—Santiago Marrero: Yo entré un poco después a la banda, en 2009, con Bipolar, pero creo que el abordaje humorístico de esos temas era muy contextual, asociado a una época en la que la sociedad uruguaya y rioplatense de la posdictadura conservaba muchos tabúes, desde la sexualidad hasta los héroes patrios; eran canciones demasiado asociadas a esa época, que de alguna manera quedaron vencidas.
—¿Transgredir tenía un sentido distinto al de hoy?
—SM: Claro, tenía mucho sentido, pero El putón del barrio, que en ese momento era muy políticamente incorrecta y en clave humorística, si la tocás hoy no funcionaría como un chiste. Si alguien la oye por primera vez hoy en vivo, capaz que te tira un botellazo. Vivimos en otro mundo, hubo cambios radicales y gran parte del humor y la ironía están anclados en otro tiempo. Si haces hoy un chiste de negros de los años 60 te matan. El artista debe leer y entender el contexto, y a veces una canción no se sostiene por sí sola y empieza a perder su sentido. Hay canciones que en un mundo en el que se ha llegado a un extremo de literalidad y de corrección política, quedan perdidas.
—Hubo un show a fines de 2005 en el Plaza que fue revelador para mucha gente sobre el cambio del concepto en vivo de la banda. ¿Lo recordás así?
—RM: Ese fue el show de los 21 años, fue importante. Y con la presentación de Raro, ese cambio se consolidó. Nuestra principal motivación es la artística. Que las canciones sean poderosas a nivel de energía y que el show no decaiga. Y al cambiar el sonido y el repertorio también cambió el show en vivo. Y no hay con qué darle al show de ahora. De las canciones viejas, la única que sobrevivió es Me amo, del Cortamambo, y la volvimos a grabar en Bipolar. Era la única que lograba una fuerte identificación con la gente, sintoniza muy bien con este mundo hipernarcisista donde la gente vive mirándose al espejo.
—De hecho, un gesto típico de esta época es la mano extendida para tomarse una selfie...
—RM: Por eso te digo. Filosofando sobre el tema, la supervivencia de Me amo tiene una razón de ser. Es un punto alto del show y parece que seguirá vigente por un buen tiempo. Como responsable de la composición siempre me gustó crear desde el momento personal de mi vida. Hay temas que fueron brillantes en su momento, pero hoy no volvería a hacer canciones como aquellas. Pero ta, Roberto compositor fue creciendo junto a Roberto persona y me empezó a interesar escribir de otros asuntos que no había explorado antes.
—¿Qué sentís con temas como Ea ea? ¿Renegás de algunas de las viejas canciones?
—RM: Para nada. No reniego, al contrario, creo que estaban buenísimas. Y toda esa época estuvo buenísima. Por algo hubo una generación, los mayores de 35 años, muy marcada por ese disco (Otra Navidad en las trincheras, de 1994), ¡porque ese disco estuvo en todas las casas del Uruguay! Fue un fenómeno, no había redes ni nada pero le llegó a mucha gente. ¡Las copias pirata estaban en todas las ferias! Es un orgullo que una banda de trayectoria tan dilatada se pueda permitir concentrar todo su repertorio actual en la última década (desde 2006).
—SM: Y también, sin ser autoritarios, ¡es lo que queremos tocar! El show se arma con los temas que más te motivan. Y una cosa es Uruguay y otra afuera. Alguna vez muy puntual hemos tocado temas como Bo cartero, pero como una perlita, un guiño, en algún cierre acá, como el Festival del Olimar. Está bueno no quedar presos de lo que se supone que tendríamos que hacer. Y en eso estamos seguros.
—No deja de ser peculiar una banda con la historia partida en dos, que decide refundarse y no haga sus primeros clásicos...
—RM: Y aparte de ser raro eso, es raro que nuestro pico de popularidad, buenas críticas y reconocimientos en todos lados, sea ahora.
—Sin embargo, existe una percepción opuesta en algunos círculos locales, especialmente sobre los últimos dos o tres discos...
