Tiene la carcajada fácil —se echa hacia atrás y entrecierra los ojos ante una ocurrencia—, está atento al posible doble sentido de una palabra que despierta la jocosidad cómplice y se dirige a la camarera del hotel Orfeo, donde recibió a Búsqueda, con un respeto a la vez ligero y genuino. Enseguida invita con la pequeña medialuna que va a comer: “¿Querés para mojar ahí?”, dice señalando el café. Lulú lo llama “Horacito”, como le decían en su casa cuando era chico y él demuestra, sin pudor alguno, su profundo amor por ella. En junio, Ferrer cumplió 80 años y superó la internación que le originó una caída. Aparece siempre elegante, original: con trajes claros, mocasines de dos colores, moñitos, flores o lazos en el pecho o el cuello. Este uruguayo nacido en Montevideo y radicado en Argentina después que Astor Piazzolla lo invitó a trabajar con él, desarrolló una carrera nutrida que le permitió publicar más de medio centenar de libros y discos.
El autor, con Piazzolla, de “María de Buenos Aires” y canciones de gran belleza, como “Balada para un loco” y “Balada para mi muerte”, es presidente de la Academia Nacional del Tango y con su vicepresidente, Gabriel Soria —coleccionista que atesora 30.000 discos—, conducen un programa de radio. Juntos editaron una enciclopedia sonora que llamaron “Las 1001 noches del tango”, con temas ordenados alfabéticamente.
—¿Cómo nació esa capacidad peculiar suya de crear poesía?
—Tuvo que ver con mi mamá (Alicia Ezcurra), porque ella había sido discípula de esa gran poetisa y declamadora que se llamaba Alfonsina Storni y además había una cuestión con la nacionalidad, porque nosotros somos descendientes de los suizos y Alfonsina también era de origen suizo-argentino. Mi mamá recitaba muy bien y yo aprendí a hacerlo con ella y con obras de distintos poetas. Una vez llegó a cantar como solista en el viejo Sodre con los coros del Colegio Nacional José Pedro Varela. Siempre cantaba en casa, mientras hacía las cosas. Y tenía un cuaderno medio secreto donde ella copiaba los poemas. Cuando falleció, ese cuaderno con esa bella letra de mujer pasó a mi poder.
—Hace un momento hablamos de la poesía, ¿cómo es que llegan a usted esas imágenes?
—Tuve la gran ventaja de que reparara en mi poesía el más grande revolucionario del tango, que fue Astor Piazzolla. Cuando escribí mi primer libro, que se editó en la editorial Taurus de Montevideo, se lo mandé y me dijo: “Horacio, esto es extraordinario, no hay nadie en Buenos Aires que escriba como vos. Y lo que escribís vos es como mi música, así que basta de Montevideo, te venís a mi casa en Buenos Aires y yo te doy una cama”. Inmediatamente escribimos (la ópera) “María de Buenos Aires”, un éxito desde su estreno, una cosa impresionante.
—¿Cómo fue trabajar con él?
—Maravilloso: era entretenido y exigente. Y yo también soy exigente; era un poco mayor que yo y aprendí con él. Y también con Pichuco (Aníbal Troilo), que fue un gran amigo y un protector, quien me decía que yo era el hijo que no le había dado la vida.
—En su carrera tuvo la oportunidad de trabajar con varios de los grandes del tango.
—Sí, junto a Julio de Caro, el primer revolucionario del tango, y a Homero Expósito, un muy amigo mío, gran poeta e innovador. Siempre me gustó todo lo nuevo.
—Hace un momento usted mencionó el tema de la paternidad. ¿Optó por no tener hijos?
—Cuando era chico decidí no tener hijos. Porque tenía mucha gente conocida que tenía tres hijos por un lado, dos por el otro y yo era muy bohemio como para educarlos y cuidarlos. Podía vivir con dos pesos o con un millón, pero no era lo mío tener una familia. Pedí permiso a Dios y seguí adelante. Y después me encontré con Lulú.
—Sí, cuénteme cómo la conoció, porque dicen que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”.
