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Es pianista y cellista. En el Conservatorio Nacional Superior de Música en París fue premiado en los cursos de fuga, contrapunto, orquestación y dirección de orquesta. En 1998 ganó el concurso de dirección orquestal Dimitri Mitropoulos, en Atenas. En 2003 ganó el primer premio en el Concurso Internacional Prokofiev en San Petersburgo. Es el director musical de la Filarmónica de Montevideo. Tiene 50 años de edad. Nació en París, donde hizo todos sus estudios. Su familia no es de músicos pero disfrutan escuchando música: su padre es ingeniero y toca algo el piano y su madre se dedica al cuidado de la casa y canta en un coro. Eso hizo que cuando él decidió dedicarse de lleno a la música encontrara un ambiente positivo y de apoyo en su familia. Tiene tres hermanos. Su mujer es flautista, mitad francesa y mitad italiana. Con ella tiene tres hijas mujeres de 19, 17 y 13 años. Cuando hacemos esta entrevista, su mujer y sus hijas lo acompañan en Montevideo.
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En agosto dirigió la ópera Manon Lescaut de Pu-ccini, en el Solís. Se fue unos días a Francia y regresó para conducir la Séptima Sinfonía de Mahler, el martes 14 (ver reseña en página 36). El martes 21 (a las 19.30 horas) hará un concierto con obras de Ravel, de Falla y el argentino Ramiro Mansilla Pons, y en diciembre dirigirá la ópera Ariadna en Naxos, de Ricardo Strauss. Habla con una mezcla de castellano, francés, italiano e inglés. Es risueño y amable pese a que sus respuestas muchas veces son breves y tajantes. Transmite un temperamento vital y ordenado, con variados intereses aparte del natural que es la música. El tiempo, ese bien escaso para poder hacer todo lo que se pretende, es una preocupación que aflora más de una vez en la conversación. Este es un resumen de la entrevista que concedió a Búsqueda.
—Muchísimo. La primera vez que vine fue en 2005, estuve una semana y fue amor a primera vista. La gente es muy amable, abierta de corazón. Luego, en mis visitas posteriores, cada vez que tengo un día libre alquilo un auto para recorrer el interior. Me gustan mucho Rocha, Colonia, Minas, la Sierra de las Ánimas. Punta del Este también es muy bonito pero es del estilo de Cannes y Niza, que ya lo tenemos en Francia. En cambio, el campo uruguayo es muy particular, su atmósfera me resulta muy atractiva, su cielo estrellado, el canto de sus pájaros.
—¿Tiene una rutina diaria para su trabajo?
Sí, absolutamente. De lo contrario no podría con todo lo que implica ser el director musical de una orquesta. En la tarde siempre hay reuniones de organización y coordinación y a última hora los ensayos con la orquesta. Las mañanas las dedico a estar a solas con la partitura; diría que para mí es el momento más importante del día.
—Como usted sabe, hay dos orquestas sinfónicas en Montevideo: la Filarmónica que usted dirige y la del Sodre, con músicos comunes a ambas que corren de una a otra para los ensayos y los conciertos. ¿Esto afecta su trabajo?
—La respuesta a eso para mí es sencilla: es responsabilidad de cada músico decidir en qué orquesta toca. Si quieren correr, que corran. Yo también cuando acepto dirigir varios conciertos muchas veces tengo que correr. Es normal, la vida es así. No puedo decir que estoy cansado. Yo estoy corriendo siempre. Para mí la música implica un gran sacrificio del tiempo personal y de la vida familiar. Es el precio a pagar para hacer un trabajo que me gusta.
—¿Su relación con los músicos es buena?
—Sí, muy buena. En realidad yo fui elegido por ellos. Ellos votaron para que yo fuera director musical. Por supuesto, mañana me pueden sacar y votar a otro (risas) pero por ahora va todo muy bien.
—¿Cómo se siente más cómodo, solo frente a la orquesta o acompañando a un solista?
