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Patricia Ligia: “Siento lo opuesto a tener miedo”

Radicada en Miami, la bajista uruguaya que cofundó la banda Croupier Funk, hoy recorre escenarios con la cantante colombiana Karol G

De niña, Patricia Ligia tomó clases particulares de piano y afinó su oído tratando de coordinar los movimientos de su cuerpo bajo agua con la música haciendo nado sincronizado. Su pasión adolescente por la banda de rock estadounidense Red Hot Chili Peppers la llevó del piano al bajo, para aprenderse todas las canciones. Del rock pasó a un estilo más melódico y se fue a estudiar y tocar a Brasil. Estudió en la Escuela Universitaria de Música (EUM) de Montevideo y fundó la banda Croupier Funk, junto con su hermana gemela, Alejandra, trompetista.

En su segundo año de la EUM, Ligia se presentó a un fondo de becas del Ministerio de Educación y Cultura. Con el dinero que obtuvo, realizó un campamento de verano en Nashville (Tennessee, Estados Unidos) con grandes instrumentistas y compositores. Allí conoció a un profesor de Berklee College of Music, de Boston, quien la incentivó a audicionar para entrar a estudiar allí. Lo logró y desde entonces sus horizontes se ampliaron. O quizás no existan, ya que sostiene que los límites son “infinitos”.

En la actualidad, la bajista uruguaya integra la banda de instrumentistas mujeres que acompaña en cada show a la cantante colombiana de reguetón y pop Karol G, ganadora de varios premios Grammy Latinos, Billboard Music Awards y conquistadora de escenarios internacionales. Además, continúa con su banda Mestizas, integrada por mujeres, y tiene un proyecto musical llamado Group O en Miami —ciudad donde reside—, que consiste en un trío con el chelista Mike Block y el rapero, guitarrista y beatboxer Chris Bacon.

¿Cuál fue su primer contacto con la música?

Estudié música de chiquita, pero descubrí hace poco que el contacto más directo fue a través del deporte. A los ocho o nueve años empecé nado sincronizado y crecí practicando esa disciplina que combina música, coreografía y nado. Realmente lo considero una escuela musical, porque es un deporte que tiene mucho ritmo, mucho tiempo, mucho de contar frases, aprenderse rutinas de memoria, patrones. De grande me di cuenta de que todo eso había estado al servicio de la música, de aprender o memorizar cosas bastante rápido y seguir un ritmo, tener un pulso estable.

También a los ocho o nueve años empecé clases particulares de piano, hasta los 11 o 12 años, y después me enfoqué mucho más en el deporte. Siempre seguí tocando un poco de piano, pero a los 14 o 15 agarré el bajo y descubrí una pasión.

¿Por qué lo eligió?

Por dos cosas. Primero, me atrajo mucho el sonido, la forma y que era un instrumento que no veía tocar a muchas mujeres. Segundo, porque era muy fanática de los Red Hot Chili Peppers. Cuando agarré el bajo, lo primero que aprendí fueron todos sus discos, toda su línea de bajo. Esa pasión me movilizó mucho en los primeros meses y después expandí mis horizontes musicales.

¿Quién le enseñó a tocar el bajo?

Estudié un tiempo corto con un profe que estaba cerca de casa y después en seguida contacté con Nacho (Ignacio) Echeverría, que fue mi gran mentor. Él ahora tiene su proyecto, El Hombre Avispa, y toca con los Buenos Muchachos. Con él fundamos la banda Croupier Funk en 2008 o 2009. Después pasé a estudiar con Federico Righi, y eso fue como saltar a otro nivel. Es tremendo bajista, tremendo musicazo, tremendo oído. No faltaba a ninguna clase, iba siempre, todas las semanas, y reponía si faltaba a alguna.

¿Cuándo comenzó a estudiar música a nivel más profesional y formativo?

Cuando terminé el liceo empecé a estudiar Diseño Industrial, y en el segundo año me di cuenta de que no quería estudiar eso sino música, pero apreté los dientes y seguí hasta el final. Cuando egresé me fui a Brasil con el bajo a estudiar y también a tocar puertas, a tocar en la calle, a estudiar con profes.

