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    ¿Arde Hollywood?

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2234 - 20 al 26 de Julio de 2023

    Cuando pensamos en la industria del cine solemos recordar las ceremonias de entrega de los Oscar o los Emmy, gente con mucho brillo y glamour, mansiones en Beverly Hills, dinero a palas. Pero la realidad económica de los que forman parte del negocio suele ser más oscura, y contratos leoninos, abusos laborales y recortes salariales han sido moneda corriente en la historia de Hollywood. Cuentan que el tío Walt Disney, cuando supo que Pinocho era un fracaso de público, rebajó el salario de sus empleados de un plumazo con el loable fin de equilibrar las cuentas de su empresa. El caso de Marilyn Monroe con la 20th Century Fox es bastante más conocido: harta de que la explotaran y le pagaran poco, dejó plantada a la compañía. Los ejemplos son miles y muestran que el hilo se corta siempre en el mismo lugar.

    En la actualidad el tema de los derechos laborales en el mundo del espectáculo se ha puesto aún más negro. Antes, si una serie de televisión o una película triunfaba, actores y escritores contaban con ingresos por las sucesivas retransmisiones, pero la televisión en streaming vino a cambiar el sistema de pagos por regalías, ajustando a la baja a guionistas y actores.

    El lío empezó en mayo pasado cuando 11.000 miembros del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos (WGA, por sus siglas en inglés) votaron a favor de la huelga, poniendo así en jaque a la industria del entretenimiento. Tras más de cuatro semanas de tensas negociaciones con las productoras, también los actores siguieron el camino de los guionistas, se declararon en paro de actividades y lograron una detención casi total de la producción. El sindicato SAG-Aftra, integrado por más de 160.000 profesionales, locutores, especialistas de acción, estrellas millonarias que dan la cara en cine y televisión, fue llamado a la huelga. Antes de eso y hace más de 15 años, otra huelga (solo de guionistas) duró 100 días y tuvo un impacto de unos US$ 2.000 millones para la industria.

    Los trabajadores se enfrentan a la poderosa Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP), entidad que representa a los principales estudios y transmisores, incluidos Amazon, Apple, Disney, NBCUniversal, Netflix, Paramount, Sony, Warner Bros, Discovery, en demanda de aumentos salariales, mejoras de las pensiones y prestaciones de salud, garantías contra el abuso de la inteligencia artificial y, sobre todo, mayor participación en las ganancias del sistema de streaming. Porque una de las cuestiones fundamentales es cómo se les pagará en el futuro por los programas que permanecen en las plataformas en línea durante años. También se intenta evitar que los estudios conviertan la escritura de guiones en una profesión freelance, es decir, un empleo independiente y no fijo, que precarizaría las condiciones del trabajo creativo.

    En su defensa, los estudios hollywoodenses dicen que tampoco ha sido fácil para ellos lidiar con los cambios, que después de la pandemia el público tardó en volver a las salas de cine y que los televidentes han cambiado la televisión por cable por el entretenimiento de emisión en continuo. El primero de los argumentos es posible que sea cierto, el público no termina de volver a los espectáculos, pero el segundo es una muerte anunciada desde que empezó este siglo. También se lamentan porque han visto colapsar los precios de sus acciones y reducir sus márgenes de ganancias, aunque el problema no es cuánta ganancia se produce sino cómo se reparte.

    De acuerdo a negociaciones anteriores, obsoletas según guionistas y actores, las productoras pueden explotar su catálogo eternamente y en todo el planeta y volver a venderlo cuantas veces quieran. Como es de imaginar, eso ha generado un desequilibrio y ganancias estratosféricas para unos pocos. Por ejemplo, los tres ejecutivos mejor remunerados de la industria del espectáculo obtuvieron $ 1.100 millones en cinco años. Tres personas, tres, entre los miles que hacen posible mover la fábrica de sueños.

    Fran Drescher, la actriz de La niñera, dijo: “Lo que nos pasa a nosotros está pasando en todos los trabajos. Cuando los patrones convierten la bolsa y la codicia en su prioridad y se olvidan de quiénes son los trabajadores esenciales para que la máquina funcione, tenemos un problema”. Si bien es cierto que Hollywood existe gracias a quienes financian sus producciones, también existe gracias a los electricistas, a los diseñadores, a los peluqueros, miles de profesionales de los que nadie conoce ni el nombre. Y todos ellos, incluso los más famosos como Kevin Bacon, Meryl Streep, Liam Neeson o Charlize Theron, empezaron a hartarse de trabajar para magnates del entretenimiento que, con este sistema, se quedan con la parte del león de las ganancias.

    Y nosotros, los que hacemos un trabajo intelectual o creativo, los que hasta ahora solo pensábamos en el mundo del espectáculo cuando veíamos una serie o una película o en el instante en que los famosos caminaban por la alfombra roja a recoger su Oscar o su Emmy, deberíamos dirigir nuestra mirada al conflicto y tratar de entender de qué forma el streaming ha cambiado las reglas de la economía. Este enfrentamiento se produce por problemas que también nos amenazan o que ya están instalados, como el abuso sin control de la inteligencia artificial, la popularización de bancos de fotos o de plataformas de libros por suscripción, por citar solo dos ejemplos, y que, si no se rediseña el sistema, más temprano que tarde la modalidad alcanzará a toda obra involucrada con la creación.