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    “Hoy el uruguayo confía mucho más” en los bancos pero la rentabilidad del sector en el país es “muy mala”

    “El péndulo está un poco inclinado” a favor de los sindicatos y es momento de discutirlo, opinó el presidente del Grupo Santander

    Desde sus primeros locales que “parecían iglesias” en pueblos olvidados, con grandes columnas y mostradores de mármol, hasta la gran torre espejada frente a la Plaza del Entrevero que hoy es su casa central, el banco Santander pasó por 30 años de historia en Uruguay. Ese aggiornamiento refleja de alguna manera la transformación que experimentó la banca en ese período, buscando mayor dinamismo y cercanía con los clientes.

    Al repasar ese proceso, el presidente del Grupo Santander Uruguay, Jorge Jourdan, dijo a Búsqueda que la firma tiene un compromiso “muy fuerte” con el país, a pesar de que por su tamaño no “mueve la aguja” de su resultado global. Pero también se mostró muy preocupado por la situación actual del sector, que según consideró, ofrece una rentabilidad baja y de “mala calidad”, ya que no responde al negocio bancario “genuino”. “Uno no tiene abierto un comercio solo por cariño al barrio”, advirtió.

    El banquero remarcó el proceso de concentración que ha experimentado el sistema bancario en los últimos años y llamó a hacer un análisis sin engañarse. Se preguntó si las últimas compras de bancos en el país no respondieron más a una lógica de “paquete” que al atractivo del negocio en sí.

    En 1982 el banco ingresó al país al comprar los Bancos del Litoral Asociados, al tiempo que se desataba la conocida como crisis “de la tablita”. Años después, y superada también la crisis de 2002, el grupo adquiere la filial local del ABN AMRO Bank en 2008 y la financiera Creditel en 2011, consolidándose como el mayor grupo financiero privado del país.

    Lo que sigue es una síntesis de la entrevista.

    —¿Qué etapas atravesó el banco en estos 30 años?

    —En el 82 se compró un banco local quebrado y muy atomizado, con sucursales injustificadas, en pueblos que hoy ni la memoria popular recuerda. Los primeros tres años se centraron en sobrellevar una importante crisis que atravesó el país y después, en el 85, el banco se replanteó su posicionamiento, volcándose más a la empresa. Tuvimos que aggiornar nuestros locales, que parecían iglesias con grandes columnas y halls centrales para simbolizar la seguridad y fortaleza del banco.

    El segundo gran hito se provoca en el 95, cuando se establece la política de ser un banco internacional con gestiones locales. Tradicionalmente siempre había extranjeros en algunos puestos de relevancia y ahí el staff pasa a ser totalmente local. Luego esto se aplicó en casi toda América Latina, pero el primer paso se dio aquí. Ese año también surgen oportunidades en el país: se crean los fondos de pensiones (AFAP), surgen fondos de inversión, se compran administradoras de tarjetas, se abre un compañía de seguros. Buscamos universalizarnos y pasamos a mirar el negocio financiero como un todo.

    Como tercera etapa marcaría la posterior al 2002. Después de probar que Uruguay fue capaz de salir de la crisis con la frente en alto, cumpliendo sus obligaciones, sin modificar contratos ni normas como en otras latitudes, se consolidó mucho más lo que el grupo piensa sobre el país y su interés de estar. Después de la fusión con ABN estamos desarrollando muy fuerte el negocio minorista o de retail, tanto con individuos como con Pymes.

    A pesar de que el negocio en Uruguay no mueve la aguja en el resultado global del grupo Santander, hay un compromiso con el país y un interés por ver lo que pasa con esta economía, a pesar de su tamaño.

    —¿Cómo ve hoy el nivel de endeudamiento en el país?

    —Es bajísimo. No llegamos ni a la mitad del endeudamiento del país que nos sigue en América Latina. Hay países que tendrían que ser cuidadosos, pero estamos lejísimos de esos parámetros. En Argentina el crédito es más del 80% de los depósitos, en Chile es el 120% y en Uruguay el 40%.

    Desde la crisis, nuestra regulación es más exigente que la de otros países en materia de documentación. Eso está bien, porque mantiene el sistema muy saneado, pero obliga a los bancos a un análisis mucho mayor y a las empresas a conformar ejércitos para juntar los datos necesarios.

    —¿Se puede avizorar un cambio de esta situación?

    —La tendencia muestra que está cambiando, pero muy lentamente. En parte eso es sano, porque si el endeudamiento explotara de golpe habría ciertos riesgos. Hoy el crédito crece más que el ahorro, pero desde 2003 el ahorro no ha parado de crecer. Hoy el uruguayo confía mucho más en su sistema financiero.