—RM: En lo cuantitativo, recién logramos hacer teatros de verano y velódromos en estos últimos años. Nunca antes habíamos tenido esta convocatoria. Sobre las críticas, es todo muy subjetivo. Hay mucha gente que no tiene ese preconcepto del Cuarteto de antes. Pero además, hay otros Cuartetos de antes, porque en Navidad en las trincheras, el Cuarteto de antes era el de Soy una arveja. Ya nos pasaba que nos dijeran: “¡Vo, se vendieron, qué les pasa, ahora cantan “me agarré el pitito con el cierre!” ¡Lo venimos viviendo hace mucho tiempo! (ríe). Hoy para mucha gente el Cuarteto de antes es el de Las trincheras pero ya me han dicho que preferían No llora (de 2015) a Gaucho Power (el corte de difusión del nuevo disco). Nunca vamos a contentar a todos, ni lo pretendemos.
—SM: Para una banda tan longeva y expuesta como el Cuarteto es normal pasar por todos los umbrales de crítica. Es cuestión de ver el vaso lleno o el vaso vacío. A mí me parece increíble que una banda con más de 30 años de carrera en un país pequeño como Uruguay pueda seguir tocando y haciendo discos nuevos.
—Del mismo modo, existe una enorme adhesión del público adolescente e incluso infantil...
—RM: La cantidad de gurises que se enganchan es consecuencia directa de la renovación de nuestra propuesta, y me siento orgulloso de renovar constantemente nuestro público.
—Ahora, en la obra del Cuarteto se dan contradicciones como cantar No somos latinos y 15 años después tocar múltiples estilos y folclores “latinos”...
—RM: Es una pregunta recurrente. Ese no era un manifiesto, no era mi pensamiento. Tenía una gran carga de ironía esa canción, acerca del Uruguay de ese tiempo, esa “Suiza del Sur” con alta pobreza, mortalidad infantil y gente durmiendo en la calle. Pero es tal cual, la ironía va muriendo con el tiempo.
—Yendo a Apocalipsis zombi, ¿hay una intención más reflexiva, de poner temas obre la mesa con menor carga irónica?
—RM: Es más bien metafórico el camino. Veníamos de un disco muy reflexivo e introspectivo como Habla tu espejo, y me gustó pensar en estos personajes, esta especie de bestiario con el Invisible, la Bestia, el Zombi, el Gaucho, como metáforas de la soledad y deshumanización en la que vivimos en este tiempo.
—Ese tono, ¿es el fruto de la madurez?
—RM: Y sí, seguramente a los 25 años no me importaban esas cosas. Igual creemos que este es un disco muy fresco en letras y sonido.
—El videoclip de Apocalipsis zombi direcciona la metáfora hacia el tema de la interacción con las pantallas. ¿Le preocupa ese asunto? Porque los clips del Cuarteto también se difunden por esas mismas pantallas…
—RM: Sí, claro (ríe). Me pareció interesante ese mundo zombificado, del cual también somos parte. Esa canción también habla de la sociedad de consumo exacerbado y de la sociedad zombi en la que nos estamos convirtiendo irremediablemente. Leí mucho de psicología y sociología sobre la atracción de tanta gente por el mundo zombi, esas marchas zombis que hay en todos lados, las películas, los cómics. Esa masa que camina junta sin comunicarse, sin líder, sin ni siquiera formar parte de una manada. Una manifestación apolítica y asocial. Veo a la sociedad en ese rumbo, combinado con un enorme narcisismo.
—¿Que el Cuarteto hable en serio es lo que puede molestar a algunos?
—RM: Eso está muy instalado en Uruguay, lo veo como algo muy de la comarca. A veces nos movemos en un gueto muy pequeño y perdemos la dimensión del mundo. Pero hay mucha gente a la que le interesa ese encare. Si no, quedate tranquilo que estaríamos muertos, no iría nadie a vernos. Cuando sacás la cabeza y vas a Argentina, Perú, Colombia o México y apreciás la amplitud de esa enorme cantidad de gente, ves lo que pasa acá de otro modo. Desde el Norte, Argentina se ve chiquita, imaginate Uruguay.
