y otra amiga que se llamaba Ninfas y salíamos también a tocar en bares. Desde
ahí nunca paré. Después formamos la Croupier Funk y la banda se presentó en
fiestas, festivales, cosas más grandes. La Croupier fue una idea que surgió
entre mi hermana Ale y yo, y empezamos a convocar gente. El primer show
fue en una fiesta del circo Picadero. Al principio tocábamos en las varietés de
circo, porque la idea era musicalizar esos espacios. No fue tanto tiempo
después que empezamos a tocar en Bluzz Live, en fiestas de la nostalgia,
festivales, en Punta del Este, en La Pedrera. Así fuimos creciendo.
¿Siente que tuvo alguna dificultad para abrirse camino en el mundo de la
música siendo mujer y bajista?
Sí. Honestamente, las dificultades las tuve todas, y a la vez tuve todas
las oportunidades. Habrá más dificultades y más oportunidades en mi porvenir,
pero sí creo que es una dificultad en la industria y en el mundo de la música
ser mujer y además instrumentista. La vara de lo aceptable está un poco más
alta. Como mujer, tenés que tocar muy bien, que no quede una duda de que podés
hacer el trabajo y podés estar ahí. Y en un instrumento como el bajo, que es de
base y de fundación de la música, se siente, como mujer, que a veces hay una
confianza que hay que ganarse. Antes de tocar una nota, antes de escucharme, ya
tengo que estar bien parada, segura. Es una dificultad lograr que te tengan en cuenta
de la misma forma que a un hombre.
¿Por ser mujer partía de cierta desconfianza o falta de fe?
Algo así. Pero para mí eso siempre fue muy motivador. También al momento
de combinar la música y la estética hay un lugar donde es muy fácil ser juzgada
como mujer: “ah, te estás haciendo la linda” o “te ponés el escote y primero
que te miren y después que te escuchen”. Está bueno encontrar ese punto medio
en el que poder tocar, captar la atención musical y la conexión artística, y
además, la parte estética, que sin duda es parte del arte. Con eso siempre tuve
cuidado. Ser uruguaya, mujer y además zurda es como ser minoría de minoría de
minoría. No sé si habrá más de una que cumpla esas tres condiciones. Pero
también tiene algo único. Estoy supercopada en este momento de mi carrera y
pienso en cómo todo lo que viví me preparó para llegar a donde estoy. Siempre
va a venir algo mejor, más alucinante, más increíble. Nunca es ‘llegué hasta
acá’. Al revés, me sigo preparando, sigo expandiendo, mejorando, caminando. Sin
límites.
Además de Croupier Funk, ¿con qué otras bandas y artistas tocó en
Uruguay?
Guanaco fue mi primer disco de música original junto con Pepe Canedo, lo
lanzamos en 2016. Trabajé con Nicolás Ibarburu, Manuel Contrera, Chancho
(Hernán) Peyrou, Federico Blois. Tenía también otra banda que se llamaba Los
Walter, con la que tocábamos un montón. El objetivo era colaborar,
involucrarme. También trabajé con Hernán Draper, un tremendo compositor. Y por
varios años hacíamos una jam todos los jueves que se llamaba Space Jam.
Durante la pandemia compuse la música para la obra de teatro Juanas, que
se presentó en la sala Zavala Muniz. Lo hice a distancia junto con Victoria
Carratú y Juan Carlos Muñoz, que fueron los acróbatas de la obra. Siempre me
gustó el circo, la escena y hacer música para eso. También integré el colectivo
Enlaces con Juan Casanova y Sebastián Teysera, una colaboración muy importante
y significativa. A su vez, Claudio Taddei me llamó para grabar su disco y nos
presentamos en la Fiesta de la X justo antes de que me viniera para Estados
Unidos.
También tiene su propia banda, Mestizas. ¿Cómo surgió?
Surgió en
Berklee, junto con amigas y compañeras de clase. En un principio, la banda
estaba integrada por Esperanza Delgado y Paloma Gómez, que son del sur de
España, y Estefanía Núñez de Cuba. A los dos o tres años se sumó Ale, mi
hermana, que es trompetista. También está Isabel Rodríguez, que es nuestra
ingeniera de Sonido y nos ayuda con la producción. Ahora estamos viviendo todas
en ciudades separadas y nos juntamos para tocar y hacer giras. Nuestro próximo
destino va a ser España, en mayo.
¿Cómo entró en contacto con la cantante colombiana Karol G?
Fue por recomendación de las chicas de la banda de Karol G. Había tocado
con la baterista y la guitarrista en Nueva York. Ellas me comentaron que había
movimientos en la banda de Karol G y pasaron mi nombre como recomendación. Al
tiempito me llamó el productor para contarme que estaban buscando bajista y
tecladista, me pidió que hiciera un video a modo de audición y a las dos o tres
semanas me invitó a sumarme a la banda. Así fue, y ahora mismo (por el viernes
3 de marzo) estoy en Puerto Rico armando el show. Es el tercer show
que voy a hacer con Karol G, mientras sigo aprendiendo la música, los arreglos,
las canciones.
