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El pasado 7 de los corrientes, en la sección Vida Cultural, bajo el título “157 minutos de tedio” —que no deja lugar a sutilezas—, este prestigioso semanario publicó una larga y lapidaria crítica sobre la película “Los Miserables”, actualmente en cartel y ganadora de tres Globos de Oro, cuatro premios BAFTA y tres premios Oscar. Afortunadamente para mí desoí su consejo, y concurrí al cine para juzgar de acuerdo a mi propio criterio. Al hacerlo, descubrí que la película es excelente, con actuaciones impresionantes, con una belleza visual nada común aunada a un entorno musical espectacular. Narra además una historia intemporal, pero que a la vez tiene mucho para interpelar a la sociedad uruguaya de hoy en día. En síntesis, más que una simple salida al cine, implica una experiencia. Ello es lo que me mueve a escribir esta carta: rectificar desde otro punto de vista aquellos juicios contenidos en la reseña del Sr. Rodolfo Ponce de León que podrían desmotivar a posibles espectadores. Y, para ser lo más breve posible y ordenar las ideas, pretendo hacerlo de manera sistemática.
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1) En primer lugar, quiero corregir algunos errores fácticos: a) Tom Hooper, el director del filme, no estuvo nunca nominado en la categoría correspondiente para el Oscar. b) Jean Valjean, el personaje central de la trama, no fue preso por robar una “rebanada” de pan, sino un pan entero como lo dice en reiteradas ocasiones, y el rigor de la condena que recayó sobre sus espaldas se vio incrementado en catorce años por cuatro intentos de fuga. c) Como también se dice en reiteradas ocasiones, Valjean tampoco muere de “tristeza”, sino de edad avanzada.
2) En segundo lugar, quiero insistir en una reflexión que el propio cronista hace sobre su crítica, aunque en mi caso no justifico la acción: sí es de muy mala praxis profesional que un crítico de cine cuente en su reseña absolutamente todo el argumento de una película, aun cuando lo animen las mejores intenciones de preparar al futuro espectador para enfrentar ese, a su juicio, “folletín puro y duro, sin sutilezas”. Jamás debería hacerse.
3) Se trata de un musical; un excelente musical agregaría yo. Es lógico que, por lo tanto, no resulte recomendable para aquellos que no gustan de este género. Con respecto a su aludida puesta en escena en Londres, es cierto que no recibió una acogida positiva inicial de la crítica y los académicos. Sin embargo, su éxito en el público determinó que durante tres meses se representara con salas colmadas, y que sus productores decidieran ponerla en escena en Broadway. Allí se estrenó el 12 de marzo de 1987, y se convirtió en el tercer musical que más tiempo ha permanecido en cartel, con dieciséis años y 6.680 funciones. Tras un interludio breve de tres años, volvió a ponerse en escena en el 2006, y en el 2010 el show celebró su 25º aniversario con un Concierto del cual participaron actores del elenco original. Dentro de las celebraciones previstas para este significativo aniversario, la obra sale de gira primero por los Estados Unidos, y luego por el resto del mundo. En estos días, está exhibiéndose en Miami. Con respecto a la “sorpresa” que experimenta el crítico ante el éxito que tanto la puesta en escena neoyorquina como esta película han cosechado, hay una explicación muy simple: ambas son excelentes en la opinión de millones de personas.
4) En cuanto a que la diacronía dificulta la verosimilitud del argumento para el espectador actual, y a que esta película nada tiene para decirnos a los uruguayos de hoy en día, me gustaría realizar varias reflexiones: a) No se trata de una anécdota rebuscada o inverosímil: el eventual espectador cinematográfico seguramente deducirá que robar un pan en la época de Valjean es el equivalente actual a robar comida en un supermercado de Montevideo, algo no tan extraño de ver en nuestro día a día. Un delito nimio. La anécdota del filme, sin embargo, nos propone un excelente disparador para la reflexión: cómo un delito menor, mínimo, arrastra a quien lo comete a una espiral delictiva de la cual cada vez le resulta más difícil salir. “Take an eye for an eye! Turn your heart into stone! This is all I have lived for! This is all I have known!” dirá Valjean en la película. Y de él nos dice Víctor Hugo en la novela que: “De sufrimiento en sufrimiento llegó poco a poco al convencimiento de que la vida era una guerra, y de que en esa guerra él era el vencido. No tenía más arma que su odio. Resolvió agudizarla en la prisión y llevársela al salir de ella”. ¿Cuántas personas que delinquen, en nuestra sociedad uruguaya actual, comienzan esa espiral que los margina cada vez más y más por un delito nimio como el que cometió el protagonista de “Los Miserables”? ¿Cuántos son capaces de redimirse, como Valjean? ¿Cuántos se encierran en una actitud cerrada