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    “No me interesa convencer a nadie de nada”

    Emiliano Brancciari y un proyecto de vida llamado No Te Va Gustar

    Empezaron hace más de 20 años y hoy, junto a La Vela Puerca y El Cuarteto de Nos, son los protagonistas de la notable expansión continental del rock uruguayo. Allá por el 2002 comenzaron a cruzar el charco y hoy sus canciones suenan sin parar en los celulares, colectivos, shoppings, parrilladas, peluquerías y hasta en las cuevas de dólar blue. “La gran banda del rock nacional es uruguaya”, tituló la Rolling Stone a fines de 2014. En la última década han peinado las rutas argentinas de Ushuaia a La Quiaca, un año atrás metieron 70.000 personas en dos estadios de Vélez, este verano fueron cabeza de cartel en Cosquín y acaban de tocar en Mar del Plata y Asunción. Su “camino más largo” pasa por Chile, Colombia, Perú, Paraguay, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Cuba, Panamá, Costa Rica y México, donde en pocos días harán cuatro conciertos. También han llenado salas en Europa, Estados Unidos y Canadá. Las gacetillas hablan de cifras de cinco y seis ceros y de “la banda más convocante de Latinoamérica”, mientras los fans de pequeñas ciudades arman grupos para lograr una escala en la gira. Surfeando esta ola de sucesos, en junio llegarán al mítico The Roxy de Los Ángeles. “Hacíamos cumpleaños de 15 para pagar los pasajes y tocar allá para 50 personas. Trillamos la capital y el conurbano, el camino del under a los teatros. Muchos creen que somos un grupo uruguayo que vive allá”, dice Emiliano Germán Brancciari Amarillo, compositor, letrista, guitarrista, cantante y líder del grupo.

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    De padre argentino y madre uruguaya, nació en Munro hace 38 años, a los 13 se vino con su madre a Montevideo, y hace unos años se fue a vivir con su mujer y su hijo al Cerro del Burro, cerca de Piriápolis, un enclave devenido en tierra de músicos, donde se afincaron Sebastián Teysera, Mariana Ingold y Ariel Ameijenda. Compone en ese entorno natural y allí mismo graba los cimientos de las canciones. Habla de la banda como su “proyecto de vida”, cuenta cómo se resignificó todo luego de la muerte del tecladista Marcel Curuchet (en un accidente con su moto, en 2012), y reconoce las limitaciones que debió superar para disfrutar del canto, asumir su lugar en el escenario y liderar un grupo numeroso. Reflexiona sobre “la grieta” que divide a los argentinos, no tiene drama en decir que hace canciones con su “vocabulario limitado” y asimila las críticas con la misma naturalidad con la que disfruta del éxito.

    Este fin de semana NTVG dará tres conciertos en el Teatro de Verano, con una verdadera orquesta de rock de 13 músicos, entre quienes se destaca como invitado Hugo Fattoruso. “Desempolvaremos unas cuantas de los primeros discos, lo que solo hacemos acá”, anuncia. Los shows del viernes 15 y sábado 16 están agotados y quedan entradas para el domingo 17 en Tickantel. Brancciari recibió a Búsqueda en la casa de Pocitos que la banda adquirió para establecer su cuartel general, con el estudio de grabaciones Elefante Blanco, sala de ensayo, depósito de equipos e instrumentos y la mesa de reuniones que albergó la entrevista.

    —El documental El verano siguiente (Bizarro, 2014) lo muestra en su rol de líder del grupo. ¿Cómo se lleva con esa función?

    —A veces querés que lo haga otro, porque no es muy lindo estar arreando gente. Pero yo disfruto todo lo que hago en la banda, incluida esa parte, porque es mi proyecto de vida desde hace mucho tiempo. Una vez, cuando empezábamos, fuimos a ver un ensayo de Jaime (Roos) y nos quedó grabado a fuego su rigor, su exigencia y su precisión. Fue muy inspirador. Nos miramos y dijimos: tenemos que hacer esto.

    —¿Cómo ha evolucionado su vínculo con el canto desde cuando se resistía a asumir ese rol hasta su gran actuación en el reciente homenaje a Zitarrosa?

