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Me imagino que usted como yo, lamentamos las manifestaciones de ahora y de siempre del “fundamentalismo”. Recibimos con pena la noticia de un grupo de fundamentalistas budistas que incendiaron hace pocos días 20 iglesias cristianas y se proponen incendiar 200. Rechazamos también los fundamentalismos terroristas de todo tipo y color, de toda la historia y de la actualidad, de hindúes, islámicos, judíos, cristianos, grupos y gobiernos. Pero también nos preocupan mucho los fundamentalismos que no llegan a la bomba, y que pululan en todas partes.
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En este mundo relativista, el fundamentalismo se caracteriza por la afirmación radical de sus fundamentos como verdad inapelable, indiscutible, indialogable, segura: es cómico constatar que existen hasta fundamentalistas relativistas. que afirman que el relativismo es la verdad suprema, indiscutible, absoluta.
La persona fundamentalista está tan segura de sus fundamentos que ignora la parcialidad del saber, su dinamicidad y su dialogicidad. Es decir, que afirma poseer el saber en su totalidad, que su fundamento es tal que no hay nada que se escape a su afirmación y vivencia; que su saber ya está alcanzado, logrado y poseído por él, inamovible, intocable, inmutable, quieto, ahistórico; y que no debe dialogar porque todo interlocutor que no participe de sus fundamentos, está en el error, más aun, que no debe permitirse y que no debería existir una opinión distinta a la suya, porque por definición está en el error. Hay fundamentalistas terroristas que matan para hacer desaparecer al adversario, y hay también fundamentalistas que en realidad desean que el adversario desaparezca, otros que ridiculizan y desprecian al adversario, lo descalifican, lo marginan, lo caricaturizan, falsifican o exageran sus opiniones, en el fondo con el mismo implícito deseo de su desaparición.
Nosotros deseamos el bien, la verdad, el amor, la libertad, la felicidad, para todos y cada uno de los hombres y mujeres, claro, todo lo que humaniza. Y en la historia es interesante constatar los esfuerzos para lograr la dignidad de todos los hombres y mujeres, a veces con más éxito y a veces menos. Tenemos un ejemplo interesante en Robespierre y sus amigos que quisieron para todos los franceses la igualdad, la fraternidad y la libertad, y fueron tan fundamentales que quisieron hacer desaparecer a todos los adversarios. Otro ejemplo interesante es el fundamentalismo nazi. Y con asombro constato que hoy hay todavía seguidores de San Stalin que para llevar adelante la igualdad y justicia de todos los trabajadores rusos y del mundo, les trasmitió y realizó su fundamento con algunos hermanos enviados a Siberia (20 o 40, por ahí), y con la consigna del odio a todos lo que no son trabajadores, desaparición de los adversarios.
También la Iglesia Católica tiene fundamentalismos en su larga historia, pero para eso podemos consultar al Sr. Aníbal Dagostino que tiene una información fantástica.
Y hablando de la Iglesia Católica en el Uruguay, que se portó muy bien desde el principio, con todos nuestros héroes primeros, me asombra siempre la virulencia de unos cuantos laicistas, que por lo visto les encantaría que desapareciera. En su laicismo exagerado, pienso que cumplen las tres características del fundamentalismo, por lo menos en su actitud frente a la Iglesia Católica: afirman su verdad segura y totalizadora sobre la Iglesia, en su opinión sobre ella no los mueve nada ni nadie, y por fin, como no ven nada bueno en lo que es y en lo que hace y en lo que dice, preferirían que se callara la boca, que no hiciera más nada y que desapareciera con sus iglesias, sus colegios y sus obras sociales.
También me asombró una expresión de un artículo de Búsqueda Nº 1.657, pág. 7, que se puede atribuir a un lapsus calami, o a una ironía (que me excuse el periodista si aprovecho la ocasión para decir todo esto), pero que más allá de su intención me viene bien para ejemplificar en estas mis opiniones. Dice así: “...Jesucristo, el hijo del dios de esa religión...”. Me hizo acordar al diario “El Día”, que bajo la inspiración de José Batlle y Ordóñez, según creo, escribía siempre dios con minúscula. Las palabras y las letras tienen su importancia simbólica. Cuando yo escribo la palabra dios con minúscula, y lo escribo también para los seguidores de ese dios, estoy significando que dios y sus seguidores son minúsculos, son insignificantes, en cierto modo despreciables, que sería mejor borrarlos por intrascendentes o molestos.
Con mucho aprecio por nuestro semanario, lo saludo atte.