Dice que extraña el teatro. La última obra que la llevó a las tablas fue en 2005: “Ella en mi cabeza”, con dirección de Oscar Martínez. El siguiente es un extracto de la charla que la cantante mantuvo con Búsqueda.
—¿Cuándo se dio cuenta de que le gustaba cantar y que quería hacerlo profesionalmente?
—Si bien siempre estudié y la música siempre me interesó y estuvo muy presente en mi vida, recién con un espectáculo de teatro musical, que se llamaba “Glorias porteñas”, hice la primera incursión seria en la canción. Interpretaba a una cancionista de los años 30, en el estilo de Libertad Lamarque. Trabajé bastante con ese espectáculo, que fue una experiencia larga y por suerte muy exitosa, y cuando terminó, dije: “Yo esto no lo largo más”.
—¿Qué la llevó a incluir en su último disco los temas “Biromes y servilletas”, de Leo Maslíah, y “Maldigo del alto cielo”, de Violeta Parra?
—En general elijo una canción primero porque tiene que ver con mi gusto personal. Por supuesto que son muchas más de las que yo decido cantar. También me gusta escuchar jazz, pero no lo canto. Son canciones que siento afines, que tienen que ver con mi modo de expresión y con lo que en este momento estoy buscando. Eso varía disco a disco, porque uno va conectándose con distintas cosas. “Biromes y servilletas” me encanta. Me parece una obra maestra, realmente. Y “Maldigo del alto cielo” de Violeta Parra, la venía cantando en vivo bastante antes de grabar el disco y es un desgarro que llega muy hondo, un momento de clímax en el espectáculo, en el que todos nos conmovemos mucho. Esos versos y esa música tienen mucha fuerza.
—Pasando a su faceta artística como actriz, ¿qué significó en su carrera el hecho de que “El secreto de sus ojos”, donde interpretó a una abogada, ganara el Oscar a la Mejor Película Extranjera?
—Fue algo muy intenso. El guión que Campanella me propuso leer inmediatamente me capturó, fue como leer un policial, una novela de amor, y de historia del país: todo junto. La película tiene todos esos registros conviviendo tan bien. Y la experiencia del rodaje fue súper interesante, muy fuerte. Se hizo una película grande con un presupuesto acotado, trabajando como se hace en los países latinoamericanos, donde es un esfuerzo en todo sentido. La repercusión que tuvo fue impresionante. A veces me alejo un poco, miro esto de afuera y digo “guauu”, mirá vos: haber sido parte de eso. Podría no haber estado ahí, y sin embargo me tocó. Esas cosas las agradezco profundamente.
—Esa no fue la primera vez que usted trabajó con Campanella: en 1999 actuó, junto a Ricardo Darín y Eduardo Blanco, en “El mismo amor, la misma lluvia”, una historia romántica.
—Sí, es una película que me gusta mucho.
—¿En este caso fue también el guión, inteligente y con bastantes guiños de humor, el que la definió a participar de la película?
—Sí, ese es el sello de él. Labura mucho los guiones, entonces, cuando llegan los momentos de filmar, tiene un mecanismo como de relojería donde todo funciona y una cosa se relaciona con la otra. Mucha gente me dice que vio varias veces esta película y sigue descubriendo cosas. A pesar de que no son aspectos complejos, sí son muy elaborados.
—¿Hay algo del personaje de Laura, la novia de Jorge (Darín), que coincida con su personalidad?
—(Risas) Sí, yo creo que ese optimismo a toda prueba. Ella, que quiere ayudarlo a él como escritor, varias veces dice: “Porque cuando yo me propongo algo...”, y eso tiene que ver conmigo. Me gustó hacer ese personaje porque en general, supongo que por mi rostro, siempre tienden a convocarme para cosas más dramáticas. Hacer esa película, donde podía disfrutar interpretando otro tipo de personaje, con ese humor inteligente, fino y muy chispeante, me resultó interesante y un desafío como actriz. Valoro mucho que Campanella me haya propuesto ese desafío y me haya sacado de personajes como los de Anna Magnani.
—¿Cómo es el estilo de trabajo de Campanella y qué encontró en él de positivo y también de negativo?
—Es un tipo muy afable, muy cálido. Aprendí mucho con él. Y es interesante porque tiene un método para trabajar. Genera un sistema en el cual todo el mundo entiende muy bien qué es lo que se está haciendo. Aprendí mucho de cine con Campanella porque es una actuación diferente a la que podés hacer en el teatro, donde trabajás para diferentes tamaños de plano, por ejemplo. Obviamente le da mucho lugar a lo actoral, porque en sus guiones lo que les pasa a los personajes interiormente es fundamental, lo que hace que uno desarrolle bastante el oficio.
—¿Para la escena teatral tiene en estos momentos algún proyecto?