    —Lo disfruté muchísimo. Era una responsabilidad grande por su magnitud, su postura, su caudal de voz y lo que significa incluso para quienes no comulgan con sus letras. Era imposible igualar las versiones originales, pero había que estar a la altura. Capaz que lo transmití desde mi propia emoción, no sé. En estos últimos años me fui amigando con el canto. Logré dejar de fumar, lo que me hacía sufrir al cantar. Durante años no miraba al público, y también le fui perdiendo el miedo al centro del escenario, a estar ahí adelante, en el foco de todas las miradas.

    —¿Tiene que ver con su personalidad?

    —Sí, sin dudas. Hasta que logré disfrutar del cantar. Al principio decía: en algún momento vamos a tener un cantante. Después, canto porque me tocó, y ahora lo vivo a pleno. Con los años vas agarrando oficio. Igual hay cosas muy difíciles de aprender. Comparto escenario con artistas mucho más carismáticos que yo, pero no me contagio de eso. Los admiro pero no trato de imitarlos. Muchos saben hablarle al público de otra forma, pero yo prefiero no hablar demasiado. No me sale. Ya me hubiera gustado pero… no lo voy a forzar.

    —¿Se resignificaron algunas canciones después de la muerte de Marcel Curuchet?

    —Todas las canciones de ese disco que estábamos grabando (El calor del pleno invierno). Pero Como si estuviera, de El camino más largo, es la más gráfica. La escribí pensando en mi pareja, una vez que yo no esté, y con lo de Marcel, al cantarla es imposible no tener la imagen de él. Mucha gente cree que unas cuantas canciones nuestras han sido escritas para Curucha pero son previas.

    —¿Cómo cambió su vida cotidiana al vivir en las sierras de Maldonado?

    —Cambió para bien. Veo a mi hijo de cinco años jugar en la calle, igual que nosotros cuando éramos chicos, que crecimos en la calle. Juega con animales y bichitos y vive en el pasto y arriba de los árboles, cosas que en la ciudad son más difíciles. Compongo y grabo bastante allá. El entorno tranquilo ayuda, inspira, pero igual me tengo que poner en estado, dedicarme. Las ideas me surgen frente al cuaderno.

    —Últimamente en NTVG abundan las letras con la expresión “no”. ¿Tiene idea de por qué?

    —¿Más en los últimos que en los primeros? Tengo la sensación de que es al revés. No es algo consciente. Veo lo que me motiva en el momento, sin pensar si van a gustar o no. Es mi vocación. Hago canciones con el vocabulario limitado que tengo y nada más.

    —Las letras de NTVG pasan más que nada por vivencias íntimas y pensamientos, una lírica discursiva, digamos…

    —Me divierte inventar algo o escribir de cosas que no me ocurren a mí, pero lo que más me atrae es decir cosas que pienso, sobre los sentimientos y vínculos de la gente, no necesariamente los míos. No me interesa convencer a nadie de nada. Eso es claro, qué sé yo… Cuando sos adolescente te parece que si hacés esa canción y decís eso de ese modo, la vas a romper.

    —De hecho, en sus inicios hay letras muy directas, agresivas, adolescentes, como No se les da o Más mejor…

    —Siguen estando, pero desde el lugar del que acepta más al que es diferente. Quiero mucho a mucha gente muy distinta a mí. Se nos va la vida intentando que el otro piense como uno en todo. Que le guste la misma música que a mí, que vote lo mismo que yo, que sea hincha del mismo equipo. No tiene ningún sentido.

    —Eso tiene que ver con la madurez que dan los años, pero ¿también con la masividad de la banda?

    —No me doy cuenta pero puede ser… En el público hay de todo, gente que está en las antípodas entre sí, y seguramente de uno mismo. Nos pasa en esta Argentina totalmente polarizada, que gente alineada en ambos bandos empatiza con las canciones que tienen cierta veta social o política. ¡La misma canción! Entonces, yo qué sé…

    —¿Cómo han lidiado con “la grieta”?

    —Es difícil porque todo el mundo busca asociarse a un proyecto exitoso que influye en mucha gente.

    —¿Tuvieron ofertas para tocar en actos políticos?

    —¡Seguro! Pero eso no lo hicimos nunca ni lo vamos a hacer. Ni en política partidaria ni en deporte.