¿Sentía que en Uruguay las posibilidades de dedicarse a la música eran más acotadas?

No, toda la vida tuve y tengo como un delirio brasilero. No sé por qué la cultura y la música me hablan de forma directa. Y me fui persiguiendo eso. Durante dos o tres años iba y venía de Brasil. Eso fue superimportante para mí, porque me animé a declararme a mí misma música y bajista y a perseguir mi sueño. En Brasil me sentí muy bendecida y supe que el camino estaba todo ahí para mí. Pero con Uruguay estoy muy agradecida. Estoy contenta con la carrera que hice y cómo se fueron dando las cosas y nunca me fui pensando que en mi país no se podía hacer nada y que tenía que ir a otro lado. Fue siempre muy natural. Pienso que los uruguayos somos apreciados en el mundo por cómo somos y hay un valor artístico y humano muy grande. Eso hace que en el mundo seamos extraordinarios, mágicos. Siempre voy a Uruguay para cargar la mochila de amor, de amigos, energía, y seguir viaje. Realmente pasa que cuando estás lejos del país, de los amigos, la familia y los afectos, redimensionás, revalorás todo lo que sos. Cargar con eso y presentarse así en el mundo me parece algo alucinante. En Uruguay hay mucho valor, tremendo nivel artístico. Un ambiente que, a priori, parecería ser limitado, como es el del arte, hace que los creativos tengamos que arreglárnosla con poco, entonces destrabamos una creatividad que a veces en otros países con más recursos no se encuentra.

¿Cómo siguió su carrera tras esos años en Brasil?

Al tiempo pasaron dos cosas que fueron muy importantes. Una fue que entré a la Escuela Universitaria de Música (EUM) de Montevideo. Hice dos años de composición que fueron vitales también, porque mi formación musical hasta este momento había sido muy entre autodidacta y a cargo de profesores. Tuve la suerte de tener buenísimos profes y mentores, pero también hay algo que tiene que salir del alumno, que es la curiosidad. En el segundo año de la EUM me presenté a las becas Fefca (Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística) del Ministerio de Educación y Cultura para ir a hacer una residencia de verano a Nashville con un bajista que siempre admiré mucho: Victor Wooten. Gané la beca y con ese dinero me fui tres semanas, al medio de un bosque, a estudiar con Wooten y otros músicos. Estaba Dave Wells, Anthony Wellington. También había bateristas alucinantes como Derico Watson. Fue increíble. Esa fue la primera vez que contacté con Estados Unidos, a mis 26 años. Además, en ese campamento conocí a Steve Bailey, otro bajista, que es el director de la Cátedra de Bajo en Berklee College of Music de Boston. Un día, durante el desayuno, él me soltó la idea de audicionar para conseguir una beca para entrar a Berklee. Yo no sabía ni dónde era Berklee, tampoco dónde era Boston. Al año hice la audición y entré, gané una buena beca y me fui para Estados Unidos. Estudié una especialización que se llama Jazz Composition and Performance hasta 2021.

¿En qué momento empezó a pisar escenarios o a tocar frente a un público?

Como todo bajista, al poquito tiempo de estar tocando, porque siempre hacemos falta. Uno de los primeros escenarios fue el del Festival de la Canción Marista (del colegio Maristas de Montevideo). Teníamos una banda con mi hermana y otra amiga que se llamaba Ninfas y salíamos también a tocar en bares. Desde ahí nunca paré. Después formamos la Croupier Funk y la banda se presentó en fiestas, festivales, cosas más grandes. La Croupier fue una idea que surgió entre mi hermana Ale y yo, y empezamos a convocar gente. El primer show fue en una fiesta del circo Picadero. Al principio tocábamos en las varietés de circo, porque la idea era musicalizar esos espacios. No fue tanto tiempo después que empezamos a tocar en Bluzz Live, en fiestas de la nostalgia, festivales, en Punta del Este, en La Pedrera. Así fuimos creciendo.

¿Siente que tuvo alguna dificultad para abrirse camino en el mundo de la música siendo mujer y bajista?