—SM: A mí también me pasa como escucha que había bandas que me encantaban que ya no me gustan tanto. Es natural, es parte de la condición humana. Creo también que una crítica siempre habla más del que la hace que del objeto criticado. A veces, la crítica es un manotazo de ahogado del que quiere seguir marcando la diferencia frente a algo que se vuelve más masivo.
—¿Esa dimensión continental de la banda es condicionante a la hora de la escritura o de la composición?
—RM: Ni me condiciona ni me presiona pero sí lo tengo presente, en el sentido de saber que lo que ahora escribo tiene una proyección mucho mayor que antes. No me condiciona en los temas, al revés. Gaucho power es un localismo y fue una decisión nuestra, que habla de algo bien de acá, y la acabamos de estrenar en Tijuana.
—Pero el gaucho es una figura local bien conocida en el mundo...
—Sabés que no tanto... Por lo menos allá en México nos preguntaban qué era un gaucho. No es lo mismo que el ranchero de ellos, que es dueño. El gaucho no es el dueño…
—Gaucho power, ¿está inspirada en aquella burla de la selección alemana a los argentinos luego de ganar el Mundial?
—RM: Sí. Ese fue el destello, junto con los goles de Suárez a Inglaterra. Fue cuando me dije: alguna vez voy a escribir una canción sobre la épica y la garra, que empiece con “este gaucho no se agacha”. Y un año y medio después me cayó la ficha frente al papel.
—En lo musical también se ha incorporado mucho de esa mezcla rítmica que atraviesa las tres Américas...
—RM: Ahora hay menos rap que en Raro y Bipolar, pero hay mezclas bizarras como rap con zamba, arreglos hindúes o percusión turca.
—SM: Además de pensar en la unidad del disco, cuando decidimos qué temas quedan en el disco pensamos mucho en el show. Vivimos del vivo, económica y literalmente. Vivimos tocando, es lo que más hacemos. Buscamos cómo pueden dialogar cosas súper grooveras con otras más bailables, temas superrockeros como Miguel gritar o baladas como No llora.
—¿Qué cambios implica traer a Cachorro López como productor, un músico argentino de Los Abuelos de la Nada y uno de los principales productores artísticos de Latinoamérica, responsable de los discos más exitosos de Rubén Rada?
—RM: El cambio se dio por cuestiones de agenda de Juan (Campodónico, productor de los últimos cinco discos de la banda). Cachorro nos dijo que no podía superar las producciones de Juan, ¡y que nunca hubiera pensado que lo íbamos a llamar! (ríe). Es un tipo con un olfato musical tremendo. Y resulta que el tipo tenía 60 proyectos para elegir este año y que él hace tres o cuatro por año y nos puso en el primer lugar de sus prioridades porque la banda le encantaba desde siempre. Cuando nos vio en vivo en el Teatro de Verano se manejó más todavía, y cuando escuchó los demos me dijo: “¡Tenemos un discazo!”. La grabación fue mucho más intensa y comprimida. Con Juan pasábamos meses distendidos en su estudio. Con Cachorro nos internamos en Buenos Aires y en un mes y medio estaba pronto.
—¿Te sorprendió cuando tu hermano Riki hizo duras críticas al presente del Cuarteto?
—RM: Para nada, ¡me las dijo a mí primero! (ríe). Lo habíamos hablado bastante antes. Por eso cuando salieron en la prensa lo tomé bien. Ya pasó un buen tiempo, ya hace ocho años que se fue de la banda. Mi hija Federica tiene seis... es mucho tiempo. Ya está cerrada esa herida y ha cambiado todo. El Cuarteto de hoy es muy distinto al de cuando él se fue.
—¿Se resintió la relación fraternal?
—Fue difícil de desentrañar el vínculo musical del vínculo de hermanos, porque estaba muy enraizado, como la amistad con el resto de mis compañeros. Obviamente que en las reuniones familiares hay temas con Riki que no se hablan... pero porque antes estaba el Cuarteto entre nosotros y ahora no. Esta también es una de las preguntas que solo nos hacen acá.