    —Acaban de rechazar la invitación de Peñarol…

    —Sí. Son cosas que no debemos hacer, no tenemos necesidad de casarnos con nadie, y mucho menos en política, donde no ponemos las manos en el fuego por nadie. Estamos re por fuera de eso. Pero la división es muy fuerte en los medios. De los dos lados nos buscan la lengua y hay que manejarse haciendo surf.

    —¿Eso choca con cierta visión del compromiso artístico?

    —Nuestro compromiso no debe ser con un partido político. Más allá de lo que uno vote, y de que hay gente muy valorable en la política, hay muchos que defienden a rajatabla lo que dice su partido y todo lo que dice el otro no existe. Es rarísimo vivir así.

    —Muchos artistas lo hacen, ¿no?

    —Sí. Bien por ellos. A mí no me cabe.

    —¿Tiene una libretita donde anota cada toque?

    —Ahora pasé a una planilla Excel (ríe). Primero fue una libreta, después fue un cuaderno, otro más grande, y ahora entré al siglo XXI.

    —¿Qué registra? ¿Lleva la cantidad?

    —Poca cosa. Lugar, fecha, ciudad. Van como mil y pico. A veces nos preguntamos cuánto hace que no vamos a tal ciudad y sé que ahí está.

    —¿Otras obsesiones, rutinas o cábalas?

    —No, solo la de no poner la canción número 13 en los discos, pero porque lo decidimos en un momento y eso no cambia. Más que una cábala es una tradición.

    —Han tocado el Himno, invitaron a Benede­tti. No reniegan de lo tradicional.…

    —No, para nada. El Himno nos encanta, es uno de los más lindos y no es muy tocado en la música uruguaya. En otros países el patriotismo está muy exacerbado pero en Uruguay nos pasamos al otro lado.

    —¿Por eso es que el público de NTVG es tan familiero?

    —Tiene que ver con lo heterogéneo del repertorio. Nunca nos pusimos trabas ni cerramos ninguna puerta. Escuchamos música muy variada y hacemos de todo sin miedo a que el público se enoje.

    —¿El público joven está hoy más abierto a estilos por fuera del rock?

    —No tengo dudas, por suerte es así. Tienen menos prejuicios con el folclore o la música clásica. Hay cosas que empeoran con el tiempo pero hay muchas, como esta, que han mejorado, como la alimentación de la gente y el gusto por hacer deporte. Hace 20 años salías a correr y se te reían en la cara.

    —¿Cómo les ha pegado que una parte del público de la primera época haya tomado distancia?

    —Me parece muy válido, es algo natural. No podemos cumplir con el público que nos pide que sigamos haciendo lo mismo que antes. Nos estaríamos engañando. Como público, sigo escuchando cosas viejas y lo que hacen hoy esos músicos no me emociona tanto, pero sobre todo porque yo soy distinto. Ya no soy aquel adolescente. De eso se trata la vida. Cambio yo, cambia lo que hago y cambiás vos. Ser fiel a ese cambio es mucho más auténtico. El tema es que no todos podemos virar para el mismo lado a la par. Queremos respetarlos a todos pero sin copiarnos a nosotros mismos, porque no nos va a salir. Hoy no podemos hacer un disco como Este fuerte viento que sopla. Esa fórmula no existe. Ojo, tenemos la suerte de mantener la popularidad. Hay artistas que intentan ser fieles a sí mismos y no les resulta y terminan por repetirse.

    —¿Esa masividad es una meta?

    —No, se nos dio así. Somos muy afortunados. Pero es inmanejable. Si la tenés como premisa, vas a sufrir. Si la hubiera buscado hubiera hecho cien canciones como Clara. Pero no puedo, sería forzado.

    —¿Y cuando baje esa popularidad?

    —Va a ocurrir, y mutaremos. Los shows serán más íntimos. Estamos acostumbrados, en otros países seguimos empezando y tocamos como hace 15 años acá. No creo que duremos toda la vida. Si en dos años nos motiva otra cosa…

    —¿Cuando va a Buenos Aires se siente argentino?

    —Sí, lo he logrado. Renegué mucho tiempo hasta que me amigué de vuelta con Argentina. Me costó un tiempo, pero hoy me siento de los dos lados, y lo disfruto. ¡Tengo como treinta copas América!