como la de Javert, que los conduce inevitablemente a la autodestrucción? b) Que el cronista deje entrever que no es creíble la actitud de perdón del obispo de Digne, es una muestra del desconocimiento generalizado en la sociedad de la historia uruguaya, en el cual sin lugar a dudas todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad. En Uruguay, por los mismos años en que Víctor Hugo escribió su novela, teníamos un obispo que perfectamente podría haber sido el modelo del escritor para caracterizar a su personaje: me refiero a Mons. Jacinto Vera, padre de los pobres, apóstol de la caridad cristiana como lo llamaron sus contemporáneos. Igual que el obispo de Digne, don Jacinto Vera tenía su casa siempre abierta a los necesitados, y a su intervención se atribuyen las conversiones de varios delincuentes temibles. c) Por último, no necesitamos trasladarnos a la Francia de la restauración monárquica para encontrarnos con los “miserables” de los que habla Víctor Hugo: a pesar del optimismo de las estadísticas oficiales, los tenemos a la vista todos los días en Montevideo. Los vemos en los asentamientos, en las cárceles y hasta viviendo en las calles más céntricas. Quien pasa de prisa junto a ellos, en la comodidad climatizada de su auto cero kilómetro y se siente hostigado cuando le piden una limosna (“Una moneda, jefe”, “Un peso, maestro”), no es demasiado diferente de los burgueses en sus carrozas de la escena donde los “miserables” les cantan: “Look down and see the beggars at your feet. Look down and show some mercy if you can (…) Look down, look down, upon your fellow man!”. Los vemos en las cifras de deserción y repetición en la educación pública: “…la sociedad es responsable de la ignorancia que produce…”, dice Víctor Hugo. Pero los vemos, también, en aquellos atrapados en el círculo cerrado de un materialismo que los aleja de la felicidad.
5) Me atrevo a añadir una última precisión a las conclusiones del cronista: la interpretación, en las escenas finales, en el sentido de que el fantasma de Fantine vendría a “arrastrar” a Valjean a su muerte, no es la única posible ni la más lógica. Es más amigable al punto de vista que informa la película, concluir que la presencia de Fantine está allí, igual que antes la de Cossette en la habitación donde agoniza su madre, pero simplemente como recurso narrativo, y no como un fantasma: porque en los ojos de Valjean, al momento de su muerte, según describe Víctor Hugo en su novela: “La luz del mundo desconocido era ya visible…”. Puede resultar bueno a la hora de decodificar e interpretar los diversos productos culturales, tener presentes los escritos del formalista ruso Víctor Shklovski, quien acuñó el concepto de “extrañamiento” para postular que el arte debe desautomatizar la percepción y obligar a la mente a realizar un esfuerzo reconstructivo: eso se nos pide como actores críticos. Y, no está de más agregarlo, como afirma otro prestigioso teórico, Umberto Eco, no toda interpretación es válida: hay parámetros que fijan sus límites.
6) El final de la película —y del libro—, lejos de reflejar la injusticia de que Valjean muera cuando por fin terminan sus dificultades y podría por ende disfrutar de una vida “feliz”, es en cambio un canto inspirador: en ese camino hacia la luz que es la Fe, hay una esperanza cierta de felicidad, una llama que nunca se apaga, incluso para los más “miserables”, esos que la sociedad ha dejado de lado: también para ellos, como cantan a coro en la última escena, aún la noche más oscura llegará a su fin y el sol saldrá. “Come with me, where chains will never bind you. All your grief, at last, at last behind you”, promete Fantine. En realidad, a la hora de cuestionar con propiedad cualquier visión, es dable esperar de un crítico profesional el claro entendimiento de los significados aludidos: hay realidades que solo pueden entenderse desde la dinámica que las genera.
7) Finalmente, me gustaría dejar constancia de que no es mi intención hacer de esta carta un alegato en defensa del legado literario de Víctor Hugo: el simple hecho de que a 150 años de la primera edición de “Los Miserables”, la novela haya inspirado una película tan notoria, habla por sí solo. Tampoco, que la misma implique una adhesión incondicional por mi parte a todas las tesis sostenidas, tanto en la novela como en el film.
Si el Sr. Rodolfo Ponce de León llegara a leer esta carta, seguramente diría, como lo dice de Víctor Hugo en la novela, que en ella quien suscribe volcó “sus numerosas inquietudes políticas, éticas, morales y religiosas”, y tendrá razón: ambos textos están impregnados de las convicciones de sus autores. Curiosamente, lo mismo vale para la crónica que dio lugar a esta carta: en ella el autor, lejos de ceñirse a un análisis imparcial, ciertamente parece haberse dejando dominar por sus propias y sin dudas numerosas inquietudes políticas, éticas, morales y religiosas.