¿Cuál fue su primer toque con Karol G y su banda?
Fue en el festival Calibash, en Los Ángeles. Estuvo alucinante. En la
previa, estuve cinco días a puro ensayo, tuve que aprender la música, la
dinámica del show. Fue mi primera vez en una arena. Ya había tocado para
mucha gente, pero nunca así.
¿De cuántas personas era el público?
No sé exacto, pero varios miles. Después estuvimos en el Festival de Viña
del Mar, en Chile, que fue como tres veces más que eso. Además, se transmitía
por televisión, y Karol G iba a recibir algunos premios (Gaviota de Plata y de
Oro), entonces todo tenía que ser perfecto. Trabajamos un montón para eso y
también estuvo alucinante.
¿Cómo es el vínculo de la cantante con los integrantes de su banda?
Ella viene a los ensayos. Obviamente, hay veces que ensaya la banda por
separado y después se suma ella, pero creo que es de las pocas artistas urbanas
que tienen una banda entera. Es superbién. Parte de trabajar con una artista, y
algo a lo que todavía me tengo que terminar de acostumbrar, es que a veces hay
como una distancia con la banda. El día del show yo a Karol G la vi en
el escenario, un ratito antes, y chau. Porque están con mucha cosa. Pero ella
le da mucho lugar a la banda (compuesta solo por mujeres), cada una tiene su
momento. Hay un tema en el que salimos a tocar adelante, hay otro que es solo
guitarra, bajo y voz, hay solos. Eso está buenísimo. La banda tiene su
protagonismo. Con otros artistas he visto hasta que a veces ponen a la banda
atrás de un panel, pero acá no, por suerte.
En la actualidad está trabajando con Karol G, sigue con Mestizas...
¿Algún otro proyecto?
Acá en Miami también toco con artistas y bandas locales. Integro una
banda de música afrocubana y trabajo con distintos cantantes. Además tengo un
grupo que se llama Group O, que a veces es un trío y a veces un cuarteto. Este
año tengo proyectado grabar, tengo muchas ganas de sacar un álbum o un EP.
Ahora que salió esto de Karol G hay bastante más trabajo y eso está buenísimo,
porque la vida del músico es difícil en Uruguay, en Estados Unidos y en la
Luna. Ahora estoy empezando un proyecto nuevo que me hace mucha ilusión, que es
un trío con Mike Block, un chelista, y Chris Bacon, que es rapero, guitarrista
y beatboxer. Con ellos vamos a tener unos shows en Florida
(Estados Unidos) a fin de marzo. En abril nos vamos a presentar en
Massachusetts, en Boston y alrededores, y también en Nueva York.
Cuando observa en retrospectiva toda su carrera, desde que comenzó con
clases particulares de piano, hasta hoy que es la bajista de Karol G y tiene
además un montón de proyectos, ¿qué sensaciones y pensamientos le surgen?
Es
alucinante. Siento que esos viajes que hice después del Centro de Diseño, que
consistieron en animarme a creer o a perseguir lo que quería, fueron como una
puerta que abrí. Empecé a encontrarme con más entradas a más lugares que nunca
imaginé. Es infinito, no tiene límites, y estoy muy contenta, muy agradecida,
muy presente, muy enfocada. Siento lo opuesto a tener miedo. Recuerdo que en
algún momento me daba miedito o pensaba: “¿qué voy a hacer yéndome a Estados
Unidos a hacer un summer camp?”. Pero hubo algo intuitivo o poco
racional que me dijo: “¡dale!”. Y ahí se abrió como una catarata, que empezó
con un chorrito finito y de repente ¡pum! Es infinito, me parece muy
alucinante. Acá hay una forma de trabajo que es superdistinta a lo que yo venía
acostumbrada. Los proyectos en los que generalmente me involucro son más
independientes, creativos o más colectivos, y en este tipo de sistemas de
trabajo respondemos a un director musical que habla con un productor que habla
con Karol. Y eso es interesante también, hay algo superespecífico en lo que se
tiene que hacer, la forma en la que hay que tocar, la forma en que hay que
llegar al ensayo, la forma en la que hay que pararse en el escenario. A veces
parece algo más frío, pero en realidad es simplemente otro cajón donde hay
otras aptitudes para desarrollar, que sin duda dialogan con el resto de los
proyectos y se retroalimentan uno con el otro. Por eso, todo junto es muy rico,
si nos mantenemos a corazón y mente abierta, sin juzgar, ahí empieza a darse
una sinergia que me fascina.