Nº 2239 - 24 al 30 de Agosto de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá1.500 kilómetros es algo así como tres veces la distancia en línea recta entre Montevideo y Artigas. 30.000 veces el largo de una piscina olímpica. Ese recorrido es también lo que separa Senegal (lo más al oeste de África continental), donde vivo, de las islas Canarias (al oeste de Marruecos, en el océano Atlántico, y territorio europeo). Hace unos días otro barco fue encontrado en ese trayecto en el medio del mar, con cerca de 40 personas —la mayoría migrantes de Senegal, incluyendo niños— a la deriva. Se estima además que al menos 60 personas se ahogaron. Este barco es posiblemente uno de los tres navíos que en julio habían sido declarados perdidos en el mar. Y los casos se acumulan.
1.500 kilómetros de mar abierto en un bote inestable, con un pequeño motor y sin techo siquiera es una receta al suicidio. Aun así, el número de personas que lo intentan es sorprendente. En 2020, el peor de los años recientes, casi 400 personas murieron tratando de llegar a las islas Canarias por mar. Hay más de 13.000 personas registradas como perdidas que intentan emigrar desde África, aunque estas cifras probablemente son una subestimación del total, y miles más lo han intentado y tuvieron que volver. Lo más sorprendente: lo hacen a pesar de conocer el riesgo que corren. Un estudio publicado en 2019 por dos académicos de la Universidad Nueva de Lisboa muestra que los jóvenes en Gambia (el país con la mayor tasa de inmigración irregular a Europa per cápita en la región) sobreestiman la posibilidad de morir en el trayecto a Europa. Ellos piensan que es de 50%, mientras que los académicos calculan que es de 20%.
Tirarse al mar, con buenas chances de morir, parece inexplicable. Pero muchas personas en Senegal lo hacen, y una de las razones —aunque no la única— es la pura realidad de la pobreza y la falta de esperanza sobre su futuro. También es cierto en otros países, por mar y por tierra. Hace unos días cuatro hombres provenientes de Nigeria fueron encontrados en un barco de carga al norte de Río de Janeiro —en el diminuto espacio que hay sobre el timón y el agua—, después de sobrevivir 14 días, los últimos cuatro sin comida, y de recorrer 5.600 kilómetros. Ellos esperaban llegar a Europa, aunque la embarcación tenía como destino el otro lado del Atlántico.
Solo tratando de entender la cruda realidad de la pobreza es que uno puede concebir los horribles riesgos que estas personas corren para cambiar su futuro.
Dimensionar la pobreza es difícil y vivir en África es un recordatorio constante de ello, aun si tiene aspectos maravillosos (Dakar es por ejemplo una muy linda ciudad construida de cara al mar, con una gran cultura artística y cerca de hermosas playas). Intentar comprender la pobreza en cualquier lugar del mundo —entender lo que es, o lo que debe ser, “ser pobre”— es un ejercicio que requiere revisar todos mis supuestos. Hacerlo en países extremadamente pobres es todavía más difícil. Unas semanas después de llegar a Senegal, le regalé a la niñera de mi hija una tostadora. Teníamos dos por error y hacerlo me pareció un buen gesto. Se la ofrecí, agradeció y se la llevó. Tres o cuatro días después volvió y me dijo si sabía cuánto podía costar la tostadora. Le dije que podía averiguar, pero le pregunté si no le gustaban las tostadas. Claro que le gustaban, pero que el consumo eléctrico de la tostadora era demasiado alto. Ella es una persona de bajos recursos, pero no es pobre para Senegal, y aun así no podía darse el “lujo” de tostar su pan. Le dije, por supuesto, que buscaría comprador, y maldije mi idiotez. A veces las buenas intenciones no son suficientes.
Una persona promedio en África subsahariana tiene más o menos la mitad de ingresos que en India. El Producto Interno Bruto per cápita (medido en términos de poder de compra) en la región africana es de US$ 4.400, mientras que cerca de US$ 8.400 es en India. En Estados Unidos este promedio es 17 veces el de África subsahariana. Y uno podría pensar que eso implica que si por ejemplo una persona promedio en Estados Unidos consume 17 unidades de energía, o de carne, o lo que sea, en África una persona consume una. Pero la pobreza no es lineal. Por ejemplo, un estadounidense consume al año, en promedio, 70 veces la cantidad de electricidad que una persona en África subsahariana (excluyendo Sudáfrica). De hecho, el consumo de este último es menor al de una heladera en Estados Unidos.
Lo complejo de entender la pobreza, en el sentido económico, es la dificultad para ponerse en el lugar del otro. No porque no seamos empáticos en general (tal vez peco de ingenua, pero creo que la mayoría de la gente intenta serlo), sino porque sin haberlo vivido puede ser muy difícil entender sus múltiples dimensiones. ¿Cómo es no tener saneamiento? No que se te rompa el caño un día o irte de camping, sino nunca, ni vos ni la mayoría a tu alrededor. O pasar tres o cuatro horas al día en un transporte público impredecible, lento y repleto de gente, sin el más mínimo derecho a queja. ¿A qué se parece no tener ni un centavo extra?, ¿que amigos y familiares mueran jóvenes por enfermedades erradicadas en otras partes del mundo? Ni que hablar de privilegios mayores como tener padres, amigos o al menos un referente lejano que haya ido a la universidad, que tenga una casa propia o un buen sueldo fijo. O privilegios menores como poder comer postre de vez en cuando o comprarse ropa nueva.
La pobreza puede medirse de muchas maneras, aunque las líneas de pobreza son un método muy usado. Los países definen el costo de una canasta básica de bienes y servicios (costo mínimo de vivienda, alimentación, vestimenta, etc.) y quienes estén por debajo de ese umbral se definen como pobres. A modo de ejemplo: si en una población de 100 personas 20 tienen ingresos líquidos menores a esa línea, entonces la pobreza en ese lugar es del 20%.
La enorme mayoría de la pobreza extrema global está —y se espera que continúe— en África subsahariana. Para comparar entre países se puede utilizar una línea de pobreza internacional —actualmente establecida en US$ 2,15 por día—, medida de manera tal que cada dólar permite comprar la misma cantidad de bienes y servicios sin importar dónde o cuándo se gasten. Según este indicador, el 35% de quienes viven en África subsahariana son pobres. En Senegal es el 9%, aunque en países cercanos como Nigeria (el más poblado del continente) es el 30%, o el 70% en países con serios conflictos armados como Somalia. América Latina y el Caribe está justo por encima del 4% medido por este indicador. No hay nada romántico ni lindo de la pobreza en ningún lugar del mundo, pero un pobre en un país rico tiene más oportunidades que uno en un país pobre. Porque los hospitales son mejores, el transporte público es mejor, los trabajos son más remunerados. Y qué mejor prueba de ello que la inmigración económica y los miles de personas que arriesgan su vida por llegar a Europa (o a Estados Unidos en el caso de los latinoamericanos) vía mar o tierra. Saben que tienen grandes chances de morir, pero prefieren ser pobres en un país rico que ser pobres en un país pobre.
Dimensionar la pobreza es difícil, pero es clave para entender por qué otros toman ciertas decisiones, y un recordatorio que la vida puede ser muy injusta para algunos. La lotería de dónde nacemos sigue siendo el elemento que más determina nuestras oportunidades en la vida.