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    “Hagamos un balance entre el olvido y la memoria”

    El escritor y cineasta Philippe Claudel en el Filba de Montevideo

    Es la primera vez que Philippe Claudel está en Montevideo y, aunque su visita fue fugaz, la ciudad le pareció atractiva para filmar la historia de su novela La nieta del señor Linh. “Estoy buscando una ciudad con características europeas, para que el espectador francés sienta cierta familiaridad y se pregunte ‘¿dónde es esto?’”, le comentó a Búsqueda. Domina muy bien el inglés y habla un poco de español, aunque prefiere las entrevistas en su idioma. Sin embargo, aclara que no es un militante del francés: “Ahora ha declinado la influencia del francés y lo practican ciertas elites culturales. Tengo la impresión de que es el fin de una época”. También piensa que la novela como género podría estar llegando a su fin, sin embargo, su narrativa ha sido reconocida con los premios franceses más prestigiosos y sus títulos han estado en las listas de los más vendidos. Con su libro de relatos Les Petites mécaniques obtuvo el premio Goncourt en el 2003 y, en el mismo año, Almas grises, su quinta novela, el Renaudot, mientras que El informe de Brodeck fue reconocido con el premio Goncourt de los estudiantes 2007. Claudel participó, con varios escritores nacionales y extranjeros, del Festival Internacional de Buenos Aires (Filba), que por primera vez se instaló en Montevideo el viernes 26 y sábado 27, y en ese marco presentó su última película Antes del invierno. El escritor ha leído a Onetti y le gusta mucho el cuento Jacob y el otro. “Es muy bueno para adaptar al cine”, dice al final de esta entrevista, y en ese momento se entera por Búsqueda que alguien le ganó de mano, y que la película Mal día para pescar, de Álvaro Brechner, tiene como guión ese mismo cuento.

    —El apellido Claudel está vinculado al arte. ¿Su familia es descendiente de Paul y Camille Claudel?

    —Sí y no. Claudel es un nombre muy común en Francia, sobre todo en el nordeste, que es mi zona de nacimiento. El padre de Paul y Camille vivió en un pequeño pueblo donde residía mi familia. Si nos remontamos al siglo XIX hay un parentesco, pero muy lejano.

    —Nació en Nancy y allí dio clases a presos. ¿Le sirvió esa experiencia como escritor?

    —Sin duda fue una experiencia fundamental para mí. Durante 12 años fui profesor de prisioneros, les enseñaba lengua francesa. Llegué a la prisión con 25 años y con la certeza de conocer lo que estaba bien y lo que estaba mal, de conocer bien al hombre, pero el lugar me cambió completamente mis ideas y mi esquema mental. La prisión es una imagen pequeña de nuestro mundo y he visto cómo puede destruir al ser humano, transformarlo en algo frágil. Cuando abandoné ese trabajo en el 2000, sentí un vacío y tuve la necesidad de escribir. Así surgió El ruido de las llaves, un libro con pequeños textos que son como fotografías de la prisión. Mis novelas Almas grises o El informe de Brodeck no hubieran sido posibles sin esa experiencia, como también fue importante para escribirlas haber trabajado con niños con severas discapacidades.

    Su libro Aromas es muy distinto a los otros que escribió. ¿Cómo lo definiría?

    —Es un libro autobiográfico, muy íntimo. Tenía como proyecto escribir solo sobre aromas, sin hablar de mí. Pero en cuanto empecé a escribir, poco a poco se convirtió en un libro sobre mi vida. Tenía 50 años, quizás la edad de mirar hacia adentro. No me gusta hablar de mí, me parece muy extraño, pero en el libro no hago otra cosa que hablar de mí mismo. El editor me dijo que no era a mí solo que me pasaba esto, y me dio la posibilidad de escribir sobre una experiencia que es común a la de otras personas. Se parece a un autorretrato fraccionado, sin orden. Eso me gustó.

    —Utiliza una cita de Baudelaire en el comienzo y también el libro tiene algo de Proust. ¿Son autores que lo influyeron?

    —Baudelaire es el poeta que más me marcó, él trabajó con las correspondencias y las sinestesias (unión de sensaciones que provienen de diferentes sentidos). También Proust y Nerval trabajaron la relación entre los recuerdos y la memoria profunda, el yo más interior. El libro Aromas surgió de la pregunta “¿quién soy yo?”.

    En El informe de Brodeck, un personaje dibuja escenas de un pueblo y a sus habitantes no les gusta verse en esos dibujos. ¿Le pasa eso a la sociedad francesa, no le gusta verse a sí misma?

    —Muchas veces a la sociedad se le hace insoportable verse en obras de arte y hace lo posible para que el artista se calle. Este año fui dos veces censurado en Francia. Estoy haciendo el montaje de una película que filmé en el verano. Su protagonista es un niño de 12 años que vive en un barrio complicado. La locación fue elegida por los servicios sociales, porque son los que dan el permiso para que los niños puedan actuar. Ellos me dijeron que el protagonista no podía hablar con el vocabulario que yo había escrito, entonces tuve que modificarlo para obtener la autorización, pero después filmé lo que quise. En la productora, que es la misma de las películas de Michael Haneke, me dijeron que era la primera vez que veían algo así. La película va a exhibirse como la filmé porque ya dieron el permiso. Les molestaba la imagen que estaba dando de la sociedad o de la infancia. Un absurdo. También me pidieron el prefacio de un texto sobre un monumento ubicado en el osario de Verdún, donde están los restos sin identificar de combatientes de la I Guerra Mundial. Yo escribí lo que pienso: ya basta con esa guerra, hace un siglo que sucedió, dejemos a los muertos tranquilos, dejemos de mirar al pasado y hagamos un balance entre el olvido y la memoria. El editor, que es un amigo, tuvo miedo y no quiso publicarlo. Yo no voy a transformar lo que escribí, pero le voy a decir a todo el mundo que fui censurado. En ese texto digo que no hay que reconstruir el monumento, que hay que dejar al tiempo destruirlo. Los muertos deben decirles a los vivos: “Vivan”.