    —Actualmente se ve una competencia muy agresiva entre las compañías financieras que, siendo algunas propiedad de los bancos, se disputan un segmento de nivel socioeconómico más bajo. ¿Cómo se encuentra el endeudamiento en esta franja?

    —En ese sector el nivel de endeudamiento y el de morosidad son excelentes. Estamos lejos incluso de ratios alemanes.

    —¿Esta estabilidad se sostendría incluso si se revirtiera el contexto internacional que favoreció al país en los últimos años?

    —Acá trabajamos mucho con sistemas de stress test y el extremo máximo que tomamos es: ¿qué pasaría si Uruguay volviera a vivir una crisis como la de 2002? Si bien desde el punto de vista social y económico sería espantoso, en el sistema financiero no pasaría nada, porque está todo muy controlado.

    Hoy, por ejemplo, el 92% de nuestras operaciones de crédito hipotecario son en Unidades Indexadas (UI), mientras en el 2002 el 100% era en dólares. Los niveles de morosidad son irrisorios, veinte veces menores que los del que nos sigue en América Latina.

    —En 2011 muchos bancos privados cerraron con resultados negativos y en su conjunto dieron pérdidas. Este año están mostrando números más alentadores. ¿A qué se debe el cambio?

    —A pesar de que haya ganancias, uno tiene que mirar la rentabilidad en relación al capital que se tiene, y en Uruguay es muy mala. Pero no solo es mala por ser baja, sino en cuanto a su calidad, porque está atada a temas que no están vinculados al negocio directamente.

    Muchos bancos que este año cambiaron el signo de su rentabilidad lo hicieron fundamentalmente por la evolución del tipo de cambio y no por el negocio bancario genuino. Si el dólar volviera a $ 19 la mayoría daría pérdida, aunque no es nuestro caso por la forma en la que tenemos el capital.

    Como uruguayo, este tema me preocupa muchísimo y debería preocuparles a todos, porque es fundamental que exista competencia. Hay bancos que tomaron la decisión de irse, como hace tres o cuatro años habían decidido venir, y eso es malo para el país. La concertación es natural, pero hay que ver los motivos que la provocan. Los que se fueron son bancos que perdían sistemáticamente y que no tenían posibilidad de ganar. Uno no tiene abierto un comercio solo por cariño al barrio.

    Uruguay tiene un problema endémico que son sus costos en el sistema bancario. Es el país más caro de América Latina. Tenemos seguro de depósitos y encajes que no se remuneran, por lo que a veces se pierde plata si se capta más ahorro.

    —¿Es excesiva la regulación actual?

    —La regulación hay que adaptarla a las realidades. La piola se puede apretar, pero hay que ver que no ahorque. Hasta la crisis del 2002 la normativa era muy laxa. Ahí se dio el contraciclo y aparecieron exigencias que presionaron mucho más a los bancos que estaban golpeados. Hoy vemos que esos esfuerzos lograron sanear al sistema, y de hecho quedamos muchos menos jugadores: de veinte, somos nueve.

    Yo creo que tenemos un regulador de primer nivel, pero hay que mirar el sistema en su conjunto. Hoy no es atractivo. Nos engañamos un poco cuando argumentamos que sigue habiendo interesados en comprar bancos en el país. Muchos compraron para aumentar su cuota porque probablemente estaban con participaciones muy pequeñas, pero últimamente se han comprado paquetes donde se vendían tres o cuatro países en forma conjunta.

    —Por un lado sostiene que la rentabilidad es mala y que nadie tiene un comercio abierto “solo por amor al barrio”, pero al mismo tiempo afirma que, si bien Santander Uruguay “no mueve la aguja” del grupo, tienen un fuerte “compromiso” con el país. ¿Cómo se conjuga esto?

    —El grupo confía plenamente en el país y sus instituciones, y tiene la expectativa de que podamos evolucionar en estos problemas macro. Entiende que trabajando se pueden nivelar ciertos temas: en algún momento no había casi normativa, hoy es excesiva. También apuesta a un proyecto de mayor bancarización, que hoy es muy baja. Creemos que hay cosas por hacer.

    —La mayor parte de los costos bancarios se explican por los salarios. ¿Cómo ve la situación sindical?

    —Este es un momento interesante para reflexionar sobre el relacionamiento entre empresarios y sindicatos. Hubo una recuperación salarial importante. Se ha avanzado y seguramente sea consecuencia de que las cosas en el pasado no se hicieron del todo bien. Pero hoy el péndulo está un poco inclinado. Y de nada sirve resolver las cuentas del próximo mes si no tenemos claro dónde vamos a estar en los próximos años. Creo que es un debate que tendría que ser un poquito más profundo. Porque tampoco se resuelve si no hay bancos.