Sí. Honestamente, las dificultades las tuve todas, y a la vez tuve todas las oportunidades. Habrá más dificultades y más oportunidades en mi porvenir, pero sí creo que es una dificultad en la industria y en el mundo de la música ser mujer y además instrumentista. La vara de lo aceptable está un poco más alta. Como mujer, tenés que tocar muy bien, que no quede una duda de que podés hacer el trabajo y podés estar ahí. Y en un instrumento como el bajo, que es de base y de fundación de la música, se siente, como mujer, que a veces hay una confianza que hay que ganarse. Antes de tocar una nota, antes de escucharme, ya tengo que estar bien parada, segura. Es una dificultad lograr que te tengan en cuenta de la misma forma que a un hombre.

¿Por ser mujer partía de cierta desconfianza o falta de fe?

Algo así. Pero para mí eso siempre fue muy motivador. También al momento de combinar la música y la estética hay un lugar donde es muy fácil ser juzgada como mujer: “ah, te estás haciendo la linda” o “te ponés el escote y primero que te miren y después que te escuchen”. Está bueno encontrar ese punto medio en el que poder tocar, captar la atención musical y la conexión artística, y además, la parte estética, que sin duda es parte del arte. Con eso siempre tuve cuidado. Ser uruguaya, mujer y además zurda es como ser minoría de minoría de minoría. No sé si habrá más de una que cumpla esas tres condiciones. Pero también tiene algo único. Estoy supercopada en este momento de mi carrera y pienso en cómo todo lo que viví me preparó para llegar a donde estoy. Siempre va a venir algo mejor, más alucinante, más increíble. Nunca es ‘llegué hasta acá’. Al revés, me sigo preparando, sigo expandiendo, mejorando, caminando. Sin límites.

Además de Croupier Funk, ¿con qué otras bandas y artistas tocó en Uruguay?

Guanaco fue mi primer disco de música original junto con Pepe Canedo, lo lanzamos en 2016. Trabajé con Nicolás Ibarburu, Manuel Contrera, Chancho (Hernán) Peyrou, Federico Blois. Tenía también otra banda que se llamaba Los Walter, con la que tocábamos un montón. El objetivo era colaborar, involucrarme. También trabajé con Hernán Draper, un tremendo compositor. Y por varios años hacíamos una jam todos los jueves que se llamaba Space Jam. Durante la pandemia compuse la música para la obra de teatro Juanas, que se presentó en la sala Zavala Muniz. Lo hice a distancia junto con Victoria Carratú y Juan Carlos Muñoz, que fueron los acróbatas de la obra. Siempre me gustó el circo, la escena y hacer música para eso. También integré el colectivo Enlaces con Juan Casanova y Sebastián Teysera, una colaboración muy importante y significativa. A su vez, Claudio Taddei me llamó para grabar su disco y nos presentamos en la Fiesta de la X justo antes de que me viniera para Estados Unidos.

También tiene su propia banda, Mestizas. ¿Cómo surgió?

Surgió en Berklee, junto con amigas y compañeras de clase. En un principio, la banda estaba integrada por Esperanza Delgado y Paloma Gómez, que son del sur de España, y Estefanía Núñez de Cuba. A los dos o tres años se sumó Ale, mi hermana, que es trompetista. También está Isabel Rodríguez, que es nuestra ingeniera de Sonido y nos ayuda con la producción. Ahora estamos viviendo todas en ciudades separadas y nos juntamos para tocar y hacer giras. Nuestro próximo destino va a ser España, en mayo.

¿Cómo entró en contacto con la cantante colombiana Karol G?

Fue por recomendación de las chicas de la banda de Karol G. Había tocado con la baterista y la guitarrista en Nueva York. Ellas me comentaron que había movimientos en la banda de Karol G y pasaron mi nombre como recomendación. Al tiempito me llamó el productor para contarme que estaban buscando bajista y tecladista, me pidió que hiciera un video a modo de audición y a las dos o tres semanas me invitó a sumarme a la banda. Así fue, y ahora mismo (por el viernes 3 de marzo) estoy en Puerto Rico armando el show. Es el tercer show que voy a hacer con Karol G, mientras sigo aprendiendo la música, los arreglos, las canciones.

¿Cuál fue su primer toque con Karol G y su banda?