—Confortable me siento solo frente a la orquesta. Acompañar a un solista es un trabajo siempre interesante pero más riesgoso: el solista puede equivocarse o tener un instante de cierta fantasía o improvisación no preparada y eso significa un momento de estrés. Cuando estoy solo con la orquesta ese estrés no existe y con la Filarmónica tengo una relación de empatía y de entusiasmo que facilita el trabajo. Además, a estos músicos les gusta abordar obras desafiantes, como lo fue por ejemplo el Concierto para Orquesta de Bartok, con el que me parece que hicimos un muy buen trabajo. O la Séptima Sinfonía de Mahler, que haremos en octubre.
—Su estilo de dirección a veces parece algo vehemente. ¿Usted comparte esto?
—No tengo duda de que soy un director con entusiasmo. El problema es si a veces el entusiasmo es demasiado (risas). Pero es mi manera de ser, de canalizar la energía. Además, depende de la música que se esté haciendo: hay compositores que necesitan claridad y para eso puede ser mejor un marcado más acentuado o enérgico. Otros, como por ejemplo Debussy, demandan otra fineza y otro manejo del color orquestal que permiten al director una relajación mayor en sus movimientos.
—¿Están hoy vigentes las escuelas de Furtwängler y de Toscanini?
—Todo ha cambiado mucho. Hoy nadie podría dirigir como lo hacían ellos entonces. En el caso de Toscanini, porque nadie podría tratar a los músicos como él lo hacía. Era un director genial pero destrataba a la orquesta, insultaba a los músicos. Si hoy en Montevideo un director le habla así a un músico directamente lo matan (risas). Y en el caso de Furtwängler él también era un director genial, notablemente inspirado, con una comprensión muy profunda del fenómeno musical y con capacidad para transmitir eso a sus músicos. Pero por otro lado, carecía de precisión en la marcación con la batuta. Hay una anécdota que cuenta que el concertino de la Filarmónica de Berlín decía a la orquesta: “Cuando el maestro empiece a bajar la batuta y llegue a la altura del tercer botón de su camisa, ahí deben empezar a tocar” (risas). Bueno, hoy en día un director que no tenga el genio profundo de Furtwängler pero sí esa imprecisión de batuta simplemente generaría un gran caos. El comienzo de la Novena Sinfonía de Beethoven es un buen ejemplo: en la versión de Toscanini la orquesta lo hace en un orden perfecto; en la de Furtwängler hay sí una atmósfera, un clima notable, pero no hay orden.
—Después de los ensayos, ¿en el día del concierto queda algún lugar para la improvisación?
—Definitivamente sí. Depende de la atmósfera reinante en el día del concierto. De cómo están la energía y el humor de los músicos, del público y de uno mismo. Son cosas que se captan y uno puede adaptarse a esas situaciones y hacer, con una misma obra, cosas levemente diferentes a las que hizo en la función anterior.
—Hay directores que gesticulan mucho dirigiendo, como Leonard Bernstein, otros como Karajan y Gergiev, que dirigen con más sosiego y con los ojos cerrados. ¿Cómo funciona para usted esta cuestión de la conexión entre el director y la orquesta?
—Mire, esto es muy relativo y creo que tiene que ver mucho con la edad del director. Si usted ve una película que hay de Karajan dirigiendo la obertura de Los maestros cantores en París durante la guerra, impresiona la cantidad de gestos y la vehemencia de las indicaciones. Lo mismo si busca en YouTube videos de Sergiu Celibidache joven: parece un gato furioso dirigiendo. Y luego, con los años, llega la maestría y la autoridad y entonces no es necesario ese despliegue y usted ve a Karajan con los ojos cerrados o los últimos DVD de Celibidache donde es impresionante la economía de movimientos y el respeto que impone con su sola presencia.
—¿Qué lee habitualmente?
—Me gusta mucho leer. Disfruto mucho con Dostoievsky, con André Gide, con Jean Giono, que escribe sobre la vida campesina en Provenza. También Victor Hugo y algo de poesía y filosofía. Pero me falta tiempo para leer más. Me interesa mucho la astronomía. Aquí en Uruguay estoy encantado porque es el cielo del Sur. Cuando puedo voy a algún lugar pasando la ciudad de Minas y el cielo allí en la noche en medio del campo es maravilloso.
—¿Y le alcanza el tiempo para ver cine?
—Apenas (risas). Con mi mujer disfrutamos mucho el cine italiano, Visconti sobre todo. Y de lo moderno nos encanta lo que hace Woody Allen.