    Uno de sus temas recurrentes es la violencia. ¿Qué piensa sobre lo que está ocurriendo en Francia con respecto al Estado Islámico?

    —Quedé shockeado con la reciente decapitación de un ciudadano francés. Es una situación explosiva en Europa. En Francia estamos viviendo los efectos de la descolonización. Siempre fue un país de inmigrantes, portugueses, italianos, poloneses, que fueron asimilados sin problemas. Pero con los inmigrantes del Magreb no fue así, sin duda porque la población francesa los rechazaba, y ellos también rechazaban a los franceses. Siempre hubo una tensión y la situación de Medio Oriente reventó la cuerda. Los jóvenes nacidos en Europa de origen árabe se sienten muy identificados con la lucha de Medio Oriente, hace mucho tiempo que la religión musulmana es la segunda en Francia. Hasta hace 15 o 20 años era una religión pacífica y casi invisible. Pero se fue haciendo visible en los velos de las mujeres y las barbas de los hombres. Mucha gente tiene miedo de que la radicalización empiece a generar violencia espontánea en Francia. Se están reavivando los viejos nacionalismos y la decapitación de esta semana ha levantado más esta tensión. El partido de extrema derecha que dirige Marine Le Pen va a crecer.

    —¿Los artistas deben tomar una postura frente a esta situación?

    —Es algo tan profundo que no se cambia por un concierto conjunto de artistas árabes y franceses. La izquierda ha sido muy tolerante y dejó que los hechos siguieran su rumbo esperando que se resolvieran solos, mientras que la derecha quiere tomar medidas radicales que tampoco han tenido efecto. Durante 40 o 50 años no se ha encontrado una solución. Hay cuadras en barrios de París o de otras ciudades que se cierran para las oraciones masivas. Cuando comenzó a pasar eso, ninguna autoridad lo prohibió, los políticos tenían miedo de que los acusaran de racismo. Mi posición es similar a la del dramaturgo Beaumarchais. Él dice que un inmigrante no puede ir contra las costumbres del país en el que va a vivir. Me parece muy chocante que en un país donde están garantizadas las libertades, las mujeres acepten la imposición de usar el velo, símbolo de dominación del hombre. Cuando veo a una mujer con el velo, me dan ganas de decirle: “Usted está en Francia, no tiene obligación de usarlo”.

    —En dos de sus películas actúa Kristin Scott Thomas. ¿Es su actriz fetiche?

    —Es muy difícil trabajar con ella, aunque me gusta mucho filmarla. Suele no aceptar de buena gana las indicaciones de los directores. La conozco muy bien y sé cómo tratarla, pero nos hemos peleado mucho. El resultado es muy bueno, pero los dos sufrimos mucho para lograrlo. Ella dijo en un diario inglés que quiere dejar el cine.

    —¿El cine francés está viviendo un buen momento?

    —Aproximadamente hay 250 películas por año. Desde hace mucho tiempo, hay un sistema de ayuda de la televisión pública y el Estado que proveen fondos para la producción. Es lo que permitió que sobreviviera a la crisis del cine europeo de los años 70. Para un cineasta Francia es un buen país, tiene un cine muy variado, aunque hay un desinterés por el cine de autor. Lo veo como el declive del imperio romano. La televisión ha sido una gran máquina de bestializar a las personas, como en Italia con Berlusconi, dueño de la mayor parte de la televisión. En Francia, TF1 produce bestias todos los días. Su anterior director dijo que su trabajo era venderle cerebros a la Coca Cola. El actual director dice que la mejor niñera es la tele.

    —En su comedia Tous les soleils, hay una crítica a Berlusconi, ¿por qué se enfocó en personajes italianos?

    —Es una crítica liviana, la fuerte la hace Nanni Moretti en su película El caimán. Después de mi primera película quise hacer algo menos dramático. Me gusta la comedia italiana y la tarantela, por eso me imaginé a estos personajes que adoran la música. Además viven en Estrasburgo, que es mi región, una ciudad muy bella que quería filmar. Hace mucho que te quiero está filmada en Nancy, en mi ciudad de nacimiento y en mi barrio. Antes del invierno, en Luxemburgo que también es mi región.

    —¿Está escribiendo otra novela?

    —Tengo novelas escritas que no he publicado. Me estuve preguntando mucho si la novela, como la conocemos, es una expresión artística que pueda adaptarse a la complejidad del mundo, cada vez más difícil de asir. La novela tiene una mecánica demasiado simple. La poesía es más apta para reflejar el estallido que se vive hoy, tal vez también el ensayo filosófico o el análisis sociológico. La literatura francesa es demasiado racional, un defecto que quizás la literatura latinoamericana corrigió con realismo y fantasía.

    (Traducción del francés: Javier Alfonso)