Nº 2266 - 29 de Febrero al 6 de Marzo de 2024
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“¿Vos pensás que hay hombres que perdieron alguna oportunidad laboral que merecían porque había que poner una mujer?”, me preguntó un amigo hace unos días. “Sí”, le respondí.
Cada año en marzo trato de reflexionar sobre temas relacionados a mujeres o feminismo. Otros años he escrito sobre lo contraproducente de compararnos siempre con una mujer perfecta, la importancia de la licencia paternal u otros temas. Hoy navego aguas tumultuosas: ¿nos hemos pasado de la raya las feministas? Como ese amigo que me decía que su género es el que está “perdiendo” ahora, muchos —a veces mujeres— piensan que el péndulo se ha volcado demasiado para el otro lado. Por eso propongo pensarlo desde dos aspectos que reiteradamente se ponen como ejemplos de que el cambio ha sido demasiado: cuotas para mujeres en el trabajo y condena social en redes.
Empecemos por lo laboral. Hay varios hombres extremadamente competentes, igual o más que otras mujeres, que han perdido una oportunidad laboral porque el equipo, la empresa o la institución necesitaban mejor representatividad. He visto casos. Por ejemplo, un fantástico jefe en Estados Unidos que —todo indica— perdió un ascenso porque había que poner a una mujer.
Sin embargo, esto sigue siendo la enorme mayoría de las excepciones y está superconcentrado en algunas empresas (por ejemplo, multinacionales que quieren mejorar su representatividad en posiciones de liderazgo) y ciertos países. Por ejemplo, en Estados Unidos solo algunos Estados imponen cuotas para el directorio (no otras posiciones de liderazgo) y solo para empresas que cotizan en bolsa. Algo similar tiene Noruega y se ha propuesto en otros países de Europa. En la inmensa mayoría del mundo las mujeres —las muy competentes y las poco competentes— siguen siendo minoría en las posiciones de liderazgo, tanto en el sector público como en el privado, siguen estando sujetas a estereotipos y sesgos de diversa índole. La idea de que los hombres hoy están de forma significativa perdiendo oportunidades por cuestiones de cuota es una exageración.
También es cierto que hay una enorme cantidad de hombres igual o más incompetentes que otras mujeres que consiguen el trabajo precisamente por ser hombres: por razones que van desde el hecho de que son percibidos como más asertivos en las entrevistas o porque no pedirán licencia maternal ni tendrán que salir temprano a buscar a sus hijos. Entiendo el enojo, y la tristeza, de un hombre cuando no obtiene un trabajo o una promoción “porque le tocaba a una mujer”; lo que no entiendo es la ausencia de ese mismo sentimiento cuando a la que le toca es a la mujer —algo que ocurre casi a diario—.
Vayamos ahora al plano de la condena social, cuya máxima expresión es la “justicia” por redes sociales, en particular ante casos de acoso, abuso o violación. Retuitear acusaciones, postear información parcial o sin chequear, marcar culpables antes de que la Justicia se promulgue, o antes de que siquiera un caso llegue a ella. Sin ir más lejos, yo he cometido ese error alguna vez en redes sociales, algo de lo que me arrepiento.
Un cambio en los últimos años es que el debate público ocurre en redes sociales, un espacio que antes no existía. Un debate que además implica un costo de transacción muy bajo para quien comenta —un tuit o un posteo de Instagram no lleva más de unos segundos—, pero puede hacer mucho daño, en especial cuando es falso. Si es desde el anonimato, es más fácil aún, quien lo hace ni siquiera está en riesgo de luego tener que responder por ello, no hay que resistir al archivo. En este mundillo, más de un hombre ha sido acusado falsamente o marcado como culpable cuando la Justicia luego comprobó que era inocente. También más de una mujer ha sido defenestrada sin razón. Lamentablemente, vivimos en un tiempo de redes sociales donde nadie está libre de ser atacado o difamado, un problema que afecta a hombres y mujeres.
Hay evidencia abrumadora de que muchas mujeres a través del mundo y de la historia han sido abusadas, maltratadas y acosadas. También que muchas han callado porque nadie les creía, porque estaba mal visto decirlo, o porque les daba vergüenza. La denuncia es también el primer paso de un largo y penoso proceso legal. En el caso de violación, por ejemplo, datos de Reino Unido muestran que solo 5% de las denuncias en 2017-2018 resultaron en condenas o 3% en 2019. En comparación, un 9% del total de crímenes denunciados en 2019 culminaron en condenas, tres veces más. En Uruguay, un quinto de las denuncias de violación obtuvo una condena en 2021.
Claro que también hay casos donde algunas mujeres sí faltaron a la verdad o incluso donde la ley o la Justicia —que históricamente ha estado más sesgada en favor del hombre— fue en el camino contrario, pero pensar que los hombres ahora están sistemáticamente peor parados ante la ley me parece, de nuevo, una exageración. Se hace de la excepción una regla. Es posible que en estos últimos tiempos haya pagado algún justo por pecador —ya sea el costo social o penal del caso—, pero decir que por eso el péndulo se ha corrido demasiado, cuando aún tenemos un serio problema de abuso y violencia hacia la mujer, es como tapar el sol con el dedo.
Esta nota no es un ensayo académico, y posiblemente no hace justicia a los miles de importantes detalles de una conversación tan sensible que además tiene mil aspectos. Aquí solo me enfoqué en dos de ellos. Pero me parece que es claro que —más allá de ciertos ejemplos o excepciones— las mujeres siguen teniendo más desafíos y sugerir que ahora de forma sistemática los hombres están perdiendo sus derechos (como sugería mi amigo al principio) es negar la realidad. Los hombres todavía representan una mayoría absoluta en las posiciones públicas (desde presidentes hasta posiciones ejecutivas, legislativas y judiciales) y en las privadas (tanto en gerencias como en directorios de empresas). Con más de 30.000 denuncias por violencia doméstica al año, muchas mujeres además deben vivir con miedo, en su mayoría de su actual o su expareja. El progreso del feminismo por supuesto no ha sido perfecto pero, dado todo el camino que aún queda por recorrer para tener una sociedad más justa entre hombres y mujeres, estamos muy lejos de pasarnos de la raya.