—Estoy con muchas ganas de hacer teatro, pero es lo más incompatible con la música, porque implica quedarte un rato haciendo una temporada y ocupando tus noches. Cuando voy a ver una obra digo: “Ayyy, cómo me gustaría...”. La última obra que hice fue antes de tener a mi segunda hija, que tiene ya siete años.
—Tiene dos niñas, ¿qué edades tienen? ¿Opinan sobre su trabajo?
—Tienen siete y doce años. Les gusta lo que hago, me acompañan... se aburren también a veces, como todos los chicos... Porque primero soy su mamá. Ahora que son más grandes entienden un poco más y me acompañan bastante. Son muy compañeras y me comentan, me sugieren y me critican: “Mamá, en esta canción podrías hacer tal cosa” o “En tal otra no hagas eso que no queda bien” o “hacé esto otro”. Está bueno, porque además tienen mucho criterio. Canto en casa todo el tiempo, y ellas son un buen termómetro de qué es lo que les queda pegado o les gusta, o me piden que les cante. A mí me sirve para orientarme: “Ah, mirá, esta canción está funcionando”.
—Usted nació y se crió en una familia donde se valoran las actividades artísticas. ¿Cómo fue crecer allí?
—Mi vieja se dedica a la danza y ahí hubo una influencia fuerte. Y mi viejo también, sin dedicarse al arte, tuvo gran sensibilidad artística. Siempre estuvo valorado y bien visto que tanto nuestros hermanos como yo tuviéramos por lo menos una práctica de algo: tocar un instrumento, cantar o bailar. Y nunca estuvo presente el mandato o el temor que existe en algunas familias de decir: “No, ¿cómo te vas a dedicar al arte y no vas a hacer una carrera?” o “¿De qué vas a vivir?”. Eso fue bastante alentador, porque se vivía como algo natural. Acompañar a mi vieja al teatro, ver los ensayos, estar ahí, me dio una relación muy natural con una actividad que por ahí si la encarás desde otro lugar puede ser muy imponente o darte cierto resquemor.
—¿Considera de alguna manera que el arte tiene una función social?
—Yo creo que sí, en el punto de que alguien va al teatro a ver una comedia que podría ser tildada de superficial, pero pasa esa media hora riéndose y disfrutando.
—¿Y qué opina de aquellos que afirman que una obra de teatro o una canción deben tener un “mensaje”?
—Me parece que el arte tiene una función social, humana y espiritual. Es parte de lo que el ser humano necesita y produce. Es lo que busca y anhela y el artista está para cumplir la función de expresar aquello intangible, lo que no se ve, lo que no está: el mundo de las ideas, de la imaginación y de la emoción. Que eso tenga un contenido ideológico, queda en cada artista, en lo que a cada uno le nace. A algunos puede nacerle que tenga ese contenido, y a otros no. Para mí no tiene que ser una condición.
—Es muy lectora. ¿Qué libros prefiere?
—En general novelas de ficción, es un gran refugio.
—Ha leído varias veces “La guerra y la paz”, ¿por qué cada tanto regresa a ese libro?
—Sí, cada tanto lo releo. Ahora me compré un ejemplar nuevo porque el mío estaba hecho pelota. Tolstoi es un escritor impresionante, con un poder de descripción de personajes increíble, te puede hablar de lo que siente una mujer, un anciano, un niño, un campesino o un militar. Era un tipo de una humanidad y una comprensión de la naturaleza humana impresionante. Me gustan ese tipo de escritores, los que te revelan ese mundo, que te dan ganas de decir “por favor, no lo dejes de hacer”. Me pasa lo mismo con “Ana Karenina”. Es un viaje. Me gusta agarrar esos libros que te absorben al punto de decir “bueno, me voy un rato con estos amigos” (se ríe) y me tomo un recreo de la vida real y después vuelvo. Me pasa eso desde chica con los libros.
—Yendo un poco a la realidad argentina, ¿qué opina de la polarización política que se ha dado en el último tiempo?
—Es bastante triste. Pude tomar un poquito más de distancia estando acá y de pronto vi que hay como una puesta en escena de la polarización, que no sé si es tan real, sino que está bastante fogoneada. Y seguramente, como siempre ha pasado en la historia política de la Argentina, conviene que haya dos opciones: son estas dos y punto. Y que los ciudadanos se vean como obligados a decidir entre una de las dos y a no pensar por sus propios medios, sino a adscribir ciegamente a una cosa o la otra. Me parece que no es así y todo tiene algo de puesta en escena o de estrategia, que seguramente conviene. Lo mejor es pensar por uno mismo.
—¿Hay algún personaje clásico o histórico que le gustaría interpretar alguna vez?
—De algunos autores más que nada. Me gustaría hacer Chéjov en algún momento y también más Shakespeare. Me encanta la dramaturgia contemporánea, pero esos autores clásicos cada tanto te producen un baño de conciencia y sentís que hay algunas verdades universales ahí que está bueno que a uno le pasen por el cuerpo.