—Sí, o arriba (risas). Nosotros nos conocimos en el Café La Poesía, en Bolívar y Chile. Ella hacía ahí una exposición de cuadros. Entonces vi que el mejor cuadro era uno de ella misma y pensé: “¡Qué artista, qué linda y qué graciosa!”. Yo tenía una Mehari anaranjada y la invité a hacer un paseo en el auto, que se llamaba Sapo Milonguero. Había juntado mucho para comprar ese auto. Decidimos casarnos después de vivir mucho tiempo juntos y de viajar por el mundo. Cuando el extraordinario violinista letón Gidon Kremer, que ha tocado en Montevideo, se enamoró de la operita “María de Buenos Aires” y de mí, me dijo que quería hacerla en todo el mundo pero conmigo como recitante. Así que viajamos con él por varios países. Le dije: “Yo no viajo sin Lulú”. Y él me respondió: “Yo tampoco. ¡Qué bieeen!” (risas). Porque otros viajan con peluquero o masajista. No: yo viajo con Lulú. Nos casamos y nos prestaron la esquina de Carlos Gardel para hacer una fiesta inolvidable.
—Hace poco participó en el espectáculo “La crisis”, de Pedro Aznar. ¿Por qué piensa que músicos de géneros distantes al tango se interesan por su trabajo aún hoy?
—Puede ser porque es una poesía más moderna y más actual, aun con ser evocativa es estética moderna. Me di el gusto de poner la palabra “estética” en el canto de la murga en “Dandy”: “Con mi estética audaz”. Porque la murga es una estética y hay una ética del murguista también. Eso me gusta mucho, lo practico y lo pienso.
—¿En el último año tuvo que atravesar problemas de salud importantes?
—Muchos. Pero tuve a mi samaritana única, única, única (silencio).
—¿Le parece que de alguna manera su arte lo ayudó a salir de estos trances?
—Por supuesto, porque uno no le dedica el pensamiento a la enfermedad sino a lo que va a hacer cuando se sane. Yo abro los ojos y me veo en la cama, en el Instituto Fleming y estaba Lulú ahí sentada al lado, una cosa fantástica: una cancerbera.
—¿Es verdad que mientras estaba internado usted también se ponía a recitar?
—Sí, porque les gustaba a los enfermeros y también dentro de lo que se podía hacer, porque eso no era un teatro. Un día vimos a los Payamédicos, una especie de troupe que va por los hospitales cantando y recitando, y nos unimos a ellos con Lulú. Fue muy lindo. Había un rockero, pobre, Cerati, que estaba frito el pobre, una cosa terrible, pobrecito, me contaban que estaba ahí. Pero yo pude emerger. Aquí estoy (sonríe). Acá hicieron una función por mi cumpleaños en el Solís que se llamó “80 y creando”. Y mi mamá cumplió 92, y me dicen que soy idéntico a ella, así que yo me preparo para llegar a los 100 años.
—Uno de sus libros más populares, además de la “Historia del Tango”, es “Romancero Canyengue”, pero usted escribió también obras dedicadas a figuras como Picasso, Mozart y Shakespeare...
—Eran mis devociones de la niñez. Empecé por Picasso, uno de los grandes artistas plásticos de toda la Historia; después seguí con Shakespeare, que me acompañó en mi niñez, y después seguí con Mozart. Durante un año, un amigo me llevó cada sábado a la casa y me hizo escuchar toda la obra de Mozart: óperas, cuartetos, una maravilla. Le hice 66 sonetos a Mozart; y bueno, tengo la facilidad y no me entrego para no publicar cosas que no me gustan. Ahora voy a hacer un disco recitando los sonetos a Mozart con su música.
—¿Con Magnone crearon también el “Oratorio Delmira Agustini”?
—Permiso... (se para como para hacer una reverencia). Por Delmira Agustini me pongo de pie: maravillosa. Se me ocurrió escribirle no una canción o un poema, sino un oratorio completo de 14 números, donde incluyo poemas de ella. Conozco su vida, su casa, ella es tan grande y es una de las poetisas que recitaba mi mamá, así que yo crecí escuchando “Las coronas”, un poema escalofriante. Me da escalofríos ahora mismo.
—¿Le sigue gustando leer?
—Yo dedico una hora a leer, una hora a pensar y una hora a vagar por la ciudad. Si fuera un vagoneta del campo no me conocería nadie.
—¿Qué le parece que va a encontrar el público en “Dandy”?
—Una emoción muy grande, de ver puesto en el escenario lo que le es más esencial a Montevideo, que es el mundo murguístico y el Carnaval. Y creo que vamos a participar del desfile de Carnaval, si no llueve. Y si llueve, abriremos el paraguas (hace el gesto, se ríe). Montevideo es impredecible.