Fue en el festival Calibash, en Los Ángeles. Estuvo alucinante. En la previa, estuve cinco días a puro ensayo, tuve que aprender la música, la dinámica del show. Fue mi primera vez en una arena. Ya había tocado para mucha gente, pero nunca así.

¿De cuántas personas era el público?

No sé exacto, pero varios miles. Después estuvimos en el Festival de Viña del Mar, en Chile, que fue como tres veces más que eso. Además, se transmitía por televisión, y Karol G iba a recibir algunos premios (Gaviota de Plata y de Oro), entonces todo tenía que ser perfecto. Trabajamos un montón para eso y también estuvo alucinante.

¿Cómo es el vínculo de la cantante con los integrantes de su banda?

Ella viene a los ensayos. Obviamente, hay veces que ensaya la banda por separado y después se suma ella, pero creo que es de las pocas artistas urbanas que tienen una banda entera. Es superbién. Parte de trabajar con una artista, y algo a lo que todavía me tengo que terminar de acostumbrar, es que a veces hay como una distancia con la banda. El día del show yo a Karol G la vi en el escenario, un ratito antes, y chau. Porque están con mucha cosa. Pero ella le da mucho lugar a la banda (compuesta solo por mujeres), cada una tiene su momento. Hay un tema en el que salimos a tocar adelante, hay otro que es solo guitarra, bajo y voz, hay solos. Eso está buenísimo. La banda tiene su protagonismo. Con otros artistas he visto hasta que a veces ponen a la banda atrás de un panel, pero acá no, por suerte.

En la actualidad está trabajando con Karol G, sigue con Mestizas... ¿Algún otro proyecto?

Acá en Miami también toco con artistas y bandas locales. Integro una banda de música afrocubana y trabajo con distintos cantantes. Además tengo un grupo que se llama Group O, que a veces es un trío y a veces un cuarteto. Este año tengo proyectado grabar, tengo muchas ganas de sacar un álbum o un EP. Ahora que salió esto de Karol G hay bastante más trabajo y eso está buenísimo, porque la vida del músico es difícil en Uruguay, en Estados Unidos y en la Luna. Ahora estoy empezando un proyecto nuevo que me hace mucha ilusión, que es un trío con Mike Block, un chelista, y Chris Bacon, que es rapero, guitarrista y beatboxer. Con ellos vamos a tener unos shows en Florida (Estados Unidos) a fin de marzo. En abril nos vamos a presentar en Massachusetts, en Boston y alrededores, y también en Nueva York.

Cuando observa en retrospectiva toda su carrera, desde que comenzó con clases particulares de piano, hasta hoy que es la bajista de Karol G y tiene además un montón de proyectos, ¿qué sensaciones y pensamientos le surgen?

Es alucinante. Siento que esos viajes que hice después del Centro de Diseño, que consistieron en animarme a creer o a perseguir lo que quería, fueron como una puerta que abrí. Empecé a encontrarme con más entradas a más lugares que nunca imaginé. Es infinito, no tiene límites, y estoy muy contenta, muy agradecida, muy presente, muy enfocada. Siento lo opuesto a tener miedo. Recuerdo que en algún momento me daba miedito o pensaba: “¿qué voy a hacer yéndome a Estados Unidos a hacer un summer camp?”. Pero hubo algo intuitivo o poco racional que me dijo: “¡dale!”. Y ahí se abrió como una catarata, que empezó con un chorrito finito y de repente ¡pum! Es infinito, me parece muy alucinante. Acá hay una forma de trabajo que es superdistinta a lo que yo venía acostumbrada. Los proyectos en los que generalmente me involucro son más independientes, creativos o más colectivos, y en este tipo de sistemas de trabajo respondemos a un director musical que habla con un productor que habla con Karol. Y eso es interesante también, hay algo superespecífico en lo que se tiene que hacer, la forma en la que hay que tocar, la forma en que hay que llegar al ensayo, la forma en la que hay que pararse en el escenario. A veces parece algo más frío, pero en realidad es simplemente otro cajón donde hay otras aptitudes para desarrollar, que sin duda dialogan con el resto de los proyectos y se retroalimentan uno con el otro. Por eso, todo junto es muy rico, si nos mantenemos a corazón y mente abierta, sin juzgar, ahí empieza a darse una sinergia que me fascina.