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    “La corrupción” como “herramienta” política es una característica del sistema brasileño

    Nº1919 - 25 AL 31 DE MAYO DE 2017

    Desde hace semanas los medios de comunicación de Brasil divulgan casi a diario nuevos elementos de la investigación conocida como “Lava Jato”. La lista de políticos indagados por la Justicia aumenta y alcanzó la semana pasada al presidente de la república, Michel Temer.

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    La crisis en Brasil es grande, pero su causa no es nueva, opina el doctor en Ciencia Política de la Universidad de la República,Camilo López, que desde hace años se especializa en la política de ese país.

    “La corrupción como una herramienta de construcción de poder político y de relacionamiento político es algo que está presente hace tiempo, no es una invención de los últimos años”, dice en una entrevista con Búsqueda.

    López advierte que la inestabilidad de Brasil está afectando mucho a la región y podría repercutir en las negociaciones que el Mercosur y la Unión Europea desarrollan para alcanzar un tratado de libre comercio.

    —¿Cómo llega Brasil a esta situación en la que todas las figuras políticas son sospechosas de haber cometido actos de corrupción?

    —Brasil tiene una experiencia en la construcción política donde el poder, la autoridad, está en manos de las elites territorializadas y que ejercen el poder en un sentido muy autoritario. Eso viene de la herencia lusitana. A diferencia de los restantes países de América Latina, la independencia Brasil la transita vía imperio y no república; la institución del esclavismo es clave para entender ese proceso. La primera república, influida por el positivismo brasileño, es muy diferente a la de Uruguay; no es Spencer la base, en Comte, es mucho más autoritaria la noción de una elite esclarecida que gobierna. Hay que recordar además que el derrotero de la construcción de la democracia en el siglo XX, una democracia brasileña que es oligárquica que recién en 1946 por primera vez un presidente llega por elecciones competitivas y con representantes partidarios en las Cámaras electos por partidos nacionales. 

    Hay clásicos de la literatura sobre la política y la cultura brasileñas que hablan del patrimonialismo: cómo en Brasil es parte de la cultura política que quienes ostentan el poder, administran los recursos públicos sin configurar una clara separación entre lo público y lo privado. La corrupción como una herramienta de construcción de poder político y de relacionamiento político es algo que está presente hace tiempo, no es una invención de los últimos años. 

    Existe una larga historia de inestabilidad política, presidentes que no terminan, el juicio político es una figura recurrente que en estos años se ha instalado en el tapete de la discusión. Con un gran asunto, un gran problema en Brasil que es la relación entre el dinero y la política. Esto tiene que ver con cómo se relaciona la elite económica con el elite política en Brasil, y cómo esa relación se reconfigura ahora con la aparición de una elite judicial. Es una elite judicial que vio fortalecido el ámbito desde donde trabaja durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores. Y hoy el Poder Judicial tercia en esta discusión sobre cómo se construye gobernabilidad en esta crisis política que Brasil vive.

    —Usted dice que la corrupción como herramienta política en Brasil es de larga data. ¿Qué puede haber jugado para que ahora explote?

    —Sobre ello hay diferentes interpretaciones. Hay una  —que no es mía sino que la manejan analistas y cientistas políticos brasileños— que dice que hay que mirar esto como una crisis en el pacto entre ciertas elites. O sea, una crisis entre la elite política y la elite económica, donde la elite política no logra resolver aspectos que son necesarios para el desarrollo del proyecto de la elite económica e industrial. Eso habría generado una ruptura del pacto y ahora emerge un actor con el que la elite económica busca tener otra relación, que es el Poder Judicial. Ahí se construye un discurso donde el Poder Judicial, el Ministerio Público Federal y la Policía Federal son guardianes últimos de la República frente a una situación de corrupción. Donde ahora además los empresarios colaboran en el trabajo policial, que es proactivo y que está metiéndose en los intersticios de este problema buscando pruebas.

    Otra interpretación podría tener que ver con las reglas de juego, con la institucionalidad política brasileña. La relación entre dinero y política es una cosa en Brasil que se venía discutiendo hace tiempo. El sistema electoral brasileño se basa en las personas, no en los partidos, lo que hace que los partidos sean débiles. La territorialización del poder en Brasil es muy importante. Debido a la cantidad de partidos en el Parlamento, no alcanza solo con construir poder teniendo la presidencia, sino que es necesario que el presidente construya mayorías mediante negociación de políticas y lugares en el gabinete. Esto caracteriza al presidencialismo de coalición brasileño, donde construir gobernabilidad es una cosa muy compleja. Los candidatos basan su campaña principalmente en ellos mismos, los partidos no tienen sistema de listas cerradas y bloqueadas, como en Uruguay, sino que la persona elige directamente a quien quiere votar; todo eso les quita a los partidos la posibilidad de controlar a sus integrantes.

    —¿Puede haber un movimiento como el de Argentina que reclamaba un “que se vayan todos”?

    —Una cosa que todavía no tengo claro —hay que consumir mucho los medios de Brasil y armar el puzzle— es cuánto de antipolítica tenga el reclamo de la gente. ¿Quiénes son los sectores que se movilizan? ¿Qué visión tienen de la política? No lo sé y todavía no hay datos sobre cómo se están comportando. Lo que sí es llamativo es que sectores que tenían un sentimiento antipolítico y salieron a pedir la salida de Dilma, hoy salen en contra de Temer. ¿Cómo eso repercutirá? Estamos todavía con el escenario fresco.

    Hay que recordar que hay una agenda legislativa en este momento que es muy importante para el gobierno, para los partidos de la base aliada y para la elite económica, que son la reforma previsional y del trabajo. Realmente, es un momento muy complejo para el presidente para mantenerse prácticamente respirando en el día a día.

    —¿Cómo afecta esto a la región cuando el país que se supone debe liderarla está tan inestable?

    —Cuando se habla del pretendido liderazgo brasileño en la región, los propios especialistas de ese país ven los problemas domésticos como los principales causantes de la debilidad de Brasil de proyectarse hacia afuera. Es un Brasil que se venía debilitando en su proyección internacional desde tiempos de Dilma Rousseff.

    En este contexto interno, Brasil le va a prestar poca atención al contexto externo. Tradicionalmente se había preocupado de tener una presencia en los ámbitos multilaterales, pero en todo el proceso de destitución de Dilma dejó pasar oportunidades y dejó de realizar tareas para mantener esa presencia de forma estable y con proyección. Los factores internos distraen de una forma que no le van a permitir concentrarse en una agenda clara. Esto puede impactar, por ejemplo, en los avances que pueda tener el Mercosur con la Unión Europea. Esta es una lectura posible.

    Pero el gran problema es la inestabilidad política del país más importante de la subregión sudamericana. Más allá de los impactos económicos, es muy importante la estabilidad política de Brasil. Porque estamos hablando de la calidad de la democracia de la región y cómo es mirado el país más relevante de la subregión a la hora de pensarla en el concierto internacional.